México, 14 Ene (Notimex).- Un apasionante viaje por México, visto a través de los ojos de cinco personalidades que estuvieron aquí en diferentes momentos del siglo XX, ofrece Michael K. Schuessler en su libro “Perdidos en la traducción”, que ya se encuentra en las mesas de novedades de las librerías del país.
En 1962, de visita en la Ciudad de México, Marilyn Monroe (1926-1962) fue retratada y al revelar el rollo, el fotógrafo primero, y luego el mundo entero, descubrieron que al menos en esa ocasión, la diva iba sin ropa interior. Pronto se convirtió en una imagen icónica, entre las más reproducidas y almacenadas por sus millones de admiradores.
Durante ese viaje, la actriz eligió y compró muebles para su casa, visitó el foro donde se filmaba la película “El ángel exterminador”, comió tacos y en el municipio mexiquense de Chiconcuac compró un suéter, prenda que más tarde se subastaría en 160 mil dólares. El comprador la conservó como uno de sus mayores y caros tesoros.
15 años después, el magnate Howard Hughes (1905-1976) agonizaba en el hotel Princess de Acapulco, donde había decidido abandonarse, de tal forma, que cuando fue trasladado a Houston, ya evidentemente famélico, con la barba y las uñas crecidas, tuvo que ser reconocido a partir de sus huellas digitales; del gran Hughes no se reconocía casi nada.
Otra de las apasionantes historias que relata Michael K. Schuessler en esta nueva entrega es la que recuerda que el escritor B. Traven (1882-1969), huyendo de las autoridades alemanas, arribó a México para escribir “El tesoro de la Sierra Madre”, cruda novela que luego llevarían al cine los astros de Hollywood John Huston (1906-1987) y Humphrey Bogart (1899-1957).
Finalmente, “Perdidos en la traducción” hace el recuento histórico de la visita del señor Edward James (1907-1984), reconocido millonario británico, quien eligió un amplísimo, cuan hermoso terreno, en lo alto de la Sierra Huasteca para situar un jardín surrealista, que pervive hasta hoy y del cual muy poco se sabe y casi nada se ha escrito.
Así, este libro recopila algunas de las singulares historias de extranjeros que, por una u otra razón, recalaron en México. Por ejemplo, William Burroughs (1914-1997), quien llegó a la capital del país junto a su mujer Joan, huyendo del severo conservadurismo de su país de origen, para terminar envuelto en un escándalo por el asesinato de ésta.
El autor escribió: “El hombre que desciende del vagón en la estación Buenavista de la Ciudad de México llama la atención precisamente por ser tan ordinario: Zapatos negros, pantalón caqui arrugado, suéter gris de lana con cuello en V, lentes con montura metálica, la cabeza rematada por un fedora algo gastado y pasado de moda”.
Así había disfrazado su vida el heredero de la compañía Burroughs, cuyo fundador, su abuelo William Seward Burroughs, (1857-1898), inventó la máquina de sumar. William tuvo una niñez privilegiada en Saint Louis, la “Puerta del Oeste”, donde disfrutaba de comodidades en una época en que sus vecinos habían perdido todo en la Gran Depresión.
En 1932, a la edad de 18 años y por tradición familiar, fue a Cambridge, Massachusetts, donde estudió Letras Inglesas en la Universidad de Harvard. Su amor por las letras le venía de años atrás; desde chico participó en certámenes de poesía y colaboró con las revistas literarias estudiantiles, de secundaria y preparatoria.
Al obtener su licenciatura, William decidió estudiar la carrera de Medicina, pero después de un año en Viena, donde cursó el primer semestre en la Universidad Nacional, tuvo que abandonar Austria por el peligro que representaba el ascenso de Adolfo Hitler (1889-1945), quien en marzo de 1936 invadió Renania con más de 30 mil soldados.
Burroughs decidió que su mejor opción era volver a Estados Unidos, donde, en 1942, se enlistó en la Oficina de Servicios Estratégicos del Ejército Estadounidense, pero fue descalificado sin que se sepan los motivos. Ese año, tal vez a causa del desengaño provocado por esta derrota profesional, decidió marcharse a Nueva York.
Fue un capricho más del joven heredero, facilitado por los 500 dólares que sus padres le enviaban cada mes, entonces una suma considerable. No obstante, ese giro se debió no a su deseo de estar en el centro mundial del arte y la cultura, sino a algo más oscuro: su creciente adicción a la heroína, que había probado por primera vez en Harvard.
Le gustaba porque según él, le producía un estado de éxtasis que ni el alcohol, aún ingerido en cantidad industriales, lograba provocar, mucho menos la marihuana, que a veces lo dejaba con una especie de vacío interior que también podría llamar melancolía, según reconoció y confesó él mismo en diversas ocasiones posteriores.
Al igual que otros adictos o “yonquis”, como los tildaban entonces, William no se podía explicar ni mucho menos justificar las razones de sus adicciones. Descendía de una familia respetable que lo había dotado de una educación universitaria y nunca tuvo que hacer nada para subsistir en un mundo hostil donde muchos de sus contemporáneos vivían a salto de mata, tratando de salir del paso que para ellos era la vida misma.
A la fecha, el libro ha causado reacciones entre los grandes lectores. Mónica Lavín dice: “Michael K. Schuessler nos lleva al sueño mexicano de excéntricos y famosos forasteros que dejaron su huella en este lado de la frontera y se llevaron las cicatrices cómplices de sus alturas y abismos. Vidas intensas y curiosidades que arrebatan el aliento lector”.
Por su parte, Elena Poniatowska, escritora, periodista y activista, ha señalado: “Igual que los cinco personajes incluidos en este atractivo libro, Michael K. Schuessler se dejó seducir por México y lo mexicano. Cada relato, todos basados en acontecimientos reales, recrea sus sueños, miedos y secretos más íntimos”.