Jefas del narco en México: Fajadas y sin silicona

26/01/2016 - 12:02 am

Si se piensa en las mujeres involucradas con el narcotráfico, la memoria acude de inmediato a un rostro de bellas facciones decoradas con largas pestañas postizas y una gruesa capa de maquillaje; a un cuerpo casi perfecto de nacimiento, y perfecto luego del bisturí. Pero el crimen organizado mexicano es un mundo más diverso que el de los estereotipos y en él también existen mujeres cuyas historias no son rosas ni salidas de alguna novela o telenovela inverosímil. Algunas son empresarias y pistoleras fajadas que han caminado en un mundo al que también lo define el machismo. SinEmbargo posee copia de los expedientes completos de algunas de esas narcas, las que para valer no ocuparon un gramo de silicona.

la Canti Y Su Historia Foto Especial
la Canti Y Su Historia Foto Especial

EL TESORO DE “LA CANTI”

Ciudad de México, 26 de enero (SinEmbargo).- La noche del 14 de abril de 2007 todos irían al Club Fifty Seven, el nuevo bar de Cantalicia Garza Azuara, enclavado en el centro de Reynosa, Tamulipas, ciudad de paso a Estados Unidos y también a la otra vida.

El nombre del lugar no dejaba lugar a dudas: la pistola belga 5.7, la five seven, aunque más vale referir el apodo dado que a ese kilo de acero dieron policías y criminales mexicanos: “La Mata Policías”.

Los socios de “La Canti” lo sabían bien pues, con frecuencia, compraban armas con demostrada capacidad de atravesar chalecos antibalas. Y al bar Fifty Seven llegarían todos “los pesados” –así fueron calificados en una llamada anónima que proporcionó la información a la Policía Federal–: Juan Óscar Garza Azuara, un intermediario de droga traída de Colombia y de marihuana sembrada en Michoacán. Debería llegar también su hermano Josué y, seguramente, arribaría Gregorio Sauceda.

Todos se sentarían a escuchar cantar y ver bailar a una mujer que, como a los demás, no le son ajenas las prisiones y extradiciones: la cantante Gloria Trevi, la misma mujer que enloquecía a Amado Carrillo Fuentes, “El Señor de los Cielos”.

Los policías mexicanos no se quedaron con la duda y preguntaron a los agentes de la DEA [la Agencia de Investigación Antidrogas de Estados Unidos] destacados en Reynosa: sí, los hermanos de Cantalicia, Juan Óscar y Josué Garza Azuara sí eran “pesados”. Y entonces, en vez de esperar el concierto y detenerlos a todos, los federales irrumpieron en el lugar antes del evento y sólo encontraron propaganda tirada del concierto de la Trevi.

Y, días después, ya con la fiesta cancelada, a Cantalicia.

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“La Canti” nació en Reynosa y fue bautizada en la fe católica en 1967. Estudió hasta el tercer semestre de la preparatoria. A partir de los 20 años, trabajó como vendedora de ropa en una tienda de McAllen, Texas, donde permaneció cuatro años, cuando decidió abrir su propio negocio. Contrató tres modistas y fabricó vestimenta para niños.

En 2001 o 2002 se enamoró de Ricardo Muñiz, con quien tuvo un hijo y de quien al poco tiempo se divorció.

Luego consiguió una concesión de los teléfonos celulares Cellular One, negocio que abandonó para regresar al de la maquila. Fiel a su espíritu comerciante, continuó con venta de joyería de fantasía, tras lo cual su riqueza creció de manera exponencial.

Repentinamente, consiguió un crédito de 18 mil dólares del Lone Star Bank para abrir un restaurante en McAllen al que llamó Mi Ranchito, negocio del que dijo obtener 8 mil dólares mensuales de ganancias. También instaló una estética atendida por su madre.

¿Y el bar? Ella misma lo explica:

“Apenas íbamos a inaugurar la discoteca 57 (…) Renté el local con una mensualidad de 5 mil dólares. Íbamos a presentar a Gloria Trevi, a quien contraté a través de una agencia. Cerramos el trato hace dos semanas en el mismo lugar y di un anticipo de 180 mil pesos en efectivo, al igual que el resto, otros 180 mil pesos”.

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Los gobiernos de México y Estados Unidos sostienen que “La Canti” no sólo proveía sitios para el lavado de dinero a los traficantes, sino que ella misma lo era.

