El poeta náhuatl, rapero, presentador televisivo y activista habla de un México construido a partir de las diferencias raciales y en el que siempre los pueblos originarios tuvieron las de perder
Ciudad de México, 5 de octubre (SinEmbargo).- Las cosas son como son para el poeta náhuatl Mardonio Carballo y a menudo fueron malas para los pueblos originarios y las comunidades indígenas, en una de las cuales nació hace 41 años.
Oriundo de Chicontepec, Veracruz, es también actor y periodista, autor de libros como el reciente Tlajpiajketl o la Canción del Maíz y Las Plumas de la Serpiente, de 2013, una recopilación de crónicas poéticas en torno al México indígena contemporáneo, con prólogo de Carmen Aristegui, de cuyo equipo formó parte durante muchos años, hasta que un conflicto en MVS dejó a la célebre periodista sin aire radial a principios de este 2015.
Mardonio, un hombre y un artista prolífico y ecléctico, integra también Arreola+Carballo, junto a los músicos Alonso y José María Arreola, un proyecto que han dado en llamar de “poesía extendida” y mediante el cual el trío ha editado el libro disco Las horas perdidas y ha actuado en varios escenarios nacionales e internacionales, entre ellos el prestigioso Festival Womad que organiza Peter Gabriel en Londres.
Con el exquisito cantante y compositor Juan Pablo Villa, Mardonio ha publicado Xolo, libro-disco de poesía en náhuatl y castellano.
Piloe, Canciones para asustar, Xantolo y Viejos Poemas, son poemarios suyos y evidencia de una palabra cuyo vértigo no cesa, inmerso como está en un viaje donde cualquier ocasión es oportuna para decir lo debido, para cantar lo necesario.
En 2012, Mardonio fue invitado a escribir y decir un poema en un tema de La música no se toca, disco del español Alejandro Sanz y por estos días se ha juntado con el cantautor mexicano Guillermo Briseño, “para ver qué sale de ahí”
Como actor de cine ha sido dirigido por Guita Shyftter (Huérfanos, 2012) Jorge Fons (El Atentado, 2010) y Salvador Aguirre (La Escondida, 2006).
En el Canal 22 conduce los programas Las Plumas de la serpiente, …de Raíz Luna y La Raíz Doble.
Ganador en dos ocasiones del Premio Nacional de Periodismo, es candidato al Premio Nacional de Ciencias y Artes en el rubro de Literatura y lingüística, en el marco de múltiples actividades y logros que lo convierten en una figura trascendental en la cultura mexicana contemporánea.
Nada mal para un artista que defiende el valor del náhuatl en una Nación donde –afirma- la cuestión indígena constituye una cuestión de poco tiempo, acaso 10, 15 años y cuyo pasado se caracteriza por haberle dado la espalda a los pueblos originarios que constituyen la esencia clara y permanente de su identidad.
Entrevistarlo no ha sido fácil. Tiene una agenda demencial que reparte entre su trabajo artístico y el activismo, además de regentear el café La Raíz en la Colonia Roma, junto a una de sus hermanas.
El encuentro ha servido para conocer su fidelidad al Subcomandante Marcos, su preocupación profunda por los 43 desaparecidos de Ayotzinapa y su militancia a favor de las lenguas indígenas.
–¿Cómo es esta tarea de poeta militante y rapero?
–Me gusta esa definición, nunca he estado de acuerdo con esa división entre artista y la política. Ese artista que no se mete en nada, que se aleja de la sociedad. No soy así, me encanta reflejarme en la voz y en el dolor del otro. Una especie de artista distinto que no cree tanto en esas bellas artes que se ubicaron en un espacio allá arriba…no me convence eso, mi camino no es ese. Claro que intento siempre que mi trabajo sea bueno, lo cual constituye también una militancia. No creo en la mirada compasiva hacia el artista indígena. La detesto.
–Cuando daba clases en la Anáhuac, una vez pregunté a mis alumnos cuántos idiomas había en México y respondieron: dos, el español y el inglés
–(risas) Bueno, eso pasa mucho todavía. México es un país que no se conoce. Muchos olvidan incluso que “México” es una palabra náhuatl y que todos los días hablamos en una lengua originaria solo por nombrar el nombre del suelo que pisamos. México es una toponimia nahuatlaca que significa “el ombligo de la luna”, según algunas acepciones. Todos los mexicanos vamos por la vida hablando náhuatl sin darnos cuenta. México es un país que se niega a sí mismo, que niega su raíz, que intenta caminar con dos pies pero rechaza uno. México camina como cojo, porque intenta de muchas formas de olvidarse de un pie.
–A menudo los poetas dicen que ningún tiempo pasado fue mejor, ¿es así en el caso de México?
