DECIRLE ADIÓS AL DF: “LA MUERTE OLÍA A VINAGRE Y TIERRA MOJADA»

21/09/2015 - 12:00 am

Cientos de miles de personas tuvieron que abandonar el Distrito Federal luego de los sismos de 1985. Muchas familias desplazadas quedaron desamparadas y al mismo tiempo tuvieron que retomar el curso de sus vidas, enfrentando problemas de salud, psicológicos, económicos y demás.

Se hicieron desde el polvo y los escombros, con ayuda o sin ella, pero muchos salieron adelante, como lo demuestran casos que a continuación se exponen. 

A pesar que fueron sobrevivientes, no fue sencillo continuar después de la tragedia. Su comida, el sueño, las noches o incluso otros sismos fueron recibidos con otra cara. 

Fue comenzar desde cero, con una herida abierta.

terremoto

Ciudad de México, 21 de septiembre (SinEmbargo).– «¡Gente, gente! ¡Aquí, gente!», gritó un hombre apuntando con la mano a un montículo de cascajo. En ese momento la angustia se ancló al cuerpo de Rubén. Sabía que se trataba de los escombros de su departamento. Era ya lunes por la mañana; él logró escapar desde la noche del jueves. Una hora más tarde lograron despejar el área. Primero encontró al amigo de su padre, quien estaba prensado a una viga; murió justo cuando llegó la ayuda. Luego vio a su papá, madrastra y a su hermanito de 10 años abrazados. Ellos tampoco lo lograron. Ahí, bajo toneladas de concreto se les fue la vida.

Sea por lo que fuere, a los 16 años Rubén Murillo escapó de la muerte, pero con ello quedó solo en el mundo. No conocía a nadie con quien acudir; no había tíos o primos, mucho menos abuelos, y si existían no los conocía.

«Me sorprendió que al salir lo primero que vi fue la banqueta. Luego me di cuenta que el edificio se había venido abajo. Mis papás estaban atrapados. Cuando recién pasó el temblor yo escuché a mi hermanito, lloraba porque no podía respirar. Había mucho polvo y un olor a gas», narró Rubén Murillo.

«No sé quién puso una lista de los que vivíamos ahí. Vi mi nombre y le dije a quien estaba organizando eso. Me pasaron a revisión y salió que tenían que ponerme férula en el tobillo, pero yo no sentía nada. En la ambulancia fueron subiendo a heridos, de todo tipo, gente sin extremidades, sangrando», agregó en entrevista con SinEmbargo.

Rubén fue uno de los tres sobrevivientes de su edificio, que se ubicaba en la calle Bruselas, en la Colonia Juárez de la Ciudad de México. Aunque con el tobillo fracturado, fue voluntario para rescatar a las víctimas de los terremotos del jueves 19 y la réplica del viernes 20 de septiembre de 1985. Él ayudó también a identificar los cuerpos de decenas de departamentos. Eran sus vecinos, con los que siempre convivió, como el director de teatro Frederik Vanmelle, o Rodrigo Eduardo González Guzmán, mejor conocido como «Rockdrigo», a quien horas antes del sismo le había llevado unos hielos para un convivio.

«La muerte olía a vinagre y a tierra mojada. Entre más días pasaban el olor era más intenso. Yo fui reconociendo a todos los vecinos y los marcábamos en la lista. Casi todos murieron», comentó Murillo.

Fue una lucha contra el tiempo. La lista de fallecidos aumentaba y él no encontraba a su familia. Cuando los hallaron sólo los miró una vez para reconocerlos y no quiso ver más. Se dio vuelta. Le vino un choque emocional del cual le costó salir. Rubén no podía llorar, no podía hablar, estaba inerte. Algunas de las cosas que recuerda es que llegó un camión, ahí colocaron a sus padres y hermano.

«No quise ver cómo los metieron en las bolsas. Yo ayudé con todos los demás, pero con mi familia no pude. Estaba en shock«, dijo.

Los restos los reclamó la hermana de su madrastra y todos fueron enterrados en Orizaba, Veracruz. Rubén fue al entierro. Consigo llevaba una camisa, un pantalón y las fotografías de sus seres amados, nada más.