“Karen”, un ex zeta convertido en testigo colaborador de la policía con ese nombre clave, tejió en su testimonio de junio de 2007 la vida y muerte de zetas, kaibiles guatemaltecos, torturas y ejecuciones de sinaloenses enemigos con “La Canti”:

“Cantalicia tiene la función específica de mover dólares en muy grandes cantidades y esconderlos en inmuebles o bodegas que adquiere o renta; tiene contactos muy cercanos en la aduana de Reynosa que le permiten pasar con toda facilidad equipo táctico militar, armamento, vehículos y uniformes de Estados Unidos a México».

“La primera vez que la vi, a principios de 2005 (…), fue con motivo del pesaje de unos paquetes de marihuana y del conteo de unos tambos con ice, droga que era propiedad de La Compañía (…); también la vi en Lázaro Cárdenas, Michoacán, a donde nos enviaron a tomar la plaza. Ella es el brazo derecho de ‘El Barbas’ [Arturo Beltrán Leyva]”.

Otro testigo protegido, “Édgar”, confesó que “La Canti” pasaba con frecuencia de McAllen a Reynosa con maletas llenas de dinero y joyas. Siempre lo hacía con la camioneta Nissan Armada llena de mujeres, incluso alguna vez utilizó a una embarazada, y a niños para pasar desapercibida.
Cantalicia y Ricardo Muñiz no se separaron del todo. Muñiz mantuvo relación de negocios con su ex esposa y sus ex cuñados. De hecho, Muñiz se convirtió en uno de los principales testigos de cargo en el juicio contra Cantalicia en una corte texana.

Tras ser detenido en Mission, Texas, con 30 kilos de cocaína, dio información fundamental para fortalecer los cargos de tráfico de droga y lavado de más de millón y medio de dólares contra su ex mujer.

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Cantalicia y sus hermanos fueron detenidos, según el reporte oficial de la Procuraduría General de la República (PGR), el 17 de abril de 2007.

La longitud de pie de “La Canti” –ni un milímetro más ni un milímetro menos– es de 22 centímetros. Pesa o pesaba cuando la detuvieron 53 kilos y mide 1.54 metros. Su piel es blanca, su frente mediana y sus ojos café oscuro, al igual que su cabello, aclarado con luces de salón de belleza.

Tiene labios delgados y una cara afilada, rematada por un lunar redondo en el mentón. Depiló sus cejas hasta desaparecerlas y, sobre su rastro, pintaba con crayola largas líneas oblicuas. Su mirada, frente a la cámara de la policía que la fichó, irradiaba una tristeza reposada.

Cantalicia enfrentó cargos por delincuencia organizada, lavado de dinero y narcotráfico. Otra acusación en su contra corrió a cargo de un ex militar, ex policía municipal de Nuevo Laredo y ex zeta convertido en testigo protegido por el Gobierno mexicano.

La lista de objetos incautados en las tres casas relacionadas con “La Canti”, además del bar Five Seven, está detallada en el expediente 97/2007-3, del que este medio también posee copia.

En un bote de basura, los policías encontraron mariguana, y en un cuarto contiguo, una caja fuerte repleta de cocaína. No para la venta, sino para consumo personal. También decenas de teléfonos y radios.

Se incautó también una camioneta Durango negra, en cuyo interior había cartuchos de armas de fuego, cargadores, una máquina para empacar al alto vacío y los documentos de la contratación de Gloria Trevi.

En una de las habitaciones se encontró una pistola escuadra calibre 5 .7x 2.8. También dos Pietro Beretta y una Colt .38. Al lado, un rifle AK-47 y cajas de balas.

Una gorra verde, cuatro máquinas para contar dinero y un contrato de prestación de servicios celebrado entre TV Azteca y una mujer llamada Flavia Azuara. Escrituras y títulos de propiedades.

En otro espacio, los federales se toparon con decenas de bolsas llenas de cocaína y marihuana. También con un arsenal: miles de balas calibre .22 Mágnum expansiva –un raro tipo de munición–, nueve milímetros, diez milímetros, .38, .40, AR 15, 30-30, algunas con punta blanda para destrozar apenas hagan contacto y 5.7, la five seven.

En las cocheras se localizaron un auto BMW y una camioneta Jeep. Dos Suburban, una Nissan Pathfinder Armada, una Touareg, una Grand Cherokee Laredo, una Hummer H2 –la más grande en el mercado–, un Audi, una camioneta Chrysler Pacifica, un BMW, una Ford Lobo 4×4, una camioneta Escalade y otra Dodge Durango.

Pero no hay princesa sin un cofre de joyas. Y el de “La Canti” resultó excepcional: 18 relojes marcas Cartier, Rolex, Piaget, Bvulgari, Lancaster, Waliham y Seiko, casi todos de oro con piedras preciosas incrustadas.

