Ciudad de México, 22 de noviembre (SinEmbargo).– Zlatan Ibrahimovic superó las adversidades de un chico de clase baja en un barrio de inmigrantes en Suecia. Su sangre caliente lo hicieron un rufián que robaba bicicletas y partes de coches junto a sus amigos, antes de jugar futbol el resto del día. Fue la pelota lo que le cambió la perspectiva, mientras su carácter poco tolerable a la crítica se iba afianzando. A sus 32 años, después de una carrera memorable, ganador del premio al mejor futbolista sueco por nueve años consecutivos, entiende que el mundo no ha sido justo con él.
«Un Mundial sin mí, no vale la pena», declaró justo después de haber sido eliminado por la esencia ganadora y competitiva de Cristiano Ronaldo que desde el inicio de la temporada, no se dedica a otra cosa que ha superar la capacidad de asombro natural en cada persona que lo ve jugar. El duelo de ida y vuelta por un cupo para Brasil 2014, era una lucha cantada entre dos titanes del deporte más popular del mundo. Enemigos de la falsa modestia, conocedores de sus habilidades, jugaron representando a su país con el orgullo propio por delante. El combate terminó definiéndoese como una pelea de box.
En 180 minutos se marcaron seis goles. El portugués anotó cuatro, por dos del gigante sueco. Mientras en el discurso ante la prensa se repetía una y otra vez el carácter de conjunto que significaba un duelo entre dos selecciones nacionales, muy pocas veces se vio un una disputa comandada por dos caudillos con intereses propios, cómodos al cargar el peso de su conjunto sin temor a la posibilidad de equivocarse. Pero el futbol es un juego imperfecto, donde la posibilidad de mejorar siempre es latente. El madridista fue mejor que el del PSG, dejando huérfana a la Copa del Mundo de uno de sus mejores baluartes.
En diciembre de 2009, cuando era jugador del Barça, Zlatan renunció de manera temporal a la selección sueca al no sentirse motivado, por la ausencia de partidos importantes y eliminados para Sudáfrica 2010. «Siempre ha sido un honor jugar en Suecia», declaró en aquella ocasión mientras se acostumbraba a vivir bajo la filosofía de equipo del FC Barcelona, tan alejada él mismo. Ibra se negaba a jugar simples amistosos representando a su país, cuando tenía todo por ganar con el equipo blaugrana. «No puedo perder energía, es un sacrificio para nada», sentenció.
En el Friends Arena de Estocolmo, Zlatan pudo haber dejado en la cancha el último intento de su carrera por jugar otro Mundial. A sus 32 años, el tren productivo de una profesión corta parece haberlo dejado solo con dos Copas del Mundo en su currículum. Para Sudáfrica 2010 se quedó en el camino luego de un par de participaciones consecutivas. Una carrera gloriosa con una proyección de cuatro justas mundialistas se quedó a la mitad de las expectativas. Difícilmente Rusia 2018 tendrá al gigante de Malmo entre sus participantes. De hacerlo, Ibra tendría 36 años. Por actitud y talento, Zlatan es sin duda el mejor jugador sueco de la historia, pero ni su legado pudo llevar al país escandinavo a la gloria de la élite.
Cristiano no solo le ganó la batalla crucial por un boleto a Brasil 2014, sino que parece haber claudicado las esperanzas de uno de los mejores jugadores del mundo. Hace cuatro años, Ibra renunció tras ser eliminado para el primer Mundial en territorio africano. Suecia espera la decisión de su ídolo con miras a la Eurocopa de Francia dentro de dos años. Mientras el mundo lamenta perderse de un jugador distinto que se creyó dios hace unos días, su país natal espera que está vez no le da espalda. Esa misma que donde se cargó el deseo nacional, sin queja alguna. De aquel chico que robaba bicicletas queda muy poco: el deseo de obtener lo que desea.