Incluida por la FIL Guadalajara 2011 entre los 25 narradores latinoamericanos poco conocidos más allá de sus países, pero con un gran potencial, la joven autora publica su segunda novela cuya columna vertebral es la violencia
En sus ojos ligeramente saltones y verdes; en su nariz más grande que la del promedio de las mujeres; en su pelo rubio cenizo y en su rostro sin maquillar se intuye una inquietud permanente.
Pero si uno lee sus libros, esta intuición deja de serlo para convertirse en una certeza. Daniela Tarazona (Ciudad de México, 1975) es una escritora inquieta, que arriesga y que transgrede. El beso de la liebre (Alfaguara, 2012), su segunda novela, es una prueba más de ello.
La historia de una mujer con poderes sobrenaturales, hija de un dios sui generis, que se debate entre el deseo de hacer el bien y el cansancio que le provoca la inmortalidad, sirve como marco para que Daniela hable de aquellas cosas que la han intrigado toda la vida: la guerra, la violencia, la deformidad del cuerpo, la búsqueda de la identidad.
Y para que el riesgo sea mayor, Daniela Tarazona elige el género fantástico: su novela sucede en un tiempo y lugar apocalípticos pero hipotéticos, con personajes que realizan cosas imposibles, porque sólo así, dice, es capaz de contar lo que le interesa.
LA GUERRA, SIEMPRE LA GUERRA
El mundo en el que transcurre El beso de la liebre está marcado por la guerra, la que sucedió antes de que Hipólita Thompson, la protagonista, naciera, y otra, en la que ella, como heroína que es, le tocará pelear. ¿Por qué la guerra, por qué siempre la guerra?
“Soy pesimista. Hay muchas cosas en la realidad cotidiana que me parecen aterradoras”, dice con una sonrisa triste, Daniela Tarazona.
Piensa un poco antes de continuar: “La guerra, que es quizá el eje más importante del libro, que atraviesa toda la historia, sí tiene que ver con un pasado personal, con ser descendiente de gente que vivió la guerra civil española y eso ha sido también una especie de recuerdo de algo que yo no viví. Pero la transmisión de todo ese desconcierto, de familias que se deshicieron, de destinos que cambiaron, todo ese espíritu está en la novela. Uno de los epígrafes es de Francisco Tarazona, que era mi tío abuelo, y que fue piloto republicano. Un personaje fascinante”.
Pero no es solamente la marca de fuego que dejó en su familia la guerra civil española lo que provocó a Daniela a escribir sobre esta plaga incomprensible. “Creo que es eso; la emoción que sostiene el libro en términos de guerra es eso, pero también fueron años muy espantosos en este país estos últimos seis años. Entonces hay una parte también que se refiere a esto, esta cuestión de las decapitaciones de Estado”.
En El beso de la liebre el Estado omnipresente, como en una suerte de homenaje a George Orwell, tiene todo controlado, hasta la manera en que deben morir los ciudadanos que se rebelan. Al regresar al recuerdo de los últimos años, de los últimos días en este México, no muy lejano del territorio apocalíptico en donde tiene lugar su novela, Daniela continúa: “Y creo que hubo momentos (quizá nos hemos estado reconciliando con eso) pero hubo momentos donde los restos humanos que se encontraban ya ni siquiera eran cabezas, sino que eran sólo pedazos”.
Hace una pausa para tratar de recordar en qué carretera del país se encontraron «hace poco» 49 fragmentos humanos. No puede. Los horrores se volvieron tan comunes, tan cotidianos, que es casi imposible recordar todos los lugares, las fechas, los nombres.
“Ya ni si quiera era un asunto de que se intercambiaran identidades, sino ya la pérdida absoluta de estas, en ciertos lugares o en ciertos espacios. Pero más allá, está el hecho de cómo la sociedad muestra de pronto esta parte. O sea, ¿qué tiene que suceder para que un grupo de personas participen en cosas semejantes?, ¿qué es lo que tiene que pasar? Son preguntas que no me puedo responder, que tendría que estudiarlas como cinco años para tratar de comprender qué es lo que sucede ahí”.
