México

José Ángel Campos Cantor desapareció en septiembre de 2014 en Iguala. Mientras se hacía cargo de sus nietas, Bernardo Campos lo buscó y lo buscó. No paró durante siete años. 

Ciudad de México, 4 de septiembre (SinEmbargo).- “Yo no sólo busco nomás a mi hijo, ando por los otros 42”, decía Bernardo Campos Santos, padre de José Ángel Campos Cantor, uno de los 43 normalistas desaparecidos en Iguala, Guerrero. Durante siete años, el hombre originario de Tixtla caminó, caminó y caminó para hallar respuestas. Murió sin encontrarlas.

Fue el Subsecretario Alejandro Encinas el que confirmó el deceso de Bernardo Campos, conocido como Tío Venado, quien había enfermado de COVID y permaneció internado durante un mes en un hospital de la Ciudad de México.

Amigos del hombre usaron las redes sociales para enviar sus condolencias a la familia y para lamentar que Bernardo nunca se haya reunido otra vez con José Ángel Campos, su hijo.

ORIGINARIO DE TIXTLA 

Desde los 8 años, Bernardo caminaba de su barrio en Tixtla el kilómetro que separa la entrada principal del municipio de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, en Ayotzinapa. El arco de bienvenida a la cuna del consumador de la independencia de México, el general Vicente Guerrero Saldaña, se alejaba ante los pasos diarios del niño. Una y mil veces. Avanzaba junto al viejo camino que une la capital del estado de Guerrero, Chilpancingo, de Chilapa, en la montaña baja. Más tarde, ya en la comunidad de Ayotzinapa, la tierra se convertía en amiga de sus huaraches hasta los dormitorios de los normalistas.

Bernardo trabajaba duro. El viaje que desgastaba su calzado lo hacía para poder vivir. Iba a la primaria en Tixtla, pero había que aplicarse con los gastos. En la Normal vendía gelatinas y palomitas a los estudiantes, quienes lo trataban con calidez, lo tomaban de la mano y le decían: ‘‘chavo, vente a almorzar’’. En días de escasez, salían a darle por lo menos una naranja, se identificaban con la situación del pequeño. El municipio de Tixtla, pobre desde siempre.

El niño se convirtió en joven y luego en adulto visitando la Normal, era su segunda casa. La edad fue entregándole nuevos oficios en la misma Escuela. Dejó de cargar gelatinas y trabajó en la limpieza de los dormitorios, los cuales podría ocupar algún día, ¿por qué no?

Electricista y campesino desde la cuna, la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos siempre lo necesitó y viceversa. Incluso en 2021, con más de 60 años sobre los hombros, Bernardo seguía acudiendo para comer, hablar con otros padres de familia y, si se podía, escuchar noticias sobre su hijo, José Ángel.

Hace casi 50 años, en 1972, la mirada de Bernardo se cruzó con la de Romana en el barrio El Fortín, a unas cuadras de la plaza central del municipio cuna de Guerrero. Se involucraron cuando el muchacho comenzó a llevarle arena para la elaboración de sus piezas. Dicho material lo recogía de un montón detrás del comedor de la Normal de Ayotzinapa, y luego caminaba de vuelta hasta la casa/taller de Romana. Se enamoraron y, a pesar de su juventud, decidieron casarse.

Treinta y seis meses tras contraer matrimonio, Romana y Bernardo tuvieron a su primer hija, Nancy, quien hoy vive en una comunidad guerrerense en Tierra Caliente con su esposo. Después de ella, cinco descendientes más: Bernardo, Ana, María, Pancho y José Ángel, este último motivo de sus desvelos desde septiembre de 2014.

Bernardo Campos en Tlatelolco. Foto: Cuartoscuro.

JOSÉ ÁNGEL 

Bernardo compró un terreno en Tixtla y construyó la planta baja de su casa. Porque además de electricista, peón y vendedor de gelatinas, también sabía de albañilería. José Ángel, su primer hijo varón, se acercaba a ayudarle con la mezcla. La verdad es que era muy pequeño y nada más se batía. Eran los primeros ‘‘pininos’’ del hombre trabajador que sería un día. Y es que, presumía don Bernardo, frente a 43 pupitres vacíos en la cancha de basquetbol principal de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, José Ángel era un ‘‘crack’’ para la siembra y el campo. Era de los que chambeaba todos los días bajo el sol.

A las siete de la mañana (a más tardar a las siete y media), cuando la luna ya se había marchado casi por completo, padre e hijo se paraban para llevar el sustento a casa. En el campo, Bernardo trasmitía los conocimientos de su papá Genaro Santos Juárez, a la tercera generación: José Ángel aprendió a juntar animales (bueyes o mulas) por medio de la yunta, a hacer hendiduras en la tierra para sembrar frijol y garbanzo; Bernardo era su modelo a seguir, pues no sólo le mostró cómo usar el pico en su beneficio, también le dio consejos en otros oficios.

Ángel, igual que su padre, le hacía de peón y de albañil, y es que la gente que conoce de todo es la que tiene mayores oportunidades allá, en Tixtla.

La casita y la familia de Bernardo crecieron. En 2005, José encontró el amor en el mismo barrio en que se habían conocido sus padres. Contrajo matrimonio con Blanca Alejandra, tixtleca, oriunda del barrio El Fortín. Desde el día de su boda, Ángel la llevó a vivir con sus padres. Ocuparon el segundo nivel de la propiedad, el que el joven ‘‘fincó’’ con sus manos años después de batirse al ayudar con el primero.

En septiembre de 2014, el joven entró a la Normal Rural de Ayotzinapa para convertirse en maestro. Abordó un autobús rumbo a Iguala y su familia no volvió a verlo.

Bernardo entonces abandonó el papel de abuelo y comenzó a ser padre de América Natividad y Gabriela Guadalupe. Le arrebataron un hijo y le dejaron 2 niñas la noche del 26 de septiembre de 2014.

Buscó y buscó. Autoridades nunca le dieron certezas sobre qué pasó con José Ángel. Viajó durante siete años a diferentes entidades del país. Siempre con su sombrero, siempre con la esperanza. Hijo de Hilario Santos Juárez y Asunción Santos, Campos conocía la Normal como la palma de su mano. Y ahí permaneció mucho tiempo, esperando que su hijo volviera.

*Párrafos del texto anterior pertenecen a la tesis Violencia en Guerrero: El caso Ayotzinapa de la UNAM.

Carlos Vargas Sepúlveda

Periodista hecho en Polakas. Autor del libro Rostros en la oscuridad: El caso Ayotzinapa. Hace crónica del México violento de hoy. Ya concluyó siete maratones.

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