El debate en torno a la caza deportiva es generalizado, y México, país destino para turistas cinegéticos por su biodiversidad, no es la excepción.
Ciudad de México, 4 de octubre (SinEmbargo).– «La caza es un crimen, es una práctica injusta y debe terminar sencillamente porque mata animales. Nada justifica dispararle a un animal por diversión». Dulce Ramírez es directora de la organización Igualdad Animal México. Como personas de otras asociaciones, ha abogado a lo largo del tiempo por el respeto a la vida de los animales.
«Nosotros luchamos por los derechos fundamentales de los animales entre el que está el derecho a la vida y, evidentemente, la caza lo vulnera. Otro derecho es el de no ser torturados, pero los cazadores los hacen sufrir, porque muchas veces los animales reciben un disparo y no mueren al instante; tratan de huir heridos hasta que son rematados o mueren ellos por su cuenta, y el sufrimiento puede extenderse por varios días», explica por su parte, Israel Arreola, de AnimaNaturalis.
Ellos abogan por la vida, una vida que, para la actividad cinegética, no sólo tiene valor moral, sino también valor económico. Arreola asegura que se trata más bien de «un negocio millonario y que si bien es cierto que la caza puede ser explotada como una actividad económica rentable y que no ha sido explotada lo suficiente [en México], nos encontramos en una situación en que se otorga mayor importancia al dinero que al derecho de las especies a sobrevivir, lo que indica egoísmo por parte de los humanos».
Por su parte, Dulce Ramírez señala que la caza «es una actividad en la que se lucra con la vida de inocentes animales. Es violencia. Los animales son acosados, sufren terror, un profundo miedo y sufrimiento al saberse perseguidos, buscan esconderse, refugiarse para evitar al cazador que disfruta acorralar a un animal hasta finalmente matarlo y llevarse partes de su cuerpo como trofeo. Nada hay de positivo en un acto como éste».
Las autoridades mexicanas lo ven diferente. Para ellos, la cacería deportiva es de importancia estratégica para el sector turístico: en el país la caza deportiva corresponde al uno por ciento de esta industria y, sólo durante la temporada del año pasado, dejó ingresos estimados en más de 160 millones de dólares según cifras oficiales.
De acuerdo con la Secretaría de Turismo, esta actividad desempeñada de forma adecuada tiene como efecto un mejor «aprovechamiento y control de los recursos, implica la revalorización y reinversión en la conservación, representa ingresos adicionales para el sector agropecuario, mejora la calidad de vida de las comunidades rurales y complementa la oferta turística».
En el territorio nacional, poco más de 12 mil áreas tienen autorización de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) para la caza deportiva, y ésta representa una fuente de cientos de miles de empleos directos e indirectos, que van desde los mismos prestadores de servicios cinegéticos hasta los manejadores de fauna, pasando por labores como guías, choferes, taxidermistas, etcétera. Sólo a modo de referencia: hace diez años, únicamente en estados del norte que comprenden Baja California, Chihuahua, Coahuila, Sonora, Nuevo León, y Tamaulipas, se generaron alrededor de 43 mil 685 empleos en la temporada de caza.
Así que, mientras que para animalistas la actividad cinegética se ciñe a un acto inhumano y de crueldad, para otros el beneficio como sustento económico es innegable.
De acuerdo con Gerardo Ceballos, un destacado ecólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) dedicado, entre otras cosas, a la conservación de especies y mejora de aprovechamiento de recursos naturales, la caza deportiva es socialmente correcta, y para comprender sus beneficios ésta debe valorarse más allá de un enfoque estrictamente moral:
«Es necesario hacer una evaluación de la cacería desde un punto de vista técnico, de modo que resulte lo más objetiva posible. Para esto, se tiene que hacer a un lado la parte filosófica. De pronto es fácil calificar cualquier actividad humana como ‘buena’ o ‘mala’, y está bien. Pero tenemos que entender que la posición filosófica no corresponde a la técnica o científica».
El científico difiere además con la aseveración de animalistas de que la caza deportiva afecta negativamente a la conservación de especies y ecosistemas.
