“Escribo para dejar registro de mi catástrofe personal”: Zaría Abreu Flores
PorErick Baena Crespo
27/08/2022 - 12:05 am
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Sólo sabemos aullar (TS Ediciones, 2022) es un poemario rabioso, alejado de academicismos, en el que convergen los temas de Zaría Abreu Flores: el cuerpo enfermo, la neurodivergencia, la denuncia del patriarcado y los feminicidios, además del uso de lo personal –lo íntimo– como herramienta política.
Ciudad de México, 27 de agosto (SinEmbargo).– Postrada en la cama, tras padecer un broncoespasmo que duró unos minutos, pero que a ella le parecieron horas, con los labios azulados y la respiración agitada, Zaría Abreu Flores se agarró a su celular, como un alpinista que se aferra a una cuerda para no caer al precipicio.
Y, luego, en la aplicación de notas de su teléfono, escribió con sus pulgares el poema “De mi cuerpo es el ahogo”, una especie de grito de auxilio en medio de la oscuridad:
De niña en una playa de Nayarit
Me revolcó mi primera ola
Me sumergió y alejó de la orilla.
Esos minutos sin respirar
Aprendí en mi cuerpo el ahogo.
Mi cuerpo aprendió en ese momento
Lo que es no ser pez, o ballena, o tortuga.
Aprendió
Además
su más grande temor: El ahogo.
La falta de aire era (y es) una consecuencia del COVID largo, una enfermedad con poca o nula atención en México [1], que Zaría padece desde marzo de 2020, cuando dio positivo a SARS-CoV-2. Y escribió esos versos para Isaura Leonardo, editora, correctora de estilo e investigadora independiente, y para las “Señoras sentadas”, una comunidad de personas con diversas discapacidades y/o enfermedades discapacitantes, con quienes se reúne de manera virtual y se han convertido, para Zaría, en una de sus más grandes redes de apoyo.
“No sé cómo explicártelo, pero era como si el celular me sostuviera la vida. Y escribí eso para transformar lo que acababa de pasarme y decir: ‘Aquí están ellas y, en medio de este horror, está su amor’”, me cuenta Zaría en entrevista, vía Zoom, para Sin Embargo.
Pero no se engañen, lectores. Zaría es lapidaria: la escritura no salva, no es terapéutica. Tampoco es un remedio para todas las personas que padecen alguna enfermedad crónica.
“Escribir mientras sientes un ahogo de muerte no es obligatorio; yo lo hice para evitar que me diera un ataque de pánico incontrolable. Las personas que escriben creen que todo mundo debe de agarrarse de la palabra y eso no es cierto”, afirma.
—Eso cuestiona los presupuestos de la creación artística, a veces repletos de lugares comunes. En el caso de los poetas, dramaturgos o novelistas aquejados por una enfermedad crónica, como es tu caso, ¿podemos hablar de esfuerzo, disciplina y entrega para calificar su labor? —le pregunto.
—Alejandra Pizarnik escribía 16 horas al día para no suicidarse. Y, no obstante, eso no la salvó. Yo no sé qué va a pasar con mi enfermedad, pero si me va a matar lo hará escriba o no. Esos presupuestos son románticos, capacitistas y naif. Hablar de producción, por ejemplo, para referirse a la obra literaria, me parece algo aterrador. ¿Por qué asociamos con productividad algo que involucra la vida, el cuerpo, la relación con los otros? ¿Cuántos libros has publicado? ¿Cuántas páginas escritas llevas? ¡Basta! ¡Tenemos que parar! —responde alzando la voz, de forma apasionada, a pesar de que, en estos momentos, está conectada a un concentrador de oxígeno.
La poesía y el activismo digital han sido parte de la cotidianeidad de Zaría durante estos dos años. A través de su cuenta de Twitter (@ZariaAbreuF), ella ha visibilizado las múltiples secuelas de la COVID-19, con las que ha lidiado durante más de dos años. En la actualidad vive en un confinamiento obligatorio, el que sólo rompe cuando acude a sus citas médicas. No obstante, desde su cama, a través de sus tuits, Zaría encabeza una especie de sublevación virtual en contra “del capacitismo que inunda a la sociedad, de la eugenesia de la tanatopolítica y de la salud como invento del capitalismo”. Escribió en el portal Pie de Página: “Si desde antes ya se sabía que nuestros cuerpos ‘no productivos’ (aunque sean productivísimos) eran desechables para un sistema y sociedad eugenésicos, con la pandemia quedó más de manifiesto: estuvimos en sus cuentas desde el inicio; se esperaba contarnos entre las/os muertas/os…”. El 9 de diciembre de 2021, junto a las referidas “Señoras sentadas”, lanzó el movimiento Marabunta de discas, “que busca visibilizar la falta de accesibilidad de las mujeres con discapacidad, enfermedades crónicas o neurodivergencia a los espacios comunes de ‘disidencia’. Señalamos el capacitismo de las actividades artivistas y de disidencia que no nos contemplan. Somos una enorme fuerza de resistencia a la necropolítica”.
