El feminicidio en el Estado de México es peculiar. A diferencia de otras entidades, en el estado del Presidente Enrique Peña Nieto la masacre de mujeres no se concentra en unos cuantos municipios, sino se extiende en todo el territorio.
Ellas mueren de la peor manera en los municipios populosos del Valle de México o en los pequeñitos de las regiones rurales, en los pobrísimos o en los que gozan de un desarrollo humano equiparable al de Europa, en los que limitan con Puebla o en los contiguos a Querétaro.
¿Es suficiente la declaratoria emitida para los 11 municipios más poblados?
Una manera de responder es con la muerte de Smith, una vida en el ardiente del sur mexiquense, una tierra tomada, desde años, por el narcotráfico de Michoacán y Guerrero.
Luvianos, Estado de México, 10 de julio (SinEmbargo).– Alfonsa supo de la muerte de su hija porque un regidor municipal de Luvianos pasó por el caserío de Caja de Agua y se detuvo frente al borlote de su casa. Se asomó y miró a la muchacha desvencijada, doblada sobre sus piernas con la sien izquierda hecha un manantial rojo.
El funcionario supo que la difunta era Smith, la hija de Alfonsa. Entre sollozos, vecinos y policías llevaron al hijo de Smith a una tienda Liconsa, programa de apoyo social del gobierno federal. Jaime, marido de Smith y padrastro del pequeño, no aparecía por ningún lado. Lo habían visto por la tarde, ya ebrio y en el billar del pueblo. También estaba ausente la pequeña hija de ambos.
–Avísale a Alfonsa –pidió el regidor a una hermana suya, vecina de Alfonsa, pero no la encontró.
“Cuando llegué ya venía queriéndose hacer oscuro y vi un carro. Me pararon y me subieron. Me empezaron a platicar, pero no me quisieron decir nada. Nomás me dijeron: ‘La andan buscando, le van a decir algo, pero es mejor que se allá’”.
La vecina tenía alrededor un torbellino de comadres. Nomás entró Alfonsa a la casa, el cuchicheo cesó, como si se apagara una televisión con estática.
–Dile tú –pidió una a otra de menor edad.
–No, dígale tú –desvió esta hacia una mujer más grande.
Alfonsa tuvo certeza de la tragedia, pero supuso que había caído sobre el menos de sus hijos migrados a Estados Unidos.
–¡Tiene diabetes! –susurró una más en voz baja, pero tan tensa que lo mismo hubiera dado si lo gritara.
–Le pegaron… –quiso animarse una.
–¿Qué pasó? ¡Ya díganme! –exigió Alfonsa.
–No ps, la verdad… lo que pasa…
–Necesito que usted se quede tranquila, que se controle pa’ poder decirle.
–¿Le pasó algo a mi hijo Emilio?
–No, comadre. No. Emilio está bien.
–¿Entonces quién?
–Su hija.
–¿Qué hija? –pensó Alfonsa primero en Alma.
–Ps… Que le pegaron.
–¿A quién comadre?
–Y la verdad ya ve usted que no se da cuenta que por aquí anda la gente… Ya sabe: la gente mala –sugirieron a los narcotraficantes que andan en guerra lanzándose cabezas como si fueran granadas.
–¡¿Pero a quién, comadre?!
–Ps… le pegaron a Janet Smith.
En Luvianos, tal vez por extensión del lenguaje usado en la cacería de tigrillos e iguanas, pegar es dar un tiro. El niño de Smith, entonces cercano a los cinco años, aseguró que su padre recargó un cuernito en la cabeza de su madre y luego disparó.
***
Alfonsa es una de esas personas sin recuerdos independientes del trabajo. Apenas caminó sin apoyo, debió hacerlo entre los surcos de la diminuta parcela familiar. En cuanto tuvo oportunidad, huyó de esa miseria y se refugió en la pobreza extrema de Cipriano, el padre de casi todos sus hijos.