LA HEROÍNA ENAMORADA
“Pensé que creía escribir la historia de una súper heroína, pero accidentada, que fuera una suerte de heroína patética. Esa fue la idea original”.
Así describe su creadora a Hipólita Thompson, la protagonista de su novela, a la que una mujer misteriosa deja en la puerta de la casa de Guillermo Thompson, quien la cuida como si fuera su sangre y se resigna a morir un poco después que ella se va.
Con la idea de crear a una heroína a veces oscura, otras, ridícula, Tarazona se dedicó a leer acerca de mujeres guerreras, fantásticas, poderosas, malditas. En una de esas lecturas se topó con La maldición de Eva, un ensayo de la escritora canadiense Margaret Atwood:
“Dice que la Mujer Maravilla cuando se enamora pierde sus poderes, entonces, un poco estudiando la figura de la súper heroína, pero también la de las heroínas de novela, y la condición, quizá desde un punto de vista muy cursi, del arrebato del amor, muy romántico, quería que el personaje pasara por todo esto”.
Hipólita tiene un defecto en la boca: una pequeña hendidura en el labio superior. Parece el hocico de un conejo. El título de El beso de la liebre quizá tenga que ver con esto, pero también es un homenaje al libro El beso de Isabelle, escrito por Noëlle Châtelet, sobre la vida de Isabelle Dinoire, un personaje con el que Daniela Tarazona se encontró en su investigación para esta novela.
“Mi deseo era hacerla patética. Una caricatura, una ironía de una mujer poderosa, y quedó esta suerte de híbrido, que a veces es muy terrible también, otras incluso melodramática, otras veces es fácil”.
Elegida por Dios para cumplir una misión que no entiende, Hipólita tendrá que salir de la casa de Guillermo Thompson, quien la ha alimentado con trapos mojados en leche de cabra y de vaca, y pulpa de pera masticada por él mismo, y también le ha enseñado todo lo que sabe.
Pero una vez en la ciudad, una metrópoli devastada por una guerra pasada pero de la que todos siguen hablando, Hipólita tendrá que aprender a vivir con unos poderes sobrenaturales que no pidió: la telequinesia, una velocidad sorprendente en las piernas, y sobre todo, con el don de la inmortalidad:
“Ella está fastidiada de la inmortalidad, fastidiada de accidentarse, porque además es un personaje que, aunque tiene estos dones dados por Dios, y cierto sentido ulterior de que tiene que hacer justicia en el mundo, en realidad está muy extraviada. Está confundida, no sabe… Al principio no entiende nada de lo que la mueve, de lo que la lleva a actuar; incluso los mensajes que le da Dios a través del emisario”.
Como empleada de una panadería en la gran ciudad, trabajando de sol a sol y con lo mínimo para mantenerse hasta que ocurra una de sus muchas muertes, Hipólita vive en el absurdo.
EL CUERPO, INTERESANTE Y DEFORME
En El beso de la liebre hay una obsesión por el cuerpo desfigurado: Guillermo Thompson, el padre adoptivo de Hipólita, es un veterano de guerra deforme, con un rostro en el que se condensa el horror: dos hendiduras en el lugar donde deberían ir los ojos y una herida obscena como un pequeño orificio en vez de boca. «Al masticar, su rostro se movía de forma desordenada», escribe Tarazona.
También en Madame Noël, el contrapunto, la antagonista de Hipólita, está presente esta locura enfermiza por el cuerpo:
“Ella es una médico cirujano, y el asunto ahí es que yo tenía un enorme interés, igual que en mi libro anterior, en temas que tienen que ver con la identidad. Acá también me puse a investigar asuntos relacionados con la cirugía plástica, los trasplantes y todo eso, porque quería darle a este personaje ese impulso, todo ese mundo extraño de la cirugía”.
