Sol, tierra seca y polvo. Es el escenario de El cielo árido, novela ganadora del Premio Jaén 2012. Su joven autor cuenta una historia moderna, de violencia, en el escenario rural mexicano, el mismo de Rulfo
A contracorriente de las modas literarias que parecen gritar: ¡Mata al padre, inaugura la vanguardia!, Emiliano Monge decidió regresar al origen, ahí donde sus primeras lecturas lo marcaron de forma indeleble: al México rural y mágico, abandonado y poético al que Juan Rulfo retrató en su justa dimensión en 1953, cuando publicó El llano en llamas, y reafirmó dos años después, con Pedro Páramo.
Ese México que Daniel Sada (Mexicali, 1953- Ciudad de México, 2011) también supo narrar, con inusitada brillantez, en varias de sus novelas.
Es en El cielo árido, novela con la que ganó el Premio Jaén de Novela 2012, que Emiliano Monge (Ciudad de México, 1978), decide contar una historia que sucede en escenarios que mucho tienen que ver con el título de su libro, como en postales color sepia, en donde el brillo cegador del sol no impide ver la sangre que se derrama por el mínimo pretexto. «Ante nuestros ojos de gente de ciudad, que muchas veces no entendemos sus códigos, sus patrones de comportamiento», dirá el escritor.
LA VIOLENCIA ES ALGO VIEJO
Emiliano Monge llega 15 minutos tarde a la cita para la entrevista con Sin Embargo MX en el Centro Cultural Elena Garro, en el Barrio de La Conchita, en Coyoacán, al sur de la ciudad.
A pesar de que esta es la primer tarde helada de un enero caprichoso en la capital, quizá porque venía, literalmente corriendo, se despoja de la chamarra, para quedarse solamente con un suéter.
Se sienta, recobrando el aliento, para conversar acerca de su novela, y comienza señalando por qué consideró importante volver la vista a esta temática rural:
«Para mí era importante volver a este México precisamente por el abandono. Porque la Literatura ha cometido el error de imitar al resto de las artes, y de la vida cotidiana de México, y de la vida política, y le ha dado la espalda al campo mexicano».
Además, dice Monge, el universo rural mexicano le atrae mucho, entre otras razones porque piensa que «persisten los modos de la violencia como eran desde principios del siglo XX, es decir, creo que en las ciudades se ha ido avanzando hacia la supuesta modernidad pero en el campo no. Ahí ha llegado lo peor de la modernidad, como el refresco y la televisión, pero no el alfabetismo o la salud».
Un México que está pendiente de ser resuelto, comenta Emiliano, porque además «es el vehículo para explicarnos la generalización de la violencia que ha sucedido con el narcotráfico».
No sólo está en la raíz de lo que hemos vivido en los últimos seis años, sino también en el tronco y en las ramas, porque, explica: «La droga se siembra en el campo, el trasiego en buena parte es a través de la sierra, en lugares donde los pueblos no tienen herramientas para enfrentar o para oponerse al tráfico de la droga. Está también en la raíz y en el tronco porque la gente que se suma a los cárteles en buena medida es gente del campo. Primero, sembrando mariguana u opio, en Sinaloa, por ejemplo, porque paga más que el maíz, que el frijol, que el chile. Pero también porque es una opción de vida, y desgraciadamente el 60 por ciento de los jóvenes del norte de México ve como opción de vida el narcotráfico».
EL COLOR DEL ABANDONO
La historia de Germán Alcántara Carnero, el protagonista temerario y violento de El cielo árido se cuenta en paisajes en donde sólo sobreviven los huizaches y el polvo. Ahí predominan los animales muertos, y el sol que todo lo quema, sin piedad.
«El título de libro está en armonía con la violencia interna del personaje, de la novela. Hay también una violencia en el lenguaje que también es importante porque eso es lo que le da balance a la historia. Pero es un universo árido, seco, porque me parece que este clima seco, este sol ardiente, tremendo, esta resequedad del aire y de los personajes, que también se parece mucho a lo que llevan dentro los personajes. Trata de ser compatible con el universo interno de los personajes».
Al mismo tiempo, estos escenarios dan idea de la enormidad, de la vastedad del campo. Dice el autor de Arrastrar esa sombra (Sexto Piso, 2008) que con ello pretendía mostrar una característica más del ambiente rural: «De una soledad que es en la que creo que está el campo mexicano y la gente del campo. Una soledad que pareciera inagotable».
