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Con la relajación de las medidas contra COVID, el cubrebocas comienza a dejarse atrás y, mientras algunas personas pueden no querer dejarlo para evitar el contagio, otras pueden verse afectadas por lo que se conoce como «síndrome de la cara vacía».

Madrid, 21 de abril (Europa Press).- En España, desde ayer miércoles 20 de abril ya no es obligatorio llevar la mascarilla en los espacios cerrados, salvo en determinadas excepciones como centros o establecimientos sanitarios, en el transporte público, o si vamos a visitar a una persona vulnerable, por ejemplo.

Nos costó en su día ponernos la mascarilla todo el rato y allá donde fuéramos, pero ahora, si lo pensamos bien, es probable que nos cueste también el quitárnosla, quizás por miedo, pero también por inseguridad, algo que se está constatando especialmente entre los más jóvenes.

Silvia Álava es psicóloga sanitaria y directora del área infantil del Centro de Psicología Álava Reyes (Madrid) y le preguntamos en Europa Press si es normal que haya personas a las que les pueda costar quitarse la mascarilla en este nuevo escenario: «Es completamente lógico y normal que ahora nos cueste quitarnos mascarillas porque llevamos dos años recibiendo el mensaje de que hay que llevarla y es lo que frena y nos puede librar del contagio de COVID-19, y ahora el mensaje cambia».

Dice que ahora se nos está transmitiendo que, como parece que la situación epidemiológica está mejor, hay menos contagios, y la gente contagiada es de menor gravedad, es cuando te la puedes quitar.

Nos costó en su día ponernos la mascarilla todo el rato y allá donde fuéramos, pero ahora, si lo pensamos bien, es probable que nos cueste también el quitárnosla. Foto: Matt Rourke, AP

«Pero muchas personas sentirán miedo, ¿por qué? Por que la situación es menos grave pero realmente la COVID-19 no ha desaparecido. Entonces es normal que haya muchas personas tengan ese miedo y ese respeto a quitársela porque llevan durante mucho tiempo recibiendo el mensaje de que les protege», insiste la experta.

EL SÍNDROME DE CARA VACÍA

Aquí son varios los expertos que han llegado a acuñar un nuevo término, el «síndrome de cara vacía», y Álava lo relaciona primero con una sensación que tenemos de desprotección primero frente al virus.

Pero cuidado porque esta psicóloga advierte de que también puede tener una vertiente psicológica en personas con ciertas inseguridades o problemas a la hora de mostrarse tal y como son, por lo que fuera, porque tuvieran algún complejo o algo. «Estas personas se han acostumbrado a llevar la cara tapada durante dos años y a que no vean su rostro, a no mostrarse tal y como son, y esto ha hecho que alguien con pequeñas inseguridades no se haya tenido que enfrentar a ello y ahora les cuesta más exponer su rostro», describe la especialista.

Además, la experta del Centro de Psicología Álava Reyes recuerda que las emociones donde más las podemos ver es en la cara, especialmente en la boca, y personas más tímidas o vergonzosas se van a sentir más desnudos sin la mascarilla.

MÁS FRECUENTE ENTRE LOS JÓVENES

Con ello, esta especialista reconoce que este síndrome de cara vacía puede ser más frecuente entre los jóvenes porque, por un lado, indica que pueden tener miedo a contagiarse, pero también, y fruto de una serie de complejos y de inseguridades les da vergüenza o miedo el quitársela.

Esta especialista reconoce que este síndrome de cara vacía puede ser más frecuente entre los jóvenes. Foto: Frank Augstein, AP

«Creen que van a estar expuestos, que no les han visto la cara y les da miedo que se les puedan ver unos dientes que no están perfectamente alineados, que tienen una serie de granos, todo esto hace que algunos jóvenes les cueste quitarse la mascarilla. Es cierto, eso sí, que esto siempre ha ocurrido. Es habitual en esta edad sentirte más inseguro con respecto a tu cuerpo o tu cara. Antes veíamos cómo algunos adolescentes se tapaban parte del rostro con el pelo y en estos dos años han hecho con la mascarilla», añade Álava.

A la vez habla de los adolescentes más jóvenes, que empezaron a usar la mascarilla con 10 y ahora tienen 12 y su cara se ha transformado totalmente y el hecho de tener que exponer su cara les puede costar a algunos un poco más.

PAUTAS A SEGUIR

¿Qué hacemos entonces si nos cuesta quitarnos la mascarilla por ese miedo o inseguridad? Esta psicóloga sanitaria señala en primer lugar que el mensaje que hay tener claro es que no es obligatorio quitarse la mascarilla, te la puedes quitar si tú quieres, es una posibilidad. «Si te cuesta es importante pararse y ver por qué te está costando, qué es lo que ocurre, y cuál es la emoción que hay debajo», aprecia.

Resalta que no es lo mismo tener dificultades a la hora de quitarse la mascarilla por tener miedo al contagio, de forma que se puede optar por esperar a ver cómo evoluciona la pandemia y la incidencia de casos, e ir tanteando o exponiéndose poco a poco, primero cuando haya pocas personas o vea que hay ventilación, por ejemplo, y según vaya sintiendo que yo controlo la situación.

«Si me da vergüenza tendré que trabajar mi seguridad y autoestima y aceptarme tal y como soy, y aquí es importante el ir exponiéndose poco a poco y luego ir abriendo círculos. El eje a trabajar sería la seguridad y la aceptación de mi cara y de mis complejos. O si se tiene vergüenza el ser consciente de que los cambios forman parte de la vida», subraya esta psicóloga.

El mensaje que hay tener claro es que no es obligatorio quitarse la mascarilla, te la puedes quitar si tú quieres, es una posibilidad. Foto: Thandiwe Garusa, AP

En cambio, considera que se debe consultar con un especialista cuando estas emociones interfieren en nuestra vida diaria y por ejemplo si nos olvidamos la mascarilla entramos en pánico porque pensamos que nos van a estar mirando y fijándose en nuestros granos, en nuestros labios, por ejemplo.

«Cuando veamos que es algo que interfiere en nuestra vida diaria, y las emociones que nos genera son tan desagradables que no las sabemos controlar es el momento de pedir ayuda y no esperar a que realmente haya un problema más gordo, sino que veo que me interfiere, que me cuesta, y que me lo hace pasar mal y las emociones que me genera no las controlo», sentencia Silvia Álava.