La mujer gira los ojos cuándo busca algún dato dentro de su cabeza. Se esfuerza, pero no hay mucho. Aparenta 65 años y todavía le falta un tramo de tres años para los 50. Alguna partícula de belleza aún destella en sus ojos oliva oscura.
“Yo me vine vivir con mi marido bien chica. Él y yo somos de aquí, de Luvianos. Yo iba a cumplir… Demoramos en casarnos, porque cuando yo me casé ya iba cumplir 15 años. No recuerdo en qué año fue eso”.
Alfonsa alumbró su primer hijo en la Cruz Roja de Naucalpan. El segundo en la casa de una tía, asistida por una partera con cara de pasa recargada en la esquina de la habitación en que la muchachita gritaba. La tercera nació en Santa Cruz, municipio de Luvianos. “Nació bien, sin problemas. No estaba bonita, pero tampoco fea”.
Smith fue nombrada así por la inexplicable certeza de sus padres de que ése es nombre de mujer y no apellido de gringo. Janet Smith Estrada González nació el 15 de enero. “No me acuerdo del año. Tenía 25 años cuando le pegaron, cuando la mataron”.
–¿Qué sintió usted de tener a la niña?
–Pues… bien.
–¿Le gustó?
–Puessss… Sí –Alfonsa responde con extrañeza ante el interés de alguien por lo que piensa y siente.
Smith aprendió a leer y escribir en un caserío cercano llamado Salitre de Rodríguez. No mucho tiempo después, pero sí varios hijos adelante, Cipriano dejó a Alfonsa.
“La verdad no recuerdo tampoco cuánto tiempo estuvimos juntos… Nos dejó… me dejó a mí. Está con otra. Creo que con ella también tiene hijos. Todavía estamos casados por la Iglesia”. Mira sus huaraches de plástico partidos de tanto paso sobre polvo ardiente.
–No son de él –interviene una niña sentada en una barda de cemento con cara redonda y manía por sorberse los mocos todo el tiempo. Bajo su playera violeta y estampada con el perro Snoopy se evidencia una barriga.
–La niña que acaba de llegar y esos otros no son de mi marido. Pero él me dejó primero –se envalentona Alfonsa.
El brillo en su mirada se apaga de inmediato: el padre de esos muchachos también la abandonó.
***
Smith terminó la primaria y quedó convertida oficialmente en mujer de casa. Alfonsa insistió a su hija la necesidad de concluir la secundaria. La madre aseguró que trabajaría más, igual que cuando se esmeró para que los dos varones anteriores finalizaran el nivel medio. Pero en ese momento resultaba imposible costear los útiles escolares. Una calculadora para la clase de matemáticas sería un lujo inalcanzable.
Alfonsa estaba embarazada y lo volvería a estar varias veces más.
–No mamá, me voy a trabajar para apoyarla, para ayudarle –resolvió la niña con 13 años de edad.
Y se fue a trabajar como empleada doméstica de un vecino y ahí se estacionó durante seis o siete años. Algún conflicto hubo y Smith se quedó en la calle y ahí mismo consiguió empleo como cocinera de puestos de comida sobre la banqueta. Se enamoró de un muchacho menor de edad con afición por las drogas y maltrato a las mujeres. Cuando se atrevió a dejarlo ya había nacido su hijo Alberto.
Buscó resguardo con Alfonsa, pero de inmediato se le vio que ahí todo le recordaba a la miseria de la que huyo una década atrás. Apenas lo conoció, Smith, de 23 años de edad, aceptó hacer vida con Jaime, entonces alrededor de los 40: piel morena clara, delgado, boca grande, bigote, cejas tupidas.
“Siempre la golpeó. Apenas se juntaron y ya le pegaba. Hasta la pateó en el estómago embarazada de su niña. Ese día, yo andaba en la calle y me encontré alguien que me dijo: ‘tu hija está en el hospital, que se va aliviar’. Ahí pasamos toda la noche, pero no se iba a aliviar. Tenía una amenaza de aborto porque el fulano ese le dio en la panza”.
