Simone enfrentó una depresión y se armó de valor para seguir. Había una marca que construir. Patrocinadores a los que complacer. Fanáticos a los que honrar. Críticos, tanto intentos como externos, a los que callar. Como las estrellas olímpicas Michael Phelps y Usain Bolt, Biles se convirtió en una prisionera de su propia excelencia.
TOKIO, 28 de julio (AP) — Cuando pasas gran parte de una década redefiniendo lo posible dentro de un deporte, los estándares cambian. Lo bueno deja de ser suficiente. Y, a veces, lo genial tampoco lo es.
Simone Biles recibió un curso acelerado sobre eso hace cinco años en Río.
La estrella de la gimnasia estadounidense ya acumulaba tres oros cuando comenzó su rutina en la final de viga. Mediado el ejercicio, perdió el equilibrio sobre la estrecha barra. Se agachó para estabilizarse, asegurando el bronce en el proceso.
Ella estaba emocionada. Otros no tanto.
“La gente estaba realmente molesta», dijo Biles a The Associated Press en mayo. “Yo decía ‘Chicos, sigue siendo una medalla para el país y sigue siendo una medalla para mí’. Si cualquier otro fuese a ganar el bronce estarían animando, pero era Simone, así que estaban enojados”.
El martes, en la final de la gimnasia por equipos de Tokio 2020, los “demonios” con los que lleva años lidiando resultaron ser demasiado. Asustada al no sentirse cómoda en el potro y agobiada por lo que describió como “el peso del mundo”, la gimnasta, de 24 años, decidió abandonar.
Simone Biles reapareció este miércoles en el gimnasio Ariake de Tokio para asistir a la final individual masculina y animar a sus compañeros Sam Mikulak y Brody Malone. Biles se dejó ver relajada y charlando con otra miembro de su selección, McKayla Skinner.
Cuando volvió al deporte en el otoño de 2017 se hizo una promesa: lo haría bajo sus propios términos, a su manera. Ha pasado gran parte de la preparación para Tokio tratando de aferrarse desesperadamente a esa visión. Se proclamó campeona mundial en 2018 a pesar de los cálculos renales y se convirtió en la gimnasta más laureada en la historia tras sumar cinco medallas a su palmarés en Alemania un año más tarde.
Todo estaba listo para un adiós dorado en Japón el pasado agosto. Pero la pandemia del coronavirus retrasó las justas de verano 12 meses. Y hubo que recalibrarlo todo.
Enfrentó una depresión y se armó de valor para seguir. Había una marca que construir. Patrocinadores a los que complacer. Fanáticos a los que honrar. Críticos, tanto intentos como externos, a los que callar. Como las estrellas olímpicas Michael Phelps y Usain Bolt, Biles se convirtió en una prisionera de su propia excelencia.
Su rendimiento en las competencias de primavera estuvieron… bien, al menos para sus excelsos estándares. La cosa no mejoró en los Juegos. Biles lideró la fase preliminar como siempre, pero cometió un error y salió ladeada en el potro. En suelo rebasó las marcas del tapiz y la salida de la viga tomó tanto impulso que tuvo que dar tres grandes pasos atrás.
Algo no iba bien. Las dudas que han la han asaltado durante su carrera resurgieron. Pero en lugar de arrinconarlas, aceptó su presencia.
Y decidió parar. Justo en ese momento y en ese lugar. Quién sabe si será la última vez que vestirá un traje de competición. Se retiró del concurso completo individual y su presencia en las finales por aparatos de la próxima semana es un misterio.