Ciudad de México, 26 de noviembre (SinEmbargo).– Magnus Carlsen tiene la sonrisa repleta de confianza bajo el gesto relajado que una persona de 22 años tiene por naturaleza. Concentrado en el tablero de ajedrez, desde donde ha construido una historia que hoy le ha dado la vuelta al mundo, no se aísla del mundo exterior tan complejo y movedizo. El noruego tiene a su alrededor un equipo de colaboradores. A diferencia de lo que muchas personas pueda pensar, el ajedrez es un trabajo en equipo. Espen Adgestein, representante del virtuoso, ha pedido que a su representado no se le nombre como el «Messi del Ajedrez».
El aficionado del Real Madrid solicita que –de ser necesario– se le compare con algún jugador del Real Madrid, equipo dueño de sus pasiones. Magnus le arrebató la corona universal al indio Viswanathan Anad con un porte juvenil que impresiona casi por igual al de sus formas cuando está absorto en el tablero. A los cinco años ya había memorizado la población y las capitales de todos los países del mundo. Un ser humano que ha sabido desarrollar su intelecto, viviendo la incomparable sensación de adquirir nuevos conocimientos, tuvo que aguantar la postura hace dos años cuando presenció en el Camp Nou una victoria merengue que le aseguraba el campeonato a su equipo.
El «Vikingo» guardó silencio en el recinto culé con toda la desazón de sus aficionados yéndose poco a poco por las puertas de salida. Respetuoso y comprensivo, aguantó su emoción madridista hasta cuando llegó al hotel donde se hospedaba y entonces sí festejó como se debía. «Lo hizo como si él mismo hubiese ganado el partido», relató Adgestein. En una entrevista a The New Indian Express, el representante ha declarado que muchos llaman a Magnus con motes «messianos», algo que le disgusta. En plena lucha por el balón de oro, un baluarte de inteligencia ha dado su veredicto.
Carlsen es un genio. Sin embargo, tiene en su personalidad mucho más que conocimiento. Un tipo entrado a sus 20 sabe que la pasión tiene que ser controlada mediante nervios estables, constancia y una resistencia física en una disciplina tan demandante. Mente y cuerpo se exigen de sobremanera mientras se van construyendo escenarios posibles. Frente a frente, el duelo unipersonal se transforma en una espera intelectual que no puede escapar a la emoción. Considerado como un deporte, el ajedrez pone ese punto de esfuerzo cerebral en una rama donde normalmente se prioriza lo físico. Pero quien supo desde niño que su cabeza era un mundo distinto al de la mayoría, la pasa bien siendo exigido.
El mundo ha conocido la consolidación de un genio del nuevo siglo. A los 13 hizo tablas con el mítico Kaspárov, y su enojo personal por «haber jugado como un niño», conmovió a todos por igual. Hijo de otro amante ajedrecista, tuvo en su padre al mejor aliado. Aburrido en clase por escuchar una y otra vez las cosas que ya tenía bien asumidas, de pronto comenzó a viajar por toda Europa luego de que sus padres decidieran vender todo, pedir licencias en sus trabajos y llevarlo a competir por el viejo continente combinando los torneos con visitas a museos o algunas actividades físicas. Educar a un superdotado fue una tarea complicada que los Carlsen supieron hacer que se viera fácil.
Contrató a Gari Kaspárov como entrenador, rompiendo relación al poco tiempo no sin antes agradecerle públicamente todo lo aprendido. El juvenil noruego está destinado a superar al baluarte histórico ruso. Aficionado del ski, pero sobre todo del futbol, entiende esa combinación de mente y cuerpo como algo vital. «Viajar es la mejor escuela de la vida», declaró como un panfleto turístico, pero lo decía tras vivir la experiencia vivida durante los viajes a Austria que le llenaron la pupila o en Italia donde llenó su estómago con sabores que nunca más ha dejado de degustar. Es el mejor del mundo desde hace tres años, convirtiéndose en el más joven de la historia. Hoy sonríe ante el lente de la cámara constante que lo sigue. Como frente al tablero, se muestra natural sabiendo que tiene todo bajo control.