Alejandro Calvillo
10/02/2022 - 12:03 am
El capitalismo verde, la amenaza a la especie
Para evitar un aumento de la temperatura promedio global mayor que entre a un umbral de no retorno y de consecuencias catastróficas que pongan en riesgo la sobrevivencia de la especie, las emisiones promedio anuales por persona no deberían ser mayores a 2.5 toneladas de CO2.
¿Qué es lo que está poniendo en riesgo la sobrevivencia de la humanidad? ¿Es la dependencia energética de la civilización en los combustibles fósiles o el incontrolado crecimiento en el consumo? Entre 1950 y el 2000 el consumo global aumentó siete veces. Actualmente, el 86 por ciento de este consumo lo realiza el 20 por ciento de la población mundial. En el otro extremo, el 20 por ciento de los más pobres solamente son responsables del 1.3 por ciento del consumo.
Si consideramos las emisiones de gases de efecto invernadero por persona, aparece la gran desigualdad. Hablando de consumo y cambio climático, se estima que el siete por ciento de la humanidad es responsable del 50 por ciento de las emisiones de CO2, principal gas invernadero, mientras que el 40 por ciento de la humanidad con menores ingresos emite el seis por ciento del CO2. Para evitar un aumento de la temperatura promedio global mayor que entre a un umbral de no retorno y de consecuencias catastróficas que pongan en riesgo la sobrevivencia de la especie, las emisiones promedio anuales por persona no deberían ser mayores a 2.5 toneladas de CO2. Actualmente, las emisiones promedio por persona en los Estados Unidos son de alrededor de 25 toneladas de CO2 al año.
Cuando hablamos de cambio climático nuestra visión tiene que ampliarse para entender este fenómeno que tiene como principales variantes: el aumento sin freno del consumo promedio por persona y la explosión demográfica que se da de manera totalmente descontrolada en el siglo XX. Nos llevó alrededor de medio millón de años alcanzar una población global de mil millones en 1800 y solamente 127 años más para arribar a los dos mil millones en 1927. Tuvieron que pasar solamente 60 años pasamos de dos a cinco mil millones en 1987, y en 13 años más llegamos a seis mil millones de habitantes en el 2000. En solamente 21 años más llegamos la población aumentó mil 800 millones más para llegar al último día del 2021 con un total de siete mil 800 millones de personas.
La fórmula de la crisis civilizatoria que pone en riesgo no solamente a gran parte de la población mundial sino también a gran parte de los ecosistemas y especies que habitan este planeta, se obtiene multiplicando este aumento de la población mundial por el aumento del consumo promedio por persona. El consumo de energía extrasomático por persona al día -que considera la energía contenida en el vestido, la comida, el transporte, el calentamiento del hogar, etc., es decir, toda la energía contenida en lo que consumimos como productos o servicios- se estima que en la Edad Media era de26 mil kilocalorías, para el inicio de la Revolución Industrial arribó a las 77 mil kilocalorías, llegando en nuestros días a 230 mil kilocalorías en promedio por persona al día.
Hablar de promedios de consumo por persona en un momento histórico determinado nos oculta las profundas diferencias sociales. Existe un sector social, más extendido en las naciones ricas, pero también presente en las naciones pobres, que ejerce un hiperconsumo que rebasa fácilmente el medio millón de kilocalorías por persona al día. Gran parte de la producción se dirige a elaborar productos y brindar servicios para ese 20 por ciento de la humanidad, mientras un 40 por ciento está excluido de satisfacer parte importante de sus necesidades básicas.
Mientras parte importante de la población global sufre pobreza alimentaria, parte importante de la producción de alimentos es procesada quitándole su valor nutricional y convirtiéndola en lo que conocemos como comida chatarra. Lo mismo sucede con muchos otros recursos, por ejemplo, a mediados de los 90s, el consumo de los estadounidenses en cosméticos de aproximadamente ocho mil millones de dólares, sumado al de los europeos en helados de alrededor de 11 mil millones de dólares, es superior al gasto en agua potable, educación básica y alcantarillado para las dos mil millones de personas que carecen de estos servicios.
