A 43 años del partido del siglo, el pasto del Azteca aún recuerda el día que se vistió de gloria

17/06/2013 - 1:00 am
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Ciudad de México, 17 de junio (SinEmbargo).- 22 hombres europeos cambiaron para siempre la forma en que se vive un partido de futbol el 17 de junio de 1970. El estadio Azteca fue testigo de una de esas proezas que reinventan destinos. Italia y Alemania llegaron a la semifinal de la novena Copa del Mundo organizada por Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA). El tributo a la pelota de aquella tarde mexicana sigue siendo para muchos, después de 43 años, el llamado "Partido del siglo", sigue siendo el mejor enfrentamiento en la historia de los mundiales.

La grada llena de alemanes, italianos y mexicanos enfadados con la selección Azurra por la derrota del Tri en la tarde fatídica de la Bombonera de Toluca ante la poderosa Italia. El enojo se disiparía con el homenaje que el deporte más popular del mundo recibiría esa calurosa tarde de mediados de año. Con un esfuerzo sobrenatural, el Partido del siglo sirvió de cimiento para la gloriosa historia que albergaría en el futuro el coloso de Santa Úrsula. A los que lo vivieron, les cambió la vida. Las futuras generaciones amantes de este deporte sucumbieron ante la tentación de ver y leer sobre lo acontecido ese mítico día.

Eran tiempos tan distintos. El futbol seguía teniendo ese misticismo de juego pasional sin toda esa mercadotecnia que envuelve hoy en día cada partido. El calendario tenía la flexibilidad para que los futbolistas se entregaran a la competencia primaria con la que todo aficionado a la pelota sueña. El mundial era la espera angustiosa de cuatro años a los que el planeta tenía que sucumbir añorando el futuro de una nueva edición del torneo de selecciones más importante del orbe. Los jugadores eran seres con aire místico entregados a la gloria de la copa Jules Rimet.

El alemán Franz Beckenbauer usaba el "4" en aquella camiseta blanca tradicional teutona. Esa tarde mexicana, el kaiser construiría una leyenda que le valdría para ubicarse como el mejor alemán de todos los tiempos. A su fino toque de balón y capacidad para leer los momentos del partido, le añadió un esfuerzo de otro planeta. Con el hombro dislocado, jugó con el brazo inmovilizado por una venda blanca el tiempo extra. En 30 minutos, el futbol volvió a nacer.

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Emociones de principio a fin en una constancia de buen juego y amor propio. Roberto Boninsegna puso adelante a Italia recién al minuto ocho. De ahí en adelante, el cantenaccio invadió el Azteca mientras Alemania buscaba a toda costa el empate entre tiros desviados, salvadas italianas en la línea de gol y un penal sobre Uwe Séller que el mexicano Arturo Yamasaki no quiso señalar. A los alemanes, que supieron volverse potencia tras la devastadora Segunda Guerra Mundial, la palabra imposible no forma parte de su idiosincracia.

Fue el defensa Karl-Heinz Schnellinger quien se encontró una pelota en el centro del área que solo empujó para empatar el partido. Era el minuto 91 de tiempo corrido. El empate final marco el parteaguas histórico. El cotejo pasó a ser un duelo pugilístico de poder a poder con dos adversarios que ya respiraban por la boca lanzando golpes con más corazón que técnica individual. El enfado a los italianos se acabó.

Un legendario delantero bajito con el número 13 pondría adelante a Alemania con un gol en los primeros minutos. Gerhard Müller rompería las redes mexicanas en aquel mundial como el mejor centro delantero del mundo. Sin embargo, la gloria en conjunto tendría que esperar cuatro años más. Burgnich y el gran Gigi Riva pusieron adelante a la escuadra Azurra 3-2. Y aunque, el inconmensurable Müller puso el empate a tres, el legendario Gianni Rivera cerró el marcador 4-3 con un gol en forma de Knockout.

Cuando Yamasaki pitó el final, la gente se puso de pie mientras los guerreros vestidos de futbolistas entendían de a poco lo que acababan de realizar. Aquella tarde del Distrito Federal, el sacrifico de Alemania en pos del juego le daría réditos. Los germanos se convertirían en una potencia mundial. Los italianos se irían triunfantes y perderían la final frente al Brasil de Pelé. El recuerdo de aquel partido hizo que el futbol llegara a otras latitudes. Una placa conmemorando el encuentro cuelga de  una de las paredes del majestuoso Azteca.

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