Al igual que Hipólita Thompson, Madame Noël tiene poderes, facultades fuera de lo común. “Si Hipólita puede resucitar y puede salvar en un momento dado, pues Madame Noël puede reconstruir. Es su objetivo la creación. Pero la diferencia, digamos, es que Hipólita está construida, aunque tenga toda esta parte terrible, con cuestiones luminosas, y en cambio Madame Noël es muy oscura.
Es un personaje oscuro, y que se pone a la par de Dios con su condición de médica”.
En su investigación sobre la deformidad y la cirugía estética, la escritora se encontró con la historia de Isabelle Dinoire, una mujer francesa a la que su perro labrador le arrancó el rostro a mordidas en un intento por hacerla reaccionar, ya que ella había tomado una sobredosis de somníferos para acabar con su vida. Su operación, en el 2005, fue el primer trasplante de rostro parcial que se hizo en el mundo. Isabelle tuvo que aprender a vivir con otra cara, la de su donante muerta.
“Madame Noël está un poco en esa historia. Yo investigué bastante sobre Isabelle Dinoire; he leído mucho sobre trasplantes de rostro, y creo que también estará presente ese asunto del cuerpo, la biología, las excreciones, todo eso yo creo que está mucho en mi literatura. Yo no me había dado cuenta hasta ahora”.
Pero en esta novela, el interés por el cuerpo de la también autora de El animal sobre la piedra (Almadía, 2008) no se limitó a la deformidad y a la cirugía reconstructiva.
“El cuerpo como mercancía, todo lo que la cirugía estética moderna hace. Yo llegué a los trasplantes porque obviamente muchos de los cirujanos muy capaces que hacen cirugía estética tienen que ver con lo de los trasplantes, y ahí hay todo un asunto del cuerpo como mercancía, de la aceptación de muchas de estas mujeres que se hacen cirugía de volver su cuerpo un accesorio, sus senos un accesorio. Como si no fueran parte de su cuerpo, como si fueran unos jeans, unos zapatos. Es como de locos también”.
Con esta obsesión por lo perfecto, la tendencia de Madame Noël es hacia la homogenización de la estética de los cuerpos.“Todo eso está por debajo de esta novela, aunque no haya un caso de una mujer así, sí hay muchos casos de reconstrucción, como de mirar quizá la anomalía, el que tengas un rostro que no entra dentro de los parámetros de belleza, pues Madame Noël lo que hace es reconstruir manos a las que les sobra un dedo, como esas deformidades que en realidad también son parte de la naturaleza. Y de la identidad.Y es un poco lo que los grandes medios de comunicación pretenden y lo que el cine pretende, y las revistas, y la moda. Esta cuestión de arrebatarnos la espontaneidad, la identidad, la crítica”.
LITERATURA FANTÁSTICA, SIN TEMOR
No es fácil conservar la verosimilitud de una historia que se desarrolla en el terreno de lo fantástico. Aun así, Daniela Tarazona dice que nunca ha escrito nada realista. Que no se le da. “Me han preguntado mucho que si soy una escritora de literatura fantástica, después de mi primera novela, y pues yo no he procurado eso. O quizá sí; es un espacio imaginario que me resulta más acorde a todo lo que yo leí, pero también a un perfil de mi imaginación, yo creo”.
Se define transgresora, entusiasmada por la ruptura y la experimentación.
“Espero que el lector así lo vea, porque yo sí procuro experimentar mucho mientras escribo, como darme rienda suelta. Entonces ahí, por un lado es un riesgo, porque quizá son textos que desde luego no responden a una historia lineal, pero tampoco creo que a una historia predecible”.
Es parte de su personalidad caminar en el borde, en el filo de las cosas, dice Tarazona, y esto la ha llevado también al terreno de la escritura.
“Sólo los mundos que permiten el desarrollo de una vida increíble o fabulosa como la de Hipólita Thompson son a través de lo que yo mejor puedo expresarme. Son mis inquietudes. Ahí está mi lenguaje, mis mundos de la imaginación”.
En este momento una sonrisa atraviesa el rostro de Daniela: “Debe haber sido por leer La historia interminable muchas veces”.