México no ha ganado en el Honduras desde 1993, hace ya 22 años de aquel 1-4 a favor de los nacionales.
Por Raúl Garrido
Ciudad de México, 17 de noviembre (sinEmbargo/juanfutbol).- Los duelos entre México y Honduras siempre son candentes. Sobre todo cuando el juego se disputa en tierras centroamericanas, donde la hostilidad de la afición, medios de comunicación y hasta políticos se hacen sentir. Jugar en Honduras no es fácil, el calor es muy fuerte y la afición es asfixiante. México no ha ganado en el país de Carlos Pavón desde 1993, hace ya 22 años de aquel 1-4 a favor de los nacionales.
Aquel partido fue muy duro de principio a fin, no sólo los 90 minutos, sino desde la llegada de la Selección Mexicana a territorio hondureño, la bienvenida no fue la mejor. Cientos de aficionados catrachos se hicieron sentir ante los mexicanos con cantos, insultos, tambores, banderas y papel picado en color azul y blanco, desde el traslado del aeropuerto hasta la llegada al hotel.
En Honduras, estaba reciente el cambio de gobierno y con ello los problemas internos de sucesión. La crisis política se agudizaba y el descontento de la gente crecía como la espuma en el mar. El juego fue visto con buenos ojos por los dirigentes del país para utilizarlo como «caja china» y desviar todos los focos de atención hacia él. Así fue. El ambiente parecía como si todos los problemas políticos fueran culpa de la Selección Mexicana.
Encima de todo, estaba en disputa el pase a la Copa del Mundo de Estados Unidos ’94; Honduras necesitaba un triunfo para seguir con aspiraciones a disputar el Mundial. México también se encontraba en la misma situación que los catrachos, por lo que el juego estaba destinado a vivirse con muchas emociones. Ninguna de las dos Selecciones podía perder, pues eso significaba despedirse de la Copa, antes de pisar suelo estadounidense.
«Ha sido de los partidos más duros queme tocó vivir -cuenta Miguel España en entrevista con El Universal. Los medios, hasta los políticos, encendieron ese juego, lo calentaron de más. Cuando llegamos (a Honduras), todos estaban en nuestra contra. Se les ocurrió (a la afición catracha), ir a darnos serenata, o sea no dejarnos dormir. Hubo tintes de otra especie. Había cambiado el gobierno, las cosas no iban bien en el país y utilizaron el juego para calmar el ambiente en contra».
Las «serenatas» en Centroamérica, cuando va la Selección Nacional, son una constante. La afición se encarga de darlas fuera del hotel para no dejar dormir a los jugadores y que estos presenten cansancio al otro día, durante el encuentro. Un puñado de seguidores se presenta con tambores, trompetas y todo con lo que pueda hacer ruido en la calle frente al hotel del equipo; permanece ahí toda la noche.
Una cosa así puede menguar el sueño de los seleccionados y esto en un juego de alto rendimiento repercutiría de inmediato en el resultado final del encuentro. La «serenata» le pudo haber costado el Mundial a México. Con gran experiencia y astucia, el entrenador de entonces, Miguel Mejía Barón, hizo hospedar a todos los jugadores en otro hotel sin que los aficionados se dieran cuenta del hecho, pues él permaneció en el mismo con todo su cuerpo técnico. Entraban y salían para que los aficionados los vieran y no dieran cuenta del cambio.
«Miguel nos hizo cambiar de hotel a escondidas y él, junto con sus auxiliares como Javier Aguirre, se quedaron a ser vistos para que los hondureños creyeran que estábamos ahí, mientras que nosotros dormíamos tranquilamente en un hotel cercano», aseguró Miguel España, uno de los pilares de ese equipo. Los jugadores durmieron tan bien que al otro día fueron muy superiores a Honduras: 1-4 a favor y los catrachos le dijeron adiós al Mundial.
«La gente se nos fue en contra, lanzaron gases, hubo heridos, creo que hasta muertos… Nosotros nos resguardamos en un vestidor por tres horas hasta que el ejército nos ayudó a salir», cerró España.