Ciudad de México, 28 de julio (Sin embargo).- “¡Así se tenía que morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo esa, hermano! Yo elijo esa”. Roberto Fontanarrosa, escritor argentino, finaliza así el considerado mejor cuento de futbol de la historia. La muerte del viejo Casale, aficionado de Rosario Central que tras severos problemas cardiacos se le prohíbe asistir al Gigante de arroyito para ver a su equipo. En suelo supersticioso, un grupo de jóvenes secuestra al anciano recordando que el equipo Canalla nunca había perdido un clásico frente a Newell's cuando el longevo aficionado asistía a la cancha. El viejo Casale moriría en la grada tras un gol de su equipo en los últimos minutos, en un partido trepidante que terminaron ganando.
A la ficción del venerado Fontanarrosa, el futbol acaba de regalar un episodio de realidad cruda que alimenta aún más la representación social de este deporte en el mundo. Lejos de goles, estadísticas, y un sinfín de datos que al final solo sirven para especular el resultado de un partido, es la vida propia la que reclama un lugar en el entorno que una pelota genera. Como el viejo Casale, que primero lleno de improperios a los aficionados secuestradores para después dejarse llevar por esa pasión única que algunas personas jamás llegarán a sentir, y morir en su lugar favorito del mundo, Rooie Marck tuvo su momento pasional para homenajear a su vida con una muerte deseada.
En Rotterdam, Holanda, alejados de las peculiaridades latinas de supersticiones sin escrúpulos, el Feyenoord, equipo de la ciudad y uno de los más importantes del país, se llenó de mística gracias al amor de Marck, un entregado fanático de 54 años al que le diagnosticaron un cáncer terminal. La situación tumbó a toda una familia que de pronto se encontró haciendo literal la vieja frase motivacional de “Aprovecha cada minuto de tu vida”. Tras el diagnóstico, el doctor le verificó a su paciente que tendría algunos días más de vida. Rooie, de cabellera pelirroja y cuerpo atlético, no lo podía creer. De pronto, después de pensar en los suyos, se dio cuenta de que nunca más vería jugar a su equipo. Una sensación lo invadió y tras hacer la lista de sus últimos deseos, escribió: “Ver jugar al Feyenoord”.
En pleno verano europeo, en medio de fotos con futbolistas en playas de todo el mundo con mujeres espectaculares, un hombre tenía un encuentro cercano con la inevitable muerte deseando que la noticia le hubiese llegado un mes más tarde cuando las ligas del viejo continente ya estuvieran en marcha para poder ir, y disfrutar del marco futbolístico. Sus amigos, esa familia que uno escoge, se encargaron de darle un regalo inolvidable. Era un obsequio de camaradería, un pacto entre unos cuantos. Tras visitar las instalaciones del club y contar la situación, el entrenador Ronald Koeman, uno de los mejores laterales zurdos en la historia de Holanda, decidió cooperar y hacer realidad, incluso superar, el sueño de Rooie.
Miembro de la porra oficial del club, sus compañeros de grada armaron un festín en el primer entrenamiento del equipo tras el receso vacacional. En el De Kuip, estadio del equipo, había poco más de 300 personas en la grada mientras los jugadores se ejercitaban. De pronto, por la entrada detrás de uno de los tiros de esquina, un hombre en camilla se instaló para presenciar la práctica. La improvisada barra comenzó a cantar mientras los cohetes retumbaban en el cielo. Los jugadores que trotaban aplaudían dirigiéndose a Rooie que estaba acostado rodeado de sus mejores amigos. El equipo interrumpió los ejercicios para acercarse a su fiel aficionado. Uno a uno fue saludando a aquel moribundo ser humano que dibujaba una sonrisa que a algunos futbolistas hizo llorar. De pronto, se puso de pie.
En la grada opuesta había amigos y gente que se había enterado de la noticia coreando su nombre. En un último gesto caminó todo el campo por la línea de banda mientras emocionado sonreía. Su lento caminar impulsaba más a los fervorosos en medio de la realización de un sueño personal. Cuando llegó frente a ellos, Rooie lloró emocionado mientras se entonaba el “You'll never walk alone" (Nunca caminarás solo), canción tradicional en campos de futbol europeos, que en esta ocasión no era dirigida al equipo sino a un aficionado que se estaba convirtiendo en un emblema para la posteridad. Una manta con su imagen hecha caricatura estaba en la grada. Rooie Marck moriría tres días después dejando un último mensaje de agradecimiento al club por el detalle. “¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo esa, hermano! Yo elijo esa”, escribió Fontanarrosa sobre el viejo Casale en la mágica ficción del cuento. Rooie lo hizo, en la realidad.