Las películas que se hicieron tras la caída del régimen talibán en 2001, en estos últimos 20 años de libertad que ha vivido el país, han sido de mala calidad «incluso aunque hayan ganado premios», resalta Sadat. Se han quedado en la superficie y están llenas de clichés y de imágenes antiguas de Afganistán.
Por Alicia García de Francisco
San Sebastián (España), 21 de septiembre (EFE).- A sus 31 años, la cineasta afgana Shahrbanoo Sadat ha vivido mucho más de lo que corresponde a su edad. Nació en el exilio de sus padres en Irán, ha presentado sus filmes en festivales internacionales y ahora ha tenido que huir de Kabul por la llegada de los talibanes, dejando atrás a parte de su familia.
Lo cuenta a borbotones pero con la voz firme en el Festival de San Sebastián, donde da una charla y aprovecha para denunciar los atropellos de los talibanes pero también para ser la voz del cine afgano, asumir lo poco que se ha hecho en los últimos veinte años y apostar por un futuro de cine que no se limite a lo político.
«Me da vergüenza decir que no hicimos casi nada en los últimos 20 años. Las películas que se han hecho y que han pasado por festivales internacionales como Berlín, Cannes o Venecia eran obras de cineastas que viven en el extranjero y que viajaban a Afganistán solo para rodar», explica.
Y eso ha dado una visión uniforme y plana de un país que, más allá de la violencia talibán y de sus vaivenes políticos, tiene una rica cultura que mostrar.
Las películas que se hicieron tras la caída del régimen talibán en 2001, en estos últimos 20 años de libertad que ha vivido el país, han sido de mala calidad «incluso aunque hayan ganado premios», resalta Sadat. Se han quedado en la superficie y están llenas de clichés y de imágenes antiguas de Afganistán.
«No nos damos cuenta de la importancia de contar nuestras propias historias, no tenemos la confianza necesaria para compartir nuestras historias», lamenta la realizadora de títulos como Not at home (2013) y Wolf and sheep (2016).
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Es ahora, pese a todo, cuando se abre una esperanza para el cine. «Es un muy buen momento para que miremos Afganistán desde la distancia y nos conectemos con la industria europea para poder reflexionar sobre Afganistán».
En su opinión, es posible que en la próxima década se hagan más películas de cineastas afganos que en los últimos 20 años.
Pero es algo que se tiene que hacer desde fuera, porque los que se han quedado en el país «no tienen esperanza ni futuro», todos piensan en irse a los países fronterizos porque «la vida es muy difícil, no tienen ni acceso a sus cuentas bancarias».
Lo dice con pesar pensando en toda la gente que se ha quedado, familiares, amigos o completos desconocidos.
Cuando el 24 de agosto estaba en el aeropuerto para salir con nueve miembros de su familia pero dejando a otros tantos en su apartamento de Kabul, recibía constates mensajes pidiéndole ayuda.
«Fue muy triste, ni siquiera pude ayudar a toda mi familia». Es uno de los únicos momentos en los que su voz se quiebra. El otro es cuando recuerda el abatimiento de su padre cuando se iban. Ya tuvo que abandonar su país una vez, es agricultor y estaba obsesionado con que nadie iba a recolectar sus patatas.
Pero aunque no para de contar historias tremendas, como los asesinatos de artistas locales que viven lejos de Kabul y fuera del foco de los medios internacionales, también reivindica la necesidad de que los cineastas tengan su propia voz artística, que no se centren solo en los aspectos sociales y políticos de la situación de su país.
«Me interesan las comedias románticas y no creo que sean irrelevantes. Se puede y se debe hacer una comedia en Afganistán», asegura la cineasta, que espera poder poner en pie un proyecto así, que incluye «el primer beso en la historia del cine afgano».
Obviamente, el trasfondo es político, matiza Sadat, que sin embargo asegura que justo por la situación actual, necesita «esperanza, risas, colores y rosa».
«Es importante que la gente vea un poco de la cultura afgana porque debajo de estas horribles cosas, también hay cosas muy bellas en Afganistán».