Mientras que la sacralidad de la vida es un aspecto considerado por animalistas –como sostiene el activista Arreola, que explica que «cazar implica perder un vínculo sagrado con la naturaleza»– el ecólogo dice que «la cacería bien organizada y planeada puede tener muchos beneficios para la vida silvestre. La caza no causa daño, sino al contrario: es benéfica, porque además de contribuir a la conservación de especies lo hace también con los ecosistemas».
Por su parte, el representante de AnimaNaturalis sostiene que «no hay estudios que respalden que los sitios en los que la caza está permitida tengan una preservación considerable de las especies, sino que la caza tiende a desequilibrar las diferentes cadenas de estos animales y en general, tiene un efecto negativo sobre los ecosistemas. [Además], es una cuestión fascista que los cazadores ayuden a conservar las especies sólamente porque tienen interés en ellas. Ahora, la caza como tal, no es una condicionante para que las especies sean protegidas. Si ellos quisieran preservarlas realmente lo podrían hacer sin la necesidad de cazarlas».
Mientras tanto, Ceballos, con una larga carrera dedicada a la conservación, lo desmiente y comenta algunos ejemplos puntuales exitosos de preservación en el país: «Animales como el venado cola blanca, el venado bura, el pecarí de collar blanco, el borrego cimarrón, algunas especies de patos, palomas y codornices se han visto realmente beneficiadas por la caza deportiva. El borrego cimarrón es el mejor ejemplo: de haber muy pocos hace algunas décadas ahora hay muchos más porque hay incentivos para protegerlos».
«Además –continúa– los ecosistemas también se conservan, porque para mantener al animal que vas a cazar requieres hábitat. Y un buen manejo del mismo implica observar los requerimientos del animal: el alimento, agua, refugios. En función de esto se hacen mejoras en el medio ambiente. Ya se tiene mucha información sobre eso, la ciencia y la técnica está muy bien establecida en muchas especies», sostiene.
Los sitios destinados a la caza son registrados ante la Semarnat como Unidades de Manejo para la Conservación de la Vida Silvestre (UMA’s). En ellos, los propietarios han sido autorizados para el aprovechamiento de los animales con la corresponsabilidad de la preservación de las que ahí habitan.
«Cada una de las UMA’s cuenta con un plan de manejo aprobado y dentro [de ellos] se da seguimiento permanente al estado del hábitat y de poblaciones o ejemplares que ahí se distribuyen […]. Es un modelo que considera que el aprovechamiento sostenido se debe realizar con base en estudios de la población de fauna silvestre. El aprovechamiento de ciertas especies cinegéticas permite obtener recursos financieros, mismos que podrán y deberán usarse en parte para implementar estrategias de protección a las poblaciones de las especies bajo manejo cinegético, así como acciones de conservación y restauración del hábitat que ocupan», explica el portal de la Asociación Civil Protección de la Fauna Mexicana (Profauna).
Entre los animales que pueden cazarse en México figuran aves como guajolote silvestre, faisán de collar, ganga, agachona, grulla, huilota, gallereta y diversas variedades de codornices, gansos y palomas. En el caso de mamíferos, se trata de animales como el conejo, coyote, zorra, liebre, pecarí de collar, venado cola blanca, puma, venado bura, borrego cimarrón, mapache, gato montés, wapití, armadillo de nueve cintas, guaqueque, coatí, venado temazate y tlacuache.
La caza es realizada en las llamadas «épocas hábiles de aprovechamiento extractivo sustentable», fechas que la Semarnat establece para la actividad. Estas épocas hábiles «son sólo de referencia, a efecto de que los técnicos responsables puedan establecer en sus Planes de Manejo, las temporalidades a que se sujetará el aprovechamiento de determinada especie, así mismo los técnicos podrán establecer temporalidades distintas obedeciendo a las condiciones especificas de cada región y el comportamiento de la especie según dichas condiciones», explica la Semarnat.
