«Nuestro estilo de vida moderno podría estar reestructurando los circuitos de nuestro cerebro que han evolucionado durante millones de años para ayudarnos a sobrevivir en un mundo incierto y siempre cambiante», dijo uno de los investigadores.
Madrid, 30 de julio (Europa Press).- Investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington, en Estados Unidos, han identificado las regiones del cerebro involucradas en la búsqueda de información si está a punto de ocurrir un evento malo, según publican en la revista Neuron.
El acto de desplazarse sin cesar por las malas noticias en las redes sociales y leer cada dato preocupante que aparece, es un hábito que parece haberse convertido en algo común durante la pandemia de COVID-19, y la biología de nuestros cerebros puede desempeñar un papel en ello, explican los autores.
Ahora, los investigadores han identificado áreas y células específicas del cerebro que se activan cuando una persona se enfrenta a la decisión de aprender o esconderse de la información sobre un acontecimiento aversivo no deseado que probablemente no puede evitar.
Los hallazgos podrían arrojar luz sobre los procesos que subyacen a las afecciones psiquiátricas como el trastorno obsesivo-compulsivo y la ansiedad, por no hablar de cómo nos enfrentamos todos al diluvio de información que caracteriza la vida moderna.
A prefrontal network integrates preferences for advance information ab… https://t.co/96L1MLYwez
— Alex Shackman (@ajshackman) June 11, 2021
«Los cerebros de las personas no están bien equipados para enfrentarse a la era de la información –afirma el autor principal, el doctor Ilya Monosov, profesor asociado de neurociencia, neurocirugía e ingeniería biomédica–. La gente está constantemente comprobando, comprobando, comprobando las noticias, y algunas de esas comprobaciones son totalmente inútiles. Nuestro estilo de vida moderno podría estar reestructurando los circuitos de nuestro cerebro que han evolucionado durante millones de años para ayudarnos a sobrevivir en un mundo incierto y siempre cambiante».
En 2019, estudiando a los monos, los miembros del laboratorio de Monosov, el doctor J. Kael White, que entonces era estudiante de posgrado, y el científico principal, el doctor Ethan S. Bromberg-Martin, identificaron dos áreas cerebrales implicadas en el seguimiento de la incertidumbre sobre los acontecimientos anticipados positivamente, como las recompensas. La actividad en esas áreas impulsó la motivación de los monos para encontrar información sobre cosas buenas que podrían ocurrir.
Pero no estaba claro si los mismos circuitos estaban implicados en la búsqueda de información sobre acontecimientos anticipados negativamente, como los castigos. Al fin y al cabo, la mayoría de la gente quiere saber si, por ejemplo, una apuesta en una carrera de caballos puede dar buenos resultados. Pero no es así en el caso de las malas noticias, aseguran.
«En la clínica, cuando se da a algunos pacientes la oportunidad de hacerse una prueba genética para saber si tienen, por ejemplo, la enfermedad de Huntington, algunas personas se adelantarán y se harán la prueba tan pronto como puedan, mientras que otras se negarán a hacerse la prueba hasta que aparezcan los síntomas –apunta Monosov–. Los clínicos ven un comportamiento de búsqueda de información en algunas personas y un comportamiento de temor en otras».
Para encontrar los circuitos neuronales que intervienen en la decisión de buscar información sobre posibilidades no deseadas, el primer autor, Ahmad Jezzini, y Monosov enseñaron a dos monos a reconocer cuando algo desagradable podría dirigirse hacia ellos. Entrenaron a los monos para que reconocieran los símbolos que indicaban que podrían recibir una ráfaga de aire irritante en la cara.
Por ejemplo, primero se mostraba a los monos un símbolo que les indicaba que podía llegar una bocanada, pero con distintos grados de certeza. Unos segundos después de mostrar el primer símbolo, se mostraba un segundo símbolo que resolvía la incertidumbre de los animales. Les decía a los monos que el soplo se acercaba definitivamente, o que no lo hacía.
Los investigadores midieron si los animales querían saber lo que iba a pasar, ya sea porque esperaban la segunda señal o porque desviaban la mirada o, en otros experimentos, dejando que los monos eligieran entre diferentes símbolos y sus resultados.
Al igual que las personas, los dos monos tenían actitudes diferentes ante las malas noticias: Uno quería saber; el otro prefería no saberlo. La diferencia en sus actitudes hacia las malas noticias era sorprendente, porque eran de la misma opinión cuando se trataba de buenas noticias. Cuando se les dio la opción de averiguar si iban a recibir algo que les gustaba (una gota de zumo), ambos eligieron sistemáticamente averiguarlo.
«Descubrimos que la actitud hacia la búsqueda de información sobre acontecimientos negativos puede ir en ambas direcciones, incluso entre animales que tienen la misma actitud sobre acontecimientos positivos gratificantes –señala Jezzini, que es instructor de neurociencia–. Para nosotros, eso era una señal de que las dos actitudes pueden estar guiadas por procesos neuronales diferentes».
Al medir con precisión la actividad neuronal del cerebro mientras los monos se enfrentaban a estas opciones, los investigadores identificaron un área cerebral, la corteza cingulada anterior, que codifica la información sobre las actitudes hacia las posibilidades buenas y malas por separado.
Encontraron una segunda área cerebral, el córtex prefrontal ventrolateral, que contiene células individuales cuya actividad refleja las actitudes generales de los monos: sí para la información sobre las posibilidades buenas o malas frente a sí para la información sobre las posibilidades buenas solamente.
Comprender los circuitos neuronales que subyacen a la incertidumbre es un paso hacia mejores terapias para personas con afecciones como la ansiedad y el trastorno obsesivo-compulsivo, que implican una incapacidad para tolerar la incertidumbre.
«Empezamos este estudio porque queríamos saber cómo codifica el cerebro nuestro deseo de saber lo que nos depara el futuro –explica Monosov–. Vivimos en un mundo para el que nuestro cerebro no ha evolucionado. La disponibilidad constante de información es un nuevo reto al que debemos enfrentarnos. Creo que entender los mecanismos de búsqueda de información es muy importante para la sociedad y para la salud mental de la población».