Melvin Cantarell Gamboa
05/10/2021 - 12:05 am
Omnicracia o el Gobierno de todos
El surgimiento en los últimos años de multitud de movimientos contestatarios debido al agotamiento de las democracias representativas abrió la posibilidad de configurar nuevas maneras de establecer las instituciones para defender los derechos fundamentales de la sociedad.
Una reflexión sobre el futuro de la democracia
PRIMERA PARTE
La Omnicracia es una novedosa propuesta para organizar la participación política en una sociedad democrática. Involucra a todos sin excepciones ni exclusiones de ningún tipo: ciudadanos, menores de edad (a través de sus padres o tutores) y extranjeros residentes en el país. El vocablo omnicracia viene del latín omni todo y del griego kratos fuerza, que en español es también poder; por lo tanto, su significado sería: el poder de todos.
El surgimiento en los últimos años de multitud de movimientos contestatarios debido al agotamiento de las democracias representativas abrió la posibilidad de configurar nuevas maneras de establecer las instituciones para defender los derechos fundamentales de la sociedad. Esta tendencia es un hito histórico en el ámbito de las formas del poder político que puede llegar a ser una realidad que haga retroceder la prepotencia del Estado para ponerlo al servicio de los intereses de la vida social e iniciar así una era posdemocrática.
¿Es posible un Gobierno de todos? Sí. La sociedad y lo político-económico están sometidos, por sus contradicciones, a una dialéctica que periódicamente pone en crisis las instituciones establecidas. En la actualidad las naciones entran en crisis cuando se muestran impotentes para enfrentar los grandes problemas del momento, por ejemplo: ecológicos, calentamiento global, crisis financieras, desigualdad, migraciones, etc. en esta coyuntura inestable se abren espacios que producen efectos liberadores en la sociedad que los aprovecha para reivindicar agravios.
Hacer posible una realidad depende de lo que estemos dispuestos a hacer para transmutar lo que existe en algo diferente. Sin embargo, ningún cambio social se produce a partir de un acto optimista de la voluntad; para que suceda han de coincidir múltiples factores que no corresponden al campo de la teoría ni a la ocurrencia de algún iluminado.
Durante las últimas cinco décadas los llamados “valores” de la democracia se han ido reduciendo; cada día hay menos igualdad, justicia, libertad y solidaridad; la equidad es una mera emisión de voz. Ante esta situación emergen los movimientos contestatarios de carácter popular que exigen nuevas respuestas a las fallidas soluciones que el sistema ha propuesto a través de los partidos y los políticos. Quienes nutren las filas de la inconformidad, en la actual etapa de la democracia neoliberal, creen que el fracaso se debe a que las decisiones de lo que corresponde hacer las toman unos pocos sin la aprobación de todos los miembros del colectivo.
Sin embargo, no basta el deseo de cambiar las democracias actuales, hay que encontrar la manera de triunfar sobre las fuerzas negativas que la acompañan, representadas por los que quieren conservar el estado de cosas y que persistirán en permanecer. Vencerlas no es fácil, pues no sólo son dominantes, sino agresivas y subyugantes; en consecuencia, habrá que empezar por deprimirlas hasta que los débiles constituyan un poder más fuerte.
Cuando se observan las nuevas formas de lucha social no queda duda sobre la posibilidad de un Gobierno de todos; prueba de esto es la resistencia, oposición e insumisión de ecologistas, feministas, maestros, obreros, campesinos, globalifóbicos, Indignados, Ocupa Wall Street, Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, etc. que ya son una tendencia.
Todos esos movimientos son reflejo de las sucesivas crisis del sistema capitalista, que se agudizarán en el futuro próximo: aumentos al precio de la energía eléctrica y el gas (que en Estados Unidos y Europa provocarán enfermedades y muertes en la población de bajos ingresos), las anunciadas crisis del agua, aumentos en los precios de los alimentos, que romperán los umbrales de la “decencia” para hacer descender más los niveles de vida de los menos favorecidos.
Si bien durante las crisis se recrudecen las regulaciones y el control de la totalidad del sistema, los antagonismos que genera su desarrollo, su incapacidad y falta de voluntad para resolver la demanda social generan posibilidades para un cambio. ¿Cómo saber que la movilización de la energía del colectivo ha llegado? Hay que observar las condiciones materiales y la respuesta activa de la población, si ésta se muestra propensa a un gregarismo espontáneo y se inclina por la cooperación, la solidaridad y la acción estamos ante una situación revolucionaria. De ser así hay que hacer tabla rasa de lo que hasta entonces ha operado; esto incluye en la democracia representativa al aparato jurídico que le da sustento, pues entre ellos sólo existe una relación de conveniencia, que en el marco del neoliberalismo fortalece al Estado; no sirve para gobernar al pueblo ni engrandecerlo.
