Ciudad de México, 21 de octubre (SinEmbargo).- Caín Velásquez tiene tatuada una Virgen de Guadalupe en la zona derecha de sus costillas. Cuando salió del vestidor, se entonó una canción ranchera con un juego de luces verdes, blancas y rojas. La identidad mexicana del peleador de la UFC es evidente, aunque en las estadísticas previas al combate que se ven en las pantallas de televisión diga que nació en Estados Unidos. Velásquez tiene la mirada medio adormilada, como despistada. Cuando fija sus ojos en su rival, todo cambia.
Junior dos Santos es un contrincante siempre complicado. El brasileño es una leyenda viva de la UFC. El sudamericano serio, a diferencia de Caín, tiene el gesto duro que provoca miedo. Dos Santos se paró ayer frente al portentoso Velásquez con un short blanco que acabaría pintado de rojo. La lucha entre estos dos colosos, marcaba tendencias. La efervescencia del evento tuvo a miembros de los locales Houston Rockets que por un momento acapararon la atención, pero cuando los dos combatientes estaban frente a frente, todo el entorno se olvidó.
La tercera pelea entre estos dos, era definitoria. Con una victoria por bando, Texas se prestó para ese romanticismo de desempate que se presenta en el deporte cuando hay un equilibrio en el registro. Perder o ganar es la esencia de cualquier disciplina atlética. La diferencia en la UFC es que se añade el orgullo. Dos bólidos de gran envergadura luchan con notable talento marcial en busca de una victoria, una simple seña simbólica. Levantarle el brazo al ganador, es un deseo que tienen en común cualquier combatiente, ganarse el derecho en una pelea como la de la madrugada del domingo, es algo único.
En diciembre de 2012, la segunda pelea entre Caín y Junior, dejó al mexicano bien posicionado como uno de los referentes. El poderoso brasileño tenía un rival de cuidado digno de su altura. Caín ganó por decisión el campeonato de pesos pesados con una estrategia frontal que tuvo muy poca mesura y mucho de valentía. Velásquez entendió que había que atacar al consagrado dos Santos y lo hizo con una intensidad que cautivó a toda una industria. El mexicano de ideología se convirtió en un referente, además de un vínculo con esa gente que compartía con él una doble nacionalidad.
Transformado en emblema, ondearon banderas mexicanas por todo lo alto cuando iba caminando rumbo al escenario principal donde ya lo esperaba Junior que no le despegó la mirada clara antes de que sus pómulos se le inflamaran debido a los golpes recibidos. Caín pegó duro sobre el rostro de un brasileño que por un momento parecía imposible que fuera a caer. La resistencia del sudamericano es una joya que cualquier mortal común y corriente, no tendría nunca. Los golpes terminaron por hacer efecto hasta el último round.
«Me venció, ¿Qué puedo decir? Es un gran peleador. Sólo quería darle una buena pelea a los fans», declaró un respetuoso Junior que en cuanto se recuperó del KO, fue y le levantó el brazo a Caín en una imagen que refleja mucho de lo que ha sido la UFC. «Ha sido mi actuación más satisfactoria. Fue la misma estrategia, ir para adelante, mantuve la presión», contó Velásquez emocionado. Dos Santos soportó hasta el quinto round, a pesar de que parecía lógico no salir a combatir tras un cuarto episodio de terror. Pero es la UFC, donde se prefiere caer que retirarse. Caín retuvo su título, y aumentó la pasión generada, pensando ya en abril de 2014, cuando venga a México para consagrarse.