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La pandemia causó un revuelo total en nuestras vidas: pasamos de convivir diariamente con otros a recluirnos en casa y evitar el contacto físico, algo especialmente extraño en nuestra cultura. Si bien los cambios más evidentes se han visto de forma externa, la vida personal y psíquica de las personas también se ha visto afectada, un hecho que ha incidido en la calidad del sueño.

Madrid, 26 de julio (Europa Press).- Desde la llegada de la pandemia de COVID-19 el sueño ha cambiado en todo el mundo, fundamentalmente de dos formas. Para la mayor parte de las personas esta pandemia ha supuesto un periodo en el que se han incrementado los episodios de insomnio, su sueño es más agitado o fragmentado, y en el que hay más pesadillas.

«Esto no es sorprendente desde que muchas personas presentan con esta pandemia más ansiedad por su futuro, miedo al contagio o desempleo, así como depresión debido a la soledad y a las dificultades económicas que debemos afrontar en esta época», subraya en una entrevista con Europa Press Sidarta Ribeiro, un neurocientífico brasileño, autor de más de 100 artículos científicos y cinco libros, así como profesor de Neurociencia y vicedirector del Instituto del Cerebro de la Universidad Federal de Río Grande del Norte (Brasil).

Precisamente, nos concede esta entrevista porque ha publicado recientemente El oráculo de la noche (Debate), un manual en el que aborda la historia y la ciencia de los sueños. En ella, nos desvela que, por el contrario, para aquellos lo suficientemente afortunados que tuvieron los medios materiales y emocionales para ponerse en cuarentena adecuadamente en casa, «para aquellos individuos privilegiados que se enfrentaron bien a la nueva situación y experimentaron un feliz regreso al núcleo familiar y a las tareas del hogar», este último año ha marcado una vuelta a un sueño «sano y salvo», a unas siestas saludables por la tarde.

Mientras dormimos nuestro cerebro se recupera de la ardua actividad del día, realiza una limpieza de toxinas, repone biomoléculas, produce hormonas y restaura las conexiones neuronales. Foto: EFE

Con ello, Ribeiro explica que mientras dormimos nuestro cerebro se recupera de la ardua actividad del día, realiza una limpieza de toxinas, repone biomoléculas, produce hormonas y restaura las conexiones neuronales. «En consecuencia, los recuerdos se modifican profundamente con el sueño para que se almacenen para la posteridad, se borren definitivamente, o se mezclen para generar nuevas ideas. Hay cuatro fases diferentes a lo largo de una noche de sueño, incluido el sueño de movimientos oculares rápidos (REM), cuando el sueño alcanza un pico. El sueño REM domina la segunda mitad de la noche y es muy importante para el procesamiento emocional y la creatividad», mantiene este especialista.

Para muchas personas en todo el mundo, los sueños no tienen función alguna, según advierte cuando, en su opinión, muchos ni siquiera recuerdan sus sueños y mucho menos hablan de ellos con familiares, amigos o colegas. «Sin embargo, soñar es tan natural como respirar y comer, y de gran importancia para la flexibilidad cognitiva que subyace a la adaptación a los desafíos», advierte el neurocientífico brasileño.

En cuanto a cómo se configura un sueño, Ribeiro indica que pueden verse muy afectados por nuestra actitud hacia ellos: «En la cultura occidental, el sueño ha sido acorralado y degradado, y cuando los sueños se recuerdan, generalmente es como una experiencia involuntaria, algo pasivo que les sucede a los soñadores pero que no es causado por ellos».

Por el contrario, afirma que entre los pueblos que valoran y practican el arte de soñar, como las poblaciones originarias amerindias y australianas, los sueños son oportunidades activas e intencionales para viajar, resolver problemas y aprender algo nuevo. «La configuración del sueño es una posibilidad cada vez que uno se duerme, pero se necesita mucha práctica para tomar el control total de los sueños, volverse lúcido dentro de ellos y crear escenarios y resultados», indica.

