Sandra Lorenzano
05/06/2022 - 12:03 am
Acéptalo, abuelito: Love is love
Lo que queremos es que no haya “una sola historia”: que haya príncipes que se casen con príncipes, que las tías puedan ser felices con sus novias.
Érase una vez una anciana Reina, un joven Príncipe heredero y una gata con corona que vivían en lo alto de una montaña.
La anciana dama ya llevaba muchos años reinando y estaba harta y muy cansada.
Un día decidió que antes del verano el Príncipe debería de casarse y ocupar el trono.
– ¡Despierta! – le gritó la Reina – Tú y yo tenemos que hablar ¡No puedo más! ¡Tienes que casarte y punto!
El Príncipe apartó el desayuno. Se le acabaron las ganas de comer porque la Reina hablaba…y hablaba…y hablaba sin parar.
– No sé qué te pasa. ¡Todos los príncipes se han casado menos tú! A tu edad yo ya me había casado dos veces.
La Reina siguió hablando hasta la noche y el Príncipe, completamente mareado, por fin cedió.
– Está bien, madre, me casaré. Pero no conozco a ninguna princesa que me guste.
– ¡Por tu futura felicidad!
Aquella noche la Reina buscó su listín de princesas y no hubo castillo, ni Alcázar, ni palacio al que no llamara.
Éste es el comienzo de Rey y rey, un cuento infantil escrito e ilustrado por las holandesas Linda de Haan y Stern Nijland. Publicado en el año 2000, se volvió rápidamente un clásico, traducido a decenas de lenguas, y leído y releído por miles de niñas, niños, docentes, madres, padres y abuelitas en el mundo. Y claro: también censurado, criticado y ocultado por otros tantos miles y miles de docentes, madres, padres y abuelitas. Porque en ese momento no era fácil y hoy, más de veinte años después, sigue sin serlo: hablar de las muchas formas de amor, de sexualidad, de atracción, de deseo, exacerba los principios más conservadores e intolerantes en muchas gente. Con el argumento de -palabras más, palabras menos- “Están fomentando la homosexualidad en mi hij@”, o “De la educación de mis hij@s me ocupo yo”, los nuevos cruzados del conservadurismo tachan, prohiben, esconden.
Al día siguiente de la llamada de la reina -continúa el cuento-, el príncipe ve desfilar frente a sí a todas las princesas casaderas de los reinos conocidos y desconocidos. Ninguna lo entusiasma, ninguna le hace “tilín” ni en el corazón, ni en la piel. Pero entonces…
– ¡Un momento! – dijo el paje – todavía queda una princesa. ¡Tachín, tachín! Les presento a la Princesa Magdalena y su hermano, el Príncipe Azul.
De pronto el Príncipe quedó sin respiración y su corazón empezó a latir.
Fue un flechazo.
– ¡Qué príncipe tan guapo!
– ¡Qué príncipe tan guapo!
Fue una boda muy especial. La Reina lloraba sin parar.
Desde ese entonces los príncipes viven juntos como Rey y Rey. Y la Reina por fin puede descansar.
Como en todos los cuentos clásicos, el final no podía ser otro que: Y vivieron felices y comieron perdices.
En 2004, la editorial catalana Serres publicó la primera edición en español de Rey y rey. En el mismo año conocimos en México otro genial libro para l@s más chiquit@s que naturalizaba y celebraba una sexualidad diversa y feliz: Tengo una tía que no es monjita.
La tía consentida no tiene esposo ni quiere tenerlo, dice la niña narradora. Y por eso ella cree que es “monjita”. Pero resulta que no. “Tiene muchas amigas mi tía. Eso sí”. A veces llega con una de pelo rojo, “sé que la quiere mucho porque un día las vi besarse en la boca”. ¿Por qué se besan en la boca? “Ven, te voy a contar un secretito. Y me dijo bien suavecito en el oído… Es que es mi novia”. Así, desde el proyecto Ediciones Patlatonalli A. C., Margarita Sada Romero y Melissa Cardoza Calderón nos traen una de las primeras historias de lesbianas felices de este lado del Atlántico.
