Ciudad de México, 23 de junio (SinEmbargo).- En una lujosa cena en Montecarlo, Florentino Pérez coincide en la misma mesa con Zinedine Zidane (Marsella, 1972). Son principios del siglo XXI, una época donde el futbol pierde la órbita terrenal comenzando a manejar cifras estrafalarias en el mercado de fichajes. El señor Pérez, el multimillonario presidente del Real Madrid, es un mandamás en esta nueva oleada de grandes cantidades. De pronto toma una servilleta y escribe algo con su pluma. Con disimulo dobla el papel para después hacerlo llegar al astro francés. "Zizou" lee: "¿Quieres jugar en el Real Madrid"? con la letra temblorosa de Florentino. La respuesta escueta, de tres letras, iniciaría una época dorada en la historia del deporte más popular del mundo: "Oui", escribió Zinedine.
Zizou nació en Francia por accidente. Sus padres Argelinos huyeron de la inminente guerra y llegaron a Marsella, donde encontraron la paz que venían buscando. El 22 de junio de 1972 el último hijo del matrimonio conformado por Ismail y Malika nació en medio de un montón de carencias que un barrio germinal tiene. El más pequeño de los Zidane, tendría en mente siempre sus principios. Su vida pasaría de la normalidad a la idolatría por sus capacidades físicas que desde muy temprana edad mostró. Llegó a ser cinta verde en Judo a los 7 años, pero fue una ida al Velódromo del Marsella lo que definió para siempre su vida. En el estadio emblemático de uno de los equipos más grandes de Francia, un uruguayo inspiró a Zizou para beneplácito de una futura generación de aficionados.
Enzo Zidane es el hijo mayor de Zinedine. Su nombre es en honor al charrúa Enzo Francesco. "El Príncipe", como le apodaron en Buenos Aires, se hizo grande en River Plate. El fino uruguayo de visión distinta, probó suerte en el futbol galo con el Racing París y en el Marsella. En la ciudad natal de Zizou, Francescoli jugaría solo un año. Tiempo suficiente para dejar una huella imborrable en la cabeza prodigiosa de Zinedine rindió idolatría al sudamericano para siempre. En 1996 se enfrentarían por la copa Intercontinental, Zidane ganaría el trofeo pero lo más significativo para él fue la camiseta de su ídolo que se llevó en los hombros tras intercambiar camisetas con una sonrisa plena en el rostro del galo. La grandeza del francés, la del niño con sangre argelina que superó la estela de su ídolo al que nunca olvidó, honrando su inspiración con el nombre de su hijo.
SU LADO HUMANITARIO
Zinedine tiene memoria. Durante toda su carrera, la labor altruista del francés fue significativa. Embajador de la Organización de Naciones Unidas, los proyectos en los que se ha involucrado siempre connotan un intercambio cultural además de la ayuda primordial a los más necesitados. El francés siempre fue estandarte de la elegancia con el balón en los pies. Nadie como él dibujó tanta imagen de alta belleza en un terreno de juego. La técnica en sus pies daba cátedra en cada jugada en la que participaba. Los ojos casi cerrados y su prematura calva le dieron un aire de mago misterioso en una caricatura. Zizou jugaba para divertirse mientras el futbol se vestía de frac. Aún en lo más alto de la fama que genera la élite deportiva, Zidane nunca olvidó. El trabajo altruista crecía junto a su nivel de juego.
Aquella servilleta puso fin a una época en el Calcio italiano con la Juventus de Turín, previo paso por el Cannes y el Bordeaux del futbol francés. En Italia, Zidane comprendió que sus habilidades darían muchas alegrías con una concentración táctica indispensable en el país de la bota. Zizou dio sus primeras lecciones con la Vecchia Signora mientras alternaba con los llamados a la selección francesa. En 1998, Francia organizó un mundial que supondría un cambio de estafeta. Brasil sucumbió ante los locales en la final que Zidane hizo suya. El mejor escenario posible para explotar. Dos goles con una brillante actuación que puso los ojos del resto del mundo en el 10 galo. A partir de ese momento, comenzaron cuatro años en los que Francia dominó tras ganar la Euro en el 2000. Una selección que estaba dormida tras el retiro de Platini, tenía un heredero único con capacidades nunca vistas.
El Bernabéu fue testigo de cómo la emblemática camiseta blanca se llenó de la elegancia de Zizou. El Real Madrid pagó casi 73 millones de euros, un traspaso récord en el 2001. El equipo "Galáctico" tuvo en su dorsal 5 al mejor mediocampista Europeo de las últimas décadas. Zidane comandó las indicaciones del mítico Vicente del Bosque en el banquillo. En su primera temporada, un trofeo ansiado llegó a las vitrinas del club merengué. La novena Champions League fue ganada en Escocia con una poema para la posteridad de la pierna "débil" de Zizou. Una volea que conectó una pelota que venía del aire. Zidane miró el cielo, encorvó su cuerpo con la elasticidad de sus 29 años. Cuando conectó el esférico, la redonda hizo lo suyo para volver al astro francés legendario. El gol de aquella noche en Glasgow, ha sido catalogado como el mejor en todas las finales de la competencia.
A sus 34 años se retiró. Dejó una tristeza sentida al no poder gozar del estilo tan distinto que Zizou puso en el planeta. El mundial de Alemania de 2006 fue la última competencia donde Zidane dejó su estela para que otra figura del futuro se inspiré con el legado del que para muchos es el mejor jugador Europeo de los últimos años. Zinedine sacó a Brasil en semifinales con un gran rendimiento pensante tan veloz como sus piernas de antaño. En la final, el penal que anotó de Panenka fue el último coqueteo que dejó para la memoria del futbol. El cabezazo que le dio a Materazzi fue la mancha de una carrera genial. Zizou perdió la cabeza yéndose expulsado en su último partido mundialista. El crack pidió perdón por su conducta. Habiendo dado tanto con la pelota, las disculpas sobraron. La magia del galo sigue generando melancolía.
