La flamante Premio Nobel de Literatura, nacida hace 67 años en Bielorrusia, escribe una crónica del futuro en su libro de 1997, por ahora el único de su autoría que se consigue en español
Ciudad de México, 12 de octubre (SinEmbargo).- Los pedacitos de hígado en la punta de la lengua. La sangre que mancha las sábanas. Los forúnculos que construyen la apariencia de un monstruo. La piel que se desprende del hueso. Y a los 14 días, el enfermo muere.
Es enterrado sin zapatos, por los pies hinchados. Envuelto en una bolsa de nylon, dentro de un ataúd que va dentro de otro ataúd, luego un sarcófago. El hormigón encima y los restos del cuerpo martirizado, reposando en manos de “la ciencia”, para la investigación.
Liudmila, la esposa del bombero Vasili Ignatenko, quiere hablar de la muerte pero sólo le sale la palabra amor.
“-No debe olvidar que lo que tiene delante, ya no es su marido, un ser querido, sino un elemento radiactivo con un gran poder de contaminación. No sea usted suicida. Recobre la sensatez.
Pero yo estoy como loca. ¡Lo quiero! ¡Lo quiero! Él dormía y yo le susurraba: Te amo. Iba por el patio del hospital ¡Te amo! Llevaba el orinal ¡Te amo! Recordábamos cómo vivíamos antes. En nuestra residencia. Él se dormía por la noche sólo después de tomarme la mano. Tenía esa costumbre, mientras dormía, tomarme de la mano…toda la noche”.
En el primer relato de Voces de Chernóbil, el libro traducido al español de la flamante Premio Nobel de Literatura Svetlana Alexiévich, lo que se cuenta es una historia de amor.
La muerte hace reino en los días posteriores al sábado 26 de abril de 1986, cuando a las 13 30 horas explotó el hidrógeno acumulado en la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, pero en lo único que piensa Liudmila es cómo ama a ese hombre que se despedaza en una cama de hospital, con el que pronto tendrá un niño, circunstancia que ha escondido a los médicos.
Durante los 14 días que dura la agonía de Vasili, uno de los primeros junto con sus compañeros, en ir corriendo en mangas de camisa, sin traje protector ni prevención alguna, al accidente nuclear que constituye -junto con Fukushima en 2011- el mayor desastre ambiental de la historia y cuyas consecuencias, como bien apunta Svetlana Alexiévich en su libro, padeceremos hasta dentro de 200 mil años (en tiempos humanos, la eternidad misma), la mujer es la única que ingresa en la cámara hiperbárica donde tienen depositado a su marido.
Liudmila no se resigna. Su joven esposo es una bomba radiactiva, pero ella lo besa, lo toca, trata de que beba un poco de leche, rocen sus labios la textura de una manzana, a pesar de que el cuerpo rechaza todo alimento.
“¿Qué esperabas?”, le dice una enfermera. “Ha recibido mil seiscientos roentgen – antigua unidad utilizada para medir el efecto de las radiaciones ionizantes- cuando la dosis mortal es de cuatrocientos”.
Medidas desesperadas frente a un fenómeno desconocido propiciaron incluso una operación de médula cuya donante fue la hermana pequeña del bombero, quien quedó inválida de por vida, truncados todos sus sueños de estudiar, trabajar, casarse y tener niños.
Embarazada de seis meses, Liudmila no teme al contagio anunciado. Cuando finalmente nació Natasha, Vasili ya había muerto.
“Por su aspecto, parecía un bebé sano. Con sus bracitos, sus piernas. Pero tenía cirrosis. En su hígado había 28 roentgen. Y una lesión congénita del corazón. A las cuatro horas me dijeron que la niña había muerto. Yo la maté. Fue mi culpa. Mi niña me ha salvado. Recibió todo el impacto radiactivo. Se convirtió, como dijéramos, en el receptor de todo el impacto”.
LA TRAGEDIA DE BIELORRUSIA
Bielorrusia –nación soberana desde 1990- es el país más afectado por la radiactividad tras la catástrofe de Chernóbil de 1986 en la vecina Ucrania.
La cercanía de la central nuclear y la dirección del viento hicieron que el 70% del total de la contaminación recayera en territorio bielorruso. Las consecuencias que todavía hoy sufre el país son terribles: altos índices de cánceres y leucemia, así como malformaciones físicas y distintas enfermedades relacionadas con una larga exposición a la radiactividad.
“Nosotros los bielorrusos nos convertimos en el pueblo de Chernóbil”, dice la flamante Premio Nobel. Su libro Voces de Chernóbil (1997), que fue traducido a varios idiomas y hoy es el único que se consigue en español, editado por Siglo XXI, “no se trata tanto de la catástrofe de Chernóbil como sobre el mundo después de ella: cómo la gente se adapta a la nueva realidad, que ya ha sucedido, pero aún no se percibe.
La gente después de Chernóbil obtiene nuevos conocimientos, que son de beneficio para toda la humanidad. Viven como si fuera después de la Tercera Guerra Mundial, después de una guerra nuclear», afirma.
Para Svetlana Alexiévich “Chernóbil es un enigma que aún debemos descifrar. Un signo que no sabemos leer. Se ha roto el hilo del tiempo. De pronto se encendió, cegadora, la eternidad”.
Voces de Chernóbil cuenta cómo “el mundo conocido se convirtió en desconocido” y cómo con el accidente nuclear de 1986, “ha empezado la historia de las catástrofes, pero el hombre no quiere pensar en eso, porque nunca se ha parado a pensar en esto; se esconde tras aquello que le resulta conocido. Tras el pasado”.
Curiosamente, otro eterno candidato al Nobel, el japonés Haruki Murakami, contó también la catástrofe de la historia contemporánea en Underground, cuando al salirse totalmente de su registro narrativo elaboró un libro con los testimonios de las víctimas del atentado con gas sarín en el metro de Tokio, que sacudió a la sociedad japonesa y al mundo en 1995.
La necesaria narración de la catástrofe y ese misterio que anticipa una nueva era –nada esperanzadora para la humanidad- parecen ser los fundamentos tácitos en el otorgamiento del Nobel a la escritora bielorrusa.
Premiada «por sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo”, la Academia Sueca ha resaltado que su obra profundiza en la comprensión de toda una era a través de un método «extraordinario», un collage de voces humanas compuesto de forma cuidadosa.
«Ha inventado un nuevo género literario, supera el formato del periodismo, continuando lo que otros autores han contribuido a elaborar», señaló minutos después de anunciar el nombre de la ganadora la nueva secretaria permanente de la Academia, Sara Danius.
Svetlana Alexiévich recibirá el galardón el próximo 10 de diciembre, en una solemne ceremonia a llevarse a cabo, como es tradición, en Estocolmo.