Latinoamérica 21

23/06/2022 - 12:02 am

¿Un continente de insomnes, estresados y proclives a los vicios?

Es obvio que sí existió y que persistirá ese peaje al humor social derivado de la emergencia sanitaria, pero no para todos, y sí concentrado en determinados grupos y fruto de la exposición a determinado tipo de vivencias durante la pandemia.

Uso de cubrebocas en el Estado de México.
«Insomnes, estresados y con algunos vicios empeorados, los latinoamericanos vamos de a poco dejando la pandemia en el pasado, pero la manera sinuosa, sino abiertamente perversa e incompetente con la que los gobiernos de turno la manejaron, no nos dejarán tranquilos tan pronto». Foto: Crisanta Espinosa, Cuartoscuro

Por Fabián Echegaray*

Uno de los supuestos consagrados tras la pandemia de la COVID-19 es que ésta dejó una marca en el estado anímico y los hábitos de salud de los habitantes del planeta, incluidos los latinoamericanos. Junto con el ejército de infectólogos y autoridades sanitarias que poblaron los medios de comunicación, también se movilizaron un sinnúmero de diagnósticos que alertaban sobre el impacto de la propagación del virus y las prácticas defensivas individuales o domésticas para el humor social y la salud pública. Allí, las encuestas de opinión cumplieron un papel esencial como termómetro capaz de traducir algunas de las principales predisposiciones y preocupaciones de las sociedades y que nos permiten entender lo que nos sucedió.

A escala mundial hubo una mínima variación en conductas de riesgo como fumar o beber alcohol, los sentimientos de estrés, mal llegaron a cambiar, y la calidad del sueño se mantuvo casi intacta al comparar los datos de finales de 2018 con los datos de finales de 2020 o 2021, en pleno auge de la pandemia, según la serie de sondeos mundial de la red de consultoras WIN y Market Analysis.

Por ejemplo, más de uno de cada cuatro adultos del planeta fumaban mucho o con alguna regularidad en 2018, y tres años después, en medio de los confinamientos, ese porcentaje, en lugar de aumentar, cayó levemente. Lo mismo ocurrió con la ingesta de bebidas alcohólicas: disminuyó del 43 por ciento antes de la pandemia a poco menos del 38 por ciento durante los tiempos de la COVID-19.

El estrés tampoco manifestó empeoramientos, a diferencia de lo que se esperaba: año y medio antes de haber sido declarado el confinamiento, rondaba el 30 por ciento; en el apogeo de las cuarentenas no alcanzó el 33 por ciento, una variación próxima al margen de error de las encuestas. Por último, la percepción de salud personal que tiene cada individuo tampoco mutó: era del 76 por ciento a fines de la década pasada y entre el 77 por ciento y el 79 por ciento entre 2020 y 2021.

¿Quiere decir que al final no hubo un costo de salud y anímico a pesar de la radical revolución de nuestras prácticas a lo largo de los dos años de pandemia?

Es obvio que sí existió y que persistirá ese peaje al humor social derivado de la emergencia sanitaria, pero no para todos, y sí concentrado en determinados grupos y fruto de la exposición a determinado tipo de vivencias durante la pandemia. Al examinar cómo variaron esos indicadores en regiones como América Latina, el promedio agregado de algunas de esas situaciones repite el cuadro global.

Fumar, por ejemplo, cayó de casi 30 por ciento en 2018 al 20 por ciento en 2021. Beber alcohol declinó del 45 por ciento en 2018 al 42 por ciento tres años después. Dormir mal también siguió una dirección de caída, no de aumento. Por su parte, la sensación de vigor físico retrocedió sólo un poco, y la de estrés se incrementó con la pandemia aunque con sutileza.

