Ciudad de México, 13 de octubre (SinEmbargo).- Con el 261 en su pecho, corrió el tradicional maratón de Boston infringiendo las reglas establecidas de mediados de los 60. El mundo vivía épocas de naciente rebeldía ideológica. Kathrine Switzer revolucionó las noticias deportivas con un atrevimiento que inició un proceso de igualdad en una competencia que se fue convirtiendo en una cita obligada para cualquier maratonista de élite. Las mujeres tardarían siete años en ser aceptadas «legalmente» en la justa.
Inscrita con el nombre de «K. V. Switzer», corría de incógnita en un mundo de hombres. Siempre a su lado, el también corredor Tom Miller, le ayudó a pasar desapercibida durante un lapso del Maratón. Con los lentes de la cámara listos, los fotógrafos recorrían el circuito en busca de una portada del día siguiente. Sin redes sociales, la inmediatez tenía un respiro en las imprentas. Una foto provocaría un revuelo mundial. Una imagen hablaría por sí sola, resumiendo la lucha que las mujeres enfrentaban para tener más igualdad.
En un arrebato de autoridad, Jock Semple, emblemático hombre en el mundo del atletismo, era juez del maratón en aquel 1967. Cuando se percató de la presencia de una mujer entre los competidores, se lanzó sobre ella con un gesto de enfado mientras trataba de empujaría hacia afuera del rumbo establecido. Tom Miller se aproximó apartando al severo oficial para defender a su novia. Ese empujón, marcaría una nueva época en el mundo deportivo. Esa secuencia de imágenes, sería portada en muchísimos lados.
Kathrine Switzer nació en Alemania en 1947. Hija de un Mayor de las Fuerzas Armadas estadounidenses que se encontraba en servicio regresó junto a su familia dos años después para impregnarse del sentimiento «americano» sin saber lo que provocaría a sus 20 años. «Correr me hace sentir libre y poderosa. Tenía ganas de hacerlo, así que lo hice», describiría años más tarde el emblema deportivo en el que se convirtió Switzer. El empuje emocional, la rebeldía de una joven, provocaría un cambio notable que se incrustaría como un engranaje más en el reclamo para la igualdad.
«Cuando se escuchó el disparo inicial, corrimos por la calle. Al inicio de un maratón, te sientes muy aliviado. Haz hecho todos esos meses de entrenamiento, es como ir a la Mecca. Al final, estás haciendo tu propio viaje, me sentí fantástica», describe Kathrine sobre el inicio de aquella jornada histórica que le cambiaría la vida. De pronto, tras varios kilómetros, el público y los oficiales se dieron cuenta de que una mujer estaba en competencia provocando una movilización resonante. «De pronto escuché unos pasos que se aproximaban a gran velocidad».
Semple iba furioso tras la atrevida atleta. «Vi el rostro más enfadado que había visto en mi vida. Jock Semple me tomó de los hombros empujándome, y me gritó: Salte de mi carrera». Al final, Switzer terminaría el Maratón provocando que la Asociación de Altetismo estadounidense prohibiera tajantemente la incursión de mujeres en competencias. Cinco años después, el Maratón de Boston aceptaría por primera vez a competidoras. El récord de 4 horas con 20 minutos que impondría ilegalmente Kathrine, sería roto con carácter oficial.