El documental de Bernardo Ruiz pone contra las cuerdas una tragedia que en cifras oficiales se mide en 26 mil personas que desde 2007 buscan desesperadamente sus familiares. “Generamos entretenimiento con el dolor”, se lamenta el cineasta.
Ciudad de México, 10 de febrero (SinEmbargo).- No es posible entrevistar a Bernardo Ruiz, director de Lo que reina en las sombras, sin soltar una lágrima. La tragedia de los desaparecidos en México, que desde 2007, suman 23 mil personas que buscan desesperadamente sus familiares (cifras oficiales que duplican extraoficialmente las organizaciones de derechos humanos), humanizada en una película sensible e inteligente, se despliega con la contundencia de una verdad a menudo insoportable.
Si antes nos había conmovido con Reportero (2012), su película sobre el Semanario Zeta, Ruiz, nacido en México pero radicado desde pequeño en los Estados Unidos, nos pega ahora en el pozo del alma con una narración alejada de la estridencia y el morbo con que otros trabajos se han regodeado en un drama que amenaza con devastar la reserva moral de nuestro país.
Lo que reina en las sombras trenza las historias de tres habitantes de la frontera Tejas-Nuevo León: un agente federal estadounidense mexico-americano, una defensora de derechos humanos en Monterrey, y un ex-contrabandista texano que trabajaba en la época de Ronald Reagan (1911-2004) y Miguel de la Madrid (1934-2012).
Se trata de una relación azarosa, fruto del guión elaborado por el propio Ruiz en colaboración con Diego Enrique Osorno, que funciona no obstante por el gran poder de un testigo que no juzga y, por el contrario, se mantiene calmo y expectante mientras los entrevistados hablan de los crímenes más horrendos.
Al contrario de Tierra de Cárteles, donde el maniqueísmo del director estableció una igualdad absurda entre los agentes de Arizona que defienden la frontera estadounidense y las autodefensas michoacanas en México, Lo que reina en las sombras humaniza el drama de los desaparecidos y hace centro en el dolor de los familiares de las víctimas.
La pobreza aparece como el gran detonador de un sistema criminal donde México pone los cadáveres, los Estados Unidos, las armas y el consumo.
Frente a la casi inminente legalización de las drogas, el negocio ilegal planea imponer la metanfetamina, como reemplazo que garantice la prosecución del negocio.
La historia del narcotráfico, que en pasadas décadas consistía un trato de persona a persona sin armas involucradas es hoy un oscuro engranaje donde es posible torturar, matar y desaparecer a un adolescente sólo porque no quiso pagar unas cervezas en un bar regiomontano protegido por los criminales.
Lo que reina en las sombras tiene el valor de un testimonio histórico y es a la vez un espejo para poder hacernos cargo de la misión sagrada que nos compele: terminar con la tragedia de los desaparecidos, para que nunca más una persona se sienta dueña absoluta de la vida de otro.
De esa y otras cosas hablamos con Bernardo Ruiz.
–La película tiene un ritmo lento, pausado, incluso pudoroso…¿No querías gritar frente a lo que veías y filmabas?
–Sí, esa era una de las intenciones de la película, de entrar a la historia de otra forma. En los Estados Unidos, donde vivo, veo mucha cobertura de temas del narco y del crimen organizado, pero de forma muy superficial, muy amarillista. Lo que busco es profundizar a través de los tiempos, del ritmo y de las voces de mis tres personajes principales.
–¿Cómo llegaron a ti esos personajes?
–Creo que cada documentalista tiene un personaje en su bolsillo. En mi caso ese personaje fue Don Henry Ford, el vaquero ex traficante, con quien mantuve una correspondencia fluida durante 9 años. Lo conocí a través de una entrevista radial y desde que aquel entonces me comuniqué con él. Fui a su rancho a conocerlo, sin saber si esa relación iba a terminar en una película. Después de terminar Reportero, que es básicamente una película sobre el periodista Sergio Haro, tuve ganas de hacer un documental con mosaicos que incluyeran partes de lo que me había quedado de aquel trabajo. A través de amigos periodistas supe de la hermana Consuelo Morales, directora de Ciudadanos en Apoyo a los Derechos Humanos, A.C. (CADHAC), de Monterrey, y la visité para ver si era posible hacer un retrato y seguirla. Me di cuenta de que necesitaba un puente narrativo entre los dos personajes y sentí que debía hablar con un agente de la ley. Fue a través de los periodistas expertos en temas de frontera Alfredo Corchado y Ángela Korchega que conocí al agente federal estadounidense Óscar Felipe Hagelsieb, que trabajó como encubierto en Monterrey y cuya historia ayudó a unir las piezas de la película.
–¿No tenías una tesis sobre el narcotráfico antes de iniciar a filmar?
–No, porque aprendo sólo a través de los personajes, de sus historias. En el caso de la hermana Consuelo, su trabajo es su vida. Ahí se unen las cosas.
