Los 84 kilómetros de Michoacán que Silvano no recorre: la vía Apatzingán-Aguililla
PorCarlos Vargas Sepúlveda
11/09/2021 - 10:00 pm
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Son cerca de 84 kilómetros ilustrados por una guerra que ha provocado el desplazamiento de miles. Es una vía transitable para algunos de día, fantasma durante la noche. Acá no hay corridas de autobuses comerciales, tampoco camiones que lleven víveres de un municipio a otro. Es una vía peleada palmo a palmo por grupos criminales. Ni el Gobernador saliente Silvano Aureoles quiso recorrerla en abril de 2021 cuando arribó a Aguililla en helicóptero.
Apatzingán-Aguililla, Michoacán, 11 de septiembre (SinEmbargo).- “Mira, ahí tienen un ‘monstruo’”, dice el piloto mientras señala un costado de la carretera Apatzingán-Aguililla. Frente a la camioneta que conduce aparece estacionado un tanque artesanal que lleva tatuada una leyenda de cuatro letras: “CJNG”.
Unos metros más adelante un hombre armado le marca el alto. Da la indicación con el brazo derecho y se aproxima a la ventanilla. Echa un vistazo a la cajuela descubierta y a los pasajeros, quienes tragan saliva, luego sonríe mientras sus ojos dilatados se le van perdiendo en su propio rostro. “¿Es usted el Padre?”, pregunta. “Sí”, le contesta el conductor. “Adelante”. Vuelve a sonreír.
“Son parte del ambiente aquí. Es normal ver gente armada que te salude o te pregunte cosas. No ocupan una cantidad importante de personas. Sólo necesitan que tú sepas quiénes son y de qué son capaces. Si este señor que nos preguntó, que nos saludó amablemente, nos dijera: ‘bájense del vehículo’. ¿Crees que le alegaría? Sabes de qué grupo es y qué arma trae. Sabes lo que puede pasar. Aquí ya estamos acostumbrados a eso”, dice el piloto. Luego se adentra al último tramo del camino que divide a Apatzingán de Aguililla, el municipio en el que nació Nemesio Osegura Cervantes, más conocido como “El Mencho”, líder del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).
La vía Apatzingán-Aguililla tiene cerca de 84 kilómetros de rectas y curvas. Pero acá no se mide el tiempo de viaje por la distancia, sino por los retenes, las zanjas y otros problemas que en la ruta se podrían encontrar. Son cerca de 84 kilómetros ilustrados por una guerra que ha provocado el desplazamiento de miles. De día, es una vía transitable para algunos, de noche un fantasma que ahuyenta. Acá no hay corridas de autobuses comerciales, tampoco camiones que lleven víveres de un municipio a otro. Es una vía que se pelean, palmo a palmo, los grupos criminales. Ni el Gobernador saliente Silvano Aureoles quiso recorrerla en abril de 2021 cuando arribó a Aguililla en helicóptero.
KILÓMETRO 1
La avenida José María Morelos y Pavón, que pasa por el Aeropuerto Nacional Pablo L. Sidar de Apatzingán, se transforma pronto en una carretera repleta de baches que provocan que los tableros de los vehículos salten y que las puertas mal cerradas bailen. Hay policías estatales, municipales y hasta militares que van y vienen por la zona sin dificultad. Lo hacen para cargar gasolina y continuar con sus patrullajes. Hay libre tránsito para los que trabajan en la zona limonera o tienen corrales con ganado. No hay problema la mayoría del tiempo, “nomás que el asfalto está horrible”, exclama el conductor.
KILÓMETRO 21
Cuando el viaje de Apatzingán a Aguililla se acerca a la media hora, los vehículos entran en el municipio de Buenavista Tomatlán, colindante con el estado de Jalisco y otros territorios michoacanos como Peribán, Tancítaro y Tepalcatepec. En esta zona, las autoridades estatales y federales toman el papel de espectadoras que tendrán durante el resto del recorrido.
En Buenavista Tomatlán, cuya población supera los 45 mil habitantes divididos en 104 localidades, la presencia de “la base social” de los autodenominados Cárteles Unidos se vuelve visible. Primero con barricadas formadas con costales en las orillas de la carretera a la altura de la comunidad de Pizándaro. Ahí civiles “armados” con caguamas sólo vigilan quién pasa. No hacen preguntas. No detienen a nadie. Sólo observan.
Lo mismo ocurre en la comunidad de Catalinas, unos kilómetros adelante de Pizándaro. Personas desarmadas y colocadas junto a la carretera detrás de fuertes improvisados ven quién va y quién viene. Los locales identifican el área como territorio de Los Viagras, grupo criminal dirigido por Nicolás Sierra Santana, alias “El Gordo”, antagonista del Cártel Jalisco Nueva Generación.
