En respuesta a “Alejandro González Iñárritu y la adversidad ampulosa” de Jorge Ayala Blanco, publicada por Confabulario, el tapatío Fernando Carrera realiza una encendida defensa del reciente filme que lidera las postulaciones al Oscar 2016, aspirando a 12 estatuillas doradas.
Por Fernando Carrera
Ciudad de México, 13 de febrero (SinEmbargo).- Respecto a la crítica del maestro Ayala Blanco sobre The Revenant (2015), de Alejandro González Iñárritu, no puedo más que diferir con ella casi en su totalidad y compartir mi opinión sobre la misma. Con respeto a Ayala y su cuerpo de trabajo, su artículo denota una ponzoña y sesgo de antaño ante el trabajo del cineasta mexicano desde su primer filme, Amores Perros (2000), la cual descalificó también en su momento llamándola «apantalla-pendejos» (entrevista para la revista Milenio Semanal, 2000).
El lente de esta animadversión de origen y largamente sustentada tuerce de inicio toda lectura posible fuera de la estrictamente negativa.
Conozco el trabajo de Ayala Blanco desde hace tiempo y es mínimo o casi nulo lo que haya dicho positivo del trabajo de González Iñárritu, entre otras cosas, afirmando que al director de Birdman-or the Unexpected Virtue of Ignorance (2014) o 21 grams (2003), le falta mucho para tener un discurso propio (dicho esto apenas el año pasado en una entrevista para El Financiero sobre Birdman).
Si The Revenant no es una buena película e Iñárritu solo un “exDJ poshollywoodizado y un apantalla-pendejos” (dice Ayala Blanco), entonces debe ser también el Con-Man del siglo, ya que nos ha “apendejado” a muchos: del público, críticos y colegas, no sólo en Hollywood (por Amores Perros y Biutiful (2010) —postuladas a mejor filme extranjero—, Babel (2006) —candidata dirección y mejor filme —y Birdman —ganadora en mejor dirección y mejor filme—, más las postulaciones por The Revenant a mejor dirección y mejor filme, en cuanto los premios Oscar; y siendo dos veces ganador del DGA, premio del Sindicato de Directores de América, en 2015 y 2016) y en México sino en Cannes (donde por Babel le dieron el premio al mejor director). Evidentemente Ayala Blanco no es ni se puede tomar como la voz cantante o único punto de referencia sobre el trabajo de AGI, dada dicha animadversión de origen. El plasmar en una página un floripondio de adjetivos a partir de una mera impresión, sin acompañarlo de la suficiente deliberación y construcción argumentativa, es solamente etiquetar, no hacer crítica. “A mere labeler”, como llamara en Birdman el personaje Riggan Thomson a la crítico de cine al confrontarla en un bar neoyorquino.
En The Revenant, los personajes están fundamentados hasta donde necesitan estarlo, ya que los elementos esenciales de la película y los que le dan peso y dinámica son en sí la poética de la acción y de las sensaciones. En cuanto a la poética de la acción, esta genera su discurso no sólo en los seres humanos que confluyen en la trama y en Glass/Fitz, sino hasta en la osa, el cuerpo del caballo (móvil-madriguera), el binomio en constante flujo de vida-muerte (el indio que rescata y cura a Glass es asesinado a la mañana siguiente o la piel de la osa que unas horas antes casi lo mata, lo ayuda a sobrevivir) y naturaleza-temperatura como organismo y escenario vivo e indiferente que influye directamente en el drama en movimiento puesta la lupa en la hiperbólica (con toda intención) situación de un hombre, Glass.
No se necesita narrar la historia de la osa para comprender y sentir el poder, efecto y trascendencia de su acción en la trama; así como no se necesita narrar a fondo y a saciedad el pasado del indio pawnee que ayuda a Glass, sólo pocas y bien colocadas pinceladas que permitan comprender su dinámica y sentido de empatía hacia el moribundo Glass y entender este punto en la historia como un «check-point» y revulsivo para que la pasión de este personaje siga fluyendo (el mínimo de realidad necesaria que toda ficción necesita para sostenerse, dijera Alfonso Reyes).
Este pasaje en movimiento que es en sí la película, más que círculo cerrado, busca sacar a flote, a través de una línea histórica aparentemente sencilla, toda la experiencia poética posible (imagen, analogía y acción) que entrama la misma: la transformación y alcance del espíritu humano a partir y a través del dolor.
He aquí uno de los porqués (no sin porqués o porque sí, como afirma Ayala Blanco) del trabajo y propuesta visual de Lubezky. El otro gran porqué de la propuesta visual es la poética de las sensaciones, a la que se aferra Iñárritu y por la que construye desde el principio una atmósfera de densidad y violencia, apelando a lo que existe anterior al lenguaje, donde cualquiera pueda conectar y sensibilizarse a partir del silencio y la brutalidad.
En este sentido resultan inmejorables ejes de ejecución la cámara de Emmanuel Lubezki, tanto en la intimidad avasalladora en la exposición intencional del vaho en la cámara o la híper-exposición del cuerpo herido y semi-mutilado de Glass (más sus ya conocidos y celebrados plano-secuencias), como en las tomas a gran escala del paisaje y de los elementos; y la actuación impecable técnicamente y profundamente emotiva de Leonardo DiCaprio, a quien favorece la condición silente del personaje a diferencia de sus “super wordy” personajes en anteriores filmes.
Por último decir que Ayala Blanco de manera maniquea enlista una serie de detalles y evocaciones hacia influencias necesarias y por demás evidentes (de las que nadie se escapa) de las que Alejandro González Iñárritu abreva (saqueando, glosando, abaratando y banalizando grandes ideas, dice Ayala Blanco) y que además se queda corto al no mencionar, por ejemplo, la imaginería poética de Tarkovsky en las tomas del agua en reposo-movimiento. Pero esto de ninguna manera es un aspecto negativo o en demérito de Iñárritu y su filme, pues como dijera Woody Allen: si tienes que robar (apropiación) hazlo de los mejores. Se trata aquí de una experiencia fílmica a través de una apuesta visceral y poética, muy característica del cineasta mexicano, que ha logrado que su filme, pretendiendo y siendo una obra de arte, se vuelva un fenómeno popular y comercial.
Quién es Fernando Carrera: Guadalajara, México, 1983. Es autor de los libros de poesía Expresión de fuego (Mantis Editores-Sec. de Cultura, 2007) y Donde el tacto (ICA-Conaculta, 2011; “Là où le toucher/ Donde el tacto” segunda edición bilingüe, Mantis Editores-Écrits des Forges, 2015). Recibió el Premio Nacional de Literatura joven Salvador Gallardo Dávalos 2010. Recibió Menciones honoríficas en el Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén 2009 y en el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta 2006. Becario del Programa de estímulo a la creación y al desarrollo artístico, del Conaculta y la Secretaría de Cultura de Jalisco en 2008-2009 y en 2010-2011. Ha publicado en diversas antologías y en medios impresos y electrónicos a nivel nacional e internacional.