Este escritor que suele pensar en sus obras en función de los colores que podrían tener, escribió El cielo árido con el amarillo en mente: «Esta novela siempre la quise hacer como el amarillo del desierto, y creo que por ello tiene estos espacios abiertos, y el sol, por ejemplo. Es una novela en la que está mucho el sol a cierta hora del día, y es un sol muy amarillo. Y además también tiene que ver con el color de la bilis, que es un poco como la rabia y la ira de estos personajes, lo que los mueve».
CON LOS FANTASMAS, NO VALE PELEAR
Así como es posible encontrar ecos rulfianos en la novela de Monge, también hay personajes que recordarían sin mucho esfuerzo a los de Gabriel García Márquez en Cien años de soledad o, yendo más atrás en el tiempo, a Ramón del Valle-Inclán y sus esperpentos. Por ejemplo, la madre sordomuda de Germán; su hermana deforme; su hijo Nacioenfermo, al que se describe como una cabeza gigante con un pequeño tronco y cuatro extremidades; o su padre, al que una falla en la tiroides ha convertido en una mole de carne que ya no se puede mover del petate, en donde toda su humanidad yace, y por si fuera poco, con un ojo ciego.
Emiliano Monge no sabe hasta qué punto lo puede haber influenciado la obra de García Márquez, pero sí está seguro de que su literatura proviene de una tradición de la que no teme ser heredero.
«Yo creo firmemente en la tradición, porque además soy un lector de la tradición latinoamericana, y creo que además, cuando uno lee, como escritor, todo aquello que lee y que lo impacta se queda dentro de las herramientas que a veces, incluso inconscientemente, se utilizan. De Rulfo podría decir que sí es un escritor en el que pienso cuando escribo. Evidentemente también he leído todo García Márquez, como he leído todo Vargas Llosa. Y a pesar de que reconozco que hay libros excepcionales y libros que no me parecen interesantes, o tan interesantes, es seguro que algo queda de eso. Es seguro que el Emiliano que a los 18 años fue impactado por Cien años de soledad, sigue vivo dentro de mí. Y que, evidentemente algo de eso queda. Es imposible pensar que no. Incluso creo que la gente que reniega de la tradición, que crítica al boom o a otros autores se está peleando con fantasmas que no vale la pena pelearse».
LA NEGACIÓN DE LO TRADICIONAL
Inevitable pensar, por ejemplo, en la generación del Crack, formada originalmente por seis escritores nacidos entre 1960 y 1970 que firmaron el famoso manifiesto con el mismo nombre: Jorge Volpi, Vicente Herrasti, Ignacio Padilla, Pedro Ángel Palou, Ricardo Chávez Castañeda y Eloy Urroz, cuya bandera fue la ruptura con todo lo que oliera a la tradición y las «formas establecidas» de hacer Literatura.
Acerca de ellos, escribía Elena Poniatowska en La Jornada, en junio del 2003:
«La verdad, los escritores del crack le tiraron siempre a la sofisticación, a escribir sobre temas internacionales, que interesaran en Alemania, Francia, Italia e Inglaterra. Habían leído a Broch y a Musil, traducidos por sus abuelitos literarios: Pitol y García Ponce. (Eran un poco esnobs, la verdad). Imposible permanecer tras la cortinita de nopal que tanto enfureció a José Luis Cuevas. Una vez profesionalizada la carrera de escritor por Carlos Fuentes, ellos se lanzan a las grandes avenidas. Nada de Allá en el rancho grande, nada de color local».
Y si Poniatowska los califica de «un poco esnobs», Emiliano Monge va más allá:
«Yo creo que a la generación del Crack, que no considero, ahí sí, parte de mi tradición, le habría venido muy bien ser un despacho de abogados. O quizá la Notaría 55, no sé. Y lo habrían hecho muy bien. No creo que puedan estar, ni siquiera, en el mismo saco de la gran tradición latinoamericana. Quizá lo que ellos hacen es como reacción; tienen mucho ánimo de ser contracultura y creen que la contracultura se construye a partir de la agresión. Yo creo que no».
Sin embargo, advierte, cuando se habla del Crack se han dejado de lado a algunos escritores: «Por ejemplo, un autor que es quizá el más olvidado del Crack que se llama Alejandro Estivill, que ha escrito poco, un libro de cuentos que se llama, me parece, El ojo del avestruz, y una novela que a mí en lo personal me gustó mucho y me parece que tiene una búsqueda con el lenguaje distinta del resto del Crack. Esta es una novela que se llama El hombre bajo la piel, y me parece buenísima. También hay cosas de Volpi, hay cosas de Padilla, pocas, porque están demasiado preocupados por trascender. Y creo que sobreproducen. Creo que tendrían que escribir menos, quizá, y pelearse menos con fantasmas, de verdad. Aunque por otro lado enarbolan la bandera de Carlos Fuentes como el gran escritor mexicano. Es contradictorio porque critican al boom pero después quisieran pensar que Fuentes es un escritor inglés y que ellos pudieran ser escritores ingleses».