Veintidos gargantillas y cadenas de oro con eslabones, figuras de elefantes y con cruces, figuras prehispánicas, ecuestres, herraduras, monedas y corazones, varias incrustadas con piedras preciosas.

Un rosario metálico de color gris.

Diecisiete anillos en forma de flor, con piedras, algunos de marca Bvulgari y otros con formas talladas, por ejemplo, una herradura.

Veintidos esclavas de metales preciosos, adornadas con piedras y figuras de elefantes, niños y osos.

Once cadenas con formas prehispánicas, monedas y piedras brillantes; 18 dijes de metales preciosos con formas de ángeles, Jesucristo, elefantes, pirámides, ancianos y mujeres, excepto dos: uno de éstos con la figura de un tigre.

Diez pares de aretes de oro, algunos con monedas, otros de marca Bvlgari y unos más con piedras preciosas o formas de elefantes; 16 monedas de oro de diversos tamaños y 10 pedazos de oro.

El valor del tesoro, según el avalúo de la Procuraduría General de la República: 4 millones 931 mil pesos.

“La Canti” aún se encuentra presa en México.

Vive en la prisión femenil de Santa Martha y, durante años, fue vecina de Sandra Ávila Beltrán, “La Reyna del Pacífico”.

Pero, a diferencia de ella, el Gobierno mexicano cuenta con más elementos para procesarla, aunque, como consta en un documento firmado por la ex Canciller Patricia Espinosa, concedió su extradición a Estados Unidos.

LA SEÑORA NACHA

Para imaginar a Ignacia Jasso, “La Nacha”, hace falta pensar en una mujer convencional caminando por los pasillos de cualquier mercado popular mexicano en los años 20 del siglo pasado: tan pequeña como redonda, vestida con telas estampadas, zapatos cerrados y peinada con un apretado chongo que estiraba su cara morena y ancha.

Pero, en el silencio de esa mujer introvertida, casi taciturna, en realidad había un espíritu excepcionalmente sagaz, astuto y adelantado a su tiempo: “La Nacha”, además de ser madre amorosa y católica caritativa, entendía perfectamente el valor de la violencia para lograr el control del tráfico de heroína, morfina y opio de Ciudad Juárez, Chihuahua, a Estados Unidos y tener en orden los “picaderos” de su propiedad en que se refugiaban los soldados estadounidenses a quienes despreciaba con profundo resentimiento nacionalista.

“La Nacha” estaba de lleno en el negocio de las drogas desde 1927 o 1928 –andaría cerca de sus 30 años– y, de la preocupación que causaba a las autoridades quedó constancia en las cartas intercambiadas respecto a ella entre el Gobernador de Chihuahua y el Alcalde de Ciudad Juárez, 80 años antes de que esta ciudad se convirtiera en una masacre intermitente.

Durante los 40, “La Nacha” y otra mujer de las drogas de esa época, María Estévez “Lola La Chata”, originaria de la Ciudad de México y emigrada a Juárez, aprovecharon la interrupción del flujo de opiáceos asiáticos hacia Estados Unidos por la Segunda Guerra Mundial. Así que surtieron los mercados de Detroit, Chicago y Nueva York. Desde entonces entendieron lo que, en la mitología del narcotráfico se presume una regla: no consumían nada de lo que vendían.

“La Nacha” sacó del juego del contrabando de la amapola a sus fundadores, los chinos y, en una sola maniobra, en 1947, ordenó el asesinato de 11 de ellos.

La procesaron, pero salió libre absuelta.

“La Nacha” no gustaba. Y no gustaba por ser mujer. Tal vez por eso la parte visible de la empresa era su marido, Pablo González “El Pablote”, un hombre mujeriego y pendenciero que perdió la vida en un pleito de cantina que terminó en un duelo a tiros con un policía municipal del pueblo.

La viuda no se amilanó. Quienes de ella han escrito refieren constantes conjuras en su contra, pero la narca llegó a vieja y murió en algún momento de los 70. Vivía en un vecindario de obreros en que era amada y protegida.

Quiso dejar su empresa a sus hijos, pero ninguno heredó sus habilidades. Algunos de sus nietos y bisnietos han deambulado en la frontera y las cárceles por traficar heroína y morfina.

Acaso en ese mundo sobresalió uno de sus nietos, Héctor González “El Árabe”, bebedor y peleonero como el abuelo “Pablote”, quien terminó con su vida al estrellar su auto a toda velocidad. Ahí quedó interrumpido el linaje familiar que, en términos de empresa, sería tomado por Amado Carrillo Fuentes “El Señor de los Cielos”, cuyo apodo fue pretexto para nombrar una serie de televisión habitada por mujeres del narco de cejas levantadas por el drama y los senos por la silicona.

