NOTA: EL SIGUIENTE RELATO, EN PRIMERA PERSONA, ES UN TESTIMONIO QUE SIRVE PARA COMPRENDER CÓMO LOS ZETAS OPERAN U OPERARON CON TODA IMPUNIDAD DURANTE LOS AÑOS MÁS DUROS DE LA GUERRA EN MÉXICO. ALGUNOS PODRÁN CONSIDERARLO OFENSIVO. SE RECOMIENDA DISCRECIÓN.
Por Ana Cavolo
Ciudad de México, 7 de julio (SinEmbargo/Vice).– En 2007, durante la llamada Guerra contra el narcotráfico, viví en Torreón, Coahuila. Los Zetas habían tomado la plaza, que antes era controlada por el Cártel de Sinaloa. Durante esta época hubo cambios en la forma de distribución de droga. Ya no podías pedirla directamente a tu casa, ahora tenías que ir al punto a conectarla, como si fueras a la tienda por cerveza, nada de servicio a domicilio. Torreón era el Hollywood de los narcos, donde todo era pacífico y tenían sus casas, carros, familias y era el lugar a donde iban a descansar. Pero cuando quitaron al Chapo Guzmán de la plaza, quien nos abasteció por años con su mercancía, todo cambió.
Mis amigas y yo, a quienes nos apodaban Las Malillas, tuvimos que comenzar a comprar en los puntos de venta de droga. La malilla es la resaca que te da al día siguiente, después de consumir drogas. Nos decían así porque ninguno de los hombres que conocíamos iba a conectar droga a los puntos por miedo y nosotras teníamos que ir. La eriza, siendo esa cosa que hace posible todo, nos ayudó a encontrar el punto más cercano a donde vivíamos.
El procedimiento para ubicar un punto era fácil: te metías a una colonia de escasos recursos, buscabas algún altar a la Virgen de Guadalupe, con cholos alrededor, les preguntabas si tenían y listo. En caso de no tener, siempre podías decir: «Qué onda, carnal, aunque sea una calilla (una calada del producto) pa’ la eriza», y te rolaban para darte un toque de compensación. Eran tiempos difíciles porque la policía rondaba los lugares y no sabías quién era el bueno ni quién, el malo. Debido a esto, la transacción en el lugar tenía que ser rápida. Luego, con el tiempo, comenzabas a conocer a los tienderos, —los despachadores de droga— y a quién gerenciaba el lugar —encargado del punto de venta de droga—. Algunas veces llegabas y no había producto, pero ellos mismos te decían a qué hora llegaba la camioneta a surtir, a la que le decíamos «el carrito bimbo». Fue cuando empezamos a notar que este cártel tenía sus propios empaques, muy característicos. Utilizaban bolsas tipo ziploc, chiquitas, de color azul, transparente y negra. Al menos ya podríamos identificar el proveedor.
Un día fui a comprar a un punto donde Miniño, la persona que atendía y el despachador estrella, me entregó la mercancía en bolsitas con impresiones. Me maravilló el hecho de este nuevo concepto tipo narco-marketing. La impresión en la bolsa dependía de la temporada: En Navidad tenía un Santa Clos —fue la temporada más larga y solíamos decir: «Vamos por unos jo-jo-jos»—, en Thanksgiving tenía un pavo, en Día de Reyes una corona y algunas ediciones especiales incluían el logo de los Rolling Stones o Superman.
Comencé mi colección de bolsitas, que principalmente eran las que consumíamos, hasta que algunas personas supieron de esto y me regalaban las ediciones especiales que les tocaban. Incluso ahora, años después, de vez en cuando recibo un whatsapp con una foto diciéndome: «Tengo otra bolsita para tu colección». Nunca pensé que mi colección se convertiría en este archivo cómico de uno de los cárteles más peligrosos de México.
La colección la mantuve escondida durante varios años en un ducto de aire de mi casa. Éstas son algunas de las bolsitas que circularon en Torreón durante uno de los movimientos más violentos del país.
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