La segunda edición de la FILEY es un éxito. Además de fomentar el gusto por los libros se disfruta de una de las regiones más hermosas del país, donde se come como dios y se vive en paz.
Mérida, 23 de marzo (SinEmbargo).– Los cielos de Mérida, Yucatán, paraíso donde nacen los trovadores y se come como dios, son de un azul imposible la mayor parte del día. Cuando el sol ya quiere esconderse, empiezan a pintarse de rosa profundo, como un beso.
En esta tierra blanca donde los rasgos de los antiguos mayas siguen indeleblemente tallados en los rostros de sus habitantes modernos, la Universidad promueve un singular encuentro literario: la Feria Internacional de la Lectura de Yucatán, conocida por sus siglas: FILEY.
Parece que la pasión por el conocimiento, la ciencia y el arte, de los ancestros de los pobladores de hoy, encontró una nueva forma de expresión gracias al empeño de un grupo de profesores de la Universidad, encabezados por Rafael Morcillo.
EL PRINCIPIO DE UN SUEÑO
Son cerca de las dos de la tarde. La explanada del Gran Museo del Mundo Maya es el escenario de esta conversación. A pesar de que el sol cae como una piedra que todo lo abarca y de la que no hay posibilidad de esconderse, Rafael Morcillo sonríe, contento. ¿Y cómo no?, si el proyecto de su vida marcha cada vez mejor: tan sólo durante el primer fin de semana, la segunda edición de este encuentro de las letras ha registrado ya 40 mil visitantes. Sólo 10 mil menos de lo que tuvo toda la feria, que duró siete días, el año pasado, cuando se realizó su primera edición.
«Tengo la esperanza de que cuando llegue el segundo fin de semana rebasemos los 80 o 90 mil visitantes». Mientras hace esos cálculos mentales, no puede disimular el orgullo que le produce expresarlos en voz alta.
Morcillo, un hombre de rostro ancho, ojos chicos, piel blanca y sonrisa permanente, cuenta con nostalgia cómo nació este proyecto:
«El origen era la inquietud acerca de cómo promover la lectura. Hace tres o cuatro años yo tenía una charla con el rector de la Universidad Autónoma de Yucatán, el doctor Alfredo Nájera, acerca de como podíamos hacer para mejorar el índice lector en los chavos, y nos dimos cuenta de que la Universidad tenía una feria del libro muy pobre, y que tal vez tendríamos que empezar por mejorarla, por hacer actividades de fomento a la lectura todo el año, al interior de la universidad».
A pesar de que habla rápido, en este momento Rafael Morcillo hace una pequeña pausa, quizá intentando encontrar las palabras exactas para narrar estos años:
«Yo quería hacer estas actividades al exterior, pero él me dijo: «Nos vamos a ver mal si no las hacemos en casa». Así que creamos un comité al interior de la Universidad Autónoma de Yucatán que está construido con diferentes directores de varias facultades y otras gentes que se han sumado, de la misma Universidad, y nosotros, que somos la FILEY».
LA SEGUNDA FILEY
Con un programa integrado por escritores en su mayoría mexicanos, la FILEY lograría, cada uno de los nueve días que duró esta segunda edición, convocar a los lectores de esta ciudad a volcarse en sus pasillos en busca de algún clásico, una novedad, un libro de auto ayuda, un best seller o una antología poética.
«Tenemos aproximadamente 85 editoriales con casi 125 fondos editoriales. Hay quienes traen dos, tres, cuatro editoriales al mismo tiempo, o algunas casas que tienen cinco, seis fondos editoriales. El espacio en donde está el área de exposiciones tiene más de 7 mil metros cuadrados, y ahora se integra el Museo del Mundo Maya. Es la novedad de esta gran feria. Estamos trabajando en la sala Mayamax, en los salones interactivos y en el área infantil también de este recinto».
La Feria Internacional de la Lectura de Yucatán no sólo creció con respecto al número de editoriales que apostaron por tener un stand en su recinto, el imponente Centro de Convenciones Yucatán Siglo XXI.
