Es considerado el mejor analista del cine mexicano y su mirada insoslayable y sin concesiones sobre el séptimo arte nos ha enseñado a ser críticos y a la vez gozar de todos los elementos que contiene una película. Dice que hará crítica cinematográfica hasta los 106 años y busca editor para tres libros que ya tiene terminados. Es Jorge Ayala Blanco, genio y figura.
Ciudad de México, 8 de noviembre (SinEmbargo).- “Ahí donde veas un grupo de gente y un hombre en el medio”, ahí está Jorge Ayala Blanco, dice la periodista de cine Sonia Riquer, quien en una entrevista reciente para SinEmbargo, calificó al nombrado como el mejor crítico de México.
Estamos en la Cineteca Nacional, remozada e intimidante, los periodistas van de acá para allá, de una función de prensa a la otra, mientras se prepara la conferencia para dar a conocer el programa del inminente Festival Internacional de Cine en Los Cabos.
La cita con Jorge Ayala Blanco había sido indefinida: tú me encontrarás caminando por allí, dijo. Y así fue. Acompañado por una joven y bella mujer de nombre Alejandra, el crítico más implacable y respetado del cine mexicano se dio a la tarea de responder a todas nuestras preguntas.
Al final de la entrevista, pedimos sacarnos una fotografía junto a él. “Vamos”, aceptó, “la última antes de que nos pulvericen”, advirtió, sabedor como es de que sus opiniones (eso de decir, por ejemplo, de que Daniel Giménez Cacho es un actor “acartonado y abominable”), a menudo van contracorriente y buscan tanto provocar como sacudir ciertas “verdades” establecidas en el terreno que mejor domina, el cine.
Recientemente, celebró sus 50 años de labor docente con el libro publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) con el título El cine actual, confines temáticos, donde analiza 350 filmes extranjeros y contemporáneos.
Corría el año de 1965 cuando Jorge Ayala Blanco (Ciudad de México, 1942) se inició, exactamente el 13 de mayo, como profesor de Corrientes estéticas cinematográficas e Historia y Análisis del cine, en el naciente Centro Universitarios de Estudios Cinematográficos (CUEC) de la UNAM, a los 23 años.
Meses después sería becario del Centro Mexicano de Escritores para trabajar su libro inaugural La aventura del cine mexicano, bajo la conducción de Juan José Arreola, Francisco Monterde y Juan Rulfo.
Ayala Blanco recuerda la figura del creador alquimista, cuya curiosidad ha permitido que su vocación investigadora contagie de un permanente sentido del cambio a cada una de sus 50 generaciones de discípulos, que lo adoran.
Ayala Blanco, que fue invitado como jurado que se considera “de fuste” ─la parte más vistosa de su columna central─ en la sección competitiva internacional del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI) en su edición número 17, acaba de recibir el Premio Fénix al Trabajo Crítico, otorgado por la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (Fipresci).
Se trata de un galardón internacional y al que irá a recibir vestido con corbata, acompañado de sus dos hijos, su única nieta y, “si me dan entradas, la galana y el galán” de sus vástagos.
SE HA GANADO UN PREMIO
–¿Cómo fue lo del Premio Fénix?
–Me llegó un correo donde me preguntaban si aceptaría el premio. Mi respuesta fue inmediata: después de leer esto me declaro difunto y puedo resucitar para recibirlo. No me lo esperaba. Es cierto que he recibido algunos premiecillos antes, pero siempre locales. Uno parte de la idea de que sólo existes en México, no fuera de tu país. Es una sorpresa grata, constatar lo contrario.
–Ser crítico y ser tan querido es una contradicción.
–Te equivocas. Si a algún crítico le han hecho bullying en México los demás críticos, si a algún crítico lo han mandado a la congeladora durante 30 años, ese he sido yo.
–¿Por qué le hacían bullying?
–Era otro país y había una cultura oficial muy fuerte. Nunca quise pertenecer a ningún grupo. El colmo de que todos los críticos que pasaban por cultos a los fines de los sesenta apenas tuvieron oportunidad de pertenecer a la cultura oficial me hicieron a un lado. Fue algo para mí muy divertido, para ellos no. Porque dentro del mismo periódico donde sucedió todo esto, que era el Excelsior, de Julio Scherer, estalló la bomba. Ellos escribían a diario y yo lo hacía una vez por semana en el suplemento cultural, así que yo decía que mi función como crítico era desinflar globitos. Se la pasaban inflando globos durante toda la semana, hasta que llegaba yo y hacía ¡pin!, era todo lo que tenía que hacer. Para mí era muy divertido, pero me creó muchas animadversiones.
–¿Pasó hambre por eso?