***
Una de las calamidades de Smith fue la absoluta impericia de su marido para jugar billar. El coctel Molotov quedaba completo con mucha cerveza y algo de cristal, de metanfetaminas. O de cocaína. Una niña que le sobrevivió describe cómo el hombre se reclinaba sobre un cristal espolvoreado y lo aspiraba por la nariz. Entonces los ojos y las venas del cuello se le ponían como las de un caballo tras el primer varazo en una carrera parejera.
En realidad, aún sin perder en el billar, beber hasta dar tumbos o esnifear como los paisanos con ida y vuelta a Estados Unidos verbalizan la inhalación de la droga, Jaime de la Sancha Sánchez es un hombre de mecha corta, de humor tan caliente como la tierra de Luvianos en que nació, creció y mató.
¿Cómo era el matrimonio de Janet Smith y Jaime de las Sancha? Una hermana de menor de Smith, Alma, una niña con 13 en ese momento lo atestiguó todo. No sólo como expectante, sino como protagonista. Jaime la tenía forzada a vivir con ellos y era así porque de esa manera le resultaba más simple abusar de la menor.
Cuenta Alma:
“Nos tenía amenazadas. Me llevó de 13 años y me ordenó que no hablara con mi mamá ni con mis hermanos porque me iba a golpear muy feo y no sé qué tanto. Pero de todos modos yo con qué les hablaba. No tenía el número de nadie ni a dónde hablar.
“Me decía: intentas hablarle a ti familia, di algo o haz algo o te pego a ti o voy y mato a todos. Así me decía. Yo de todas formas cómo les voy a hablar. No tengo su número. Decía: o que ellos te anden buscando y que tú sepas y te quieras ir, primero voy y mato a todos, y ya después a ti, me decía.
–¿Viste cómo golpeaba a tu hermana?
–Les pegaba a las dos juntas –interviene Alfonsa.
–Varias veces, sí –apuntala Alma. –Me golpeaba, me sangraba. Con la mano cerrada –la niña muestra el puño.
–¿No había nada que hacer? –se le pregunta a Alfonsa.
–Decía que nos iba matar a todos –solloza Alma.
–¿Qué lo hacía enojar tanto, Alma?
–Se iba a Luvianos con dinero y lo perdía todo en el billar. Llegaba tomado, drogado y enojado. Respiraba un polvito blanco por la nariz. Lo respiraba diario, también tomaba diario. Siempre lo llevaban en una camioneta gris con los vidrios negros. No sé si sea narco, pero sí es malo. Él tenía un puesto de discos. No era de él, sino de un compadre suyo.
Jaime tuvo cinco hijos. A uno de ellos, estudiante de primaria, lo desproveía del cheque de Oportunidades. Con los demás las cosas no eran mejores. Alma narra otras dos muertes “accidentales”.
Alma reproduce la versión del hombre golpeador:
“Una niña suya iba corriendo y se pegó en la puerta, en su cabecita y de allí empezó a convulsionar. No pudieron hacer nada y murió. Y otro niño se sentó a comer. Tenían sillas altas y se subió, no se sentó bien. Cayó y se pegó en su cabecita”.
Si esto fue así o no es algo que nunca preocupó al Ministerio Público del Estado de México.
–¿Que tan seguido le pegaba a tu hermana? –se le pregunta Alma.
–Diario. Se despertaba y ya le estaba pegando. Por nada se enojaba. También al niño… el niño una vez… –mira al pequeño con actitud de madre y en la práctica lo es–. Fue un accidente, él no sabía nada, y le quebró una antena de conejo de televisión. El niño empezó a jugar con los piquitos en la tierra haciendo rayitas. Él lo encontró y se enojó. Le pegó a él y a ella también. Los pateó. Él niño tenía cinco años. A mí me pegó varias veces también.
–¿Tú sabes qué es el abuso sexual?
–Sí –sorbe por la nariz. Llora.
–Lo sabe por él. Abusó de ella –adelanta Alfonsa.
–¿Desde qué edad?
