Ciudad de México, 5 de octubre (SinEmbargo).- El “Tigre” Sepúlveda salía de la cancha expulsado con el marcador 2-0 a favor de Chivas. Mientras el banco americanista le insultaba, se quitó la camiseta “3” y la puso en el suelo frente a los suplentes azulcremas. “Con esa tienen”, les dijo mientras se marchaba al vestidor. Era la final del Campeón de Campeones de 1964, la rivalidad que comenzaba a germinar, creció de golpe gracias al arrebato de un símbolo tapatío. El clásico nacional se plantó como una cita obligada, paralizadora de emociones. Un duelo geográfico, alimentó al futbol mexicano.
“Esos chilangos”, “los rancheros”. El América representa al Distrito Federal, la ciudad central de los poderes fácticos. Las Chivas, símbolo de Guadalajara, capital de Jalisco con su Tequila patrimonial. El futbol tomó esos argumentos sociales para favorecer una rivalidad extenuante. El clásico es una fecha marcada para millones de aficionados mexicanos. Los dos equipos más populares, los dos con más campeonatos (11), se miden siempre con el orgullo por delante. México, tierra ferviente pero lejana aún del fanatismo de otros lares, vive su partido entre burlas y apuestas quita cabellos.
Chivas, que construyó su legado en los albores del futbol en México con su nacionalismo ferviente como bandera, presume su historia sagrada muy alejada de la realidad paupérrima que vive hoy en día. Aburguesado por un hombre de cartera amplia, se ha olvidado de sus orígenes. Jorge Vergara rescató al Guadalajara de una profunda crisis deportiva para transformarlo en una marca redituable, con un título ganado y buenos jugadores. El mismo mandatario se ha encargado de destrozar lo construido mediante sus arrebatos emocionales que ponen nerviosos a sus incrédulos aficionados. Hoy, el que para muchos es el más popular del país, está al borde de adentrarse a una lucha encarnecida por no descender.
Cuando a las Águilas las compró Emilio Azcárraga Milmo, el magnate de Televisa se encargó de volverlo el antagonista de la historia. El cuadro amarillo tuvo poder económico de la noche a la mañana y sin escatimar muy poco, trajo jugadores extranjeros que hicieron época en el futbol nacional. De pronto, los sentimientos provocados eran extremistas. Hoy es natural que cualquiera sepa que al América se le quiere o se le odia con mucha intensidad. Con un futuro prometedor, el mejor equipo de la liga, llega al clásico con la arrogancia permitida por el trabajo bien realizado. En la mira está un bicampeonato anhelado. Una derrota en el clásico, podría derrumbar anímicamente un proyecto deportivo sólido.
Entre los 22 campeonatos en conjunto, hay una sola final que se disputaron de frente. Fue en la temporada 1983-1984 cuando el país se paralizó. El partido de ida fue un empate a dos goles en el estadio Jalisco. Ya en el Azteca, el legendario arquero americanista, Héctor Miguel Zelada, le detuvo un penal a Eduardo Cisneros cuando el marcador estaba en ceros. Aquel cotejo coronó a las Aguilas tras vencer 3-1 a su odiado rival. La derrota crucial se unió al orgullo pisoteado como parte del recuento final de los daños para el Guadalajara. Nunca más se han enfrentado en la fase más decisiva.
El 25 de agosto de 1996, un capítulo histórico se escribió al hablar del clásico. Al mediodía soleado de Guadalajara, Chivas borró a un América de capa caída con Ricardo La Volpe en el banco. Aquel 5-0 se instauró como la victoria más holgada que se haya visto en estos partidos. De aquel equipo tapatío aún queda la melancolía gloriosa provocada por la décima estrella meses después. Chivas jugaba, gustaba y dominaba la liga. Desde aquel día, los aficionados tapatíos sueñan con repetir la dosis en cada cita que se encuentran, mientras los americanistas anhelan devolver el favor. Esta tarde, el recinto del futbol nacional, abre sus puertas para una edición más de esta guerra deportiva. Lejos en sus respectivas realidades, el líder del campeonato quiere golear. El Rebaño Sagrado sueña con que una victoria sea el inicio de una nueva etapa, lejos de su crisis severa. Mientras tanto, las estadísticas frías tan servibles como estorbosas, se toman un descanso. El orgullo está en juego.