El estreno este viernes del reciente filme del cineasta inglés ofrece una mirada particular hacia el legendario director ruso, una de sus obsesiones
Ciudad de México, 20 de enero (SinEmbargo).- Nadie podrá decir nunca que el cineasta británico Peter Greenaway no sabe hacer películas. Por el contrario, su apuesta estética se duplica en cada filme y en la historia del arte contemporáneo, hay joyas de su terruño, por caso El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante y El vientre del arquitecto, entre otros.
Nacido en 1942, el director, guionista y productor, es un amante y practicante consumado de las artes plásticas; estudió pintura en el Walthamstow College of Art e ingresó al séptimo arte a edad temprana, en 1965.
Sus trabajos tanto documentales como de autor conjugan experimentación y documentalismo, estructura minimal y sistemas de organización. Sus discursos están siempre nutridos por preocupaciones filosóficas y sorprendentes teorías estéticas.
Tanto material, sin embargo, han quitado muchas veces sustancia a sus películas, sustancia cinematográfica, decimos. Lejos de contar historias o de proponer enigmas, las obras de Greenaway se caracterizan en general por una propuesta visual muy sofisticada que rebotan en un vacío que suele dejar al espectador desorientado y hambriento.
UNA DE SUS OBSESIONES
Una de las obsesiones del célebre Greenaway es el legendario cineasta ruso Sergei Eisenstein (1898-1948), autor de obras paradigmáticas como El acorazado Potemkin y ¡Que viva México!, y así lo ha dejado claro en su reciente Eisenstein en Guanajuato, que ha venido a presentar a nuestro país.
La película, estrenada en la pasada edición de La Berlinale, ofrece una polémica visión de la figura del creador ruso, haciendo centro en el despertar de su homosexualidad, cuando se enamora de su guía mexicano –personaje muy bien encarnado por el joven Luis Alberti-, mientras ve derrumbarse su proyecto de ¡Que viva México!
El filme de Greenaway, con jugadas y explícitas escenas de sexo, parece por momentos un trabajo de Robert Mapplethorpe (1946-1989) por esa tendencia a fotografiar órganos sexuales masculinos.
Los planos envolventes, el ojo de la lente que expande la película y la hace por momentos salirse de la pantalla, constituyen otro buen filme de Peter Greenaway en lo que a capital visual se refiere.
«El enfoque habitual de Greenaway es perfecto para este material y externaliza constantemente las ideas del director sobre la vida y obra de Eisenstein y la manera en la que los dos directores están conectados», ha dicho Boyd van Hoeij, en The Hollywood Reporter.
Sin embargo, este biopic a gusto de una figura tan trascendente como inolvidable del cine del siglo XX, resulta a veces difícil de soportar sobre todo por la excesiva libertad que se dio Greenaway al intentar definir lo que seguramente era un tono extravagante y al punto siempre de desbordarse en la personalidad del cineasta ruso
Especie de mariquita loca, acomplejado por su cuerpo obeso y desproporcionado (inútiles maniobras del delgado actor finlandés With Elmer Bäck por parecer gordo), el Eisenstein de Greenaway es reducido a menudo en una especie de payaso que da vueltas alrededor de una cama, de una mesa, con un ritmo compulsivo y desquiciado.
Nadie pide en este punto una fidelidad hagiográfica que nos ayudara a ver “la verdad” inexistente de una figura tan enigmática como portentosa de la cultura del mundo, pero es precisamente ese dibujo como de cómic con que Greenaway relata el ser del director lo que obstaculiza el entramado de su polémico filme.
¡Qué viva México! (1930-1932), como sabemos, fue una película inconclusa, valorada no obstante como una joya del cine de todos los tiempos y fue producida por el novelista estadounidense Upton Sinclair (1878-1968).
Con imágenes reales de los personajes descritos, Greenaway agrega un tono documental a su película y no evita las limitaciones culturales que como buen europeo arrastra en el intento de describir el México post-revolucionarios, que son las mismas que en su momento cultivó el propio Sergei Eisenstein.
“Parte de sus ideas sobre el séptimo arte (las de Eisenstein), contenidas en el libro El sentido del cine (1941), están dedicadas a su observación de la República Mexicana: “Se vive en el siglo veinte pero las costumbres y los trajes son medievales”, escribió al conocer el derecho de pernada, los rituales, las fiestas. “Día de los difuntos en México. El día de mayor diversión y regocijo. El día en que México provoca a la muerte y se ríe de ella.” Le intrigaron los dioses prehispánicos y a las deidades de Yucatán las describió como “espantosas”. Sobre el imperio de las pirámides anotó: “Un mundo que fue y no existe más.”, escribió nuestra experta Rosalina Piñera en su columna habitual sobre cine.
Este viernes 22 se estrena Eisenstein en Guanajuato, la oportunidad para dirimir lo que el crítico de Variety, Peter Debruge ha descrito como “un biopic anti-convencional, extravagante y delirantemente profano, que podría necesitar que pasasen décadas para ser debidamente apreciado». Hay que verla.