–Me llevó de 13 años.
–¿Y abusaba de ti en la misma casa en la que vivía con tu hermana?
–Sí.
–¿Tu hermana se daba cuenta?
–Varias veces sí se dio cuenta.
–¿Intentabas defenderte?
–Sí, pero no había nadie.
–¿Qué edad tienes ahora, Alma?
–Catorce. Los cumplí el dos de mayo.
***
“La verdad quería y no quería ir por su cuerpo. Ya se había ido la luz del día. Fui abajo con un primo para que me llevara en su carro y él no me quiso llevar, por lo mismo de los malos. Y para saber si fue alguna compuesta entre ellos. Ninguno quiso. Me vine a llorar con mi hijo, uno que tiene siete años”, recuerda Alfonsa la noche del 21 julio de 2011.
Un conocido de la cabecera municipal pasó junto al caserío. La mujer imploró y aceptó acercarla. Llegaron a la delegación de la policía cinco minutos después del traslado del cadáver al anfiteatro de Tejupilco, demarcación dividida en dos para dar origen al municipio de Luvianos en 2002.
El hijo de Smith, el niño que describiera a Jaime como autor del asesinato de su madre, estaba encargado en una tienda de abasto popular del gobierno. De la niña nadie sabía nada.
La noche ya estaba bien entrada y llovía. El hombre que había acompañado a Alfonsa no quiso continuar. El riesgo resultaba doble: salir en la oscuridad, propiedad del crimen organizado, y conducir bajo el agua por la carretera angosta y sinuosa.
Sin dinero, la mujer sólo tuvo la opción de regresar a casa con el huérfano.
A la mañana siguiente, Alfonsa averiguó qué documentación necesitaría para reclamar los restos de Smith. Todos los papeles estaban en casa de la difunta. Pidió ayuda de alguna autoridad para entrar y buscarlos.
(“La mató en una salita, en su casa, un salita los sillones de plástico negro. La pared está toda salpicada y el sillón también. Tienen una alfombra y mi hija cayó de cabeza ahí. A un lado de la orilla de la alfombra hay también la sangre y todo eso”).
Alfonsa recuperó las actas de nacimiento y demás y volvió al camino de lodo en las mismas condiciones que la noche anterior: no tenía dinero.
Buscó comunicación con uno de sus hermanos residentes en Estados Unidos. Aparte del costo de trasladarse a Tejupilco y la mordida que ahí debería pagar quedaban los costos pendientes del traslado del cuerpo, el ataúd, la misa, la cripta, la cruz, el sueldo del enterrador…
“Por fin llegué al Ministerio Público. Me trajeron de aquí para allá. Que lo del forense, que la muerta, que la caja”.
–¿A qué viene? –le preguntó algún funcionario sin distraerse para verla a los ojos.
–A reconocer y a recoger a m’ija.
–¿Cómo sabe que es su hija?
–Pues me imagino que ha de ser la que golpearon ayer.
–Véngase, sí está segura que ella es la niña.
“Me pasaron allá y vi que era ella. Tenía sangre aquí –entre el ojo izquierdo y la sien–. Mi hija no estaba vestida. La tenían en la plancha, así, desnuda. Rajada desde aquí hasta acá –se lleva un índice de la barbilla al ombligo.
“La caja y las mortajas sí las compramos. Pedí ayuda con uno de los regidores del ayuntamiento. Me apoyaron con una caja, pero al mismo tiempo que echaron a mi hija, se desclavó. Entonces me la cambiaron, pero me pidieron 400 pesos. La vestí de blanco, con la mortaja que le compramos”.
***
La mujer lleva a cuestas seis o siete niños, hijos o nietos, incluida la muchacha embarazada. Alfonsa debe sacarlos adelante con el lavado y planchado de torres de ropa ajena a razón de 35 pesos la docena. Cuando logra emplearse como trabajadora doméstica recibe 100 pesos diarios, equivalentes a dos kilos de huevo, uno de tortilla, una lata de chiles y una Coca-Cola de dos litros.
