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La insatisfacción social y una creciente desigualdad eliminaron las opciones de centro en las elecciones del sur.

Por Manuella Libardi

Ciudad de México, 6 de mayo (Opendemocracy).– América Latina se prepara para dos de sus elecciones más importantes de este ciclo electoral. Brasil ya está en clima de campaña electoral frente a los comicios de octubre, que ofrecerán a los brasileños la oportunidad de remover al controvertido Presidente de extrema-derecha, Jair Bolsonaro. Como muestran las encuestas, Bolsonaro sale atrás del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, aunque la ventaja del izquierdista viene disminuyendo en los últimos meses.

Por su parte, el próximo 29 de mayo Colombia se enfrenta a unas elecciones presidenciales que pueden cambiar la historia del país. Una victoria de Gustavo Petro, que lidera consistentemente las encuestas desde el año pasado, llevaría a un político de izquierda a la Casa de Nariño por primera vez en la historia moderna de Colombia, destronando a la hegemonía de la centro-derecha de Álvaro Uribe y sus descendientes que dominan la política desde principios del siglo.

Las posibles victorias del exguerrillero del M-19, actual senador y exalcalde de Bogotá, y del popular líder sindical en Brasil, podrían consolidar una ola de izquierda que viene tomando forma en América Latina en los últimos años. Esa tendencia, que empezó con la victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador en México, en 2018, y del kirchnerista Alberto Fernández en Argentina, en 2019, se vio fortalecida en 2021.

Después de que el aliado de Evo Morales, Luis Arce, ganara en Bolivia a fines de 2020, el siguiente año fue testigo de la ascensión del profesor de las provincias Pedro Castillo en Perú, de la primera presidente mujer en Honduras, Xiomara Castro, y del líder más joven de la región en Chile, Gabriel Boric.

Pero el panorama político en América Latina es complejo. Si Keiko Fujimori hubiese tenido éxito en retornar al fujimorismo a Perú y el ultraconservador José Antonio Kast logrado un adicional 6 por ciento de votos en Chile, hoy la conversación sería completamente diferente.

Evo Morales junto a AMLO. Foto: Cuartoscuro.

Las elecciones recientes son notables por haber sido palco de enfrentamientos entre izquierdistas (en algunos casos bastante radicales, como Castillo) y candidatos de extrema-derecha. En casi todos los ejemplos los candidatos tradicionales de centro-derecha, que tienden a dominar la política latinoamericana, estuvieron en segundo o tercer plano. Esa tendencia puede consolidarse con las elecciones en Brasil y Colombia.

¿FIN DEL URBISMO EN COLOMBIA?

La situación en Colombia es similar a la de Brasil, pero menos extrema. Federico «Fico» Gutiérrez, el candidato elegido por el Equipo por Colombia, la coalición que agrupa los sectores más conservadores de la carrera política, no es Bolsonaro. A diferencia del repertorio político del brasileño que se reduce al rol de exdiputado desconocido y sin expresión, Gutiérrez terminó su gestión como alcalde de Medellín, una de las ciudades más importantes de Colombia, con impresionantes niveles de aprobación.

Con una agenda neoliberal y valores conservadores, Gutiérrez ha ocupado el lugar del tradicional uribismo como representante de la derecha. El candidato de centro-derecha lanzado por el partido de Uribe, Óscar Iván Zuluaga, no conquistó los votos necesarios del Equipo por Colombia para llevar la bandera conservadora. De esa forma, Zuluaga retiró su candidatura el 14 de marzo y declaró apoyo a Gutiérrez, oficializando la derrota del uribismo. Pero ni Gutiérrez se considera el candidato de Uribe, ni Uribe lo considera su representante, aunque el 66 por ciento de los colombianos lo ven así. Actualmente, Gutiérrez tiene el 23.4 por ciento de las intenciones de votos, más de 14 puntos porcentuales detrás del 38 por ciento de Petro.

Esa fractura de la derecha colombiana llama la atención ya que el país es notable en América del Sur por la cohesión que hay entre los partidos conservadores. Debido a su contexto único de décadas de guerra interna, Colombia se quedó al margen de la Marea Rosa que llevó candidatos de izquierda a la presidencia de diversos países de la región, manteniéndose firmemente estable en el campo de centro-derecha.