MÉXICO DESDE LEJOS
Hace cuatro años que Emiliano Monge, un egresado de la carrera de Ciencia Política, de la facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, dejó México y se fue a vivir a Barcelona. Allá vive de dar algunas clases y colaborar en el suplemento Babelia, del diario El País, además de otras actividades como free-lance.
Sin embargo, dice que no se despega de México, que todos los días, lo primero que hace al levantarse, es leer los portales de Internet de los periódicos de nuestro país. Y que le duele y le preocupa: «Me da mucha alegría que ya haya acabado el sexenio de Calderón. Me parece que fue un sexenio terrible para México, que fueron seis años de escalada de la violencia irracional. Uno no puede estar en contra de que se enfrente al narcotráfico, pero uno tiene que estar en contra de que se enfrente sin un plan de verdad, de que se enfrente sobre las rodillas, de que se haga una guerra como si estuvieras jugando al Nintendo con tus hijos un domingo en la mañana. Me parece que esto es gravísimo, y que esto no se puede tolerar».
Además de los muertos, los desplazados y los desaparecidos, la guerra contra el narco dejó otras secuelas, señala:
«Creo que se gastó tanta energía en eso que todo lo demás no existió. Entonces en realidad fue un sexenio en el que no solamente se desangró México, sino que se dejó de pensar en todo lo demás, y por ello hay deudas gigantes».
El escritor tampoco se muestra optimista con respecto al presente y al futuro inmediato del país. «Me preocupa mucho que haya vuelto el PRI porque creo que haber superado al PRI había sido también una cosa muy importante. Yo no me creo el cuento de que es un nuevo PRI. Me cuesta trabajo pensarlo cuando ves a todos los amigos de Salinas de Gortari en puestos fundamentales de gobierno. Porque entonces, ¿de qué estamos hablando? ¿De que el nuevo PRI era el de Salinas?, ¿de que el nuevo PRI era el de Zedillo? Porque se nos olvida, pero ya desde entonces ellos decían que era un nuevo PRI, que eran un PRI distinto… ¡Lástima que no sea el PRI de mi general Cárdenas! Ese sí era un buen PRI».
La raíz de todos los problemas del país, además de la pobreza y la tremenda desigualdad, es el descuido en que se tiene a la educación pública, opina Monge. «Me parece que tenemos un problema fundamental que es el de la educación. Creo que todo lo demás, la violencia, y también la novela de pronto lo plantea, tiene que ver con cómo resolvemos nuestros conflictos, si los resolvemos con mayor o menor violencia, tiene que ver con el grado de cultura que tiene una sociedad y un país. Y creo que esto está en la educación. Creo que somos un país que nos debemos educación desde hace 80 años, y es muchísimo tiempo».
Y la solución que propone a este mal tan enquistado en nuestra sociedad, es, por decir lo menos, radical: «Es quizá muy bestia decirlo, pero tal vez el único principio de solución que tenemos sería prohibir la educación privada un tiempo. Hacer que la gente que está encargada de la educación se preocupe. Porque las cosas no van a cambiar si los hijos de los senadores, los hijos de los diputados, de los secretarios de Estado, de los Presidentes, van a escuelas privadas. Porque no les interesa. No les importa. Los hijos de Elba Esther Gordillo no estudiaron en escuelas públicas. Los nietos de Elba Esther Gordillo no van a las escuelas públicas. Es decir, ¿a quien le importa entonces la educación pública? A los que no podemos hacer nada.
Y yo iría más allá y lo mismo diría de la salud. Pero creo que es quizá muy animal, y sé que nadie va a estar de acuerdo, pero creo que la educación sería un primer paso».
Faltan escasos tres minutos para que comience la presentación de El cielo árido. Después de platicar que, con el dinero del premio, se dedicará a escribir hasta donde le alcance, Emiliano Monge se despide bromeando con el argumento de que él lleva la crisis a todos los lugares a donde va:
«Llegué a España hace cuatro años, cuando no había crisis, y llegó la crisis; por eso todavía hoy los brasileños me niegan la visa».