De algo sirven los cheques del Programa Oportunidades del Gobierno federal. Y eso es todo: Alfonsa y su marabunta infantil carecen de animales y parcela para medio llevar la vida con el autoconsumo. La casa en que viven es un cajón de adobe dado en préstamo por una comadre. Nadie ahí viste algo que no sea regalado. Todos calzan huaraches de plástico a los que el polvo igualó con el color de los tobillos. Algún escurrimiento de un venero es lo que se tiene como agua potable.
Alfonsa tampoco es mujer de muchas certezas, pero las que tiene son inamovibles. Los hombres son violentos, las mujeres son sumisas y el gobierno es algo de otra galaxia. Estudió hasta quinto año de primaria. “No muy bien que digamos, pero sí sé leer y escribir, aunque hago la letra muy arrebatada”.
Cuándo alguno de los niños o la mujer enferman acuden con un médico particular. No hay más. Alfonsa refiere un médico de nombre Abraham, quien cobra 500 pesos por consulta, incluso las subsecuentes al diagnóstico que le hizo de diabetes e hipertensión. Lo mismo hace con sus niños. Una opción, cuando está abierto y puede ir a Luvianos, es recurrir a un consultorio del Dr. Simi donde una médica general garrapatea el nombre de algún medicamento que la mujer surte en la farmacia de la misma empresa.
–¿Y si necesitaran hospitalizarse? ¿Usted ha necesitado estar en el hospital?
–Nomás cuando me aliviaba de mis hijos.
–¿Y sus hijos han necesitado estar en el hospital?
–Sí, no tiene mucho. Uno de mis hijos que va en la primaria, en cuarto, le picó un alacrán y sí me lo tuve que llevar al hospital de Luvianos –en referencia al centro urbano del municipio. –Sí demoramos para irnos, porque aquí no había carros. Hasta que pasó uno nos subimos, pero como la verdad no tomé tiempo ni nada, no sé. Cómo 40 minutos de aquí allá. Ya estaba, ora sí que… Ya ve que el alacrán es como… Pues sí, ya estaba para morirse. Ya estaba morado. Se estaba asfixiando. Y todavía demoró para reaccionar, porque todavía le pusieron sueros y vinimos a dar aquí ya en la noche.
–¿Aquí no hay clínica?
–Ahí está una, pero doctor no hay diario y no tienen las inyecciones para alacrán.
–¿En dónde le picó?
–Andaba por allá en la milpa. Le picó en el dedo. Tenía 10 años de edad.
***
Luvianos es una muesca al sur del Estado de México hendida en los límites de Michoacán y Guerrero, en la región conocida como Tierra Caliente. Luis González y González, historiador y fundador de El Colegio de Michoacán, describió así a esa nación interior:
“De las épocas que fue lumbre (por el origen volcánico del suelo), todavía retiene la temperatura calurosa. Se le dice Tierra Caliente con sobrados merecimientos, por razones muy justificadas. Según algunos es susceptible de hacer huir a los mismos diablos; según otros, basta con rasguñar un poco el suelo para sacar diablitos de la cola. Unos y otros afirman haber visto difuntos terracalenteños condenados al purgatorio que volvieron por su cobija.
“La Tierra Caliente es un país tropical, en medio de mala reputación, distante de las rutas máximas del tráfico mercantil (…) Por su débil situación respecto a las veredas del hombre, se le estampó el epíteto culto de la Última Tule y el apodo popular de fondillo del mundo”.
Las explicaciones son las esperadas: las mujeres son entendidas, incluso por las instituciones, como un género vulnerable y naturalmente sujetas pasivas de la violencia. Golpear a las mujeres en el sur del Estado de México es una condición propia de la virilidad. Permanece la costumbre políticamente aceptada de que las mujeres vigilen bien que su autoestima se mantenga baja.