–No, nadie vive de la crítica de cine. Uno puede vivir para la crítica de cine, pero para lograrlo debes vivir de otra cosa y trabajar como crítico. Estamos en México y en el resto de Latinoamérica es lo mismo. Así que hice de traductor, fui y soy maestro, por supuesto en la Universidad. Vivo de dar cursos donde sea, donde me dejen. Porque, además, déjame decirte, mis enemigos cerraban puertas. De pronto llevaba yo una colaboración a algún medio y la mafia de Emilio García Riera (1931-2002) amenazaba con sacar sus textos si publicaban el mío.
–¿Fue su enemigo Emilio García Riera?
-Sí, fue mi enemigo. Era un psicótico que quería acumular toda la opinión cinematográfica, fue uno de mis enemigos menos queridos. Ya estaba yo grandecito como para andar preguntando: -Perdón, señor, ¿me puede gustar esta película? Es ridículo. Yo miro a gente como José de la Colina o Pérez Turrent con horror. Fue gente ligada al poder que cuando yo empecé a tener un mínimo de importancia se dedicaron a burlarse de mí. Emilio García Riera tenía una revista llamada DiCine, que luego se la quedó Nelson Carro, donde había una sección especial dedicada a insultar a Ayala Blanco. Era un estímulo, qué bien. Voy bien, sentía yo.
ESCRIBIR O NO SOBRE CINE MEXICANO
–Usted tiene fama de que muchas cosas no le gustan.
–Tenía yo la fama cuando escribía sobre cine mexicano. Dejé de hacerlo en los periódicos en el 2000, así que tengo 15 deliciosos años de publicar libros, entre los cuales 10 son de cine nacional.
–¿Qué es el cine mexicano?
–Para mí es una delicia. Si algo me atrae es ver cine mexicano. La película puede durar una hora y media, pero en la corriente sanguínea de mi pluma puede permanecer una semana. No me importe cuánto dure la elaboración de la crítica, porque lo que hago es ensayo literario. No existen buenas o malas películas, existen casos y cada uno de ellos es delicioso desmontarlo tanto sociológica como psicológicamente, a veces hasta estéticamente. En el cine mexicano hay películas interesantes pero fallidas y fallidas pero interesantes. El cine mexicano es algo que me remueve las tripas y me hace delirar con gran gusto.
–Este año le gustó mucho Las oscuras primaveras, de Ernesto Contreras
–Sí, tiene algunos premios y sobre todo ha tenido muy buena crítica. Después de esa, sólo quedaría en el año Carmín Tropical, de Rigoberto Perezcano, que es una maravilla. Siempre hay una película que salva el año y en este 2015, esas dos han salvado el año. Ernesto Contreras y Rigoberto Perezcano son egresados de la Universidad Nacional. Fueron mis alumnos y ahora son mis maestros.
EL CINE DOCUMENTAL MEXICANO
–Hay un gran auge del documental, me gustó mucho Lo que reina en las sombras, de Bernardo Ruiz…
–Me lo acaban de mandar, no lo he podido ver todavía
–Muy lejos del maniqueísmo que proponía Tierra de Cárteles
–Muy dudosa esa película, es un producto norteamericano ciento por ciento
–¿Este México que se desangra está en el cine mexicano actual?
–Puede estar y no estar, existe el malestar, no sé si la película en sí. Ahí tienes a Las Elegidas (David Pablos), que te remite de cierta manera a la situación actual, es de las interesantes pero fallidas. Tiene una realidad atrás muy vigente, toda esta cosa de la esclavitud sexual, pero la manera de desarrollarla es bastante desequilibrada. A veces el realizador se ve más el ombligo y se autosabotea.
–¿Y qué piensa en general del cine documental mexicano?
–Que cuando se habla de auge es tan ambigua la palabra, se remite más bien a situaciones de masificación, de recuperación económica y en este caso hablamos de objetos de lujo para la Cineteca Nacional. Hay una extraordinaria película que se llama Un día en Ayotzinapa (Rafael Rangel) y nadie la vio. No se trata del panfletazo horrendo que solemos ver sobre el tema. Hay dos películas abominables al respecto, una de izquierda (Ayotzinapa, de Xavier Robles) y la otra de derecha (La noche de Iguala, de Jorge Fernández Menéndez), no sé cuál es peor.
LAS SALAS PARA EL CINE MEXICANO
–¿Cómo puede ser que no haya salas para el cine mexicano?
–No es que no haya salas, sólo existen dos sopas: Cinépolis y Cinemex. Antes eran cuatro y le decíamos la banda de los cuatro. Las dos exhibidoras están regidas por la misma mentalidad de arrodillarse ante el cine de Hollywood y se ha logrado al cabo de los últimos 20 años han logrado lo que se proponían, que la gente viera al cine mexicano como algo ajeno. Se suele decir: hay que apoyar al cine mexicano. ¿Apoyar al cine sólo porque es mexicano? Eso es una tontería.
–Una alfombra roja como la de Spectre es un hecho político, ¿cómo la gente no se da cuenta de eso?
