Ciudad de México, 28 de julio (SinEmbargo).- Recién pasada la una de la tarde de un domingo con sol en pleno Distrito Federal, Oribe Peralta visualizó una pelota en el aire y, sin pensarlo, se recostó en el air para empalmarla en una espectacular chilena que acabó en gol. Fue el mejor de la semana. Era el 14 de agosto de 2011, fecha memorable para Santos Laguna, debido a que ese golazo fue la anotación mil en torneos cortos para el cuadro de Torreón. “El Cepillo”, aún no lo sabía, ni mucho menos la afición mexicana, pero estaba marcado por esos detalles especiales que darían mucha alegría.
Ese Apertura 2011, tuvo a Oribe como el mejor anotador mexicano. Santos llegó a la final encomendado en la figura del delantero mexicano que había batallado mucho para llegar a esos puestos de élite futbolística a los que muy pocos lo hacen. Oriundo de Coahuila, la tierra de los grandes esfuerzos, se puso como bandera el lema para dejar la vida en pos de su pasión, para beneplácito de toda una generación de aficionados al balón. Peralta, de gustos básicos, encontró la felicidad en la dificultad, en la búsqueda de hacer su sueño realidad. De norte a sur por el país, siempre pateando la redonda, llevaba su “24” en la espalda con cuota goleadora.
En el hotel Holiday Inn de Newcastle, Peralta está sentado en un pequeño sillón mientras marcaba su teléfono. La selección de Gambia, próximo rival de la selección olímpica que acaba de empatar a cero goles con Corea del sur, pasa por el lobby a un costado del delantero mexicano cuestionado como si su llamado como refuerzo le rendiría frutos a un grupo de jugadores ávidos por hacer algo histórico en la capital inglesa.
Oribe dejó su celular y los observo. En su mente visualizó el duelo que en dos días se realizará en Coventry City. Cuando el último jugador africano pasa, Peralta le pregunta el resultado de su partido frente a suiza. Cuando se entera del empate, sonríe tímidamente y regresa a lo que hacía.
El verano de 2012 fue distinto para el mundo, como lo es cada cuatro años. La fiesta olímpica genera una densidad de talento deportivo que los organizadores prevén con más de 10 cocinas internacionales para satisfacer los distintos gustos de todas partes del mundo, a la par de la repartición de miles de preservativos para complacer los encuentros permanentes o casuales entre distintas razas. En ese marco, tan especial, Oribe estaba llamado a ser el hombre que redefiniría los finales históricos a los que nuestro futbol siempre llegaba tarde, haciendo valer la fama de impuntualidad que el mexicano tiene.
De mirada seria, Oribe se quedó fuera de la Confederaciones y de los últimos partidos eliminatorios. Su baja tan sensible, provocó una caída en el rendimiento del equipo nacional de frente al arco. Los dos goles de Javier Hernández frente a Honduras, en San Pedro Sula, fueron la cuota más relevante. Oribe tenía un problema en la rodilla derecha que puso a lamentarse a gran parte de la afición mexicana. Tras el fracaso, argumentó que su presencia no hubiese cambiado el desastroso resultado. Un discurso acorde a su carrera, pausado, sin adornamientos. Aquella aventura olímpica lo cambió todo para Oribe que, sin pensarlo, dejó claro que alguna oferta del exterior tenía que equipararse a su salario de élite en México.
Rumores afirmaban que el coahuilense había perdido el piso. A Peralta se le veía mucho más cómodo frente a la cámara, y disfrutaba de los comerciales que comenzó a protagonizar con la playera verde. Su mujer Mónica y su hijo Diego, aparecían en diversos programas dedicados a contar la vida del héroe nacional. Reportajes valoraban el esfuerzo labrado del futbolista desde su debut en 2003. Oribe no tuvo tiempo de responder con su juego a esas acusaciones egocéntricas. Su rodilla le obligó a parar para desgracia del Tri que venía en picada. En Torreón, tomaban con calma su recuperación para tenerlo a punto. El mexicano, ansiaba volver a gritar un gol que le recordara la emoción perdida durante un par de meses, mientras la selección deambulaba en la mediocridad en la Copa Oro.
El viernes, Oribe se hizo presente en el marcador dos veces frente a Cruz Azul. En su camiseta el “O.Peralta” luce por debajo del número en lugar del “Hermoso” que pretendía usar debido a una publicidad con Pepsi que jugaba con su imagen. Suelto en los ambientes de comerciales, demostró que su concentración en el juego es única. Peralta regreso y cuando entró a la cancha del Corona su mente solo pensaba en futbol. Como aquella noche en Newcastle, cuando interrumpió el mensaje que mandaba desde su celular para informarse sobre el próximo rival, el delantero jugó, marcó dos golazos de jugador distinto para hacernos recordar que su lugar se lo ha ganado bien. Al final, expulsado por un pisotón, pidió disculpas aceptando su error, humilde y goleador en el cuadro verde, lo demás, por ahora no importa.