Investigaciones recientes evidencian cada vez más la compleja relación que existe entre nuestra flora intestinal y el cerebro, así como su incidencia en el estado emocional. Los resultados sustentan el conocimiento previo sobre la pobreza microbiótica y la salud mental, con miras al futuro de la psicoterapia.

Por Joaquín Mateu Mollá
Profesor Adjunto en Universidad Internacional de Valencia, Doctor en Psicología Clínica, Universidad Internacional de Valencia

Madrid, 8 de septiembre (The Conversation).- Las personas sabias albergan un conocimiento que trasciende lo puramente académico. Por su parte, las personas que viven en soledad experimentan un sentimiento de dolorosa desconexión respecto al resto de seres humanos que les rodean. ¿Pero qué relación guardan ambos fenómenos con lo que sucede en nuestras tripas? Mucho más de lo que parece, según los últimos estudios científicos. Concretamente, la elevada riqueza de nuestra flora intestinal se asocia a niveles bajos de soledad, a mayor sabiduría y a una tendencia acentuada a aprovechar el apoyo social disponible.

EL EJE INTESTINO-CEREBRO

Decir que el cerebro humano alberga misterios insondables no es nada nuevo. Después de todo, se trata del órgano sobre el cual se cimienta todo cuanto somos, nuestra personalidad y nuestros anhelos. Pese a que el conocimiento acumulado sobre el mismo crece exponencialmente, todavía estamos muy lejos de desentrañar por completo sus complejidades.

Uno de los aspectos que más interés está suscitando durante los últimos años es el modo particular en que la microbiota intestinal, entendida como el conjunto de microorganismos que habita en ese rincón tan recóndito del cuerpo, puede asociarse a dimensiones psicológicas tan aparentemente alejadas de las entrañas como los pensamientos y los sentimientos.

El eje intestino-cerebro (gut-brain axis) escenifica nítidamente este tipo de relaciones. Lo hace planteando una comunicación bidireccional entre ambos órganos e introduciendo incógnitas fascinantes sobre cómo ciertos hábitos interfieren en la salud emocional o neurológica.

Foto de la inauguración del II Encuentro Internacional de Sabiduría Ancestral.
Foto: Hilda Ríos, Cuartoscuro

Pese a que en sus inicios la mayor parte de los estudios se centraban en las interacciones entre la dieta y los trastornos de ansiedad o del estado de ánimo, recientemente se ha introducido la posibilidad de que la citada microbiota pueda explicar (al menos parcialmente) fenómenos tan filosóficamente profundos como la sabiduría o la soledad. En este artículo se delineará, precisamente, esta interesante cuestión.

SABIDURÍA, SOLEDAD Y SALUD EMOCIONAL

La sabiduría y la soledad son fenómenos difícilmente definibles, aunque en ambos casos existen acepciones coloquiales que nos ayudan a apresar su significado. Entenderlos es importante porque ambos impactan directamente en nuestro bienestar psicológico: mientras el primero nos protege del sufrimiento inherente a la vida, el segundo promueve trastornos como la depresión mayor.

Las personas sabias albergan un conocimiento que trasciende lo puramente académico, y que generalmente parte de la experiencia reflexiva sobre la propia existencia. Se trata de una dimensión que no sólo facilita una mejor resolución de los problemas cotidianos, sino que también supone una aproximación más serena a las tensiones naturales que se desprenden del hecho de vivir. La sabiduría permite una visión privilegiada de las cosas que aúna la sensibilidad y la inteligencia de un modo armónico y proactivo.

La soledad, por su parte, es un sentimiento de dolorosa desconexión respecto al resto de seres humanos que nos rodean. Como valoración subjetiva que es, cuesta cuantificarla. Quien vive sumido en esta sensación cree estar desprovisto de todo tipo de apoyos (emocional, instrumental, etc.), lo que entorpece extremadamente su capacidad percibida para adaptarse al estrés.

Una de las funciones de la psicología es comprender ambas realidades y determinar qué mecanismos psicoterapéuticos permiten optimizarlas. No obstante, el enfoque integral desde el cual hoy en día se contempla la salud ha abierto la puerta a que puedan analizarse también bajo el prisma de la Biología. Veamos, pues, qué nos dice la Ciencia actual sobre la forma en que el intestino puede contribuir a esta empresa.

En algún rincón de la soledad. Foto: Oswaldo Ramírez, Cuartoscuro

SENTIR QUE ESTAMOS SOLOS EN EL MUNDO DEPENDE DE LA FLORA INTESTINAL

En el cuerpo humano habitan aproximadamente 38 billones de microorganismos. Cada uno de nosotros actúa, por tanto, como anfitrión de una cantidad impresionante de virus, bacterias y arqueas. Aproximadamente tres kilogramos de nuestro peso corporal corresponden a estas… ¡el doble de lo que pesa un cerebro promedio!

El intestino es uno de sus repositorios fundamentales, al dar cobijo a la mayoría de estos diminutos polizones. Su número o composición es variable, además de único para cada individuo, como una huella digital.

Concretamente depende de aspectos tan específicos como la dieta, el modo en que se cocinan los alimentos, la masa corporal o el consumo de fármacos. A todo ello se suman el estilo de vida, el ejercicio físico o el entorno en que residimos habitualmente.

En este contexto, un estudio reciente concluyó que la elevada riqueza de nuestra flora intestinal se asocia a niveles bajos de soledad, a mayor sabiduría y a una tendencia acentuada a aprovechar el apoyo social disponible. Así pues, la variedad de microorganismos en esta región del cuerpo influye en variables clave para la vida emocional y puede explicar indirectamente los efectos positivos de ciertos hábitos sobre la salud psicológica.

Más en concreto, se encuentra una relación lineal entre la diversidad alfa (que considera la flora a nivel local) y la sensación subjetiva de no estar solos en el mundo. Por su parte, existe una asociación positiva entre la diversidad beta (que contempla el número de microorganismos locales en contraste con el de los regionales) y los índices de sabiduría.

Estos resultados son muy interesantes, pues sustentan el conocimiento previo sobre la relación entre la pobreza microbiótica y la fragilidad de la salud mental, pero aportando un punto de vista útil para el futuro de la psicoterapia.

Quizá, en el futuro, podamos hacer uso de estos avances para contribuir a mejorar la calidad de vida de muchas personas.

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