Leticia Calderón Chelius
21/01/2022 - 12:02 am
Un año con Biden
Este primer año de Biden en la presidencia de Estados Unidos no deja demasiado que celebrar
Hace un año Joe Biden tomó el poder presidencial en Estados Unidos. Luego de un acalorado conteo de votos por los apretados resultados de las elecciones de 2019, el intento de toma del Capitolio en Washington por un grupo de opositores armados y un insistente Donald Trump y sus fervientes seguidores que han negado desde entonces que los republicanos perdieron las elecciones, Biden ha ejercido el poder desde el país con la economía más grande del planeta, y, sin embargo, la suerte no parece estar del todo de su lado.
Mientras que la popularidad de Biden se encuentra en el 35 por ciento que se considera entre las más bajas en un comparativo histórico de distintos mandatarios, la inflación se ubica en máximos históricos al 7 por ciento , resultado tanto de los efectos de la pandemia como de los planes de rescate que han dado, generado efectos en algunos casos contrarios a lo esperado, por ejemplo, mientras que se han dado programas de ayuda a millones de trabajadores, al mismo tiempo se ha dado una renuncia masiva a millones de puestos de trabajo que han sido abandonados los últimos meses. Este es un proceso multifactorial, pero para efectos del momento, limita la necesidad de generar mayor consumo y al mismo tiempo y de manera irónica, se topa con la incapacidad de satisfacer una demanda creciente de distintos productos que no puede abastecerse al mercado americano por las complicaciones que ha tenido la cadena de distribución a nivel mundial. Se suma a este escenario el estancamiento del plan de vacunación masiva contra el COVID que es la estrategia más ambiciosa que cualquier país se imaginó siquiera conseguir hace un año, y la cual Estados Unidos, en voz del propio Biden, alardeó de lograrlo en un periodo que incluso se redujo a semanas para alcanzar los primeros 100 millones de vacunados en ese país. A pesar de lo sorprendente de ese logro, casi el 40 por ciento de los estadounidenses se niegan a vacunarse por razones ideológicas o políticas incrementando los casos de personas hospitalizadas e incluso fallecidas como efecto de la nueva variante, Ómicrom. Ni siquiera un Biden suplicante en un inicio, que posteriormente cambió el tono e intentó que se aprobara una ley para obligar a la vacunación en oficinas públicas y privadas con más de 100 personas, ha conseguido cambiar este porcentaje de vacunados y no vacunados que refleja más la imagen del electorado estadunidense dividido casi a la mitad.
En términos internacionales Biden llegó al poder hace un año con un cambio de tono muy festivo. “Estados Unidos está de vuelta”, anunció, y de inmediato se nombraron representantes para las agencias internacionales a las que el anterior Presidente Trump había retirado su apoyo. Una de las más conocidas es el Acuerdo de París sobre cambio climático, retirada que se vivió con gran preocupación durante toda la gestión de Trump. En este panorama internacional se suma lo que probablemente es una de las imágenes de mayor percepción de fracaso para la política exterior estadunidense de la mano de Biden: la salida de Afganistán de manera veloz, inminente, casi huyendo y con la sorpresa del mundo entero ante la pésima estrategia para gestionar una misión que ellos mismos se impusieron hace muchos años cuando, por cierto, el mismo Biden fue vicepresidente por 8 años. No es tema que le fuera ajeno y por tanto la imagen de fracaso es doble.
Pero otros frentes de este primer año convulso para la administración de Biden nos tocan directamente a nosotros, mexicanos. Me refiero a la numerosa llegada de migrantes a la frontera sur de Estados Unidos, muchos de los cuales interpretaron que el nuevo presidente les daría la bienvenida, lo que generó de inmediato un boomerang político que sus adversarios no han dejado de utilizar en su contra y que explica, en parte, la relación que se estableció con México, con una actitud entre cooperadora y sumisa en la que el gobierno mexicano por la vía de la contención -en ocasiones violenta-, ha reducido o detenido el flujo de las personas migrantes que buscan llegar al norte a través de territorio mexicano. Es evidente que la relación con México ha sido estratégica para que este tema no le haya estallado a Biden, pero lo será aún más para este año en que al final del 2022 habrá elecciones intermedias en Estados Unidos y donde el tema migratorio es siempre una papa caliente para quien la tenga en las manos. Lamento decirlo pero anticipo tiempos muy difíciles para la tránsito migratorio por México como parte de esta lectura más geopolítica y tan lo es, que el gobierno de México ya se adelantó a finales del 2021 en imponer visa a ciudadanos de países hermanos como Ecuador, Venezuela y Brasil, lo que es contrario al discurso humanitario y latinoamericanista que se hubiera esperado que incluso hubiera avanzado en eliminar la necesidad de visado de todo latinoamericano como forma de honrar una hermandad histórica.
Es innegable que estamos ante un escenario que se mide con dos varas pero que en lo inmediato, le da al gobierno mexicano márgenes de negociación que pueden permitir mantener el debate de la Reforma Energética en un escenario nacional, precisamente en el momento en que los representantes del empresariado estadounidense y los grandes capitales de ese país empiezan a llegar a México, de la mano de Ken Salazar que ha jugado de vocero en estos temas, para posicionarse frente a los cambios en ese ramo y ejercer presión a nombre de sus intereses.
Este primer año de Biden en la presidencia de Estados Unidos no deja demasiado que celebrar y salvo el temor de que Donald Trump vuelva a ganar apoyo suficiente para imponer su ritmo en las elecciones intermedias, muchos partidarios del demócrata están en un dilema porque si su partido se debilita aún más en el Congreso, será todavía más difícil avanzar siquiera alguna de sus propuestas de campaña que siguen siendo hoy promesas sin cumplir.
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