Junto a lo que queda de otros grupos criminales, Los Viagras, fundados en 2014, forman parte de los llamados Cárteles Unidos. Células de la Familia Michoacana, los Caballeros Templarios, los Troyanos y el Cártel de Tepalcatepec serían las que terminan por conformar a los Cárteles Unidos. Se unieron para repeler los avances de los integrantes del Cártel Jalisco, de acuerdo con una investigación de Insight Crime.
KILÓMETRO 29
El motor de la camioneta se apaga. Hay una fila de cuatro autos y no tiene sentido seguir gastando energía. Un hombre robusto se acerca y mete las manos a la parte trasera del vehículo. No toma nada, sólo se recarga. Mira detenidamente el costal de naranjas, el paquete de detergente y los rollos de papel higiénico. No dice nada. Es la última comunidad en control de los Cárteles Unidos en la Apatzingán-Aguililla, la División del Norte.
En esta parte de Buenavista sí obligan a todos los vehículos, particulares, de empresas y hasta de autoridades, a detenerse. No hay opción: un camión atravesado de lado a lado de la pista hace la tarea de puerta corrediza que sólo ellos, los que controlan la zona, pueden abrir luego de inspeccionar qué productos llevan los autos y qué personas intentan adentrarse a los territorios ya en manos de Nemesio Oseguera. Los pobladores reportan que actualmente el avance ahí es fluido, pero que hubo épocas en que hasta cuatro horas debían pasar para que les abrieran el paso.
Desde este filtro no se permite que civiles lleven grandes cantidades de víveres. De acuerdo con los habitantes, hay hasta medicamentos que no dejan pasar. Lo hacen para evitar que el grupo antagónico pueda beneficiarse, pero dejan a la población general vulnerable.
SILVANO, MEJOR POR AIRE
A mediados de abril de 2021, Silvano Aureoles Conejo, Gobernador de Michoacán, empujó a un hombre que se manifestaba con una pancarta en el municipio de Aguililla. Una persona captó el momento exacto en que el mandatario descendió de un vehículo militar y caminó hasta donde se encontraba el manifestante, un maestro de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), quien le reclamó por visitar la región en helicóptero. Luego ocurrió la agresión física.
Silvano Aureoles se dio la vuelta y entre abucheos de los presentes, volvió a la camioneta que era custodiada por integrantes de las Fuerzas Armadas Mexicanas. “¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera!”, le gritaron pobladores al Gobernador de Michoacán. Personas que lo acompañaban, quienes portaban armas de fuego, hablaron con los manifestantes, luego se retiraron del lugar.
“Señor Gober, viaja por tierra para que veas la realidad que vivimos”, decía una de las cartulinas. “Quiero vivir libre en mi pueblo de Aguililla, Michoacán”, señalaba otra. Esos mensajes son los que hicieron que Aureoles Conejo enfureciera y empujara a un maestro…
Silvano no se atrevió a trasladarse hasta el lugar por el camino Apatzingán-Aguililla, pues sabe que es una ruta peligrosa para cualquiera.
KILÓMETRO 34
Verde, verde y más verde. Es todo lo que se alcanza a ver a lo lejos. Árboles rebosantes. Vida que esconde muerte. Cadenas inmensas que componen la Sierra Madre del Sur. Y detrás de unos topes y algunas ramas de árboles, la presencia militar. Es casi la mitad de la Aguililla-Apatzingán. Un pelotón de soldados aparca a unos kilómetros del final del territorio de Cárteles Unidos y a unos cuantos del inicio de las tierras del Cártel Jalisco Nueva Generación. Establecen una especie de frontera cerca de El Terrero, otra de las comunidades de Buenavista. Sólo están ahí, como espectadores. No se mueven. No detienen a los que caminan armados. Hasta les piden permiso para pasar en los retenes. Están sin estar.
¿Las razones?, se preguntan en estos caminos de Michoacán. Tal vez tengan que ver con la política de seguridad implementada por el Presidente Andrés Manuel López Obrador, la cual se resume en tres palabras: “Abrazos, no balazos”, misma estrategia que en julio fue ratificada por el mandatario cuando lo cuestionaron sobre lo que ocurría en Aguililla.
En ese momento López Obrador aprovechó para lanzar un llamado a los habitantes de esa región Michoacán, a quienes pidió ayudar “a conseguir la paz, que no se tome el camino de la violencia, de la confrontación, que hagamos a un lado el odio, el rencor, que llevemos a la práctica el principio del amor al prójimo, que no nos hagamos daño”.
Mientras tanto, la Apatzingán-Aguililla sigue siendo de los criminales.