En ese sentido, Zaría ha hecho suyas las palabras que Virginia Woolf escribió en su ensayo De la enfermedad [2]: “En cuanto nos vemos obligados a guardar cama o a reposar entre almohadones en un sillón y alzamos los pies unos centímetros sobre el suelo en otro, dejamos de ser soldados del ejército de los erguidos; nos convertimos en desertores”. Por eso, Zaría se define como una “disca en resistencia”, aunque –me aclara– era disca y neurodivergente antes de la COVID, debido a sus padecimientos previos: epilepsia, síndrome de urticaria crónica autoinmune y autismo. Y esos versos que escribió en medio de un ahogo forman parte de lo que ella denomina la escritura enferma.
Debido a su estado de salud, habíamos postergado esta charla en más de una ocasión, pero este viernes –al fin– Zaría siente que la COVID largo le da una tregua y, entonces, me obsequia casi dos horas de su tiempo. Y el pretexto de nuestra charla es la publicación de su más reciente poemario: Sólo sabemos aullar, una especie de diario de dolor que tiene algo de manifiesto disca y también es un “registro vivo de todo aquello que, por fines políticos o comerciales, se deja en el silencio o el olvido”, como se lee en el prólogo. Sólo sabemos aullar (TS Ediciones, 2022) es un poemario rabioso, alejado de academicismos, en el que convergen los temas de Zaría: el cuerpo enfermo, la neurodivergencia, la denuncia del patriarcado y los feminicidios, además del uso de lo personal –lo íntimo– como herramienta política.
Woolf también escribió: “Existe, confesémoslo (y la enfermedad es el gran confesionario), una franqueza infantil en la enfermedad; se dicen cosas, se sueltan verdades que la cautelosa respetabilidad de la salud oculta”. Zaría habla con ese tipo de franqueza, sin aspavientos.
Escuchémosla.
—¿De qué forma la enfermedad cambió tu proceso creativo, los temas de tu escritura y tu posición misma como autora?
—La cambió de manera radical. En principio porque, con la llamada niebla mental, se me olvidan las palabras. Eso provocó un cambio drástico en mi escritura. En ocasiones, cuando escribo, le grito a Franco [su esposo] y le pregunto si una palabra se escribe con “b” o “v”. Fui aceptando eso que le llamo la escritura errata; es decir, si el cuerpo muta y se vuelve disca tiene que haber –en consonancia– una escritura mutante y disca; no hay opción, no puedes tratar de volverla neurotípica. La otra escritura, a la que se apela, es una escritura sana y, en ese sentido, eso sigue siendo una de las grandes mentiras del capitalismo. Hoy más que nunca lucho por una escritura enferma. Al principio no podía escribir y, por eso, creía que no podía pensar, pero después me di cuenta que estaba entrando en un terreno distinto, más lento, que a unos les parece menos preciso, pero que pone de manifiesto un tipo de clasismo: ¿quién tiene el derecho a expresarse a través de la palabra y quién no? Eso también provocó un cambio en mi faceta de tallerista, pues ahora mis talleres están dirigidos a quienes no aspiran a una escritura pulcra.
—En ese sentido, Sólo sabemos aullar tiene algo de manifiesto disca, en el que denuncias, entre otras cosas, eso: el capacitismo dominante, atroz… ¿Cómo fue el proceso de escritura?
—Mi verdadero manifiesto será mi próximo poemario: Nyevla, en el que abordo la experiencia poscovid. En ese libro escribo de mi vivencia desde y con la enfermedad. Sólo sabemos aullar, en cambio, reúne textos varios, algunos escritos antes del COVID. El libro nació de la necesidad más básica: el sustento (los gastos de la enfermedad y de cuidados me han rebasado). Me dije: “Estoy contra la pared, ¿qué hago?”. Así que reuní algunos textos y una amiga me ayudó a editarlo. Sólo sabemos aullar deriva de un libro anterior, al que le quité poemas y le agregué otros. Con eso no renuncié a mi obra anterior, pero como mi vida ha cambiado, me vi en la necesidad de “actualizar” los textos, por decirlo de algún modo. La escritura no tiene otra manera de ser más que autobiográfica, incluso en la poesía. No puedo decirte cuál fue el proceso del poemario porque el proceso soy yo. La existencia convertida en poemario. No hay forma de separarlos. La palabra es cuerpo: un cuerpo que duele, punza, arde… En todo caso escribo para dejar registro de mi catástrofe personal, del rastro de la enfermedad en mi cuerpo. Y lo hago cuando puedo. Yo lo necesito porque, desde niña, es uno de los modos en los que me relaciono con el mundo. En este momento de mi vida, la escritura es importante porque estoy en reclusión obligatoria. Pero si pudiera salir y estar con mis tías en Oaxaca, algo que anhelo mucho, preferiría mil veces hacer eso que escribir.
