Ciudad de México, 24 de junio (SinEmbargo).- El movimiento 26 de julio, dirigido por el líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, entra al Hotel Lincoln con la intención de secuestrar a una huésped. En la habitación indicada, Juan Manuel Fangio ( (Balcarce, 1911 – Buenos Aires, 1995), el mejor piloto que había existido en la Fórmula 1, descansa tranquilo. Es 1958, los tiempos de la isla son de revuelta social. El segundo Gran Premio de Cuba es una atracción en medio de un huracán. Sin medidas rudas, Fangio es secuestrado durante 26 horas con la intención de que los revolucionarios sean escuchados.
La figura del emblemático argentino era demasiado importante en el mundo de la década de los 50. Fangio se había convertido en un espectáculo único arriba de un bólido de carreras que desfilaba por toda Europa. La fusión del argentino con la máquina era perfecta. Sin toda la tecnología millonaria de hoy en día, Juan Manuel construyó los cimientos de un campeonato que acapararía las miradas de innumerables aficionados en el futuro. En tiempos de imágenes en blanco y negro, Fangio corría para el beneplácito de todos los que lo observaban.
Hijo de inmigrantes italianos, iba a la escuela como quien tiene que cumplir un trámite burocrático. Sin muchas ganas de estar en el aula puso sus manos en movimiento desde muy pequeño en una herrería. A los10 años, entendió que el trabajo arduo era el único camino a tomar si quería hacer algo grande. Poco tiempo después, comenzó como ayudante en un taller de coches donde todo el proceso mecánico se le metió en la cabeza y en la sangre. El momento cumbre fue cuando pudo manejar un automóvil. "Tuve la impresión de que el auto tenía vida", describiría la sensación al tener las manos en el volante.
De ojos azules y nariz estirada, el Fangio que se ve en las imágenes del pasado tiene una calma pasmosa en el semblante tan llamativa para quien vivió gran parte de su vida conviviendo con la adrenalina que emanaba de su cuerpo. Como un gran conquistador, la carrera del piloto argentino fue ganando de pequeños a grandes escenarios con una manipulación del automóvil nunca antes vista. Como todo pequeño argentino, se decantó por patear una pelota como lo hacia el resto. Sin embargo, fueron las herramientas y la velocidad los que alimentaron su pasión. A los 18 años competía ya en carreras nacionales obteniendo los primeros resultados que le crearon una pequeña fama que iba creciendo conforme pasaban las fechas de competencia.
Un Overland de cuatro cilindros fue su primer auto. Lo construyó recorriendo pueblos vecinos recolectando las piezas necesarias para terminar de armarlo. El niño que abandonó la escuela tradicional, resultó un genio a la hora de constituir cualquier pieza necesaria para que un coche pudiese arrancar. Fangio pronto representó al chico que con esmero sale del anonimato para convertirse en leyenda. Un año entero estuvo enfermo de pleuresía al cuidado de su madre que no se separó de él. Tras cumplir con el servicio militar argentino, el joven Juan Manuel regresó a casa donde su padre le donó un pedazo de tierra para que construyera su propio taller. A los 21 años, un sueño de vida se había cumplido.
Cuatro años de escuela autodidacta en ese pequeño local donde se reconstruían motores y nuevos sueños. Un hombre carismático que era apreciado por muchísima gente, así era Juan Manuel. En 1936, esos amigos que nunca lo abandonarían le regalaron un Ford para que compitiera por primera vez en una carrera seria. Las dificultades de todo comienzo se presentaron. La primera carrera resultó en abandono por una falla mecánica. Los ánimos no cayeron, siempre rodeado de su gente. En 1940, Juan Manuel Fangio comenzó una carrera espectacular. Dominó circuitos de América del Sur. Su fama iba creciendo sin nada en el medio que pudiese detenerla. Su determinación, más la ayuda de sus fieles compañeros, provocaron que el rumbo se abriera hacia nuevos horizontes. Tras ser premiado, el gobierno argentino lo financió para ir a Europa, ahí, donde la Fórmula 1 significaba el cielo automovilístico.
"Si tan solo pudiera ganar una carrera", declaró antes de partir. Ni él, ni nadie se imaginarían hasta donde lo llevarían sus habilidades. Fangio fue un parteaguas. Se convirtió pronto en leyenda. Hoy, el circuito de Mónaco tiene una estatua del argentino al lado de su automóvil en una de las curvas de la glamorosa pista. La Fórmula 1 creció de la mano del argentino provocador de nuevas emociones nunca sentidas. Ganó cinco campeonatos de piloto. Durante muchos años fue le máximo ganador en la historia hasta que el alemán Michael Schumacher rompió su récord. Al preguntarle si se consideraba el mejor piloto de historia, "Schumi" dejó claro que compararse con Fangio era imposible. Para el teutón, Juan Manuel seguía un escalón arriba.
La categoría reina del automovilismo se dinamitó después de que ese argentino de sonrisa sincera pasó por sus pistas. Al tiempo llegaría Ayrton Senna, el brasileño que continuó con la estela dejada por el argentino hasta su fatídica muerte en el circuito de San Marino en 1994. Un año después, "El maestro" Fangio se iría de este mundo por una serie de complicaciones médicas. Ante el dolor del mundo, los homenajes colectivos alrededor del orbe fueron un collage simultáneo digno de las proezas realizadas por Fangio. La década de los 50 fue construida por él. Fidel Castro lo sabía y fue por él. Juan Manuel agradeció el buen trato de sus raptores durante el secuestro. Nacido un día como hoy, hace 102 años, el siempre humilde argentino creyó que lo correcto era buscar ser el mejor más nunca creérselo. Ante la constante pregunta sobre lo peligroso de su profesión, el piloto dejó una frase para la posteridad: "Los hombres cobardes ven la muerte muchas veces, los hombres valientes sólo una". En 1995 fue la única vez que la vio, lo arropó y se lo llevó como merecido premio por una vida tan inspiradora.