–Tierra de cárteles fue otro documental que intentó unir las fronteras a través del narco
–No han faltado las comparaciones, pero tenemos puntos de vista muy distintas. El tema de las autodefensas mexicanas está tratado muy bien a nivel técnico, pero me crea muchas dudas la estructura narrativa. Para mí, Tierra de cárteles crea una equivalencia falsa entre los vigilantes de la frontera estadounidense y las autodefensas michoacanas. Son dos mundos totalmente opuestos y no se desarrolla una relación entre ellos. Está muy bien que volteemos la mirada hacia las autodefensas, pero mi preocupación como cineasta nacido en México, con raíces y ciudadanía mexicanas, es la deshumanización de los personajes. Lento o no, bueno o malo, mi trabajo es el intento de humanizar el tema, entender los personajes desde su propia lógica.
–Uno de los puntos fuertes de tu película tiene que ver con la pregunta de qué hará, a qué se dedicará, esa compleja estructura del crimen organizado si se llegaran a legalizar las drogas
–Ese es un punto clave. En los Estados Unidos hay ahora mismo un debate acerca de la posible descriminalización de varios narcóticos. En algunos Estados ya se ha legalizado la mariguana. Pero no podemos dejar de ver los grandes vínculos económicos que establece el negocio del narco. El famoso mercado que nutre un país consumidor como los Estados Unidos, sin conciencia de cómo repercute ese consumo en los países proveedores. Y en ese contexto, lo más loco es que estamos generando entretenimiento, con series televisivas y películas, alrededor de este negocio criminal.
–¿A qué se debe esa glamourización del tema del narco?
–No sé si es a causa de estos tiempos donde la información vuela vertiginosamente y traspasa fronteras o si hemos perdido la sensibilidad. Para mí es extraño generar entretenimiento del dolor. Si pensamos en otros conflictos como el de Siria, sería una locura hacer una serie televisiva al respecto. Creo también que al mencionar esto mencionamos también ese lado oscuro caracterizado por el racismo y la xenofobia que Estados Unidos tiene hacia México. Hay una fuerte mirada despectiva hacia este país y en muchos lugares en los Estados Unidos, la vida mexicana vale menos. Por eso creo que tenemos que contar la historia de un modo distinto, regresando la mirada hacia las sombras que son los desaparecidos. Cuando empezamos a hablar de esto, se quita todo lo hollywoodense.
–Eres optimista, a pesar de todo. Te fijas mucho en los hijos que no quieren repetir la historia criminal de sus padres
–Optimismo no sé. Podría ser esperanza. Veo en lugares donde se ha hecho mucho daño algunos caminos posibles para la salida. Decidí terminar la película con los rostros de las familias porque allí veo el dolor y también el hecho de que siguen de pie, sin abandonar la lucha. Veo eso también en la sociedad civil mexicana.
-¿Por qué dejaste a las víctimas en segundo plano cuando narran su dolor?
–Quería centrar la cámara en mis tres personajes principales y el alejar la cámara de los demás, tiene que ver quizás con un reflejo inconsciente motivado por el respeto y el pudor hacia los que sufren.
–¿Eres irónico cuando la monja Consuelo le toma la mano a la madre de los chicos desaparecidos y trata de calmarla diciéndole que ahora están en poder de Dios y que él los protege?
–Ahí sólo observo. No soy una persona religiosa, aunque crecí en la Iglesia Católica. Esa escena es por un lado mostrar el motor de la hermana Consuelo, que es la fe, y por el otro la imposibilidad de decir nada frente a tanto dolor, tanta tristeza, tanto horror. Creo que esa escena marca ese conflicto de las personas que trabajan en las trincheras. ¿Qué puedes decir? No hay palabras.
–La hermana Consuelo es optimista incluso hasta para confiar que puede enternecer a los políticos
–Sí, ella es muy optimista. Diego Enrique Osorno dice de ella que es una combinación exacta entre furia y ternura. Además, políticamente es muy lista. Me quería manejar incluso la película (risas) Saber jugar con su imagen de monja chaparrita, pero detrás hay una mente de estratega. Mis personajes subvierten los estereotipos. El que tiene pinta de pandillero es en realidad agente de la ley. El vaquero es narcotraficante o lo fue.
–Lo que reina en las sombras también nos dice: pueden matar, desaparecer a quien quieran, pero la lucha no terminará
-Sí, hay una fuerza humana que va más allá de todo. Las madres de Monterrey me recuerdan a las madres de Argentina y Chile. Nunca dejarán de buscar a sus hijos. En Argentina hasta la fecha se siguen esclareciendo casos de desaparecidos. Los familiares de los desaparecidos tienen una potencia política insoslayable. Representan la esperanza. Hace unos cuatro días, la embajadora de las Naciones Unidas Samantha Power tuvo un encuentro con la hermana Consuelo en Monterrey. Su trabajo es un símbolo. Esta película no va a resolver el conflicto, pero le da luz a personas como ella. Y eso es importante.
–¿Te importa el dolor más que el morbo a la hora de filmar?
–Creo que hemos visto tantas imágenes de cuerpos descuartizados, descabezados, revisé mucho material de este tipo en el montaje de la película. Creo que llega un momento es tan frontal y obvio ese tema que no nos produce empatía. Lo que intento mostrar es el miedo y el dolor que atraviesan las personas directamente involucradas con la violencia.