“Si le pegas a tu mujer luego te la tienes que coger. No puedes nomás pegarle. Luego hay que cumplir”, filosofó un hombre con camisa blanca y abierta hasta el ombligo, bigotes largos y ralos y sombrero con un cintillo negro en la corona. Ese es el estilo en la Tierra Caliente. “Mujer que trabaja, de pendejo no te baja”, continuó el hombre, sentado frente a un grueso consomé de chivo ardiente por lo caliente y por lo picante, remedio que, confiaba, le exorcizaría la cruda.
Antonio Jaime Juárez es procurador de la Defensa del Menor y la Familia de Luvianos. Explica que muchos hombres, perceptiblemente más que en las zonas urbanas, prohíben el desenvolvimiento profesional de sus esposas e hijas con el argumento del descuido de los hijos y de las labores del hogar, sus dos funciones prioritarias, únicas en muchos casos. Se es en función del servicio a un hombre: al padre, al marido, al hijo.
En los hombres subyace el temor de competir en el aspecto económico y de reconocimiento laboral. Los niños crecen con la certeza de que las niñas son personas subordinadas a su género.
“En primaria y secundaria existe mayor presencia de mujeres, pero en los niveles superiores cambia la proporción. Los pocos profesionistas que tenemos casi todos son hombres. En los casos de violencia, las mujeres llegan conmigo y se quejan que el Ministerio Público, cuando se entera del problema, no hace nada. Si no llevan lesiones evidentes nomás no da seguimiento. Hasta que ven una situación verdaderamente grave se preocupan por iniciar una carpeta de investigación.
“Conozco más casos de violencia intrafamiliar contra las niñas que contra los niños. Y es aún más frecuente que las niñas sufran violencia sexual por parte de algún familiar que los niños. De 10 asuntos que atendemos de maltrato infantil, dos involucran abuso sexual contra una niña. La mayor parte de las veces el agresor no sufre consecuencias”.
–¿Por qué?
–Muchas veces no se encuentran pruebas suficientes en los casos de abuso sexual. Algunas son situaciones que ocurrieron desde tiempo atrás y al momento de acudir al Ministerio Público el argumento de las autoridades es que requieren evidencia precisa, por ejemplo, rastros de semen, lesiones vaginales recientes.
El fuego del narco en Luvianos es el mismo de Guerrero y Michoacán. En el juego de alianzas y traiciones se disputan el terreno La Familia Michoacana, porciones de los Beltrán Leyva, Los Zetas y Los Caballeros Templarios de Michoacán apoyados con el Cártel de Sinaloa.
Las mujeres enfrenten nuevas formas de abuso ante la radicalización del machismo. El crimen organizado está poblado de hombres que refrendan una y otra vez su hombría con el ejercicio de la violencia. Pero esta lógica también produce un efecto que pudiera entenderse contrario: “algunas mujeres acuden a los grupos de delincuencia organizada para pedir protección o castigo al responsable de una agresión en su contra en vez de hacerlo con la autoridad”, comenta el funcionario municipal.
Simplemente existe la percepción que el ajusticiamiento es más eficaz que la justicia.
***
El agente del Ministerio Público de Luvianos citó a Alfonsa. Pidió documentación y le instruyó ir a Toluca para continuar con la denuncia y la búsqueda de la hija de Smith y Jaime.
–No puedo ir a Toluca, no tengo dinero. Trabajo y mis hijos van a la escuela –repuso Alfonsa sin despertar interés alguno del funcionario.
Jaime reapareció al final del novenario. Encontró la casa de una hermana de su suegra en Tejupilco y casi tumbó la puerta.
–¡Voy matar a tu hermana y a sus papás y a sus hijos! ¡Los mato a todos si no me entregan a Alma! –bramó.
“Aquí nunca quiso venir ese fulano. Aquí ya sabe que andan esos hombres… Los malos”, susurra.
–¿Los malos? ¿La Familia Michoacana?
–Ajá.
–¿Ajusticiarían al hombre que mató a su hija?
–Ajá. Los malos.
Jaime no cesó.
–¿Dónde estabas cuando mataron a tu hermana? –se le pregunta a Alma.
