Ciudad de México, 30 de junio (SinEmbargo).- Una estatua de Fred Perry está en el complejo tenístico del All England donde el Grand Slam de Wimbledon tiene su sede. El torneo más antiguo del mundo se lleva acabo bajo la atenta mirada de la leyenda británica que dominó el circuito en la década de los años 30. Perry ganó en casa en años consecutivos en 1935 y 1936. Un martirio se apoderaría de los aficionados de la Gran Bretaña desde ese instante.
La pasión con la que los ingleses viven su torneo es muy singular. La regla de vestimenta, blanca de pies a cabeza, hace respetar la historia que se ha forjado durante tanto tiempo. Sin embargo, tenistas de distintas partes del mundo han coronado sus carreras dominando esa superficie verde donde tantos sucumben. Dentro de esa lista de ganadores, la ausencia británica provoca decepción cada año luego de arrancar con ilusión la justa veraniega.
La edición de 2013 ha presentado circunstancias particulares que alimentan al pueblo británico con la esperanza de ponerle fin a tanta angustia. El escocés Andy Murray, de piernas largas, es la carta principal local donde la esperanza de tantas generaciones se ha postrado. El tenista de 26 años venció al español Tommy Robredo para acceder a octavos de final. El camino que a estas alturas es de lo más difícil, se ha aligerado.
Con las eliminaciones de Nadal y Federer, Djokovic es el rival a vencer según el ranking de la ATP. El serbio que lo mismo hace un stand up cómico o pone pelotas certeras en el fondo de la cancha, ha sido la principal figura que le ha hecho frente al duopolio que los dos tenistas míticos han armado en Grand Slams. Nole tiene en la mira ganar esta edición porque su naturaleza competitiva así se lo indica.
Murray tiene la herencia de Tim Henman, el último británico que figuró en el circuito pero que nunca pudo alzarse con el añorado torneo londinense. Una carga pesada de 77 años con una isla pendiente del rendimiento de Andy. El césped resbaladizo y veloz de Wimbledon es una obsesión para la gente británica tan orgullosa de sus tradiciones.
Hoy la ilusión no es la misma de siempre. A la eliminación de las grandes figuras, ante la imposibilidad de que Federer consiguiera su octavo campeonato que lo hubiera puesto como el máximo ganador de la justa, se le une lo vivido el año pasado dentro de los juegos olímpicos de Londres 2012. El legendario suizo perdió la medalla de oro ante Murray lo que provocó una ovación ahogada histórica en tantas gargantas tras ver la presea dorada colgada del cuello de Andy.
La confianza de Murray está como el año pasado. Consciente está el escocés que este no será un Wimbledon común y corriente. La misión nacionalista está en la raqueta de un espigado jugador que tiene más argumentos psicológicos añadidos al talento atlético que siempre ha mostrado. Con Perry pendiente, Murray puede empezar a construir su futura estatua en el complejo londinense con una victoria que pueda sanear 77 años de espera.