LA MÍTICA TERCERA VIA EN BRASIL 

La centro-derecha en Brasil pasa por un proceso semejante. Aunque Lula representa a la izquierda más tradicional de la Marea Rosa que dominó la política regional a principios del siglo, el expresidente tiene lazos estrechos con muchos de los representantes más progresistas de la política brasileña, como Manuela D’Ávila, del Partido Comunista de Brasil, y Marcelo Freixo, del Partido Socialista. Si el escenario se mantiene estable hasta octubre, Lula debe disputar la segunda vuelta contra Bolsonaro, cuyo gobierno ha sido marcado por la degradación de las instituciones democráticas brasileñas y la apología a la dictadura militar de 1964 a 1985.

A pesar de que el país tiene una izquierda competitiva liderada por el Partido de los Trabajadores (PT), la política nacional ha sido dominada por partidos tradicionales de centro-derecha, como el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) del expresidente Fernando Henrique Cardoso (FHC) y el Movimiento Democrático Brasileño (MDB), que dominó los asientos del Congreso hasta 2018, cuando el bolsonarismo barrió el escenario.

Hoy, a menos de cinco meses de la primera vuelta electoral, la centro-derecha se afana por encontrar la llamada tercera vía, una alternativa a los candidatos de izquierda y de la extrema-derecha, representadas por dos candidatos polarizadores. La odisea no parece tener fin. Después de una disputa interna inusual, el tradicional PSDB eligió al gobernador del estado de São Paulo, João Doria, como su candidato a la presidencia. Actualmente, Doria tiene un estimado de 6% en las intenciones de voto para las elecciones de octubre. Frente a los 41 por ciento de Lula y los 32 por ciento de Bolsonaro, el PSDB no parece tener lugar en esta carrera.

Sellando la crisis del gigante de la centro-derecha, uno de sus más antiguos representantes, Geraldo Alckmin, dejó el PSDB en diciembre, después de 33 años, para postularse como vicepresidente del candidato Lula, una táctica irónica considerando que los dos son viejos oponentes políticos. De esa forma, la centro-izquierda demuestra capacidad e intención de cooptar parte de la centro-derecha en su campaña electoral, agravando la crisis de ese campo.

CRISIS CENTRO-DERECHA

Antes de una nueva vuelta a la izquierda, América Latina vive una crisis de la centro-derecha. Eso se da, en parte, debido a los movimientos sociales que han tomado la región en la última década, que han salido a las calles a protestar los efectos de años de desigualdad que hacen de la nuestra la región con la peor distribución de riqueza del mundo.

Luego de una considerable reducción de niveles de pobreza vista bajo los gobiernos de izquierda de la Marea Rosa, impulsada por los altos precios de las commodities de la primera década del siglo, la emergente clase media se vio estancada otra vez cuando los gobernantes de la centro-derecha retornaron al poder prometiendo crecimiento económico, responsabilidad fiscal y medidas de austeridad que redujeron los servicios sociales y los beneficios para la gente.

Los gobiernos de centro-derecha han defraudado a los ciudadanos, que han terminado buscando refugio en los extremos. Para muchos la solución la tienen los candidatos de la izquierda que enriquecieron a América Latina a principios de siglo, a pesar de que escándalos de corrupción hayan hecho que la gente los rechazara una década después. Otros prefieren manifestar su insatisfacción con las opciones tradicionales, optando por candidatos outsiders y anti-establishment de la extrema-derecha ultraconservadora que prometen gobernar fuera de la política y se venden como candidatos del pueblo, a pesar de beneficiarse del mismo sistema político que critican.

Jair Bolsonaro. Foto: EFE

Los anti-establishment han tenido oportunidades en los últimos años: Bolsonaro en Brasil, Nayib Bukele en El Salvador, Jeanine Áñez en Bolivia y ahora Rodrigo Chaves en Costa Rica, son muestra de ello. La experiencia bajo la mayoría de esos líderes ha sido catastrófica y explica la creciente preferencia por gobiernos de izquierda progresista. Sin embargo, el progresismo se enfrenta a una nueva realidad política en que ya no compite con la centro-derecha, sino con la derecha radical. Independientemente de las razones detrás de esto, los movimientos progresistas de América Latina tienen una oportunidad única en las manos para demostrar que pueden ser una opción de gobierno viable para los países de la región.

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Redacción/SinEmbargo

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