—En la Enciclopedia de Literatura en México, esfuerzo de la Fundación para las Letras Mexicanas (FLM), aparece tu ficha biográfica, misma que destaca tu labor como dramaturga. Al leerla me pareció que esa escritora no es la misma de hoy, que hubo un cambio –a raíz del COVID– tan profundo que, ahora, Zaría es otra escritora y, por tanto, dicha semblanza tendría que actualizarse.
—Sí, sin duda. Eso ya no me enuncia, pero debo aclarar que del teatro me fui antes. Sigo siendo dramaturga, pero a mí del teatro me corrió el machismo, el academicismo y muchas otros aspectos que estaban mal. Preferí irme que pelear. A pesar de eso las vivencias que tuve fueron increíbles. Me fui, pero también me fueron. Quise mezclar poesía con dramaturgia y, entonces, eran ejercicios denostados. Después nació la narraturgia, que ahora están en boga, pero entonces, cuando una mujer de veintitantos lo hacía, te decían que eso no era dramaturgia y te sacaban del espacio. La batalla era extenuante y no valía la pena porque se podía hacer lo mismo en otros lados. Lo extraño mucho. En 2010, si no me equivoco, monté un performance con mi grupo, que se llamaba Rivothrillers y que era un colectivo que enunciaba, desde entonces, la neurodivergencia y la enfermedad mental.
—¿Por eso Sólo sabemos aullar es un poemario y no una obra de teatro?
—Sí, pero en general siempre he sido disidente, incluso de la literatura. Me fui peleando con todos: con los que me decían cómo debía de escribir poesía, guión cinematográfico o teatro.
Si pensamos al texto como un cuerpo, hay que desnormarlo. Los cuerpos normales no existen; están normados, que es distinto. Yo sigo escribiendo. El año pasado di una asesoría dramatúrgica para un podcast. Reescribí Antonio y Cleopatra (sí: le corregí la plana a Shakespeare porque le urge mucho), lo estoy haciendo con una amiga que hizo una adaptación y una traducción, que está por estrenarse. Eso no se visibiliza. Me conocen más por lo otro; o sea, por el COVID. Por eso le digo a mis amigos: “A mí me hizo famosa el pinche COVID, no la literatura”. Y eso que he sido escritora los últimos treinta años de mi vida.
—Solo sabemos aullar está repleto de momentos duros y brutales. ¿Qué tan complejo fue volver al poema en el que cuentas la violación de la que fuiste víctima?
—Lo subí a Twitter cuando se hizo tendencia el hashtag #MiPrimerAcoso. Ese poema se ha transformado en muchas cosas. Antes lo hice performance: me colgaba, en el cuello, una fotografía de mí misma, de niña, cuando tenía la edad a la que fui violada. Lo hacía en público y lloraba al leerlo en voz alta. Después alguien me lo pidió para adaptarlo a teatro y se montó en Culiacán. Luego otra chica me lo pidió para adaptarlo a cortometraje y lo filmó. Todo ese recorrido del texto es una transformación del lugar de enunciación. Eso es importante porque, al modificar ese lugar, le arrebatas al otro la narrativa y la vuelves propia.
Hace tiempo leí un libro que se llama El coraje de sanar, de Ellen Bass y Laura Davis, dos psicólogas que fueron víctimas de abuso. No sé si, en estos momentos, seguiría recomendándolo, pero lo valioso es que es un documento dirigido a sobrevivientes de violación. Ese libro tenía muchos ejercicios de escritura. Lo menciono porque, a mí, El coraje de sanar me enseñó que debes matar el secreto antes de que te mate a ti. Es normal que el secreto no se nombre, así que si lo dices así, públicamente, esa narrativa pierde poder dentro de ti misma. Y con eso también le arrebatas la enunciación al otro: lo voy a contar yo porque lo viví yo, no lo va a contar nadie más. Si no lo nombramos nosotras, saldrá algún instituto a dar las estadísticas de abuso sexual en este país, pero sin la voz de quienes lo han padecido. Por eso hay que arrebatarles la narrativa.
Vivir a diario con miedo y ganas de morir, y, además, pensar en cómo le arrebatas la narrativa a ese otro y cómo te conviertes en un dique para que, a las que están atrás de ti, no les lleguen los ataques, es agotador.
Pero, al final, el cansancio no importa porque esto le da sentido a todo. Por esa razón no puedo concebir la escritura de otra manera que no sea como un espacio de comunión, para habitarlo junto a las demás, porque –como lo he dicho y lo seguiré diciendo– a mí me importa ser junto a las otras.
¿Cómo adquirir un ejemplar de Sólo sabemos aullar?
Contacta a Zaría en:
Twitter: (@ZariaAbreuF)
[1] Hugo López–Gatell, subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, en una entrevista con el noticiero Momentum, conducido por los periodistas Ernesto Ledesma y Alberto Najar, sostuvo que, a pesar de que existe un grupo de estudio sobre COVID largo, éste no será convertirá en una enfermedad reconocida, bajo el argumento de que el dengue y la influenza también dejan secuelas y, a pesar de ello, no son denominadas enfermedad.
[2] Texto escrito en 1925, a petición de T.S. Eliot, para ser publicado en la revista New Criterion.