Ciudad de México, 30 de julio (SinEmbargo).- Es un chiste tonto, de esos que de tan tontos generan hilaridad y son difíciles de olvidar: un tipo frente a la cámara presenta a su perro “bomba”. “Es un perro bomba porque es un perro muy bonito”, explica orgulloso y “es bomba porque ¡pum!”, avisa. Y explota el perro frente a la cámara.
Algo de eso hay con el protagonista de Los Jefes, la película producida y musicalizada por Cártel de Santa, la banda de rap/hip-hop creada en Santa Catarina, Nuevo León, México, que comenzó sus actividades en 1996 y está compuesta por el vocalista principal, apodado MC Babo; y Román Rodríguez, mejor conocido como «Rowan Rabia», Monoplug o simplemente Mono.
“La Bomba” es como el can del cuento: un narcomenudista eficaz y recomendable para el negocio al punto de que «El Perro», su jefe, es capaz de fiarle 500 mil pesos que quién sabe cuándo podrá devolver. Pero es “bomba” también por su predisposición a explotar en forma inesperada.
Desafortunadamente, la droga, el cristal que prueba por primera vez y la mota que es su agüita diaria, accionan su mecanismo autodestructivo e incendiario con consecuencias tremendas e irreversibles para él y para quienes lo rodean.
El personaje a cargo del rapero Millonario no es muestra de una actuación magistral al estilo De Niro o Pacino, pero tiene ese grado de credibilidad que hace falta para seguir una historia de violencia, tan cruda y pesada como la que propone el filme de Chiva MF.
“Los Jefes es un juego de ruleta rusa, cada escena es un tiro que lanza al espectador un escape de adrenalina esperando con el corazón acelerado y las manos frías para después dispararlo en un drama mortal. Todo envuelto en una mezcla sinfónica de slang callejero y hip hop al más puro estilo del Cartel de Santa”, dijo el cineasta.
LA VERDAD, LA REALIDAD
El estilo de la violencia cinematográfica tiene muchos deudores y cualquiera puede decir que las escenas de tortura, los asesinatos a poca distancia, los perros siempre amenazantes en las sombras, pueden evocarnos al primer Quentin Tarantino, el gran diseñador del cine violento en nuestra era.
Pero se equivoca quien crea que Los Jefes es una apuesta estética al estilo de los grandes directores estadounidenses, aun cuando la película posea planos bastante decentes y la música a cargo de los raperos de Santa Catarina sirva de un buen telón de fondo sonoro, muy propio de esta tierra, tan mexicano como el tequila, las tortillas de harina y el nopal.
Entre tanto caló, entre tanto barrio, el filme es devastador precisamente por todo lo que evoca y que no tiene que ver con el séptimo arte. Es esa frase que se nombra como en un susurro “se nos hizo fácil” o su versión individual “se me hizo fácil” lo que resuena, lo que retumba ante nuestros ojos con la contundencia de una tragedia cercana, tristemente reconocible.
Se nos hizo fácil el secuestro, las decapitaciones, las torturas con soplete, los tiros de gracia en la frente, estos retratos del horror y la droga moviendo la rueda mágica del dinero en grandes cantidades, esculpiendo la falsa ilusión del poderoso dólar, tan inútil, tan fatuo, cuando crece alrededor de cadáveres cercenados.
La película que se estrena hoy en 35 complejos cinematográficos de Tijuana, Monterrey, Querétaro, San Luis Potosí, Ciudad Juárez, León, Guadalajara y la Ciudad de México, tardó tres años en filmarse y casi otro tanto en conseguir fecha de estreno, probablemente porque en su raíz subyace la denuncia: la acumulación de jefes siempre lleva a alguien que está encima del otro y todo termina allí donde el poder inasible y muy bien pertrechado ordena a su antojo las fichas para un nuevo juego.
El filme es violento, crudo y estremecedor, pero se muerde la cola de serpiente envenenada cuando el desarrollo de los hechos parece justificar el narcotráfico y los cientos de muertes injustas –un genocidio, como llegó a definir el prestigioso jurista argentino Eugenio Zaffaroni- acontecidas alrededor del crimen organizado.
Tanto así que el rapero llamado Millonario (La Bomba letal en Los Jefes), un hombre difícil en la vida real al punto de haber sido protagonista de un accidente automovilístico donde murió una joven que iba de copiloto, le dice en una escena a un chavito: ¡Estás muy morro! ¡Ve a estudiar!
Lo aconseja mientras se sube a una Hummer -que luego se convertirá en un objeto determinante para contar la historia- y empieza a protagonizar una verdadera “drug movie” donde la tragedia se huele con cada calada a sus churros predilectos.
Los Jefes no le debe nada a Tarantino, sino a esa narcocultura cuya expresión extrema son los bailes populares en las calles de Culiacán celebrando la segunda fuga del Chapo.
Cártel de Santa, como grupo masivo que representa los intereses y las pasiones de los miles y miles de jóvenes que no tienen trabajo ni pueden estudiar y que a diario se topan con un poder institucional que los expulsa, los ignora, cuando no los ataca de forma frontal como en Ayotzinapa, cuenta un lado muy interesante de la Guerra del Narco, pero lo cuenta en forma cerrada, sin plantear debate, incluso glorificando algunas de las ceremonias que envuelven el contacto directo con las drogas, la violencia y la inconciencia que te da estar todo el tiempo “high”.
Cártel de Santa tiene un inmenso público de fieles seguidores que han sumado durante sus casi dos décadas de carrera. La canción “Me alegro de su odio” (dedicada a quienes los critican), por ejemplo, en información proporcionada por la oficina de prensa contratada para la difusión de la película, tiene 10 millones de visitas en YouTube.
Tal su arrastre que, luego de lanzar al mercado seis discos de estudio y otros seis recopilatorios, decidieron involucrarse en el mundo del cine, al producir, protagonizar, realizar el argumento, musicalizar y crear el diseño sonoro de Los Jefes (México, 2015), primer largometraje del realizador regio Jesús Rodríguez alias el “Chiva MF”.
“Sin ser un musical en el sentido ortodoxo del género, la historia se va conduciendo con las canciones de Cártel de Santa, plagadas de referencias a su estilo ‘cartelero’, que pretende reflejar el lenguaje utilizado en el interior del mundo del trasiego y del tráfico de droga, así como la cultura que conlleva, en el norte del país, especialmente en la zona urbana de Monterrey”, explican los productores en un comunicado distribuido a la prensa
“Sus temas contienen una gran carga de violencia, pero también cuentan con toda la apertura para hablar de temas tabúes e incluso ilícitos, pero que son reflejo de las maneras de hablar, vestir y de ser de las bandas juveniles −pero también criminales− de la zona”, agrega.
Los Jefes es lo más cerca que estaremos de universos marginales que dan base al negocio de la droga en nuestro país. En ese sentido, funciona casi como un documental. Pero no hay que caer en la trampa que nos proporciona un guión simple y manipulador que nos quiere hacer creer algo que es verdad: la corrupción llega al más alto poder y es el más alto poder el que define los complejos entramados del narcotráfico.
Es verdad, pero debe tener remedio y ahí es donde Los Jefes hace agua y se queda en la mitad de una narrativa a veces tan insustancial como inductiva.