La aparente inocuidad de la pandemia en el humor social y percepción de bienestar físico y mental latinoamericano esconde la ruina causada por la manera como ciertos gobiernos gestionan las respuestas a la crisis. Al desagregar esos números por país, la tragedia de salud surge con nitidez. El empeoramiento de la calidad de la salud y condiciones de bienestar personal fueron mayores en los contextos donde los gobiernos siguieron dos tipos de padrones que desorganizaron más fuertemente la vida cotidiana de sus ciudadanos.

Un padrón está vinculado con la magnitud y persistencia del abordaje represivo a la ejecución normal de la vida diaria. Las sociedades que sufrieron medidas más restrictivas como el confinamiento sin contemplaciones, que fueron privadas de alternativas para canalizar la angustia y que vieron canceladas sus actividades educativas y sociales presenciales (mientras las propias autoridades no dudaban en violar las reglas), son las que registran bruscas variaciones en indicadores de calidad de vida y salud personal.

En Argentina, por ejemplo, país que lideró por meses el índice de rigurosidad de los confinamientos, según el informe de la Oxford University durante buena parte del 2020, la sensación de salud personal cayó el doble de lo que lo hizo en el conjunto de los países latinoamericanos que fueron estudiados. Además, hubo un fuerte aumento del consumo de bebidas alcohólicas y se duplicó la tasa de estrés, que pasó del 22 por ciento en 2018 al 42 por ciento en 2021.

Imposibilitados de canalizar las angustias por la crisis viral, los argentinos, literalmente, implosionaron, refugiándose en la bebida y la exacerbación de los sentimientos de vulnerabilidad y ansiedad, lo cual descolló entre sus vecinos.

A diferencia de esas máximas restricciones vividas por los argentinos, los brasileños y mexicanos tuvieron muchísima más autonomía de circulación, opciones sobre cómo proveerse, de qué manera estudiar y situaciones de sociabilidad.

Ello no representa un elogio a gobiernos que se mostraron incapaces, cuando no abiertamente irresponsables, en ofrecer protección sanitaria a sus compatriotas. De hecho, las abiertas contradicciones y los contrasentidos de la gestión de la pandemia por parte de Jair Bolsonaro, de Brasil, eximieron a sus ciudadanos de prácticas represivas como en Argentina, Chile o Perú, pero los expusieron a riesgos de comportamientos privados, imprudentes, que extendieron la inseguridad entre la mayoría de sus habitantes.

En este contexto, los brasileños son de los pocos que vieron disminuir el número de personas sedentarias entre 2018 y 2021, así como la sensación de estrés, aunque sí aumentaron sus dificultades para dormir (presentaron la mayor oscilación negativa en la región).

El otro padrón adverso ocurre por los vaivenes de las decisiones con aperturas, cierres, nuevas aperturas y nuevos cierres que desorientaron a la población y exacerbaron su sensación de falta de rumbo, inseguridad y vulnerabilidad. El índice de rigurosidad gubernamental de Oxford University revela que a lo largo del bienio 2020-2021, Chile y Perú fueron los países con idas y vueltas más marcadas en materia de restricciones.

Como resultado, los chilenos llegan al presente con los peores números en cuanto al deterioro de su percepción de vigor y vitalidad física. También descuellan los índices de burnout que subió 17 puntos porcentuales en tres años. Los peruanos, a su vez, fueron más afectados en el sueño que en su consumo de bebida o tabaco, adaptándose, así, a la oscilante y confusa gestión de la pandemia con sus cuarentenas y liberalizaciones por medio de una vigilia más sacrificada.

Insomnes, estresados y con algunos vicios empeorados, los latinoamericanos vamos de a poco dejando la pandemia en el pasado, pero la manera sinuosa, sino abiertamente perversa e incompetente con la que los gobiernos de turno la manejaron, no nos dejarán tranquilos tan pronto.

*Fabián Echegaray es politólogo y director de Market Analysis, consultora de opinión pública con sede en Brasil. Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Connecticut. Coautor de Sustainable Lifestyles after Covid. Routledge Focus, 2021.

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