–Yo estaba en México, con un hermano mío. Me escapé de casa de Jaime cuando salí de sexto de primaria. Mi hermano vino y me dijo que si me iba para allá con él. Y sí, sí me fui y allá estaba con él.
–¿Ya estabas embarazada?
–No.
–¿Cómo fue, entonces, que te pudo embarazar ese hombre?
–Ella se había ido con mi hijo a México –explica Alfonsa–. Jaime la quería y mató a mi otra hija para quedarse con ella. Nos amenazaba con que si no la entregábamos nos iba a matar a todos. Yo no sé cómo dio con ella, pero la encontró y se la cargó –en referencia a su hija Alma.
–¿Tú ya sabías que la había matado él? –a Alma.
–Ya me habían dicho mi prima Minerva y mi hermano.
–¿Y cómo fue que te llevó? ¿Estaban en el DF?
–Sí. Yo iba con mi sobrino chico a la tienda y no sé… Llegaron varios carros con hartos hombres y me dijo: “¡Súbete o mato al niño!”. Me lo arrebató y yo me subí para que lo dejara –gime la niña.
–¿Cuánto tiempo estuviste en esa casa, cuánto tiempo te tuvo robada?
–Un año.
–¿Y usted qué hizo ese año? –se le pregunta a Alfonsa.
–Nada, porque yo no sabía dónde estaba, si ella vivía o no vivía, si estaba con él.
–¿No fue usted al ministerio público para decir que Alma estaba desaparecida?
–Sí, aquí con el licenciado de Luvianos. La verdad les dije que no podía saber si estaba con él porque no sabía dónde estaba. Por eso fue que el licenciado no le puso nada en las hojas que llevamos allá.
–¿Cuánto tiempo tienes de embarazo, Alma?
–Cuatro meses. Cuando supo que estaba embarazada me dijo que me asesinaría luego de que me aliviara de su hijo.
***
Alma quedó enclaustrada en Toluca, en la casa de una hermana Jaime, donde también tenían retenida y oculta a la pequeña hija de este hombre y Smith.
–¡Déjame ir, por favor! –suplicaba la jovencita a esa mujer de nombre Yolanda.
–No puedo. No puedo.
Alma encontró alguna oportunidad y escapó. Se ocultó con sus tíos en Tejupilco. Jaime de la Sancha enloqueció y tomó camino hacia el sur.
La noticia subió de pueblo en pueblo y de caserío en caserío hasta el cajón de adobe en que vive Alfonsa. Alma se guareció en la presidencia municipal de Tejupilco y los demás buscaron ayuda en con los policías judiciales.
El tío político de Alma encontró a Jaime rumiando en una jardinera frente a la alcaldía, a pocos metros de la niña por la que justificaba su locura.
–¿No vas a venir por la chamaca?¿No la quieres? Yo te la vengo a entregar –le propuso.
Jaime encegueció. Caminó hacia la ofrenda de la jovencita. Llegó él seguro de que se iba a llevar a la chamaca. En cuanto llegó, lo rodearon los policías. Lo llevaron preso a la cárcel de Temascaltepec. Era la segunda semana de agosto de 2012.
El caso pareciera sencillo, pero las circunstancias lo complican todo. El abogado de oficio que lleva la defensa de Jaime argumenta que la declaración del hijo de Smith es inverosímil por su edad e inducida por la asistencia que el niño tuvo de una psicóloga durante la audiencia.
Sacando pesos de la nada, la mujer ha buscado a un funcionario –no especifica qué cargo tiene y sólo se refiere a él como “el licenciado” –quien le heló la sangre:
–Si no muestra más pruebas, él va a salir –le ha advertido como si la responsabilidad de la investigación e integración de la acusación fuera de ella y no suya.