Investigadores de la Universidad de Princeton realizaron una propuesta que parece más justa y no compromete el desarrollo de los más pobres: establecer un límite de emisiones por persona y determinar a través de él cuáles tendrían que ser las reducciones de emisiones por país. La propuesta va más allá de consideraciones per cápita para identificar a las personas que emiten más cantidad de CO2 en el mundo, con presencia en todos los países. Esta fórmula sería más equitativa frente a las estrategias actuales, que utilizan el promedio de uso de energía en un país, y que son rechazadas como injustas por una amplia mayoría ya que enmascaran las emisiones de los países ricos, los más contaminantes.
En la propuesta actual, a China se le pone mucha presión, ya que como país es el mayor emisor, sin embargo, sus emisiones por persona son decenas de veces más bajas que las de los estadounidenses. Si la historia fuera otra y en el territorio de China existieran ocho países, no aparecerían en la lista de países bajo presión para disminuir emisiones, aunque fuera la misma población con el mismo nivel de emisiones. El problema ahora es que el consumo y las emisiones en China comienzan a dispararse siguiendo el mismo modelo de consumo de occidente, aunque aún están lejos.
El asunto de fondo es ideológico, el capitalismo verde se niega a abordar el modelo de consumo como la causa central de la crisis de la especie ya que lo cuestiona. El Capitalismo verde no pone nada en cuestión, se trata solamente de cambiar la fuente energética, no el sistema industrial que está dirigido a producir más y a que se consuma más. Las grandes corporaciones que dominan el mundo están sumergidas en la lógica bursátil de lograr mayores ganancias a sus accionistas cada tres meses, y para ello deben aumentar sus ventas. De ahí la obsolesencia programada para que los productos tengan una vida corta y vuelvan a adquirirse porque ya no operan o porque han quedado fuera de moda o porque no son compatibles. De ahí también, la lógica de sustituir la comida de verdad por productos chatarra con un alto grado de adicción, o el poder de las industrias del alcohol y el tabaco, convertidas en nuestro mundo en corporaciones muy poderosas. La adicción es el mejor negocio en esta lógica del hiperconsumo.
Se requerirían los recursos de cinco planetas similares a la Tierra para que la población humana accediera al modelo de consumo estadounidense que es el que se propaga por la publicidad y todos los medios a todo el planeta. Y no habría energías renovables suficientes para cubrir la demanda energética para mantener ese modelo de consumo. Basta pensar en los requerimientos energéticos intensivos para producir un aerogenerador que tiene una vida limitada a unos cuantos decenios para quedar abandonado o de una instalación fotovoltaica.
El modelo de hiperconsumo, introducido desde la más tierna infancia a través de una publicidad perversa, a través de las pantallas, dirigida de manera personalizada a las niñas y los niños gracias a los algoritmos obtenidos al registrar sus preferencias, está en la raíz de la sociedad de hiperconsumo, de la crisis de recursos planetarios, del cambio climático y las profundas desigualdades sociales.
No hay opción de sobrevivencia más que acabar con este modelo, dirigir la producción a satisfacer las necesidades más básicas de la población marginada, a dar preferencia a las formas sustentables de producción, a la vez que desarrollamos fuentes de energía renovables de escala más humana. Todo dependerá de si los intereses colectivos y de sobrevivencia de la especie logran imponerse sobre los de las grandes corporaciones. Puede sonar utópico pensar en la posibilidad de acabar con este modelo de hiperconsumo, lo que está claro es que sí no lo hacemos para garantizar condiciones mínimas de sobrevivencia de la especie, lo harán las catástrofes generadas por la continuidad de ese modelo.
Alejandro Calvillo
Sociólogo con estudios en filosofía (Universidad de Barcelona) y en medio ambiente y desarrollo sustentable (El Colegio de México). Director de El Poder del Consumidor. Formó parte del grupo fundador de Greenpeace México donde laboró en total 12 años, cinco como director ejecutivo, trabajando temas de contaminación atmosférica y cambio climático. Es miembro de la Comisión de Obesidad de la revista The Lancet. Forma parte del consejo editorial de World Obesity organo de la World Publich Health Nutrition Association. Reconocido por la organización internacional Ashoka como emprendedor social. Ha sido invitado a colaborar con la Organización Panamericana de la Salud dentro del grupo de expertos para la regulación de la publicidad de alimentos y bebidas dirigida a la infancia. Ha participado como ponente en conferencias organizadas por los ministerios de salud de Puerto Rico, El Salvador, Ecuador, Chile, así como por el Congreso de Perú. el foro Internacional EAT, la Obesity Society, entre otros.
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