Para animalistas como Dulce Ramírez, de Igualdad Animal, no se trata de regulación de temporadas de caza, de especies destinadas a este fin, o de sitios regulados para el mismo. Para ella, estos espacios no son necesarios. No bajo el argumento de conservación, puesto que «los ecosistemas llevan existiendo, regulándose, cambiando, naciendo y desapareciendo desde mucho antes de que aparecieran los cazadores. Es absurdo pensar que la cacería deportiva promueve la conservación. La principal amenaza para la biodiversidad es la creciente población humana [y entonces], desde un punto de vista únicamente ecológico, deberíamos exterminar a la especie invasora que causa la depredación, en este caso la homo sapiens. Sin embargo si consideramos la ética detrás de dicho acto, no podríamos pensar en tal aberración». Así se debería hacer con los animales, sostiene.
«No existe ética que justifique arrebatarle la vida a un animal, criarlo exclusivamente para ser asesinado en un juego cruel de presa y cazador. Porque es una actividad cruenta y quienes podemos reflexionar sobre las consecuencias de nuestros actos somos responsables de los mismos y debemos tener en cuenta los intereses de los demás individuos de manera justa y equitativa. Por ello, la caza debe ser abolida», insiste.
En contradicción, para el ecólogo Gerardo Ceballos, lo que resulta absurdo es creer que la abolición de la caza es una opción viable, no sólo para conservar a algunas especies, sino para algunas comunidades: «Prohibir la cacería deportiva en México es prácticamente imposible, porque mucha gente la usa como fuente de sustento. La abolición de la caza es una postura absurda, porque carece de bases científicas y técnicas sólidas. Con la prohibición de la actividad se perdería un importante ingreso económico en el país y muchas fuentes de empleo en algunas de las zonas rurales más marginadas. Prohibir la caza significaría que las especies que están siendo conservadas pierdan su valor [económico], lo que es actualmente un incentivo para que los propietarios de las UMA’s los conserven», advierte.
Recientemente, en Holanda se registró un incremento de más de dos mil por ciento de parejas reproductoras de gansos en su territorio, misma que está causando daños significativos a la agricultura y, con ello, a la economía del lugar. El aumento de población se dio tras la prohibición de la caza deportiva de la especie en 1999. Ahora «la explosión en el número de gansos ha desmentido las afirmaciones de los grupos de izquierda [dadas] en el momento de la prohibición de que sin la intervención humana, la naturaleza se ‘regularía’ en sí misma y no habría ningún daño a la agricultura», señala un artículo publicado en Breitbart.
Por hechos como éste, el ecólogo Ceballos asegura que antes de proponer medidas como la abolición de la caza se debería optar por alternativas prácticas: «la caza deportiva le da de comer a los pobladores locales y está comprobado científicamente que conserva a especies. No se trata de abolir la caza. En Costa Rica, por ejemplo, donde recientemente la han prohibido, se impuso una ley ineficiente, que carece de reglamentos y formas de hacerse valer. No se presentó una alternativa para suplir la actividad. Así en México: si no hay base científica y técnica sólida y alternativas a la actividad cinegética para quienes viven de ella y las especies que se conservan, no es admisible abolirla».
Por su parte, Israel Arreola, de AnimaNaturalis, sostiene que sí hay alternativas, tales como otras formas de desarrollo ecoturístico o el aprovechamiento de especies vegetales. «Porque en primera línea la caza no es una actividad de conservación, sino una empresa. Se trata de matar por placer y para presumir logros», sostiene.
«La cacería es un asesinato. Refleja conductas antisociales por parte de las personas que la ejercen», continúa Arreola. Para el Dr. Manuel Pérez Gomez, autor del artículo «La esencia de la cacería» publicado en el portal de la Federación Mexicana de Caza, A.C, se trata más bien de una de las mejores actividades para generar felicidad: «En las sociedades altamente tecnificadas y particularmente en las grandes urbes, se genera mucha ansiedad o ‘estrés negativo’ que le ocasiona al ser humano una enorme cantidad de desasosiego, tristeza, apatía, depresión, aislamiento, etc; porque buscará de alguna forma el contrarrestarlos, una de las maneras mas eficientes es la cacería», sostiene.
Para el cazador, su afirmación no sólo tiene base filosófica y sociológica –de acuerdo con su artículo– sino también neurofisiológica: «después del disparo al cazar […] el estímulo que llega al hipotálamo hace que se libere B-Endorfina la cual produce analgesia y sedación, es decir ocasiona una sensación de bienestar o placer», explica.