No quiso volver a la Ciudad de México. Se olvidó del departamento, de los trámites, los apoyos oficiales, de cualquier otro asunto y comenzó desde cero.

Se quedó un año con la familia de su madrastra, allá en Veracruz. Actualmente radica en ese estado y es un empresario y podólogo que ha tratado de llevar una vida tranquila. Sin embargo, nada ha sido fácil desde aquel suceso.

Antes del terremoto formaba parte de una familia de clase media; su gran sueño era ser médico y estudiar en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Pero aquello jamás sucedió. A la fecha sigue sin poder conciliar el sueño profundo, los primeros años fueron los peores, cualquier vibración en la tierra le provocaba pánico. Tuvo que llevar tratamiento médico e ir a terapia.

A veces visita la Ciudad de México y recorre la calle donde vivió. No se volvió a construir nada donde cayó su edificio, pero es un terreno que sirve de estacionamiento. «Dios me dio una oportunidad de vida. Hoy ya no tengo miedo a la ciudad, sino a los hechos que no controlamos. Por eso desde entonces soy muy precavido, incluso nunca me hospedo en un hotel de más de cuatro pisos», comenta Rubén Murillo.

LOS REFUGIADOS DEL 85

Como Rubén, cientos de miles de personas tuvieron que exiliarse en el interior de la República. El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) estimó que hubo 700 mil desplazados por el temblor; sin embargo, el mismo organismo refiere que no se trata de un censo. A esa aproximación se agregan las personas que se fueron mudando al paso del tiempo por los estragos de ese episodio, con ayuda de programas gubernamentales o por su propia cuenta.

En el Censo de 1990, el Inegi reportó 8 millones 235 mil 774 habitantes en el Distrito Federal, casi 600 mil menos que en 1980; no obstante, se desconoce a ciencia cierta los factores que provocaron la migración, pero se contempló al terremoto como una de las causas, pues además hubo desaparecidos y 10 mil muertos, aunque existen estimaciones hasta de 40 mil víctimas fatales.

El Gobierno federal facilitó créditos para que las personas interesadas fueran reubicadas en zonas habitacionales de Jalisco, Querétaro, Hidalgo, Baja California, Estado de México, entre otras entidades que cobijaron a los refugiados.

Fernando Barragán tenía apenas cuatro años. Vivía con sus papás en la calle de Doctor Navarro, en la colonia Doctores. Su casa quedó dañada y tuvieron que irse a vivir con su abuela al oriente de la ciudad. Al ver el terror y las condiciones, además por la salud de su padre, se mudaron a la zona mixteca de Oaxaca.

No fue un proceso sencillo, la madre de Fernando trabajaba todavía en la ciudad. Y tenían que cuidar la casa en la Doctores.

«La propiedad fue reparada. Decía mi padre que quizá sólo la volvieron a enyesar. Según me cuentan, durante el terremoto la fractura de la pared permitió ver la casa vecina. Por eso mis padres no querían regresar», detalló Fernando.

Finalmente pusieron un negocio familiar y nunca más volvieron, a excepción de Fernando, quien regresó para terminar sus estudios; hoy vive en Alemania.

Héctor Castillo tenía seis años y su familia pasó por lo mismo. Inicialmente el plan era mudarse temporalmente a Michoacán pero decidieron quedarse.

«La verdad ahora no me pasa por la mente regresar. Vivo mas feliz», comentó Castillo.

Rubén Rojas era empleado del Instituto Mexicano del Seguro Social, luego del temblor tuvo acceso al programa del cambio de residencia y se fue a vivir a Querétaro.

«Llegamos sin nada únicamente con el trabajo que nos fue otorgado y un crédito de Infonavit [Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores], y hasta la fecha vivo en este estado. Admiro a toda la gente que aún vive en el DF. De manera personal voy al al Distrito únicamente por ver a la familia», dijo Rubén Rojas.

Doña Bertha Y Varias Familias Forman Parte Del Fotorreportaje los Incómodos Quienes Habitaron Las Ruinas De Un Edificio En La Calle De Chihuahua De La Colonia Roma Foto Enrique Ordóñezcuartoscuro
Doña Bertha Y Varias Familias Forman Parte Del Fotorreportaje los Incómodos Quienes Habitaron Las Ruinas De Un Edificio En La Calle De Chihuahua De La Colonia Roma Foto Enrique Ordóñezcuartoscuro

La mañana del 19 de septiembre de 1985, a las 7:19 horas se presentó un movimiento telúrico de 8.1 grados en escala de Richter. Durante minuto y medio sacudió la Ciudad de México y sus alrededores, aunque también se sintió en otros estados.