La lista de libros infantiles y juveniles sobre las infinitas formas de amar no ha dejado de crecer desde entonces. Tampoco los prejuicios, la discriminación y la violencia, lo sabemos. Pero pensemos en la cantidad de niñ@s y jóvenes que por primera vez encuentran en los libros personajes a los que que se parecen, o a los que se parecen sus prim@s, sus amig@s, sus herman@s, sus familias.
La peruana Mónica Coronado escribe en su blog: “Cuando era una niña pequeña casi todos los cuentos infantiles que me narraron eran historias de amor entre príncipes y princesas, todos blancos, rubios y hermosos. Personajes de apariencia muy diferentes a la mía y a las de las niñas y niños con los que jugaba en el colegio y en el barrio. A esa edad nunca me narraron ni leí historias de hermosas princesas de tez oscura ni de cabellos negros.”[1]
Todas las y los latinoamericanos vivimos algo similar. Y no puedo dejar de recordar aquí aquella famosa charla Ted de la genial escritora nigeriana Chimamanda Adichie sobre los peligros de “la historia única”. También ella leía cuentos en los que la realidad no se parecía en nada a la suya:
Todos mis personajes eran blancos y de ojos azules, que jugaban en la nieve, comían manzanas y hablaban seguido sobre el clima: «qué bueno que el sol ha salido”. Esto a pesar de que vivía en Nigeria y nunca había salido de Nigeria, no teníamos nieve, comíamos mangos y nunca hablábamos sobre el clima porque no era necesario.
Creo que esto demuestra cuán vulnerables e influenciables somos ante una historia, especialmente en nuestra infancia. Porque yo sólo leía libros en que los personajes eran extranjeros, estaba convencida de que los libros, por naturaleza, debían tener extranjeros, y narrar cosas con las que yo no podía identificarme. (…) Yo amaba los libros ingleses y estadounidenses que leí, avivaron mi imaginación y me abrieron nuevos mundos; pero la consecuencia involuntaria fue que no sabía que personas como yo podían existir en la literatura. Mi descubrimiento de los escritores africanos me salvó de conocer una sola historia sobre qué son los libros.
Y esto es lo que quiero decir, con especial entusiasmo ahora que estamos en junio. No se trata de exigirles a tooooodos los libros que hablen sobre la diversidad, o que las historias busquen “educar”, “concientizar”, “sensibilizar”. Lo que queremos es que no haya “una sola historia”: que haya príncipes que se casen con príncipes, que las tías puedan ser felices con sus novias, que las familias sean tan diversas como lo son en la realidad, que Martina y sus dos mamás, o que Inés y sus dos papás, sepan que no son “raras”, como no lo son Dan o Violeta que tuvieron la valentía de elegir quiénes querían ser. En pocas palabras: que no sea necesario hablar del clima.
Pasé por la librería Gandhi y una de las jóvenes libreras que me ayudó a encontrar los libros que buscaba para escribir este artículo me dijo, “No es fácil dejar estos libros al alcance de los niños, porque hay muchos padres que se quejan. Pero yo creo que las generaciones están cambiando. El otro día una niña de no más de 6 o 7 años le dijo a un hombre mayor que refunfuñaba ante el éxito de “Heartstoppers”[2]: “Acéptalo, abuelito: Love is love”.
Que tengan un muy feliz -luminoso, valiente, multicolor, festivo y libre de violencia- mes del orgullo.
[1] Mónica Coronado en http://otraindole.blogspot.com/2009/12/tengo-una-tia-que-no-es-monjita.html
[2] Heartstopper es una novela gráfica creada por la muy joven escritora británica Alice Oseman (Kent, 1994), convertida en una exitosa serie de Netflix.
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