Ernesto Rafael Díaz Parraguirre y Remigio Díaz Parraguirre, de 33 y 34 años fueron secuestrados el 03 de septiembre de 2015 y hallados muertos en el kilómetro 17 de la carretera federal 145, tramo La Tinaja a Ciudad Alemán, en el municipio de Tierra Blanca, Veracruz.
Por Miguel Ángel León Carmona
Ciudad de México, 10 de febrero (SinEmbargo/Blog Expediente).– Hace tres meses los dos hijos de la señora Parraguirre fueron hallados calcinados en Tierra Blanca, Veracruz. Desde entonces no les han querido entregar las osamentas, mismas que la madre logró reconocer.
“Ya hasta compré los ataúdes, pues el mismo Fiscal me aseguró que en 24 horas me iba a llamar para recogerlos. Pero marco y marco y nomás suena la contestadora”.
Fue el martes 15 de diciembre de 2015, cuando la familia recibió la funesta noticia:
“Señora, encontramos dos cuerpos entre los cañales que simulan las características que usted rindió en la denuncia sobre sus hijos. Las ropas ya están chamuscadas. Ya nada más queda el puro esqueleto”.
A la madre le fueron presentados sobre la gélida plancha del Servicio Forense de Tierra Blanca, ropas con características idénticas a las dictadas en el expediente 581/2015/MV. No hubo manera de mirar los rostros de sus finados por última vez. La carne ya se había consumido por el fuego que ardió entre cañaverales. Quedaban solamente piezas óseas retorcidas y talladas de tizne.
Se trata de los hermanos Ernesto Rafael Díaz Parraguirre y Remigio Díaz Parraguirre, de 33 y 34 años. Ambos fueron secuestrados el 3 de septiembre de 2015 y hallados muertos en el kilómetro 17 de la carretera federal 145, tramo La Tinaja a Ciudad Alemán, en el municipio de Tierra Blanca, Veracruz.
La familia lleva esperando por tres meses los restos de los suyos, con féretros abiertos y veladoras apiladas. Aguardando a que se cumpla la palabra del Fiscal terrablanquense, Marco Favio Zavala Quintero o el actuar de Rosario Zamora González, directora del Centro de Atención a Víctimas del Estado. “No peleamos nada, lo que queremos es que ya nos los den. Para sepultarlos, aunque sea”.
“TENEMOS MIEDO»
La señora Parraguirre, tomada del brazo de su esposo, dicta ante elementos del departamento de Análisis e Indicios de la Gendarmería Nacional, la manera en que privaron la libertad de sus dos hijos y luego en la que fueron asesinados. Buscan el respaldo federal para recuperarlos y poder ofrecerles la cristiana sepultura.
Una vez terminado su reporte, declaran que se valen de la confianza que otorgan los padres de los cinco jóvenes desaparecidos de Playa Vicente y deciden hacer pública por primera vez su historia. Como publica Pablo Ferri, corresponsal en México del diario El País: “Es extraordinaria, en todo caso, la reacción de los familiares, su movilización, la capacidad de atracción mediática”.
Se apoyan, pues de esta labor de los padres de Playa Vicente y relatan los sucesos trágicos a la prensa, iniciados la tarde del 3 de septiembre de 2015. La última vez que se le vio con vida a los hermanos Rafael Díaz Parraguirre y Remigio Díaz Parraguirre. Oriundos de Mata Clara, Cuitláhuac, Veracruz.
EL ÚLTIMO DÍA DE LOS HERMANOS
Ernesto Díaz, chofer de transporte cañero, salió acompañado de su hermano Remigio Díaz a finiquitar un negocio, así reportaron a la madre antes de emprender su camino hacia la muerte.
Encendieron su carro, un Chrysler 300m color arena en punto de las 19:00 horas. Ernesto, el más chico de los dos, despidió a sus tres hijos de 2, 4 y 12 años, al igual que a su cónyuge antes de pisar el acelerador. Mientras, Remigio solicitó la bendición de su señora madre. Su pronóstico, dijo era regresar a las primeras horas del día siguiente.
El miércoles 4 de septiembre amaneció y no hubo regreso de los hermanos. Entonces los nervios asediaron a los familiares. El clima en la casa de los padres se volvió glacial cuando la esposa de Ernesto llegó azotando puertas y entre lágrimas lanzó su corazonada: “Ya me cansé de llamarle y nada, no me contesta. A mí se me hace que a estos ya los quebraron”.
Los días pasaron y las esperanzas de encontrarlo vivos se agotaban. No hubo noticias sino hasta el sábado siete de septiembre, 96 horas después de la doble ausencia. El teléfono de la mujer de Ernesto Díaz sonó a las 19:00 horas, una voz tenebrosa resonó. “Pendeja, no busques a tu marido porque ya está muerto. Mañana lo vas a encontrar en el libramiento de Cuitláhuac”.