Hubo varias réplicas, la más significativa fue la del viernes 20, cuya magnitud fue de 7.3 grados en la escala de Richter.

Según cifras oficiales globales, el sismo dejó 12 mil 747 inmuebles dañados, de los cuales el 65.4 por ciento estaba destinado a vivienda; el 14 al uso comercial; el 13 a escuelas, y el resto a servicios. Unos mil 500 edificios públicos, de los 70 mil existentes, se afectaron.

Entre los inmuebles más importantes figuran el Hospital General, el Hospital Juárez, el edificio del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), la Secretaría de Comercio y Fomento Industrial (Secofi), la Secretaría de Trabajo y la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT). También se dañó la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal, los tribunales de la Junta de Conciliación y Arbitraje y el edificio de la gran comisión de la Cámara de Diputados, entre otros.

El parque de Beisbol del IMSS, conocido tradicionalmente como el Parque Delta, sirvió para que familiares de desaparecidos, identificaran cuerpos luego del terremoto.

La zona centro del Distrito Federal, que fue la más afectada por el terremoto, ha ido perdiendo habitantes. Durante 25 años, a partir del sismo, la población disminuyó 33 por ciento, de acuerdo con el censo de 2010 del Inegi, que indica que existen 1 millón 700 mil habitantes; 800 mil menos que en 1980.

Muchos afectados decidieron quedarse en sus inmuebles a pesar que a la fecha siguen dañados. En el fotorreportaje llamado «Los incómodos», el reportero gráfico de Cuartoscuro Enrique Ordóñez retrató la vida de aquellas familias que no pudieron mudarse y que hoy son vistas como una amenaza por las constructoras que intentan levantar nuevos proyecto en esos espacios.

TODO ATRÁS Y NO SE VA

La mayoría de los entrevistados y personas que compartieron su anécdota por medio de la página de Facebook de SinEmbargo coincidieron en las dificultades para reiniciar su vida –personal, familiar, laboral, escolar– en otros lugares, sobre todo aquellos que lo hicieron en total desamparo familiar.

Los problemas que la mayoría enfrentaron fueron desempleo, exclusión, discriminación y carencia económica.

«Yo lo sentí en Jalisco. He conocido personas que se fueron a Cuernavaca y entre ellas a un señor de aproximadamente 75 años. Lo que él me contó fue que el Gobierno federal recibió miles de millones de pesos que donaron muchos países y por supuesto el gobierno se quedó con todo y a la gente no la ayudaron. A las personas que se quedaron sin nada les tocaba una ayuda de un millón de pesos», detalló Sandy Lozano.

Otra de las situaciones que se replicaron fueron las secuelas psicológicas y físicas, entre las que destacaron: ansiedad, dificultad para dormir, pánico, estrés, problemas digestivos, respiratorios, entre otros.

«[Mis papás] Me cuentan que cuando se sentía un temblor por las noches, al intentar salir de la casa no podían. Pensaban que aún seguían en el D.F donde las chapas de las puertas eran muy distintas a las que se acostumbraban en ese pequeño pueblo [en Oaxaca]», compartió Fernando Barragán.

Todos recordaron con claridad el día, aunque muchos eran niños o adolescentes. A pesar de la tragedia y de las pérdidas, también comentaron con orgullo la solidaridad en la búsqueda y trabajos de rescate.

«Viví en la Santa Maria Ribera hasta 1986 y ahora en Naucalpan, aunque extraño el DF. Fue horrible el terremoto. Algunos días estuve muy asustada y luego me incorporé con gente de la UNAM para ir apoyar a la gente de Tepito», cuenta Ángeles Arrieta, sobreviviente.

Luego de aquel episodio, la cultura de prevención se volvió en una herramienta para superar y controlar la situación durante temblores posteriores. La capital del país, por supuesto, no volvió a ser la misma…

en Sinembargo al Aire

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