«Tenemos contadas casi 700 actividades dentro del marco de la FILEY. En cuanto a espectáculos y actividades, crecimos aproximadamente en un 150%».
Además de la presencia de autores y promotores de la lectura como Élmer Mendoza, Margo Glanz, Juan Villoro, Alberto Chimal, Sandra Lorenzano, Miriam Moscona, Luigi Amara, Mario Bellatin, Jorge F. Hernández y José Gordon, en la segunda FILEY se llevaron a cabo cuatro homenajes.
«El homenaje al maestro Raúl Renán se hizo en el marco de la inauguración de la feria. Este mismo homenaje se le hizo al maestro Joaquín Destard el año pasado. Y nosotros creemos que se reconoce, además de la trayectoria de esa pluma magnífica, el esfuerzo que ellos han hecho para acercarse a los jóvenes que quieren ser escritores y que han tenido talleres con ellos».
El segundo homenaje, sin duda el más importante de esta celebración del pensamiento, fue el que se dedicó al autor de Las batallas en el desierto y Morirás lejos, José Emilio Pacheco.
«Este lo hacemos en conjunto con una agrupación que se llama UC Mexicanistas, que dirige la doctora Sara Poot Herrera, quien la creó en Sta. Bárbara, California. Hacemos esta alianza y el reconocimiento lo entregamos en conjunto».
El tercer homenaje fue para Rafael Ramírez Heredia, quizá el primer escritor en hacer visible el fenómeno de un tipo de pandillas cada vez más agresivas y menos escrupulosas, que empezaban a trasladarse de su país de origen, El Salvador, a México, y a asentarse definitivamente en nuestro país o en Estados Unidos, con su libro La Mara.
«Un gran escritor que, con todo respeto a las autoridades culturales de México, se murió y nadie le hizo ni un homenaje nacional. Este, más que nacional es internacional, porque viene su gran amigo, el escritor Poli Délano, que viene de Chile a estar en este homenaje».
Finalmente, el cuarto reconocimiento fue para la psicoanalista Estela Ruiz Milán, nacida en Puerto Progreso, a 12 kilómetros de Mérida, y madre del escritor Juan Villoro.
Además de los homenajes, en la segunda edición de esta Feria Internacional de la Lectura de Yucatán hubo, por supuesto, presentaciones de libros, pero también música, teatro, exposiciones y se llevó a cabo el Quinto Congreso de UC Mexicanistas, que Sara Poot Herrera, fundadora y directora, llamó, con su peculiar sentido del lenguaje: Lectores somos y en la FILEY andamos.
PACHECO: UNA PALABRA LLENA DE RESONANCIAS
Sin duda, la mayor parte de los lectores lo conocen por Las batallas en el desierto. Claro, ¿quién podría no conmoverse con una pasión como ésa: ingenua, desesperada, desesperanzada? ¿quién podría quedar indiferente ante la maestría y el candor con el que José Emilio Pacheco retrató la nostalgia por una época, por una ciudad, en donde la inocencia no era un concepto edulcorado de película de Walt Disney?
Como el Carlos de su historia, que se enamora de su maestra Mariana hasta la médula, José Emilio Pacheco, visiblemente emocionado y frágil en su silla de ruedas, agradeció el homenaje que le hizo la FILEY, en donde Rafael Morcillo y Sara Poot Herrera le entregaron la medalla Excelencia en las letras, que a partir del año que viene llevará su nombre. Sonreía. Tuvo ánimo para hacer una broma:
«Me parece un honor infinito pero yo propondría dos nombres para el premio: uno sería, como originalmente se pensó, Juan García Ponce y otro sería don Luis Leal. Mejor hacerlo ya para los que ya están muertos, porque si no con los vivos se corre el riesgo que, dentro de cinco años alguien diga: pero, ¿quién era ese señor?».