ANGÉLICA, “LA ABUELITA”

–¡Te va a cargar la chingada, pinche vieja chapulina! –la insultó Osiel Cárdenas Guillén [ex líder del Cártel del Golfo].

A los pocos minutos, esa noche de 2000 –a mediados o fines, tal vez, de agosto de 2001, pues no hay coincidencias sobre esta fecha en el expediente– la casa de Angélica Lagunes Jaramillo estaba invadida por zetas.

–¡No pagas cuota, cabrona! –siguió Osiel, enrojecido por la furia, en referencia al contrabando de alcohol, perfumes, coca y marihuana que hacía la mujer como empresaria independiente.

El narcotraficante la tomó por el cabello y la arrastró por su propia casa, ocupada por 18 hombres, entre ellos el jefe de escoltas de Osiel, Arturo Guzmán Decena, el militar de las fuerzas especiales fundador de Los Zetas.

Los ex militares se distribuyeron en busca de cocaína y marihuana, pero sólo encontraron joyas y dinero. La mujer se quejaría de que le estaban robando, pero los hombres respondieron que no la despojaron de nada, sino que convinieron con ella el pago de 20 mil pesos a cada sicario presente en su casa por concepto de “multas”, lo cual ella cumplió.

Entre ellos también estaba Omar Lorméndez, “El Pitalúa”. Así fue, en ese momento, que se conocieron éste y Angélica.

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Angélica Lagunes Jaramillo nació en 1959 en un caserío arenoso, caliente y húmedo de Tlachapa, Guerrero. Tercera de siete hermanos e hija de un camionero, la menor parte de las veces; campesino, casi todo el tiempo, que vivía de cosechar mangos vendidos por su esposa.

Creció en una casa con paredes de adobe y techo de tejas, en cuyo interior se acomodaban cuatro catres, una mesa y un fogón. La ranchería, en ese tiempo, carecía de agua y energía eléctrica. La familia se las arregló con la plata y logró dar a la niña educación primaria y secundaria, preparación continuada en una preparatoria del Distrito Federal gracias al hospedaje y apoyo de un tío paterno asentado en la capital del país.

Angélica desertó de la escuela y consiguió algún trabajo de tipo secretarial en el periódico La Prensa. A los 20 años, se casó con el propietario de un hotel de Naucalpan, Estado de México, de quien pronto quedó embarazada.

Por diversas circunstancias, la muerte la convirtió en la mayor de sus hermanos: el más grande murió en un accidente automovilístico y el segundo en un asalto ocurrido cuando portaba la nómina del sitio en que trabajaba.

Éstos no serían los últimos sepelios en los siguientes años de Angélica. A los tres años de casada, embarazada de su hija Ana Bertha, una bala perdida topó con su marido.

Ante el inminente regreso a la pobreza, Angélica vendió el hotelito de Naucalpan y decidió hacer vida en Estados Unidos. Antes regresó a Guerrero y dejó encargados a sus hijos con su madre. Tomó camino al norte, pero no logró cruzar la frontera y se asentó en Matamoros.

Mujer de lucha y con algunos recursos, estableció un negocio de alimentos y vendió oro y perfumes. Tras nueve años, compró su casa y logró llevar a su hija menor. El varón no quiso cambiar el trópico guerrerense por el desierto tamaulipeco.

Su hija concluyó la carrera técnica en trabajo social y ella, Angélica, a los 43 años de edad, todavía se enamoraría nuevamente de un hombre 15 años menor que ella.

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Pero, ¿cómo era Angélica Lagunes Jaramillo?

La batería de pruebas psicométricas aplicadas en prisión ofrecen una descripción de la mujer que amó a Los Zetas. Las siguientes palabras son tomadas de su diagnóstico psicológico al momento de ingresar a la cárcel:

“Presenta una emotividad generalizada y excesiva y comportamiento de búsqueda de atención en diversos contextos. Se siente incómoda cuando no es el centro de atención a lo que responde haciendo actos dramáticos (como llorar sin control)”.

“Sus aspectos y su comportamiento es inapropiadamente provocadora y seductora (sic), su expresión emocional es superficial y rápidamente cambiante, lo que la lleva a hablar [de manera] subjetiva y carente de matices. Presenta dificultades para alcanzar intimidad emocional en sus relaciones por lo que juega el papel de víctima en las diferentes parcelas de su vida”, dice el perfil.

