México

La mayoría de los refugiados ucranianos con quienes se conversó en Ucrania, Polonia y Tijuana no desea vivir en los Estados Unidos, prefiere permanecer en países europeos y regresar a su país cuando se termine la guerra.

*Este trabajo se realizó con el apoyo de la organización internacional de derechos humanos Global Exchange.

Tijuana, Baja California/ Lviv, Ucrania, 11 abril (SinEmbargo).– La creciente oleada de refugiados ucranianos que huyen de la invasión rusa también se expande rápidamente en Tijuana, al norte de México, desde donde estas personas buscan cruzar a los Estados Unidos en busca de asilo.

«No puedo creer que estoy aquí», dice la joven Kateryna Mazur, quien espera sentada, sobre una de las muchas colchonetas esparcidas en el suelo de la Unidad Deportiva «Benito Juárez» —ahora convertida en albergue para refugiados ucranianos— mientras llega su turno de entrar a los Estados Unidos.

Actualmente en Tijuana hay 2 mil refugiados ucranianos esperando entrar a los Estados Unidos, sostiene Enrique Lucero Vázquez, director municipal de Atención al Migrante del Ayuntamiento de esta ciudad.

Mazur quiere llegar a Massachusetts porque tiene familiares allá. Es originaria de Odesa, una ciudad portuaria al sur de Ucrania que, según reportes de medios locales, ha sido blanco de fuertes ataques aéreos por parte de las tropas del Presidente ruso Vladimir Putin.

Una mujer recarga su celular en el albergue de Tijuana. Foto: Manuel Ortiz.

La llegada de ucranianos a Tijuana se disparó a mediados de marzo, luego de que el Secretario de Seguridad Nacional estadounidense, Alejandro Mayorkas, anunciara la creación del Estatus de Protección Temporal (TPS) por 18 meses para ucranianos. A esto se sumó el anuncio de la Casa Blanca, días después de que Estados Unidos recibiría a 100 mil refugiados de Ucrania.

De acuerdo con Lucero, los ucranianos, en su mayoría mujeres niños y adultos mayores, ingresan a México en calidad de turistas en vuelos a Cancún y la Ciudad de México procedentes de países europeos como Alemania e Italia. Según el funcionario, a Tijuana también están llegando rusos que buscan pedir asilo en los Estados Unidos, pero en menor escala y éstos se hospedan en hoteles, no en el albergue.

Una vez en Tijuana, las familias ucranianas tardan 35 horas en promedio para poder cruzar a los Estados Unidos, en donde entran 400 ucranianos al día.

TRATO DESIGUAL

Si bien la apertura hacia los ucranianos ha sido aplaudida por activistas proinmigrantes de la Unión Americana, también ha puesto de manifiesto las enormes diferencias en el trato a refugiados de otras nacionalidades, como los centroamericanos y haitianos, que tanto en México como en los Estados Unidos han denunciado maltrato por parte de las autoridades migratorias.

Desde el 6 de marzo, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) advirtió que el éxodo de ucranianos sería «la crisis de refugiados de más rápido crecimiento en Europa desde la Segunda Guerra Mundial».

Actualmente, según la ACNUR, hay 4 millones de refugiados ucranianos, por lo que calificó el caso como emergencia de nivel 3, el más alto de esta institución.

Los datos de la ACNUR indican que el 60 por ciento de los refugiados ucranianos se dirige a Polonia, mientras que un tercio se va a países vecinos, como Rumanía, Moldavia, Hungría y Eslovaquia. Alrededor del 7 por ciento de los que huyen de Ucrania van a Rusia y Bielorrusia.

Una mujer luce triste recostada en una colchoneta del albergue. Foto: Manuel Ortiz.

Aunado, más de 6.48 millones de personas han sido desplazadas de manera interna en Ucrania, según cifras de la Organización Internacional para las Migraciones.

Una gran parte de los refugiados ucranianos son mujeres, niños y adultos mayores, ya que los hombres entre los 18 y 60 años deben quedarse en el país. Por ello, son comunes en Ucrania las emotivas despedidas familiares en las estaciones de transporte.

Es el caso de Larysa Koltsova y su hijo André, de 10 años, quienes se despiden, entre caricias y apretujados abrazos de su esposo y padre, Konstantino Makruha, en la estación principal de autobuses de Lviv, Ucrania. Larysa y André se van a Polonia. Konstantino se queda para defender a su país.

En sus últimos momentos juntos Konstantino acaricia suavemente el rostro de Larysa, se comunican con una mirada lo que nadie se atreve a decir en voz alta: no saben si volverán a verse. André se aferra a Konstantino en un largo abrazo mientras la expresión de Larysa indica que contiene el llanto.

Larysa Koltsova y su hijo André, de 10 años, se despiden, entre caricias y apretujados abrazos de su esposo y padre, Konstantino Makruha, en la estación principal de autobuses. Foto: Manuel Ortiz.

La mayoría de los refugiados ucranianos con quienes se conversó en Ucrania, Polonia y Tijuana para este trabajo periodístico, no desea vivir en los Estados Unidos, prefiere permanecer en países europeos y regresar a su país cuando se termine la guerra.

Sin embargo, “en términos de refugiados la situación no va a mejorar”, de acuerdo con Octavio González Segovia, investigador del Centro de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

González, quien realizó estudios en Ucrania, apunta que la guerra está entrando a “una segunda etapa en donde Moscú redefine sus objetivos a raíz de la dura resistencia ucraniana que ha encontrado en el terreno, sobre todo en Kiev”.

Las tropas de Putin, según González, se concentrarán en el corredor que va de Crimea a la región del Donbás, pero sin olvidar a Kiev, la capital del país, “porque es un elemento de presión”.

En este contexto, afirma el académico, se podría alcanzar la cifra de 10 millones de refugiados ucranianos. “La sangre continuará corriendo y, creo, lo peor todavía está por venir”.

Manuel Ortiz Escámez

Manuel Ortiz Escámez es sociólogo, reportero y fotógrafo mexicano radicado en San Francisco, CA. Tiene más de 16 años documentando asuntos sobre migración internacional y justicia social en varios países: México, EU, Colombia, El Salvador, Bolivia, Honduras, Francia y Japón, entre otros. Es licenciado en Sociología y maestro en cine documental por la UNAM. Ha sido jurado en concursos internacionales como el Premio Gabriel García Márquez de Periodismo (categoría imagen), el Certamen Internacional de Cine, Migración y Exilio, así como el POYLatam (categoría multimedia). Es autor del libro Sociología visual (UNAM-2017). Ha sido profesor y tallerista en distintas universidades, entre ellas la UNAM y la Universidad de Stanford, CA. Ha recibido diferentes premios por su trabajo escrito y visual; el más reciente es el Premio Jon Prosser (2021) que otorga la Asociación Internacional de Sociología Visual (IVSA).

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