Esta noche, 21 siglos más tarde, los reyes no podrían llegar al portal. Imagina: un afgano, un iraquí y un iraní tratando de cruzar fronteras en camello, cargados de sustancias misteriosas, y teniendo como punto de llegada la Cisjordania ocupada. Jesús, hoy, se quedaría sin regalos.
Por Carmen Rengel
Ciudad de México, 6 de enero (SinEmbargo/The Huffington Post).- Hace 2016 años tres magos maravillosos se postraron ante el nuevo rey del mundo, un bebé que imaginamos enclenque por las penurias pasadas por su familia, un judío nacido en Palestina de piel aceitunada y padre divino. Llegaron desde Oriente, dice la tradición, siguiendo una estrella que les marcaba el camino hasta el humilde pesebre de Belén.
Este día el mundo católico recuerda el momento, la Epifanía. Pero hoy sólo sería eso, memoria, añoranza, tradición. Esa noche, 21 siglos más tarde, los reyes no podrían llegar al portal. Imagina: un afgano, un iraquí y un iraní tratando de cruzar fronteras en camello, cargados de sustancias misteriosas, y teniendo como punto de llegada la Cisjordania ocupada. Jesús, hoy, se quedaría sin regalos.
DE DÓNDE VENÍAN
Sólo hay una referencia sobre los magos en los Evangelios ortodoxos, concretamente en el de Mateo, que da cuenta de unos sabios que llegaron buscando al “rey de los judíos” que había nacido y le ofrecieron oro, incienso y mirra. Nada más dice la Biblia. Han sido otros evangelios apócrifos o textos posteriores –sobre todo del siglo V en adelante- los que han afianzado la idea del origen, el número y su condición de “reyes”.
Pero, pese a ello, vamos a creernos las poco sustentadas teorías que han ido cuajando con el paso del tiempo sobre los Reyes de Oriente. Si nos acogemos a ellas, Melchor, Gaspar y Baltasar venían del este de Belén, rodeados de sirvientes de Persia, Babilonia y Asia Central-Sur. Concretando con la geografía de hoy, serían de Irán, de Irak y de Afganistán o quizá, Paquistán. Posiblemente, profesaban el zoroastrismo, una religión fundada por Zoroastro o Zaratustra que, entre otras cosas, defiende el libre albedrío del hombre para elegir entre el bien y el mal, hasta que le toque rendir cuentas a su muerte.
EL VIAJE SE COMPLICA
Extranjeros, de una religión perseguida y minoritaria, provenientes de países que hoy son mayoritariamente musulmanes -suníes o chiíes, según avance la caravana hacia el oeste-. Unos cuantos problemas se plantean ya de inicio: ¿serían perseguidos por los talibanes afganos y su cegata visión sectaria, carne de atentado o de ejecución? ¿O los buscaría el Estado Islámico, que ha logrado apropiarse un pedazo de Irak? Sospechosos serían para estos mentesestrechas, pero tampoco estarían a salvo, tan llamativos, de los señores de la guerra iraquíes que defienden al gobierno o a los yihadistas según suene la bolsa. A lo mejor los encarcelaban los ayatolás. Y eso sólo para reunirse los tres y emprender de veras el camino.
Pongamos que superan la prueba, que los tres amigos se unen y siguen con su aventura. Van por tierra, recuerda, que sus camellos no vuelan hasta que toca ponerse a repartir regalos. Tienen que seguir por Jordania, Israel y, de ahí, a Palestina. Jordania es el tramo más fácil, uno de los países más estables de todo Oriente Medio. A lo mejor les hacían más preguntas que de costumbre, exacerbado como está el miedo a los movimientos de forasteros en toda esa tierra-avispero. Caminarían hacia el saladísimo Mar Muerto -que aparece expresamente en algunas referencias medievales sobre los magos- y, ay, aquí ya ni es cuestión de sectarismo, profesiones de fe o radicalismos. Es cuestión de pasaporte. ¿Un iraní, un antiguo persa, tratando de cruzar un paso fronterizo que controla Israel al otro lado? No, no. Irán es el demonio, un país cuyos líderes propugnan la destrucción de Israel. Las relaciones están completamente rotas. Cualquier visita es bloqueada, bilateralmente. Uno de los tres se quedaría en el camino.
Vamos a ser optimistas: pasan dos reyes. Ya están en suelo controlado por Israel. Pero ellos necesitan entrar en Cisjordania, que es donde se encuentra Belén, a escasos minutos de Jerusalén. Eso es suelo internacionalmente reconocido como palestino, pero ocupado por Israel desde 1967, cuando la Guerra de los Seis Días. Los extranjeros pueden pasar como turistas, pero los palestinos necesitan un permiso especial para poder entrar o salir de la jaula. Los reyes siguen mirando la estrella, cruzan el desierto, se topan con las colonias en las que residen ilegalmente casi 600.000 israelíes, y llegan al checkpoint, al control militar empotrado en el muro de hormigón que aísla Cisjordania. Interrogatorio: ¿A qué vienen? ¿Qué van a hacer? ¿Tienen amigos palestinos? ¿Van a dormir en Belén? ¿Van a comprar algo?
Es muy posible que puedan conservar sus regalos, porque el problema -los cacheos, las inspecciones, los arcos de seguridad- son más habituales a la salida que a la entrada. Pero… ¿acaso quedará algo tras su travesía? Ladrones, pagos a señores de la guerra y traficantes de personas, mordidas a funcionarios, multas o cárcel, nuevos documentos -incluso falsos-, visas… Y la intransigencia de un mundo con muros nada porosos en el que tres hombres sabios, científicos y por tanto poco de fiar, con la que se toparían en cada paso. No, no habría tres reyes en Belén esta noche. Igual, de nuevo, un siglo de estos pueden regresar.