Ciudad de México, 27 de agosto (SinEmbargo).– Esta semana, Kimber Stanhope, investigadora del Departamento de Biociencias Moleculares de la Universidad de California, vino a México a exponer un estudio que determinó que el consumo de refrescos puede derivar en enfermedades cardiovasculares y que los indicios iniciales aparecen en las primeras dos semanas de ingesta.
A nivel internacional, las políticas públicas para combatir las consecuencias a la salud provocadas por los refrescos han ganado notoriedad por sustentarse en estudios científicos. Y Stanhope considera que la lucha de las refresqueras por defender el mercado de ventas pasó de cabildear con legisladores a librar la batalla en el terreno de las investigaciones.
En México, en promedio, se consumen 176 litros de refresco por persona al año. Esto convierte al país en el principal consumidor de este tipo de bebidas en el mundo, de acuerdo un reporte del Centro de Estudios de las Finanzas Públicas de la Cámara de Diputados que data del 2012.
Asimismo, estudios que señalaron diabetes, obesidad y 24 mil muertes prematuras anuales incidieron para que los legisladores implementaran con la reforma fiscal del 2014 el impuesto a las bebidas azucaradas.
Stanhope ve con buenos ojos que estos esfuerzos, pero cree –según dijo en entrevista con SinEmbargo– que la diversidad de estudios está cada vez siendo más importante para que los legisladores impongan medidas, como está a punto de pasar en México, con la revisión del Impuesto Especial sobre Producción y Servicios que grava los refrescos durante la discusión del paquete fiscal 2016.
–¿Qué tan efectivas son las medidas fiscales para mejorar la salud de la sociedad?
–Yo no puedo decir qué tan bien van a funcionar los impuestos con respecto a detener a alguien de beber refrescos, pero si ese dinero se usa para los proyectos que sabemos que son buenos para la salud, pero para los cuales no hay dinero, pues, ya sería un gran avance. Yo apoyo poner impuestos a refrescos por generar ese dinero de recaudación y usarlo en cosas positivas.
–¿Cuáles son los esfuerzos que se hacen Estados Unidos para poner esto en las leyes?
–Es el Comité del Senado sobre Salud, Educación, Trabajo y Pensión de los Estados Unidos, y recientemente, justo antes del día que ellos iban a votar sobre impuestos yo estaba yendo de oficina en oficina presentando los resultados de mi estudio. Dado que no soy economista eso es para mí difícil de contestar . Pero muchos estaban conmigo, por ejemplo, los miembros de la Asociación Americana del Corazón, que estimaron cuánta recaudación iba a generar este impuesto en el estado de California, y era una cantidad impresionante.
–¿Por qué considera que es difícil permear en los legisladores que aprueben este tipo de leyes?
–Básicamente creo que es más difícil llegar a los políticos que realmente van a votar si pasan o no los impuestos sobre refrescos. Lo que sucede es que seguramente a ellos cuando tienen que decidir les llegan estudios contradictorios, puede estar el mío, contra otro que dice todo lo contrario, como el de J. Rippe.
–¿Y eso cómo afecta su decisión?
–Los legisladores tienen 10 minutos para decidir lo que nosotros hemos hecho en años. Y luego reciben presión de la industria que les dice: «si tú votas a favor de los impuestos vas a tener repercusiones en el número de empleos que se perderán, y en el electorado que va votar por ti más adelante». Y hay muchos ejemplos de presiones y amenazas de la industria refresquera que han hecho que las propuestas se paren.
–¿Entonces piensa que les ha servido como excusa que haya diferentes estudios?
–Tener controversia en los estudios le ha servido para tener salida ante los votantes. Ahora bien, ¿vamos a tener perfecta evidencia de otros daños que provocan los refrescos? Tal vez sí, pero nos va tomar cinco o diez años, porque las investigaciones tardan un largo periodo de tiempo.
–¿Cree que la guerra de las empresas de refrescos en contra de las organizaciones de salud ha pasado también al ámbito científico?
–Yo pienso que los científicos son muy diplomáticos. Todos tiende a tener la noción de que dejarán a sus datos hablar por sí mismos. Pero yo pienso que en ese sentido también hay que decir las cosas que vemos en otros estudios financiados por la industria.
–¿Ha recibido ataques a su trabajo por parte de científicos financiados por empresarios?
–En junio pasado detallé claramente en un periódico por qué los estudios financiados por la industria no coincidían con el mío, y también por qué el metanalisis financiado por Coca Cola, o las refinadoras de azúcar, llegaban a conclusiones confusas. Inmediatamente, los consultores refinadores de azúcar escribieron una carta al editor de ese medio diciendo que mis apreciaciones no implicaban que el azúcar condujera a la obesidad o a la diabetes.
–¿Y cuándo ellos publican, ustedes atacan?
–Cuando ellos publicaron sus resultados nosotros no escribimos cartas al editor refutando lo que decían. En cierta forma ellos son más proactivos en atacar nuestros datos que lo que nosotros somos en atacar los suyos. Sin embargo, pese a que han atacado nuestra investigación muy rápido, sus ataques no son particularmente válidos, o impresionantes, pero bueno…
–En la conferencia se dijo que en EU hubo una reducción del 25 por ciento en el consumo de refrescos. ¿Cómo sucedió?
–He visto los reportes financieros de Pepsi y Coca Cola, que sus ganancias se están yendo para abajo, especialmente para sus bebidas azucaradas. Yo creo que esto empezó casi desde el momento en el que el concepto de la alta fructuosa se volvió una cosa negativa. Y eso fue en el 2008. Cuando empezó a ganar esa reputación y la información empezó a circular en internet.
–¿Cree que la información en internet es precisa?
–La información empezó a ser tanto acertada como imprecisa en la web. Pero fue útil porque ayudó a muchas personas tomar la decisión de dejar de consumir soda. Y los refinadores dijeron que esto era injusto.
–Usted realizó un estudio que comprueba los daños cardiovasculares que se publicó este año. ¿Qué impacto cree que tuvo?
–Está saliendo a la gente, cómo lo sé, porque tengo entrevistas ahora una o dos veces a las semana con periodistas de los medios. Cuando salió mi estudio, yo difícilmente podía hablar con toda la gente que quería comunicarse conmigo, y las discusiones en internet se difundieron tanto que no pude seguir el rastro de todas, fueron 10 mil en la primera semana.
–¿Qué otras políticas pueden ayudar a la reducción de los niveles de consumo de refrescos?
–Algunas cosas están pasando en Estados Unidos, las autoridades dijeron que el azúcar debe estar fuera de las escuelas. Eso es genial. Ya no vamos a permitir a la industria vender a los niños por medio de la televisión en horarios infantiles. Pero ahora lo que está sucediendo es que estos mensajes están siendo dirigidos a los padres, aunque sean comidas para niños, el marketing no se detiene.
Si los padres de los niños, realmente, entienden que los efectos detrimentales de beber bebidas azucaradas, ellos serán los primeros en detener el permiso de los niños a poder beber estos productos. Desafortunadamente, lo que lo hace difícil es que ellos tienen que empezar consigo mismos.
–Por último, ¿en qué consiste el proyecto en el que trabaja ahora?
–Estoy muy honrada de que el Instituto Nacional de Salud vuelva a financiar una investigación mía. Esta será la primera vez que un estudio evaluará los daños del azúcar aunque no exista ganancia de pesos. Vamos a preparar cada mordida que los consumidores consuman. Y vamos a probar que la cantidad de lo que comen es exactamente igual, pero que los efectos del azúcar en la salud se verán con y sin ganancia de peso.