Ciudad de México, 19 de noviembre (SinEmbargo).– Acusado de ineficiente ante la crítica mundial, la Agencia Mundial Antidopaje (WADA, por sus siglas en inglés) ha decidido incrementar sus castigos para cualquier caso de doping positivo. Las sanciones han pasado de dos a cuatro años, entrando en vigor a partir de 2015. En una reunión que cambia los estatutos de antaño, el mensaje para tratar de tener limpio al deporte mediante atletas limpios de sustancias prohibidas. Todo el revuelo de cambio, nació desde que Lance Armstrong le contó al mundo sobre toda una red inteligente que había montado para engañar a todos.
«Nadie puede ganar el Tour sin estar dopado», declaró el estadounidense. Símbolo de perseverancia y de amor a la vida, se transformó en una historia de ficción. La industria deportiva que se había forjado a su alrededor se comenzó a desmoronar junto a él. Mientras millones de pulseras amarillas iban cayendo, la credibilidad de la WADA se convirtió en un mal chiste mil veces contado. Lance no solo contó el qué, sino fue el cómo lo que dejó boquiabierto al mundo entero. Una inteligencia basada en transfusiones de sangre y en aprovechar las lagunas que el sistema permitía, hicieron del ídolo todo un maestro del engaño.
En un mundo necesitado de historias superlativas, Armstrong representó las ganas de vivir a pesar de todo. Superado un cáncer en uno de sus testículos, supo que tenía todo a sus pies. Incluso cuando alguno se atrevió a cuestionar su rendimiento, una marabunta social se le venía encima por el simple hecho de cuestionar a una de las historias humanas más veneradas en los últimos años. El estadounidense tenía el apoyo popular mientras subía y bajaba de las montañas francesas siempre con el suéter amarillo que lo catalogaba como líder absoluto. Pedaleaba serio con la boca abierta, hasta llegar a París. Tomaba champaña antes de llegar a la meta. Siete veces la misma imagen.
La WADA cambia gracias a Lance, pero ahora el exciclista está dispuesto a seguir una guerra que parece no terminar. Armstrong acusa ahora al expresidente de la Unión Ciclista Internacional (UCI), Heinz Verbruggen, de haberlo traicionado después de años de protección que le brindó. «Me protegió de un doping en 1999», declaró quien supo ser el mejor del Tour de Francia ese año. La competencia tradicional, también representaba un gran ingreso en las arcas de la Unión. La prueba reina no podía mancharse, y al parecer se omitieron varios casos de dopings positivos, con la única intención de salvaguardar la tradicional reputación fijada en la difícil etapa de montaña.
En enero de este año, Armstrong se presentó en el programa de Oprah Winfrey. La conductora estadounidense, una de las mujeres más poderosas del país norteamericano dio la primicia de lo que todos sospechaban pero muy pocos se atrevían a aceptar. Un año antes, la Agencia Antidopaje de los Estados Unidos (USADA) había iniciado formalmente una investigación por tráfico de drogas basado en transfusiones de sangre. La agencia tenía testimonios de compañeros, doctores y un sinfín de personas involucradas. Cuando todo se venía abajo, acusado formalmente, Lance decidió no apelar y aceptar todos los cargos.
El ciclismo se manchón por completo. Un deporte tan cuestionado como el béisbol por sus constantes casos de positivos en las pruebas Antidopaje, sufría un duro golpe por parte de su máximo referente. Mientras la gente comenzaba a redefinir el mote de ídolo, por el de tramposo, la WADA se tambaleaba en un terremoto de cuestionamientos por parte de la prensa. La diferencia entre Armstrong y el resto de ciclistas que se dopaban, fue la eficiente forma de realizar el engaño. Ahora Lance lanza un ataque frontal contra Verbruggen y McQuaid, hombres de UCI que lo protegieron. «No les voy a proteger de ninguna manera. No les debo ninguna lealtad. No voy a seguir mintiendo para protegerlos. Les odio. Ellos me tiraron a las ruedas de un autobús. He acabado con ellos”, sentenció tajante.