“Refiere provenir de una familia donde la madre es idealizada y el padre lejano y ausente; su educación fue tradicionalista por lo que ella sobrevalora el valor real del dinero que es lo que utiliza como herramienta para esa búsqueda de atención y para demostrarle a su madre que ella también puede sobresalir siendo mujer”, agrega.

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El negocio de Osiel Cárdenas Guillén era puntual: en Matamoros, nadie más que él podía hacer negocios ilegales. Así que parte del trabajo era cobrar derecho de piso a las prostitutas paradas en la calle Diez, identificar sitios de venta de alcohol contrabandeado y allanar con violencia casas de venta de drogas sin su permiso ni abasto.

“¡Tamaulipas es mi plaza!”, proclamaba a cada oportunidad el hombre de 33 años de edad surgido de un taller mecánico.

A mediados de 2000, la información recibida sobre una mujer restaurantera que, además, vendía licores, marihuana y cocaína sin su autorización era inequívoca.

La dirección, en la calle Álvaro Obregón, conducía a la casa de Angélica. Y Osiel personalmente decidió hacer la visita con su estado mayor.

Y así, el líder narcotraficante y su grupo más cercano allanaron la casa de la guerrerense. Esperaron la oscuridad y, a las ocho de la noche, tocaron la puerta. Angélica abrió y, pronto, la casa se llenó de hombres armados.

A empujones, la mujer subió a una camioneta que arrancó hacia una casa de seguridad, donde Osiel y Eduardo Costilla –actual líder de El Golfo y enemigo acérrimo de Los Zetas– conversaron durante dos horas con Angélica.

–Vas a rentar casas para mí –ordenó el jefe–. Te tengo investigada y te puedo matar a ti y a tu familia –advirtió, según el relato de la propia Angélica.

“Le dije que sí le ayudaría y esto lo hice, por miedo, aproximadamente 10 veces –hay quienes dijeron frente al juez que fueron 40–. Ellos me decían qué casa rentar y a qué empresas de bienes raíces debía ir y lo hacía”, declaró alguna vez.

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Cuando salieron de la casa de seguridad, Angélica dio datos precisos de un vehículo, su ubicación y el hombre que lo conducía. Lo buscaron y, a los pocos minutos, regresaron con un tipo. Revisaron el auto y encontraron 30 kilos de droga propiedad de la mujer. Aceptó que se la incautaran y la relación prosperó.

A los pocos meses, aparentemente sólo tres, Los Zetas tenían un nuevo restaurante favorito, el de Angélica, y ella más trabajo: pasaba la garita con droga del cártel y regresaba con dinero. Su hija Ana Bertha, de acuerdo con los testimonios, también.

La nueva amistad se profundizó al grado de que Angélica participó en el movimiento de “la polla” de Los Zetas. “La polla” era una cooperación hecha entre ellos, autorizada por Osiel, para adquirir droga colombiana que entraba al país vía aérea por Guatemala y era depositada en Oaxaca.

En cada vuelo de ese tipo se adquirían hasta 450 kilos y cada participante decidía qué hacer con su droga: tenía la opción de venderla en el territorio mexicano o hacerlo en Estados Unidos, con mayores ganancias, pero asumiendo mayores riesgos.

Esa droga, la de los primeros embarques que convirtieron a Los Zetas de simples mercenarios en empresarios trasnacionales, era depositada en la confianza de Angélica.

La relación fructificó aún más. Guzmán Decena se hizo de una nueva y joven novia, Ana Bertha, la hija de Angélica.

Sobre el asunto declaró otro ex zeta: “Ana Bertha tuvo un hijo con Z-1. Él tenía bastantes atenciones con ella y con Angélica. Las dos conseguían uniformes consistentes en camisola, pantalón, botas, playeras, guantes, pasamontañas, gorras, fornituras, todas de color negro para uniformarnos cuando había que hacer un operativo.

“Después de que murió Arturo Guzmán Decena –abatido por el Ejército en el restaurante de Angélica, donde bebía alcohol e inhalaba droga–, Osiel Cárdenas Guillén acordó que el pago de las quincenas de Arturo se lo repartieran a sus tres viejas, entre ellas Ana Bertha”.

No sólo esto. En 2002, “El Pitalúa” buscó a su jefe. Ceremonioso, pidió permiso para ausentarse dos semanas del trabajo.

–¿Para qué quiere 15 días? –preguntó Guzmán Decena, siempre marcial en esas situaciones.

–Me voy a casar.

–¿Con quién se va casar?

–Con la señora Angélica Lagunes –respondió en referencia a la suegra del hombre con el que hablaba.