Para la Federación Mexicana de Tiro y Caza, A.C. (Femeti) la cacería es una actividad incluida dentro del Deporte de tiro. «El tiro deportivo en nuestro país se practica desde principios del siglo pasado, por grupos de cazadores y tiradores que organizaban torneos con animales y blancos fijos», señala en su sitio oficial. Según Femeti, la caza deportiva es una actividad que, para su realización, se vale de estrictas técnicas, normas y ética.
Pero, «la caza no tiene aspecto positivo en absoluto –contradice Dulce Ramírez– y quien diga lo contrario sólo estará justificando [la] violencia contra los animales». Para ella, tanto la cacería deportiva (considerada un medio de conservación, deporte y actividad económica), como la cacería ilegal (aunada al tráfico de especies y explotación no regulada de recursos naturales), «tendrían que considerarse lo mismo porque su fin es matar animales por lucro y diversión. Estos asesinatos se legitiman apelando al deporte, entretenimiento o conservación», sostiene.
«En Guadalajara, por ejemplo, documentamos el tiro de paloma en el Club Cinegético Jalisco. A las palomas se les cortan las alas (para que el vuelo sea incierto y represente un reto para el tirador), les ponen ungüento en los ojos, son metidas en diminutas jaulas hasta que toca su turno para ser lanzadas con fuerza y recibir los impactos de bala […] caen al suelo todavía conscientes [y después] las lanzan a contenedores de basura. Algunas palomas logran escapar y llegan a las zonas urbanas donde se reproducen y se les consideran plagas», comenta.
La caza deportiva es regulada por algunas leyes, principalmente la General de Vida Silvestre. Ésta la define como «la actividad que consiste en la búsqueda, persecución o acecho, para dar muerte a través de medios permitidos a un ejemplar de fauna silvestre cuyo aprovechamiento haya sido autorizado, con el propósito de obtener una pieza o trofeo».
Para practicarla, un interesado debe tramitar una licencia, y realizarla en las zonas destinadas para la actividad. La ley prohibe ejercer la caza deportiva «mediante venenos, armadas, trampas, redes, armas automáticas o de ráfaga; desde media hora antes de la puesta de sol, hasta media hora después del amanecer y cuando se trate de crías o hembras visiblemente preñadas».
Sobre la regulación, la representante de Igualdad Animal en México opina que «atiende a los intereses de los cazadores, es un negocio muy lucrativo. Es una regulación que sigue considerando a los animales como trofeos, objetos y medios para sus fines». Arreola, de AnimaNaturalis, coincide, y agrega que «debería haber mayor voluntad por parte de todas las instancias y funcionarios públicos sino de prohibir la caza, o por lo menos hacerla más responsable».
El ecólogo Ceballos, por su parte, insiste con que no se trata de calificar la actividad como «buena» o «mala», sino de comprender sus beneficios con fundamentos científicos y regularla debidamente. Recuerda el caso del oso gris mexicano, o del caracara de la Isla de Guadalupe, especies que desaparecieron por la caza no regulada. Para él, la caza es benéfica en el ámbito socioeconómico, por la generación de empleos; y ecológico, por la conservación de fauna y ecosistemas.
«Pero para que se den estos beneficios necesitas un marco legal y técnico-científico correctos. Con un marco incorrecto, evidentemente el beneficio no existirá. La cacería no regulada tendría un impacto negativo severo».
«En México aún existen problemas de financiamiento y estructura en la regulación de la caza deportiva, pero, en general, funciona bien. En Tamaulipas, por ejemplo, se salvó el hábitat importante para la reproducción de las palomas que ya se había convertido en campos de cultivo: se salvaron, gracias a que hay cacería, grandes extensiones de matorral, de selva mediana y selva baja. Por otro lado, muchos pueblos rurales se benefician de la actividad».
Para Ceballos, el debate sobre la actividad cinegética implica abrirse a una postura «más incluyente, más plural, social y técnicamente más correcta. Debemos dejar los juicios estrictamente morales a un lado. Ésa es la mejor manera de comprenderlo: dejando de tener posturas inflexibles y privilegiando los intereses de la sociedad en general», concluye.