La historia ha demostrado que en tales condiciones es posible modificar la naturaleza del sistema y transformar al Estado en un instrumento, un aparato al servicio de las necesidades del pueblo y no de una determinada clase o grupo social.
Sin embargo, al reflexionar sobre este asunto hay que hacerlo sobre bases completamente inmanentes, es decir, no dejarnos llevar por conceptos o ideales, sino ajustarse a lo social y responder a las siguientes preguntas: ¿Cuál es la mejor manera de hacerlo? ¿Qué formas ha tomado? ¿Cómo sucedió? ¿Por qué? ¿Qué podemos esperar? Primero, movernos en el ámbito de lo real y, segundo, conocer lo que sucedió en la historia, sin a priori, ni ideas preconcebidas y sin caer bajo el influjo de alguna ideología.
Las sociedades humanas siempre han luchado por mantenerse superando todo lo que las amenaza. Muchas civilizaciones equivocaron el camino y desaparecieron porque fueron incapaces de triunfar sobre el conjunto de fuerzas que se les oponían. Ejemplo: en la transición de feudalismo al capitalismo el modo de producción artesanal cedió ante la aparición de la fábrica, las naciones con tecnologías arcaicas de la América precolombina, África y Oceanía fueron desaparecidas o sometidas, en nombre del “progreso” y la fe por conquistadores y colonizadores y no tuvieron la oportunidad de llegar a ser lo que estaban llamadas a ser.
¿Qué fuerzas impidieron los cambios necesarios en la historia de las civilizaciones y cuáles las impulsaron al éxito? La respuesta podemos encontrarla en la antropología, las formas de organización social y cómo se distribuye el poder desde el amanecer de la civilización hasta nuestros días.
Ahora bien, tratemos de imaginar un grupo de cien personas o más que se reúnen para resolver cuestiones concernientes a su comunidad. Conversan para encontrar solución a los problemas antes de que maduren y amenacen la armonía social. La reunión transcurre sin disputas, si éstas llegaran a surgir, se resuelven rápidamente entre risas y bromas. Esto es real, sucede en la actualidad entre los ¡Kung un pueblo que vive en los alrededores del desierto de Kalahari en Sudáfrica cerca de las fronteras de Botswana y Namibia. Lo característico de los ¡Kung es que no tienen jefes ni dirigentes, ponen especial énfasis en la igualdad y todas las voces son escuchadas. (Richard E. Leakey. Conacyt. 1981) Este ejercicio fue bastante común en las sociedades de cazadores-recolectores.
Marshall Sahlins (Economía de la edad de piedra) estudió algunos casos en África y la Polinesia en los años setenta. Para sorpresa de economistas y antropólogos de su tiempo denominó a este tipo de grupos humanos sociedades de la opulencia pese a no producir excedentes y vivir al día sin acecho del hambre. Según Sahlins, antropólogo recién fallecido, estas sociedades de cazadores-recolectores pueden vivir de esa manera porque no han creado aún un aparato estatal aislado y por encima de la comunidad, constituyen sociedades opulentas porque satisfacen con facilidad todas sus necesidades materiales, algo que puede alcanzarse produciendo mucho o bien deseando poco. Sin embargo, ¿cómo tener una economía opulenta a pesar de una extrema pobreza? Fácil, viviendo con austeridad, con un bajo nivel de vida, libre de deseos que conduzcan a la desigualdad entre sus miembros; la escasez se produce en las economías de mercado donde las necesidades de la gente tienden a ser infinitas y los medios para satisfacerlas limitados.
En las modernas sociedades neoliberales no obstante la enorme cantidad y variedad de productos que se ofertan al consumidor siempre habrá escasez, desigualdad e inequidad que ocasionarán frustraciones, por la inadecuación de los deseos y los medios insuficientes para colmar los ilimitados fines opcionales de las personas.
La característica más importante de las sociedades de cazadores-recolectores es que el poder se distribuye en condiciones en que no haya distingo de hombres y mujeres, adultos y ancianos, todos ellos participan en las reuniones, discuten y toman decisiones en nombre del grupo.
La comunidad se destruye cuando surge lo privado, porque aparece la necesidad de defender lo propio y el derecho de poseerlo, la sociedad deja de ser homogénea y delega su poder a un órgano regulador: el Estado; dispositivo imprescindible para garantizar la permanencia de una sociedad dividida en clases, su reproducción y evitar que se altere el statu quo sin importar el grado de desigualdad que se produzca a partir de ese momento; para mantener el control estatal es indispensable que alguien conduzca, mande y tome decisiones, el monarca, presidente, primer ministro u otro.
Las comunidades humanas sin Estado son sociedades sin clases; en cambio la historia de las sociedades estatales es un continuum de formaciones sociales en donde el desarrollo de las fuerzas productivas determina el ser de la sociedad y las relaciones de producción crean las distintas clases y su papel en el juego de la política.
(Continuará)
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