Entre los pueblos que valoran y practican el arte de soñar, como las poblaciones originarias amerindias y australianas, los sueños son oportunidades activas e intencionales para viajar, resolver problemas y aprender algo nuevo. Foto: J. P. Gandul, EFE

Preguntado sobre por qué soñamos lo que soñamos, Ribeiro reconoce que los sueños surgen del inconsciente, es decir, de la enorme colección de recuerdos que formamos, modificamos y transportamos a lo largo del tiempo.

«Si bien los sueños reflejan la activación eléctrica de neuronas involucradas en la codificación de recuerdos específicos, también están influenciados por la dopamina, un neurotransmisor que nos permite buscar estímulos gratificantes y evitar los aversivos, a la vez que un mecanismo clave para la producción de deseos y de miedos. A veces, los sueños simulan deseos o miedos que se convierten en realidad, y cuando eso sucede, nos sentimos realmente asombrados por ellos. En otras ocasiones, sin embargo, los sueños parecen ruidosos y poco relevantes», reconoce el científico brasileño.

En cuanto a por qué sólo algunas veces recordamos lo soñado, afirma que durante el sueño REM, el neurotransmisor noradrenalina no se libera en el cerebro. «Como consecuencia, se vuelve muy difícil retener los recuerdos. Cuando nos despertamos por la mañana no hay noradrenalina disponible, las imágenes del último sueño son tenues y desaparecen rápidamente si nos movemos, comenzamos una conversación o revisamos el correo electrónico. Si uno quiere recordar bien sus sueños es importante comprender la importancia clave de producir un informe de sueños antes de alejarse de la cama», resalta.

Por otro lado, destaca que, probablemente, empezamos a soñar desde que somos embriones dentro de la barriga de nuestras madres. «A partir de este momento, ya sea durante el sueño o durante la vigilia, el sueño nunca se detiene realmente. Sin embargo, al igual que las estrellas siempre están en el cielo pero no se pueden ver durante el día debido al abrumador resplandor del sol, es difícil notar los sueños con los ojos bien abiertos», reconoce.

«Si uno quiere recordar bien sus sueños es importante comprender la importancia clave de producir un informe de sueños antes de alejarse de la cama», explicó el experto. Foto: Stony Brook University vía EFE

¿QUÉ SUCEDE CON LAS PESADILLAS?

Ahora bien, preguntamos a Sidarta Ribeiro por las pesadillas, por qué algunas personas las padecen, y cuál es realmente su papel. Señala aquí que muchas personas experimentan por la noche una continuación de sus ansiedades y miedos diarios. «Las pesadillas, a menudo, reflejan sufrimiento emocional y la necesidad de adaptarse a amenazas reales, pero el contenido de los sueños suele ser metafórico y se requiere mucha introspección para interpretar correctamente el sueño», apunta.

A su vez, apunta que la capacidad de sostener un sueño durante varios minutos probablemente comenzó a evolucionar en los mamíferos hace 220 millones de años, como una forma de reactivar y de recombinar recuerdos, y así simular posibles futuros, es decir, escenarios potenciales de lo que está por venir.

«Este ‘oráculo probabilístico’, un intento neurobiológico de predecir el mañana’, basado en el ayer, dio a nuestros antepasados mamíferos importantes ventajas ecológicas. Mucho más recientemente, en algún punto temprano del linaje humano, la capacidad de soñar se enriqueció con la capacidad de hablar y, por lo tanto, compartir sueños. La posibilidad de narrar sueños permitió su propagación entre individuos y mejoró enormemente la capacidad de nuestros antepasados para unirse en torno al cumplimiento de visiones para superar desafíos», prosigue el neurocientífico.

Con ello, sentencia que la pandemia de COVID-19, la crisis climática y el aumento de la desigualdad social son desafíos que ponen en gran peligro a todos en el mundo. «Más que nunca, necesitamos soñar narrativas colectivas de protección y curación si queremos lograr una buena recuperación de este desastre planetario», concluye Ribeiro.