–Licenciado no sé si me quiera ayudar, pero, ¿qué más pruebas quiere? Ella violación y secuestro y la otra asesinato. No es justo licenciado. ¿No basta con lo que hizo con mi hija? De Alma me dijeron que la tenía que llevar a donde fueron los hechos, a donde la violó él, allá en Toluca. ¿Y cómo la llevo, si dinero no tengo? De perdida me gasto 500 pesos. Y eso no comiendo nada.
–¿Están viendo a Alma en el hospital? ¿Ha venido alguien a verla a ella?
–No.
Continúa Alfonsa:
“Me mandan para el con un licenciado que se llama Juvenal no sé qué. No he podido ir, no tengo dinero, tengo a mis hijos en la escuela y trabajo para ellos. Andamos viendo lo de la niña de Janet Smith en el DIF.
“Será que me ven sin dinero, pero yo no lo quiero libre, porque nos va a fregar más. Eso se lo buscó él, yo no lo delaté porque haya querido. Tengo miedo que ahora sí venga y ahora sí nos mate a todos”.
***
El gobernador Enrique Peña Nieto, nacido el 20 de julio de 1966, celebró su cumpleaños 45 en la víspera del asesinato de Smith. Visitó Chimalhuacán, uno de los municipios más pobres y en que el odio a las mujeres se expresa con mayor crueldad en el Estado de México.
El asunto era la entrega de un hospital materno-infantil. A su lado sonreía Angélica Rivera, vestida con un chaleco rojo, ya en plena carrera hacia Los Pinos. El eventual candidato presidencial quiso alcanzar el templete, pero resultó imposible.
“¡Estas son las mañanitas, que cantaba el Rey David, hoy por ser día de tu santo ter las cantamos aquí. Despierta, Quique despierta (…)”!, estalló una espontánea multitud de mujeres.
El político tardó media hora en llegar al micrófono. A todas saludó, a todas besó.
Cuando al fin logró su cometido y tomó el micrófono, dijo que había inaugurado una nueva forma de hacer gobierno. Que el cumplimiento de los compromisos era el sello de su administración.
“Agradezco aquí la presencia de miembros de mi familia, en la celebración de mi cumpleaños. Hoy recordaba hace un momento con Angélica, mi esposa, que esta celebración siempre hemos querido compartirla con la gente del Estado de México, con la gente a la que nos debemos, la gente que nos dio su mandato hace seis años para cumplir y servirle al Estado de México.
“Y por eso, ¿qué mejor manera de celebrar este cumpleaños, que hacerlo al lado de nuestra gente, al lado de la gente que nos ha depositado su confianza, y poder honrarla cumpliendo compromisos?”, apuntó.
Enrique y Angélica develaron la placa de la obra pública con la indicación de que se trataba del compromiso cumplido número 600.
Y el mismo día en que Smith murió asesinada, el gobernador Peña Nieto estuvo Tejupilco, del que hace pocos años se desprendió Luvianos para convertirse en municipio independiente.
Pero el feminicidio de Smith pasó desapercibido. La preocupación política mexiquense estaba centrada en la campaña negra lanzada por el PAN.
En Monterrey, a casi mil kilómetros de distancia, los panistas desplegaron espectaculares alusivos al regreso del PRI a la gubernatura de Nuevo León a manera de advertencia de la vuelta de este partido a la Presidencia de la República. La propaganda mostraba los rostros de los gobernadores Rodrigo Medina y Enrique Peña.
“Sobre este tipo de campañas, realmente ni me ocupan en este momento porque yo creo quien incurre en campañas sucias, denostativas (sic), con señalamientos que denigran la política”, dejó Peña Nieto inconclusa la frase. “No es la forma de hacer política. La política se prestigia a través de un debate y de una actitud constructiva y positiva. Sí, crítica, cuando deba de darse, pero con sustento”.
Horas después, Alfonsa suplicaría a quien se encontraba para que la llevara a recoger el cadáver de su hija. Días después, el asesino se llevaría plagiada a otra de sus hijas, una niña, a Toluca, capital del Estado de México. Ahí abusaría durante todo el año siguiente, el mismo en que la escena del hospital de Chimalhuacán se reprodujo miles de veces.