Tomás Calvillo Unna
22/06/2022 - 12:05 am
El arquetipo de un reino: El salón de clases
«Todos saben, aunque lo callen,/ que del otro lado ya se acabó el tiempo:/ es el aprendizaje/ fuera de los salones de clase/ de las escuelas públicas y privadas».
I.
En el set de cada día
aparecen nuevas estampas,
al fin se pueden canjear,
jugando a los tapados
para completar el álbum de la infancia.
La tarea es concluir el diseño,
las biografías de héroes y villanos.
El país es un salón de clases,
desde párvulos se aprende
la cultura del miedo:
la disciplina sin argumentos,
que una regla de metal confirma,
en las palmas rojas de las manos,
o el diestro jalón de las patillas,
esa irritación que se entierra;
o simplemente las palabras hirientes
de un breve y pequeño poder
que abusa de su estrado y posición,
y solo machaca un poco más
su prematura y nunca superada
impotencia del engañoso yo.
Nadie quiere estar en medio del patio,
a la vista de todos
con las orejas de burro
en un país asustado,
sediento de sangre
que ha hecho del bullying
su deporte nacional;
la práctica inmisericorde
de la normalidad criminal,
de sus estadísticas;
la crueldad como hábito
que inicia con la palabra
que señala, denigra e insulta.
La serpiente que se enrosca
en su argumento
antes de clavar el veneno.
II
El pizarrón era verde
con el blanco gis de la verdad
que se borraba fácilmente,
y el rojo de lo inevitable.
Al paso de los años
se transmutó en una bandera,
la emblemática del Zócalo
que las ráfagas del viento
rasgaron a la mitad.
Entonces, fuimos sus testigos
al salir de los túneles del metro;
no era el abril cruel del poeta,
ni el septiembre de la patria,
era un mes cualquiera;
muy temprano,
cuando se asienta
la primera piedra del día.
Todavía hoy resiste el pizarrón,
donde se aprueba o reprueba
la gramática social,
una nueva materia en disputa
para impartirla
cuando el director se haya jubilado
y se resuelva el tema
del uniforme único.
El reino de la infancia es milenario;
la tarea es la fórmula del poder
que se escribe mil veces,
ya no con la tinta o el lápiz
ahora es con la tableta
o en un sobreviviente Scribe;
mil veces para que no se olvide:
hasta hacerte sentir culpable
de lo que eres
y someter la voluntad,
para quebrarte tempranamente
e imponer creencias y conductas.
Es temporada de cacerías,
como en las elecciones.
Ya en la preparatoria
se redacta con más sofisticación.
El instinto animal para devorar
encuentra sus máscaras de razonamientos.
La banalidad emocional
de las ideologías:
descargas psíquicas,
el combustible de la propaganda;
la furia de los medios
que increpan la realidad,
el alimento de la confrontación,
su dinámica política:
dependientes y exclusivos
a esta hora del recreo,
sin que se escuche más la campana;
se vale patear, escupir, asaltar
junto al altar de una fe ciega.
III
Ahí aparecen, no se han ido,
los magnates de la riqueza
que inflados flotan por unos años
hasta que la vida los pincha
y caen a tierra;
algunos eligen ser ceniza
y no alimento de gusanos.
Pocos se dan cuenta
de la carga que llevan
y se retiran al desierto
de sus corazones,
a tratar de entender.
Todos saben, aunque lo callen,
que del otro lado ya se acabó el tiempo:
es el aprendizaje
fuera de los salones de clase
de las escuelas públicas y privadas.
IV
Las peroratas continúan,
destazando con vocablos
las horas de la vida.
La ignorancia es inacabable:
no puede reconocer el espejo.
Los artículos son bisagras del género
del singular y el plural,
tan endebles y determinantes,
tan breves y definitivos,
dos, tres letras únicamente
y se expande el entendimiento.
Hay palabras que son plataformas
a partir de ellas emprendemos
el vuelo del discernimiento.
Hazañas prodigiosas a la vista de la esquina,
en cada lugar donde se respete su don.
Toda palabra lleva una tradición
y ramificaciones de algunas otras,
son un latente universo,
de conocimientos.
A veces sobran, a veces faltan.
Tenerlas a la mano,
no deja de ser una fortuna.
Elegir algunas
y llevarlas con uno,
ayuda a no perderse
tan fácilmente.
A sabiendas de que lo primero
que corrompe el poder
es la palabra misma,
de ahí lo que sigue
es caída libre.
En todo ello, el poema
es el artefacto espiritual de la lengua,
y guarda para bien
su inspirada y eterna rebeldía;
sus inalcanzables raíces.
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