También habló de la lectura, razón de ser de esta feria:
¿Cuántos millones de años se necesitan para que exista un ser humano único e irrepetible: tú, yo, nosotros, ustedes, todos. Un ser que no existió antes ni volverá a existir jamás. Eso todos lo sabemos pero pocas veces nos paramos a reflexionar en ello. Otros tantos millones de años son necesarios para que en ese mar incesante de las generaciones aparezca un texto, sólo uno, entre una multitud que no se detiene jamás.
¿Cómo se da la relación más íntima que puede existir entre dos personas, que es la lectura? De todas las gastadas imágenes que ya nadie se atreve si quiera a sugerir, me sigue gustando la imagen de la botella al mar: la arrojo irresponsablemente a las olas, que no la piden ni la esperan; nadie nos pide que escribamos ni está esperando lo que vamos a darle…
La mejor manera de agradecer todo lo que se me da en esta noche prodigiosa, sería una simple palabra llena de resonancias: “Gracias».
LEER Y ESCRIBIR CON UN PLATO DE QUESO RELLENO
Unos minutos antes del medio día de un martes de marzo, en el Parque de La Paz sólo se escuchan los pájaros cantando, y alguna que otra conversación se insinúa a lo lejos. El escritor Alberto Chimal, grandes y oscuras ojeras, muy parecido al personaje de Víctor, que Tim Burton creó para El cadáver de la novia, conversa con la reportera con su habitual amabilidad, a pesar de llevar muletas por un esguince en el tobillo. A punto de partir al aeropuerto a tomar su vuelo de regreso a la Ciudad de México, el autor de La torre y el jardín comparte su experiencia en este festival de la lectura.
«Este es un lugar muy hermoso y muy tranquilo, y creo que sí, la atmósfera de la Feria es más relajada. No deja de haber una gran cantidad de actividades pero sí es mucho más sereno todo y eso sí influye en el ánimo de escribir. A pesar de toda las idas y venidas sí pude adelantar un poco, como te estaba diciendo, de mi escritura. Y sí pude también, hasta tomarme un helado, en alguna heladería de por estos rumbos».
Sonríe, quizá aún con ese sabor en el paladar, y continúa:
«Creo que también eso es algo que nos hace falta. Tratamos de acabarnos los libros, de procesar la información a toda velocidad y no necesariamente se trata de eso: se trata de disfrutarlo, se trata de, a veces de lanzarse no sólo a correr sino a pasear a través de la lectura y este es un ambiente muy propicio para eso».
Una vez más, el canto de un pájaro se cuela en la conversación. Chimal detiene el impetuoso río de sus palabras para escucharlo. Luego sigue:
«La situación de Mérida es tan peculiar, geográficamente también, es un lugar que tiene una cocina maravillosa: muy surtida, muy variada, muy diferente, y es una cultura con un montón de cosas sorprendentes. El otro día, conversando con gente de la feria, empezaron a hacer la relación del montón de palabras que se utilizan en el español de aquí, pero que no se utilizan en ninguna otra parte. Por ejemplo, anolar. Es un verbo que se refiere a la acción de ponerse una pastilla en la boca y empezar a disolverla. Es una palabra preciosa que nada más la tienen aquí».
Antes de irse, Alberto Chimal confiesa que comió mucho, de todo: queso relleno, papadzules, cochinita. Se va, dejando a esta reportera con la boca hecha agua.
APUESTA POR CONOCIMIENTO Y DIFUSIÓN DE LA CIENCIA
En la sala Mayamax del imponente Gran Museo del Mundo Maya, el periodista y conductor de La oveja negra, programa de divulgación científica que trasmite Canal 22, tiene a un grupo de jóvenes anonadado con su explicación sobre el fenómeno del conocimiento.
Después de un aplauso entusiasta y emotivo, la reportera se abre paso entre una fila de jóvenes que están esperando a Pepe para tomarse una foto con él. La pregunta es sencilla: ¿por qué hablar de ciencia en una feria de la lectura?