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Osiel Cárdenas fue detenido en marzo de 2003 y, sin protección, madre e hija se debilitaban. En mayo de ese año, Angélica volvió al Distrito Federal, según ella, para visitar a su madre enferma y hospitalizada.

Fue detenida y la Procuraduría General de la República le ofreció convertirla en testigo protegido con la clave de “Roberta”. No aceptó.

Entonces la internaron en la cárcel para mujeres de Santa Martha y recibió una condena de 20 años de prisión y una multa de 256 mil pesos.

Ahí sigue. En el penal federal de Puente Grande se encuentra recluido “El Pitalúa”. Hay quien dice que nunca han dejado de cartearse.

Hubo un último funeral en la vida de Angélica, pero a ese no pudo asistir. Sólo le quedó el dolor y suponer la escena de flores y lamentos.

En 2007, en Matamoros, su ciudad adoptiva, alguien asesinó a su hija Ana
Bertha.

MARÍA ANTONIETA, “LA GENERALA”

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la Generala Un Enlace Entre Las Mafias Mexicana Colombiana Dominicana Mexicana Y Mexicoamericana Foto Especial

El polvo y el calor cubren a Tamaulipas en junio de 2000. Dos estadounidenses cuya segunda nacionalidad es la del Cártel del Golfo, Joel Recio y Ángel Hernández, saben que la autoridad máxima se llama María Antonieta Rodríguez Mata, una mujer que teje negocios entre las mafias colombiana, dominicana, mexicana y mexicoamericanas.

Los tres se encuentran reunidos en una casa del exclusivo fraccionamiento Las Fuentes de Reynosa.

–Tengo un cargamento de coca. Uno de los pequeños. Necesito transportarlo –dice la mujer, con reposo en la voz y sobrepeso en el cuerpo.

Joel y Ángel asienten.

–¿Cómo y cuánto? –pregunta ella.

–Tengo un amigo que cobra 500 dólares por kilo transportado –responde Recio.

Dos días después, Recio recibe 200 kilos de droga en su casa, en McAllen. Joel y Ángel son parte de la estructura operativa en Estados Unidos de María Antonieta.

Esa misma noche, Joel y Gerardo Jerry García –transportista hasta entonces renuente a ser narcotraficante– empacan nuevamente la droga y la envuelven con cinta adhesiva negra. García es propietario de la compañía de camiones que transportará la droga.

A los pocos minutos, Ángel se apersona y entrega dinero como adelanto del flete.

“Mientras estuve ahí pude ver los paquetes amontonados dentro del cancel de la regadera”, declararía Ángel casi cuatro años después ante un gran jurado de una corte texana.

También daría detalles de su ex jefa.

Si algo le gusta en la vida a María Antonieta Rodríguez Mata son las mujeres, y si algo sabe hacer bien es traficar droga y dinero entre México y Estados Unidos.

Su aspecto físico revela a una mujer que no corresponde al perfil de una “reina” del narco.

Si se atiende a las pocas imágenes disponibles de ella, de inmediato queda claro que de sus hombros nunca colgó una bolsa Louis Vuitton, sino el fusil de asalto que aprendió a manejar en sus años como policía judicial de Tamaulipas.

Si se revisa con atención su biografía, se advierte pronto que la suya no es una vida de pasarela, como lo pudo ser para Laura Elena Zúñiga, la ex Miss Sinaloa en cuya vida se basó la película “Miss Bala”, sino la que puede florecer en la ardiente frontera norte.

El Gobierno de Estados Unidos desplegó su aparato policiaco y diplomático para llevar al banquillo de los acusados a una mujer diferente, de muchas maneras, de Kate del Castillo, la actriz protagonista de la telenovela “La Reina del Sur”, basada en el libro de Arturo Pérez Reverte.

Si los sobrenombres indican algo de quien los recibe, entonces habría que repasarlos para entender de quién se trata María Antonieta: “Comandante”, “Toni”, “La Tía”, “La Toni”, “La Vieja”, “Mandy”, pero, ante todos, el de “La Generala”.

El santo y seña de lo que la DEA conoció de su carrera como contrabandista queda registrado en el expediente de alegato sobre su solicitud de extradición.

En él se lee la letra de un juez estadunidense: “María Antonieta Rodríguez Mata ocupaba una posición como líder de la organización, con base en Reynosa, que transportaba grandes cantidades de cocaína y marihuana en los Estados Unidos”.

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“La Generala” nació el 21 de junio de 1969 en Tampico, Tamaulipas, aunque su vida se construyó, desde su infancia, en Reynosa. Radicó ahí desde el primer año de edad y hasta concluir la secundaria.