–No lo sé. Creo que hemos perpetuado el olvido y nuestro trabajo en lenguas originarias es disidente, casi una subversión. No sé si ha habido tiempos mejores, creo que el encontronazo que hemos tenido incluso antes de la Conquista, habla de una tierra en permanente conflicto. Lo que debemos es construir en contra de la condición mexicana, en contra de ese país que no se quiere mirar. Podríamos en algún sentido ahondar en lo que es México, pero no podemos. No queremos. Tenemos el cuero muy delgado y cualquier crítica es una ofensa. En el marco de esa lógica, no sé si ha habido tiempos mejores o peores. Creo que los tiempos mejores los construimos ahora, al menos en la cuestión indígena. La reciente desaparición de los 43 estudiantes, por otro lado, te habla de una guerra de exterminio que sigue vigente en México.
–Mucha gente habla de exterminio y también muchos mexicanos se ofenden cuando escuchan esa palabra
–Y sí. Ahora tenemos a la señora Isabel Miranda de Wallace diciendo que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos se tiene que ir, porque tiene pretensiones desestabilizadoras. No puede ser que sigamos empobreciendo México por la falta de capacidad para discernir la realidad.
–Me encanta la palabra subversivo
–¿Por qué los poderosos ven como una afrenta, el apunte, el foco rojo, sobre algo que está mal? Si alguien dice: mira, las cosas aquí están mal, no tienes que ir a por él. Al contrario, deberías como gobernante alegrarte porque alguien te marca errores, pues de ese modo podrás corregirlos.
–¿Antes era más escuchada la voz de los intelectuales?
–Me parece que sí. México es un país de letras, tenemos un Nobel de Literatura, eso significa que esas voces han sido escuchadas y potenciadas. México ama la literatura más que las otras artes. Y los intelectuales siguen ahí, lo que pasa es que estamos gobernados por una caterva de ignorantes.
–Lo vimos ahora con el pobrísimo discurso presidencial en la ONU
–Estamos gobernados por los hijos de los hijos, por los riquillos mimados, consentidos, superfluos…
–Y blancos
–Claro. En México el color de piel indica el estatus económico. Es algo extraño, porque a pesar de ser un país tan mezclado racialmente, se intentó que el color de piel influyera en la condición social de un individuo. Está muy estructurado. Un país que tiene el náhuatl en su propio nombre y que por otro lado es incapaz de dar justicia y derecho a quienes le dieron ese nombre está destinado al fracaso. Las cosas que hemos ganado en la cuestión indígena es gracias a la lucha y no a una concesión. El Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, por ejemplo, se fundó hace apenas una década, durante el gobierno del Presidente Vicente Fox. Nada de tiempo en términos históricos, menos que un suspiro. No sé qué hubiera pasado si no hubiera aparecido el zapatismo en el 94
–¿Le debemos cosas a Marcos?
–Sí, por supuesto. El hecho de que estemos hablando tú y yo, por ejemplo, el haber tenido acceso a los medios de comunicación masivos como hacedor de contenidos, es una cosa que viene de allí.
–¿Los habitantes de Chiapas viven mejor después de la experiencia zapatista?
–No sé si viven mejor, pero sí más conscientes de lo que son. Para empezar a construir algo, uno debe ser consciente de lo que es y dónde está parado. Todo el mundo dice ¿dónde está Marcos? Está en los libros publicados en lenguas indígenas, en haber puesto a Chiapas en el mapa, en la gente organizándose desde otro lugar, que exista allí un bastión importante donde no entra el narcotráfico…
–Sin embargo, para afuera México se ve como un país que ha integrado su cultura indígena
–No es así, México es un país sumamente racista. Esa imagen es la que se vende al exterior. Candil de la calle, oscuridad de la casa. Hay mucho esmero en esa imagen del México colorido, espectacular, que lo es un sentido, claro. Pero lo que se vende es folclore, romance. Ahora nos acaban de dar un salario mínimo de 70 pesos y nos lo quieren vender como una cosa extraordinaria, cuando en realidad lo que muestra eso es que la pobreza es rampante. La riqueza en todo el mundo se acumula en los bolsillos de unos pocos que usufructúan los bienes colectivos. Y todos los gobernantes se mueven como si la cosa no fuera con ellos. En México, hay un lavadero de manos y de conciencias absoluto. Un mes después de que los 43 desaparecieron Enrique Peña Nieto dio la cara. Los primeros días se movió como si fuera algo exclusivo de Guerrero y no con él. Así funcionamos. El hambre aquí como un resultado de la pobreza es una construcción de la que se hace usufructo. Matas de hambre a una población que no puede entonces organizarse y ahí llegas tú con los paliativos disfrazados de política pública. Eso da votos. Conviene para la perpetuación del poder seguir con la pobreza, con el hambre…
–¿Cuándo perdió valor la palabra indio?