«Me propusieron, y esto es un fenómeno que hemos encontrado, que ha ocurrido ya una y otra vez en diferentes partes de la República: están interesados precisamente en estos trabajos que apuestan al 10% de nuestras capacidades geniales, el descubrir a nuestros grandes exponentes de ciencia. El encontrarnos con los grandes pensadores y científicos mexicanos, da de veras un modelo de lo que sí se puede realizar».
Según Gordon, las neurociencias ahora apuestan porque el cerebro humano es un órgano que tiene la capacidad de expandirse, lo cual no puede ser más que una excelente noticia para compartir con un grupo de jóvenes, en esta Feria de la Lectura:
«Creo que detrás de las grandes crisis que estamos viviendo, hay una crisis fundamental, que es una crisis de imaginación. Y la buena noticia es que ese recurso de la creatividad y de la belleza, y de la inteligencia, está muy vivo en México y nuestra responsabilidad es darlo a conocer».
RENÁN: EL POETA DE LAS OTRAS PALABRAS
Si alguien merecía un homenaje por parte de la FILEY era él: Raúl Renán, el del Epitafio literal («Murió al pie de la letra»). Nacido en esta tierra, emigró a la Ciudad de México desde joven porque sentía que aquí nunca encontraría el justo reconocimiento a su trabajo. Casi tuvo razón: pasó medio siglo antes de que esto sucediera:
«Estoy aquí invitado especialmente para un homenaje que me hicieron la Universidad de Yucatán y la FILEY, cuyo contenido era la entrega de una medalla como reconocimiento por mi trabajo literario, desarrollado durante 50 años, que es el tiempo en el que me fui de aquí a la Ciudad de México, donde vivo ahora».
Al poeta se le llena de nubes la mirada dulce. Con voz suave, reconoce que este homenaje:
Significa muchísimo. Significa un reconocimiento que no siempre se hace a los autores, a los científicos, a los filósofos. En las regiones pequeñas del país siempre vemos que le dan un premio enorme a alguien de otro país. Pero no localizan la fuente, el lugar pequeño donde nació».
Raúl Renán le muestra a esta reportera el libro Como fue el presagio, que el Fondo de Cultura Económica le acaba de publicar, y que presentó también en esta feria de la lectura:
«El presagio es la aparición de este libro, pensado desde que era yo joven. Porque yo pensé: algún día tendré un libro como este, cuando veía los libros que llegaban de México. El presagio se cumplió a esta edad, lo cual me gratifica».
EPÍLOGO
A bordo de un taxi, en una escapada a Puerto Progreso, la conversación deriva, como muchas, en todos los rincones del país, al tema de la inseguridad. El taxista responde a la reportera que aquí «todavía se vive bien», aunque «dicen» que muchos narcos ya se trajeron a sus familias a vivir a los exclusivos complejos residenciales con lago artificial y club de golf incluido que se encuentran entre la ciudad de Mérida y ese puerto.
Paradójicamente, según el taxista, los empresarios honestos de Cancún y de Playa del Carmen que no soportaron el miedo y las extorsiones por parte de miembros del crimen organizado de la zona, también se están mudando a esos exclusivos complejos residenciales. Así, por una cruel y absurda maniobra del destino, las familias de perseguidores y perseguidos terminan viviendo en los mismos lugares, conviviendo de cerca, formando parte de la misma comunidad.
«Pero a pesar de todo, aquí no se ven balaceras, ni se sabe de secuestros y cosas de esas», dice el taxista. «Ojalá no se nos acabe pronto esta paz».
«Ojalá» dice la reportera. Cierra los ojos y le viene a la mente la imagen de los cientos de niños y jóvenes con uniformes escolares que esa mañana de viernes visitaron la feria. También, la de las familias cargando una, dos y hasta tres bolsas de libros a la salida del Centro de Convenciones Yucatán Siglo XXI.
Piensa que quizá, todavía hay esperanza…