Ciudad de México, 2 de septiembre (SinEmbargo).- Cuando el legendario tenista John McEnroe se acercó a presentarse, tomó sus cosas dirigiéndole una mirada de desprecio y se alejó. Jimmy Connors entiende la vida como un goce sin restricciones. Enemigo de costumbres sociales correctas, construyó una de las mejores carreras en la historia de la ATP con su espíritu auténtico, sin ese filtro mental para identificar lo bien visto. Ganador y arrogante, no le importaba dejar con la mano estirada a uno de los tenistas más memorables.
Fue el mejor del mundo cinco años consecutivos. Jugó 109 torneos en su carrera, ganando mil 222 partidos, récords estadísticos vigentes. Su longevidad fue sólo producto del amor fiel que le tiene al tenis y a todo lo que rodea. “Pertenezco a una generación de jugadores que lo dieron todo”, escribió en su recién publicada autobiografía “The outsider”. Tenista en tiempos de cambios institucionales, le plantó resistencia al surgimiento de la ATP, un proyecto vislumbrado como un espectáculo redituable en lo económico. Jimmy se negó a unirse en un principio, por simple lealtad a su espíritu rebelde.
Hijo obediente, se entregó a la pasión que tenían su madre y su abuela por la raqueta que Jimmy comenzó a cargar a los tres años. Como el peso le ganaba a su pequeña mano derecha, se ayudaba con la izquierda cimentando el revés que le daría tanta gloria. En una pequeña cancha construida en su casa, con la línea del fondo muy pegada a la pared, vivió su infancia peloteando y regresando para contestar el golpe que el muro le devolvía. Sus constantes subidas leales a la red, nacerían en aquel hogar de Illinois de principios de los 60.
Cumpliendo el rol familiar, invadido por el idealismo de los sueños, partió a California de aires Hollywoodenses donde comenzó a ganarse la vida siendo rival de las celebridades cinematográficas que acudían al Club Segura para divertirse con los nuevos talentos. Se entregó a las órdenes de Pancho Segura, un tenista de principios de siglo que nació en Ecuador pero se forjó en suelo estadounidense. El talento innato pronto le daría una oportunidad para mostrarle al mundo lo que el tenía bien claro. Jimmy se veía como el mejor, a él solo le importaba la victoria.
Jugó su último partido a los 41 años sin dar pena, con mucha garra y sin aceptar derrota o errores como lo había negado durante toda su carrera. Al final se sometió al itinerario del circuito de la ATP que le ofrecía el premio máximo de los Grand Slams. La rivalidad que nació desde aquel desplante a McEnroe, le dio al tenis una época gloriosa donde no había mucha tecnología de por medio. A sus 61 años, sigue asegurando que nada de lo que se veía en televisión era falsa. “Si lo veo rengueando, me alegro; que se joda. Nos llamaba dinosaurios cuando comentaba en la televisión hasta que le ofrecieron un cheque y aceptó volver a jugar”, escribió en su libro polémico.
Critico del uso de la tecnología en exceso, reconoce el talento de las actuales figuras, dejando en claro que “ahora, con tanta ayuda, en las raquetas hacen ver bueno a un jugador mediocre”. Entrenador por muchos años de Andy Roddick, fue despedido por María Sharapova después de perder el primer partido bajo su mandato. Despreciado por sus formas, nadie duda de todo lo que le dio al deporte blanco. La semifinal del abierto de los Estados Unidos que jugó en 1991 con 39 años cumplidos, sigue siendo una de las muestras más ejemplares en la memoria del Tenis, la mayor de sus alegrías. “Para los jugadores actuales, todo es negocio. No entiendo eso”, se pregunta el eterno idealista de mente revolucionaria.