Desde entonces, desde antes, sobresalía de manera natural entre el resto de los alumnos por su aguda inteligencia.

Mide 1.65 metros de estatura y es fumadora de tabaco. Hija de un obrero de Pemex, es la menor de sus seis hermanos. Siempre ha negado que consuma drogas ilegales. En cambio, desde un principio, ante su familia, primero, y ante quien fuera, después, aceptó que se enamora sólo de otras mujeres.

Estudió la preparatoria en Saltillo, Coahuila, y derecho en la Universidad Valle de Bravo, en Reynosa, carrera que suspendió a los 22 años para llevar el curso de ingreso a la Policía Judicial de su estado, en donde la admitieron en 1992. Reinició la licenciatura en 1994 y la concluyó dos años después. Permaneció en la Policía Judicial hasta el 1 de junio de 1999.

A diferencia de Sandra Ávila Beltrán, “La Reina del Pacífico”, resulta impensable que “La Generala” buscara la manera de introducir bótox a la cárcel para alisar las arrugas del rostro. Si acaso, existe un gesto de vanidad en la tamaulipeca, que, a la vez, es un propósito de salud: se realizó una cirugía para reducir el tamaño de su estómago y perder peso.

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¿Qué hay en la mente de María Antonieta Rodríguez Mata?

Este es la impresión que causó en el psicólogo que la analizó en una prisión en mayo de 2005: “El nivel de pensamiento es funcional, de curso normal, contenido lógico, coherente y congruente, tipo inductivo”.

“Se trata de una mujer que emerge de un núcleo familiar incompleto debido a que el padre murió hace aproximadamente cinco años [en referencia al 2000]; sin embargo, es con esta figura con la cual se identificó y de la que obtiene efectivamente mayores satisfacciones”, deteerminó.

“Con la madre mantiene también una relación cercana, dependiente. Dentro del contexto familiar y sociocultural en el cual se desarrolló, obtuvo satisfactores que le permitieron conformar su personalidad en apariencia segura de sí misma, pero afectivamente siempre demandando mayor atención y reconocimiento”, expresó.

“Proyectivamente evidencia su yo disminuido y es como mecanismo de defensa que se conduce con un patrón general de grandiosidad, necesidad de admiración y hasta cierto punto preocupada por fantasías de éxito”, según el análisis.

“Su coeficiente intelectual y su rendimiento intelectual le permiten tener una alta capacidad de análisis y síntesis, así como control de sus impulsos”.

“Su actitud social es básicamente convencional, apegada a lo establecido y su rol de grupo es dominante y controlador”, continuó.

“Niega el uso de sustancias tóxicas; menciona únicamente beber alcohol de manera social y esporádicamente. Refiere preferencias de tipo homosexual y relación de pareja actual estable”.

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De los modos y maneras de “La Generala”, en sus tiempos de agente de la Policía Judicial, las autoridades tamaulipecas sabían desde 1996. En junio de ese año, la Comisión Nacional de Derechos Humanos emitió una recomendación al entonces Gobernador para que la investigara por abuso de autoridad.

En 1995, “La Generala”, otro policía mexicano y dos agentes del FBI [El Buró Federal de Investigaciones de Estados Unidos] irrumpieron en el centro nocturno Fiesta Mexicana. Sin documento alguno de aprehensión, pero sí con violencia, sacaron del sitio a un ciudadano estadunidense acusado en su país de posesión de mariguana.

Los judiciales metieron al hombre a la cajuela de su vehículo y lo entregaron al FBI en el Puente Internacional de Hidalgo, Texas, ahí mismo donde “La Generala” hizo los negocios por los que los estadounidenses reclamaron su extradición.

En aquella ocasión, “La Generala” realizó la captura “aparentemente” mediante el pago de 10 mil dólares entregados por los agentes estadunidenses.
Antes de ser llevada al Reclusorio Norte, cuando aún existía ahí un apartado femenil, vivió en la colonia Las Fuentes de Reynosa, en una casa construida, ladrillo a ladrillo, a imagen y semejanza de las típicas de un suburbio texano de clase media alta. La vivienda de María Antonieta contaba con tres recámaras, sala-comedor, cocina, cuarto de servicio, cuatro baños, jardín y garaje para 12 autos.

Al momento de su detención, “La Generala” poseía tiendas de autoservicio, restaurantes, negocios de arrendamiento inmobiliario y un rancho de engorda de reses, porque, como todo buen traficante, explica su riqueza con la bonanza de la ganadería.

Quien conoce bien a “La Generala” dice de ella que es tan inteligente como desconfiada y ambas cualidades las tiene en grado superlativo. También que es solidaria con los suyos. Que habla inglés, que tiene excelente vista y que es capaz de armar un plan en segundos.