–Mira, asistimos al conservadurismo progre. Ahora no puedes decir puto, indio, gordo, negro…nos hemos desvinculado de la realidad de la palabra que no la entendemos. Pensamos que esos pequeños detalles que ocultan el fondo nos reconcilia con la palabra. No es así.
–¿Qué sentiste cuando desaparecieron los 43? ¿Te tomó de sorpresa o lo viste como una cosa más en esa larga cadena de ignominias?
–Es lo más brutal que ha pasado en este país en los últimos años. Todos ellos son indios y campesinos. Son pobres. Trabajé hace 20 años en Guerrero, con comunidades indígenas y nos ha tocado como periodistas sufrir el desmantelamiento de un equipo de trabajo como el de Carmen Aristegui, el asesinato de Rubén Espinosa…
–¿Cómo fueron esos días de MVS?
–Rudos, porque tuvimos que asistir a un juego para el que no estábamos acostumbrados. Llevo 11 años con Aristegui y me ha tocado un par de salidas de espacios, ataques, lo de siempre. Pero esos días de MVS nos agarraron mal parados porque no lo esperábamos. Carmen se mostraba desconcertada, no sabía qué estaba pasando. Fue muy sorpresivo. Creo que la debilidad del Presidente de la República se nota en los medios de comunicación y reacciona entonces de forma virulenta. La corrupción como eje de un grupo de administradores del estado estaba siendo develada por un equipo de periodistas que no para de recibir premios por ese reportaje. Era un equipo que construía ciudadanía a partir de la propia credibilidad que todavía poseemos a pesar de que ya no tenemos ese espacio radial. Lo que ganamos en todo ese asunto es haber podido ver la discusión y los tejes y manejes en tiempo real. Antes, todo eso se hacía en lo oscurito. No entienden que no entienden. No entienden que si le quitas las fotografías a un periodista, aparecerán otros 100 con más fotografías. Que si matas o silencias a uno, saldrán 1000 por otro lado.
–¿De dónde eres, cómo llegó la poesía a ti?
–Soy de la comunidad El Maguey, donde no hay más que 500 casas, en el Municipio de Chicontepec, Veracruz. Soy hijo de una madre monolingüe que hablaba náhuatl y de un padre que creía fervientemente en el valor del idioma español para salir adelante en la vida. El primer libro que leí fue Alicia en el país de las Maravillas que me regaló finalmente un maestro luego de que yo lo persiguiera como perrito faldero. Somos 10 hermanos. A mi padre le tocó ir a la escuela en el momento de la castellanización, cuando te daban varazos en las manos si decías alguna palabra en idioma originario. Esto de las lenguas indígenas, insisto, es algo muy nuevo. Por eso pensaba que el castellano era la neta, la forma de subsistir. Me sirvió mucho crecer entre esos dos polos. Mi madre no sabía leer ni escribir, pero lo compensaba contándonos unos cuentos maravillosos llenos de lunas y estrellas. Mi padre leía todo, hasta los pedazos de periódicos con que envolvían los frijoles.
–¿Cuándo llegaste al DF?
–A los 14 años. Me pusieron en un camión junto a una hermana y nos mandaron para acá para que intentáramos estudiar. No se pudo de ninguna manera. No lo logramos. Éramos muy pobres. Todos pensábamos que íbamos a poder lograrlo, pero no, así que me fui a la calle, a trabajar de lo que pudiera. La música me encontró, porque la palabra siempre estuvo conmigo desde niño, cuando de pequeño escribía obras de teatro sin saber realmente qué era el teatro. En la ciudad encontré a un tipo que tenía un gusto exquisito por la música, imagínate qué suerte la mía. Pasé una larga temporada escuchando sólo rock inglés. No tengo ninguna formación musical, pero eso me llevó a cultivar un oído bastante interesante. Luego hice teatro de calle durante varios años, hasta que en 1994 me llegó el zapatismo, como un asidero esperanzador. Eso cambió incluso mi forma de hacer teatro, dejé de hacer Shakespeare y Lorca para pasar a hacer teatro de tradición oral, traduciendo la oralidad a la palabra escrita. El oído siguió entrenándose, mi convicción con la palabra siguió moviéndose, se hizo más fuerte. El teatro me volvió a la escritura, comencé a mezclar el teatro clásico con las tradiciones indígenas y eso es lo que hago hasta ahora, se trata siempre del mismo juego.
–Con ese mismo juego tuviste tu primer programa de televisión y haces tantas cosas ahora
–Mi vida es creación. Me he inventado todos mis trabajos, incluso este café La Raíz. Cuando lo empezamos con mi hermana Pola, le decía que la única forma de hacer arte es tener la panza llena. En el pueblo pasé hambre y abundancia. De pronto cuando llegaba la cosecha había de todo. Ahora, algo que siempre dice Lydia Cacho de mí es que siempre doy de comer.