El mensaje de la voz emitida en el teléfono fue expuesto a los padres de los levantados. Inmediatamente el señor Díaz salió a buscar los cadáveres de sus hijos. La búsqueda inició desde las cinco de la mañana. “No dormí para nada esa noche. Ya quería que ya amaneciera para ir por ellos. Pero los busque en las calles, por todos lados, se lo juro y nada”.
La muerte de los dos hermanos que parecía una llamada en falso o una broma de mal gusto, fue notificada tres meses después. La comandancia de Tierra Blanca lo confirmó. “Señora, encontramos dos cuerpos entre cañales que simulan las características que usted rindió en la denuncia sobre sus hijos. Las ropas ya están chamuscadas. Ya nada más queda el puro esqueleto”.
“ERAN MIS HIJOS»
La madre, al escuchar la noticia trágica, acudió enseguida al Servicio Médico Forense. Su esposo no pudo enterarse al momento, pues realizaba sus labores como campesino, sembrando caña. La acompañaron entonces tres mujeres de su familia. Todas entraron al anfiteatro. Las cuatro carearon a la muerte expuesta en planchas de metal.
La osamenta de Remigio Díaz fue la primera en ser reconocida, “Ya nomás vi su pura ropa y sus huesitos. Imagino que fue la parte del brazo y de las piernas porque estaban largos. Supe que era Remigio por sus botas cafés de la marca Jeep que llevó puestas”.
En cuanto a los restos de Ernesto Díaz, la madre se enfrentó ante un cuerpo calcinado en mayor proporción. No pudo reconocer en él los zapatos cafés marca Quirelli que llevaba consigo. Aparentemente sus pies fueron los primeros en arder, en desintegrarse, pues sus calcetines estaban adheridos a los maléolos de los tobillos.
“Yo estaba fuerte. Le pedí a mi señor que me permitiera aguantar. Sí me puse mal porque soy diabética. Pero también se me quitó un peso de encima. Finalmente los había encontrado, ahora me faltaba enterrarlos”.
“MAÑANA SE LOS ENTREGO”
“De hecho yo mandé a arreglar todo para el sepelio. Mis hijas escombraron la casa. Mi esposo pagó las cajas que ahí están puestas todavía. Pagamos las fosas en el panteón de Mata Clara, lo único que nos faltan son los hijos”, comparte la señora Parraguirre, mientras aprieta cada vez más fuerte el brazo de su esposo, en señales de impotencia.
De acuerdo a la declaración de la madre, esta vez ante la Gendarmería Nacional, Marco Favio Zavala, accesible se mostró ante los hechos y entonces sugirió: “Vayan y arreglen de una vez lo de la funeraria que a más tardar en un día se los entrego”.
Lo pactado fue que los cuerpos serían trasladados a la capital del estado para someterlos a pruebas de autenticidad y que la entrega de osamentas se llevaría a cabo al día siguiente, el 16 de diciembre de 2015, alrededor de las 18:0 horas. Una llamada recibirían para ser notificados.
Los padres se marcharon entre llantos, tristes por el irreversible final de sus hijos, pero consolados de que podrían descansar en sus propios nichos. Custodiados por imágenes religiosas. Absueltos con agua bendita para, solo así, encaminarse a un reino celestial, es la creencia de los padres al recuperarlos.
«LA ENTREVISTA QUE SE VIO INTERRUMPIDA»
La entrevista con los señores Díaz y Parraguirre estaba en su desenlace, marchaba el minuto 41:55 en la grabación 0023-TB, la Gendarmería ya había terminado sus labores para entonces. Fue cuando Marco Favio Zavala, Fiscal terrablanquense interrumpió el cuestionario.
“Permíteme a los señores un minutito, por favor. No vamos a tardar. Ahorita te los traigo”.
Los padres se dirigieron al interior del M.P. charlaron en una oficina a puerta cerrada, en presencia de Rosario Zamora González, directora del Centro de Atención a Víctimas del Estado, quien recién llegaba a dar avances de la investigación a los padres de los cinco desaparecidos de Playa Vicente. Un reporte que por cierto, duró cuatro minutos. No más. “Seguimos trabajando”, se escuchó.
Mientras tanto, el minuto solicitado por Marco Favio Zavala, se convirtió en 1, 2 y 3 horas. Nunca regresó como prometió a los padres al sitio de trabajo, a la mesa de empresa cervecera en donde se escribe en el campamento desde el 12 de enero.
El Fiscal mandó a los padres a su natal Cuitláhuac. Sin espacio para terminar la entrevista. Sin oportunidad de agradecer la valentía de los padres. Quizá la precipitación por regresarlos a casa y en silencio fue para entregarles los restos de sus hijos.
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