La corte federal estadounidense detectó que, “al menos desde marzo de 2000 o alrededor de esa fecha”, la mujer “creó una organización para distribuir grandes cantidades de cocaína y marihuana dentro de Estados Unidos” con operaciones basadas en Reynosa y conectada con McAllen y Houston, Texas, y otras ciudades de Nueva York y Carolina del Norte.

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Miguel Ramón Deolelo conoció en su país, República Dominicana, a una mujer excedida de peso, a quien llamaban Toni, y a la que nada detenía en su intención de cobrar cinco millones de dólares por un cargamento de drogas que alguien le debía en la isla.

En junio de 2000, Deolelo, un abogado y un oficial de narcóticos de Santo Domingo –sus nombres no son identificados en el documento oficial– hicieron escala en la Ciudad de México en su ruta hacia Monterrey.

Ahí los esperaba “La Generala”, “quien iba acompañada de tres oficiales de la ley mexicanos”, detallaría el dominicano, quien se integró a la red para trasladar dinero vía aérea de Nueva York a McAllen y, de ahí, vía terrestre a Reynosa.

En agosto de 2000, Deoleo y otro dominicano volaron de Nueva York a McAllen. Los recogieron en el aeropuerto y los llevaron ante Rodríguez Mata, quien se hallaba en México.

“La Generala” planeaba reforzar su estructura de tráfico de cocaína a Nueva York y recomponía piezas para optimizar el flujo de dinero.

Pocos días después, la hermana de Deoleo voló de Nueva York a McAllen. Era la tarde del 21 de agosto de 2000 y Rubén Espinosa, investigador antinarcóticos del condado de Hidalgo, recibió información de que una mujer llegaría en un vuelo de American Airlines en posesión de dinero en efectivo.

Minutos después, el policía recibió sus rasgos físicos. En la sala de llegadas, identificó a una mujer coincidente con la descripción y la siguió, sin que ella ni el hombre que la acompañaba se percataran.

En el estacionamiento del aeropuerto, Espinosa y otro agente abordaron a los narcotraficantes.

–¿Pueden regresar al aeropuerto para una entrevista?

Ninguno se negó. No había manera de hacerlo.

La hermana de Deoleo viajaba con tres maletas, una mochila negra, una pieza de equipaje pequeña con ruedas y una bolsa negra con correa colgada del hombro.

“Observé varios fardos de dólares en la bolsa de mano y en la maleta con ruedas. También noté en el contorno de su cuerpo bultos rectangulares bajo su ropa. Pedí a una oficial que la registrara y encontró 13 bultos adicionales de dinero en efectivo. La Cantidad total fue de 92 mil 492 dólares”.

Dentro de un bolso café que llevaba el hombre, los policías requisaron 80 mil 272 dólares.

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Los años 2003 y 2004 fueron algunos de los peores para el Cártel del Golfo. Detuvieron a su líder, Osiel Cárdenas Guillén, en Matamoros, Tamaulipas. Otros operadores de primer nivel fueron capturados después, entre ellos Rogelio González, “El Kelín”, y “La Generala”.

“El Kelín” y María Antonieta tenían una historia compartida. Entre 2002 y 2004, él se instaló en Veracruz para recibir droga procedente de Colombia vía Guatemala, que luego enviaba a Texas con la intermediación de ella.

“La Generala” fue detenida el 8 de febrero de 2004 sin intención alguna de ser sometida a proceso penal en México. La Agencia Federal de Investigación la capturó con el único propósito de entregarla a Estados Unidos. Todos los apodos de María Antonieta enlistados por la PGR fueron los mismos y en el mismo orden que los mencionados en la investigación de allá.

El 7 de febrero de 2006, justo dos años después de su entrada a prisión, se le abrieron las puertas de la cárcel de Santa Martha. Por algunos segundos recuperó la libertad, hasta el momento en que un grupo de la PGR la esposó nuevamente para arraigarla durante los siguientes 30 días, recluirla otra vez en la cárcel para mujeres de la Ciudad de México y someterla a un nuevo proceso de extradición.

Estados Unidos no cedía en su propósito de tener a María Antonieta. Y lo logró. “La Generala” fue extraditada el 10 de agosto de 2007.

Después de varios años, la mujer volvió a Texas, justo a donde Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera teme ir extraditado por la posibilidad de que ahí lo espere la inyección letal.

Aunque antes, cayó letalmente enamorado de Kate del Castillo, una actriz que de paso interpretó a una imposible mujer del narco.

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