LA TIERRA DE “MENCHO”
Dicen que nació en los años sesenta en Aguililla. Creció como la mayoría de los niños y jóvenes allá, entre la pobreza y la violencia, cultivando aguacates con el sueño de un día poder cruzar la frontera entre México y Estados Unidos. Existen contadas imágenes de su rostro y probablemente ya ni se parezca. Una de las más famosas se la tomaron cuando ya era un veinteañero. En ese entonces distribuía heroína y las autoridades estadounidenses lo procesaron luego de detenerlo en Sacramento.
A principios de los noventas, Nemesio Oseguera Cervantes fue repatriado a México después de cumplir una breve condena en Estados Unidos. Su carrera criminal continuó entonces en el llamado Cártel Milenio. Su nombre, sin embargo, tomó notoriedad hasta el sexenio de Enrique Peña Nieto, cuando la Nueva Generación comenzó a ganar territorios y a colocarse como uno de los grupos criminales más sanguinarios de México.
Hoy Oseguera aparece en el cuarto sitio de los hombres más buscados por la Administración de Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés), detrás de personajes como Rafael Caro Quintero, fundador del Cártel de Guadalajara, e Ismael Zambada García, jefe del Cártel de Sinaloa.
Nemesio es el jefe de la nueva mafia. “Pocos conocen su rostro, ya no baja a los poblados, se mueve entre las montañas y de allá arriba mueve todo”, dice el corrido de los Plebes del Rancho. Los cerros que rodean la Aguililla-Apatzingán “los tiene reforzados como la muralla china”, añade la letra de los pupilos de Ariel Camacho.
Sus dominios inician cerca del kilómetro 40 de la Apatzingán-Aguililla. Se anuncian con el tanque artesanal estacionado y el reten que controlan.
KILÓMETRO 45
“K8 (apoyo), K8 (apoyo), K8 (apoyo), compañeros lesionados, K8 (apoyo), por favor dense prisa, compañeros lesionados”. Es la mañana del 15 de octubre de 2019. Cuatro decenas de policías estatales viajaban desde Apatzingán rumbo a Aguililla cuando al menos 30 hombres armados los atacaron a la altura de Bonifacio Moreno, más conocido como El Aguaje.
—K8, K8, en Aguililla, heridos— dijo uno de los oficiales en plena emboscada.
—Me estoy muriendo— interrumpió uno de sus compañeros. De fondo sólo se escucharon detonaciones y explosiones.
La misión de los uniformados era recoger a una mujer y a su hija para sacarlas de Aguililla. Un juez había dado la orden. Fue una masacre. 14 policías fueron asesinados ese día, varios resultaron heridos. Otros se salvaron sólo porque alcanzaron a esconderse. Una grabación posterior vinculó a un supuesto lugarteniente del Cártel Jalisco con la matanza.
Hoy en la zona sólo quedan los rastros que dejaron las patrullas quemadas y las paredes llenas de balas. La comunidad en la que ocurrió el ataque, El Aguaje, vive sólo en los recuerdos. La gente huyó. Se convirtió en un pueblo fantasma después de que Cárteles Unidos y el Cártel Jalisco Nueva Generación se lo disputaran. Primero lo tuvo en control uno, lo perdió y lo volvió a recuperar.
Hoy El Aguaje forma parte de los territorios que controlan “los jaliscos”, como llaman a los hombres de Nemesio Oseguera en Tierra Caliente, cuya confianza es tan grande que se pasean armados en camionetas con los escudos del CJNG y en los llamados “monstruos” por la zona. Es su territorio.
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KILÓMETRO 84
Por la ventana de la camioneta se alcanza a ver el esqueleto de un camión que fue incendiado en alguno de los tantos cierres que han provocado los grupos criminales. El piloto señala los restos del vehículo e insiste en que esas escenas ya son parte del ambiente.
“Uno no puede combatirlos. Uno: No nos toca. Dos: ¿con qué? Uno sólo puede convivir con ellos. Eso no es estar de acuerdo. El grupo que llega corre a unos, a otros los persigue y los caza. Eso se dedicó a hacer en Aguililla. Todo abril, todo mayo: una cacería. Las casas quemadas, muchos levantados, asesinados, desaparecidos. No dejaban los cuerpos”, dice.
Más adelante otro arco, el último de la ruta, anuncia la llegada a Aguililla, justo al costado del cuartel militar del municipio, desde donde se asoma el casco de un elemento castrense, quien lleva meses rodeado por pobladores que le reclaman salir y abrir los puntos bloqueados de la Apatzingán-Aguililla.
“Aquí oír trinar a un pájaro, ladrar a un perro o las balaceras son lo mismo”, dice el piloto. Es Aguililla, el pueblo que en marzo se volvió noticia internacional después de que criminales celebraran en tanques que habían logrado tomar su cabecera municipal. Pero esa es otra historia.
Carlos Vargas Sepúlveda
Periodista hecho en Polakas. Autor del libro Rostros en la oscuridad: El caso Ayotzinapa. Hace crónica del México violento de hoy. Ya concluyó siete maratones.
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