–Porque la que produce las ideas es la clase media y la clase media mexicana se avergüenza de ser mexicana. Es la gente que te dice: ¡Este país!, en lugar de decir nuestro o mi país. Se siente desposeída, se identifica con el agresor, con los dólares. La clase media no es más que enemiga de su propio país, produce las ideas, consume el cine, porque es la que puede pagar los 70 pesos que cuesta una entrada al cine.
–México es uno de los países donde más cine se ve en el mundo
–Sí, pero mal cine. Eso es porque el cine es un gran escape, como en todas partes. Seguimos en esa idea, de que el cine sea el gran escape.
–¿Ha salido enojado de una sala de cine?
–No. Sale uno excitado pensando qué buena película, cómo la echaron a perder, idiotas. Al final, el cine sigue siendo un juego, ¿salir enojado porque la película es mala?, ¡nunca! Si es mala, uno se ríe de la película y ya. El humor es la inteligencia adicional, tomarse en serio eso, qué horror. Me indigna la realidad, no me indignan las películas.
EL MIEDO A REPETIRSE
Con 33 libros publicados, el gran miedo del maestro Jorge Ayala Blanco es repetirse. Siempre trata de agrupar sus ensayos en torno a un tema nuevo y con ello atraer la atención del lector.
“Después de 50 años dedicados al cine, uno ya tiene los mecanismos para encontrar determinadas formas que se adecuen al lenguaje y expresen lo que cabalmente uno quiere decir”, afirma.
“Ahora escribo un libro sobre los delirios narrativos, basado en la premisa de que el cine actual ya no narra, sino que delira relatos. No es nada bueno ni nada malo. Como Becket creo que lo que es es, no hay que juzgarlo, hay que describirlo”, confiesa.
–¿Tiene hijos, maestro?
–Sí, tengo dos. Uno es artista visual y la otra es médica. Mi vida está bien regulada, porque soy ingeniero titulado y tengo un hijo cada 25 años. El mayor tiene 48 años y la niña tiene 23. Ahora, cuando cumpla 75 ya no tarda y va a salir sensacional, porque tengo mucha experiencia. Todavía me falta un año y medio, seguramente voy a poner un anuncio pidiendo una vagina inteligente, cinéfila de preferencia… He sido con el mayor papá soltero. Todos los 10 de mayo le mandaba mensajes de solidaridad a mis amigas que eran madres solteras.
Una forma de educación de mi hijo Rodrigo fue el cine y mi hija me empezó a respetar a los 10 años cuando descubrió en Internet que el director de la única película simpática de Harry Potter (Alfonso Cuarón) había sido mi alumno.
–Lo quiere mucho a Alfonso Cuarón, ¿verdad?
–Sí, lo llamo Poncho. Con él no hablaba mucho yo de cine, sino de música, que nos encanta a ambos.
-A pesar de que la música en el cine…
–¡Es abominable, lo sé! A Alfonso y a mí nos gusta mucho Hans Werner Henze, a quien descubrí en la película Muriel, de Alain Resnais.
–Nómbreme a alguien favorito suyo del cine mexicano
–Admiro muchísimo a Cecilia Suárez, me parece una actriz excepcional. He apostado por mujeres muy graciosas como Ana Serradilla, por ejemplo, pero se fue apagando. Me gusta mucho Harold Torres, el actor de Norteado.
–¿Quién es su crítico favorito?
–Carlos Bonfil, sin ninguna duda, es una delicia platicar con él. Veo menos a Rafa Aviña, pero coincidimos enormemente porque ve mucho cine mexicano. Julia Elena Melche me parece también una crítica muy aguda. Mi mayor influencia en la crítica de cine fue el poeta Efraín Huerta. Los que me enseñaron a escribir fueron Juan José Arreola y Juan Rulfo, esos maestros tuve, si me los mejoras, me dices.
–Si le pregunto si Daniel Giménez Cacho, como se dice, es el mejor actor mexicano, tal vez resulte una pregunta inducida…
–No, no es inducida. Puedo decirte que me parece el peor cartonazo del mundo. Me parece abominable, pero funciona muy bien en el cine comercial mexicano, ese cartón heredado de Ignacio López Tarso a lo que los mexicanos están acostumbrados.
–¿Quién sería entonces el mejor actor mexicano para usted? Ya que nombró a Cecilia como la mejor actriz…
–Enrique Arreola me gusta mucho, es espléndido. Es divertidísimo, no tiene mal momento.
–¿Le gusta Damián Alcázar?
-Sí, me gustaba, pero se volvió gringo, ¿no? Que lo aprovechen los gringos y me gustan los “gaelitos” (Gael García y Diego Luna), claro, aunque son variables. Son menos interesantes como productores, pero son buenos actores. Las historias solo sirven para desbordarlas, siempre he estado en contra del cine que ilustra un argumento.